Lifeway Mujeres, trae para ti una serie de podcast como ningún otro. Serás edificada, enseñada e instruida en la Palabra de Dios. Será un espacio especial que puedes compartir y comentar con tus amigas, escuchar mientras tomas un café, o mientras haces ejercicio. Queremos acompañarte y caminar contigo en tu crecimiento con Dios.
Karla de Fernández
La envidia y los celos
Por: Karla De Fernández
La envidia y los celos son de esos pecados a los que nos hemos acostumbrado tanto, que puede ser que estén clavados en nuestro corazón sin darnos cuenta.
¿Qué son la envidia y los celos?
Jerry Bridges, en su libro “Pecados respetables”, define la envidia como: “…el dolor que sentimos, y que a veces va acompañado de resentimiento, por las ventajas que otra persona tiene”. Los celos, por el contrario, los define como “intolerancia a la rivalidad”.
Solemos pensar que la envidia y los celos son sinónimos, sin embargo, a la luz de la Escritura, vemos que no son lo mismo y que no se experimentan siempre por las mismas razones.
Necesitamos entender cuál es la diferencia entre ambos para identificarlos en nuestra vida. Reconocer la forma en que estamos pecando, para entonces arrepentirnos delante de Dios y acudir al trono de la gracia a recibir dicho perdón a través del gran amor con que Cristo nos salvó.
Permíteme compartirte un par de ejemplos prácticos de ambos casos. Hablemos de los celos; es probable que siendo casada experimentes esa “intolerancia a la rivalidad” en cuanto a una mujer que pareciera que quiere ganar el afecto de tu esposo. Ese tipo de celos, es correcto, porque estás protegiendo la integridad de tu matrimonio y guardando, de cierta manera, la santidad entre marido y mujer.
Los celos pecaminosos, por el contrario, lo podemos ver claramente en las Escrituras en la historia conocida entre el rey Saúl y David, antes de ser nombrado rey.
Las mujeres cantaban mientras tocaban, y decían: «Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles». Entonces Saúl se enfureció, pues este dicho le desagradó, y dijo: «Han atribuido a David diez miles, pero a mí me han atribuido miles. ¿Y qué más le falta sino el reino?». De aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo.
1 Samuel 18:7-9
Los celos, es decir, la intolerancia a la rivalidad de parte del rey Saúl, estos celos son pecaminosos, al grado de enfurecerse por lo que estaba sucediendo. Él era el rey, gobernaba todo, en ese momento su reino no corría peligro, no perdería la corona porque David no estaba buscando eso.
Los celos del rey Saúl eran pecaminosos, eran celos combinados con ira porque la popularidad de David había crecido a los ojos de las personas que antes lo admiraban. Las voces de esas personas honraron más a David y eso sacó a relucir los celos pecaminosos que el rey tenía, la intolerancia a la rivalidad que experimentaba.
El autor Jerry Bridges también dice que “Los celos pecaminosos surgen cuando tememos que alguien se convierta en una persona igual o superior a nosotros”.
La envidia, por otro lado, la experimentamos cuando otras personas tienen lo que nosotras deseamos. Surge desde dentro del corazón (Santiago 4:1-2). Es una creencia que nos hace sentir infelices cuando vemos que otras personas tienen lo que nosotras deseamos, lo que le hemos estado pidiendo a Dios en oración o lo que creemos que nosotras merecemos.
La envidia se manifiesta contra aquellos que tenemos cosas en común y con quienes estamos cercanos. No envidiamos a aquellos que son “inalcanzables” o con quienes se dedican a algo diferente a lo que nosotras desarrollamos y queremos mejorar.
Tendemos a envidiar a quienes están cercanos a nosotros, a quienes realizan las mismas actividades y puede ser que tengan un mayor reconocimiento que nosotras o mayores oportunidades de sobresalir. Es poco probable que envidiemos a aquellos que están muy por encima de nosotras; por ejemplo: no me siento tentada a envidiar a escritoras como J.K. Rowling, Nancy Pearcey o Jane Austen aunque admiro mucho su trabajo, pero es probable que pueda envidiar a escritoras que están avanzando más que yo y quienes reciben un trato preferencial por parte de quienes a mí me han rechazado.
Dios es celoso, pero no envidioso
Nuestro Dios es un Dios celoso, la Escritura nos dice: No adorarás a ningún otro dios, ya que el Señor, cuyo nombre es Celoso, es Dios celoso (Éxodo 34:14). Nuestro Dios nos cela con gran celo (Zacarías 8:2), no comparte Su gloria con nadie (Isaías 42:8), está celoso por nuestros afectos, por nuestro amor para con Él, cela nuestra adoración, nuestra dependencia a Él, cela nuestro corazón.
Dios es celoso, pero sin pecado. Dios es celoso, mas no envidioso. Cuando nuestros corazones engañosos buscan otros dioses, cuando nuestros afectos se inclinan a lo creado más que al Creador, cuando nuestro amor busca amores sustitutos; nuestro Dios responde con celos santos, justos, celos que nos atraen a Él, que protegen lo que le pertenece a Él, no de manera pecaminosa -insisto- sino de manera Santa, como Él es.
Necesitamos a Cristo
Nosotras aún vivimos en este mundo roto y manchado por el pecado, aún estamos en un cuerpo pecaminoso y mortal inclinado a hacer el mal; aún experimentamos celos pecaminosos, envidia hacia los demás porque nuestros corazones están alejados de Aquel en quienes estamos completas, en quien encontramos plenitud: Cristo Jesús.
Necesitamos a Cristo todos los días, todo el tiempo; Él es el único que puede transformar el corazón, el único que limpia nuestros corazones celosos y envidiosos y los transforma en corazones que se alegran con los que se alegran (Romanos 12:15), que ve a los otros como a superiores que a sí mismo y que actúan sin rivalidad, sin egoísmo y sin vanagloria buscando su propio bien (Filipenses 2:3-4).
Cuando nuestros corazones comiencen a experimentar celos, cuando nuestros ojos se desvíen mirando a otros con envidia deseando lo que ellos tienen, recordemos que tenemos a Cristo quien en Su gracia nos perdona nuestros pecados limpiándonos de toda maldad si solo acudimos a Él en busca del perdón (1 Juan 1:9). Volvamos a Él, una y otra vez, Él es suficiente.
Karla De Fernández, nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Cuando amo más a lo creado que al Creador
Por Karla de Fernández
Desde el inicio, la Biblia enfatiza al Creador antes que a la creación: En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gén.1:1). Así mismo, cuando Él entregó al pueblo Su ley, la Escritura resalta: Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre (Éx. 20:1-2). Es interesante notar que, antes de que Dios procediera a entregar sus Diez palabras (título en hebreo) o Diez mandamientos, le recuerda a Su pueblo Su amor y Su fidelidad. Luego cita el primero de Sus mandamientos relacionado a Su exclusividad como Dios. La razón es manifiesta: Dios desea que Su pueblo entienda que Él es prioridad sobre todas las cosas.*
Podemos pensar que Dios sí es la prioridad en nuestra vida porque somos creyentes. Pero, a lo largo de la Escritura, y de nuestra vida también, podemos notar que la realidad es que Dios no ha sido la prioridad por ciertos períodos de nuestro paso por esta tierra, o bien, no lo ha sido en circunstancias específicas.
Cuando Dios no es nuestra prioridad, entonces alguien más o algo lo será. Prioridad podemos compararla con amar, es decir, si amo a Dios por sobre todo lo demás, Él será mi prioridad. No quiere decir que entonces deberemos dejar de amar todo lo que Él ha creado; lo que quiere decir es que debemos tener un orden correcto de nuestras prioridades y, por consiguiente, nuestro amor.
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt. 22:37).
Nuestra prioridad es amar a Dios y después su creación; es decir, a nuestro prójimo y aun la creación que en Su gracia común nos ha dado para deleitarnos y reconocer Su gloria en ella. Es necesario recordar que por causa de la caída y del pecado en nosotras, nuestro amor por Dios ha sido manchado, no lo amamos perfectamente; de hecho, nos resistimos a amarlo hasta que Él nos atrae a Él y regenera nuestro corazón. Es ahí donde comienza una restauración de ese amor que no debió cambiar nunca, y por eso es que ahora, concienzudamente es que podemos buscarlo y amarlo cada día, porque somos nuevas criaturas, tenemos un nuevo corazón (2 Co. 5:17).
Un corazón desviado
Como Juan Calvino dijo alguna vez: “Nuestro corazón es una fábrica de ídolos”; cuando dejamos de amar a Dios como deberíamos amarlo, entonces buscaremos algo o alguien más a quien podamos amar, y de quienes podamos obtener seguridad o tranquilidad. Algo o alguien más que nos ofrezca de manera imperfecta y raquítica lo que solo podemos encontrar en Dios.
Por causa del pecado, nos desviamos en nuestro amor a Dios y comenzamos a amar más a Su creación (Ro. 1:25). Esto, aunque podría suceder de manera imperceptible, puede ser muy peligroso porque, como lo vemos a lo largo de la historia de la Biblia, podríamos alejarnos de nuestro amor por Dios; y, por consiguiente, dejaremos de adorarle por completo para darle adoración a la creación.
Tú y yo podemos estar en este momento amando más a la creación que a Dios mismo y quizá no nos hemos dado cuenta. Solemos ignorar las alertas pequeñas porque no tenemos un becerro de oro en nuestro jardín, pero, no solo existen las manifestaciones visibles de amor y adoración a lo creado, puesto que todo comienza desde dentro, desde nuestro corazón, podrá ser invisible a nuestros ojos.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de hacer ídolos que nos alejen de la adoración a Dios (Ex. 20:3-5).
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, buscaremos ser amados y aprobados por ellos más que por Dios (Gál. 1:10).
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nos será más difícil dejar las viejas prácticas por temor a ofender a otros.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de defender posturas o creencias de nuestros amigos, aun cuando estas contradigan la Palabra de Dios.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de mentir para guardar nuestra reputación, olvidando que a Dios le importa más nuestro carácter.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestro carácter puede ser modificado, más no transformado por el Espíritu Santo.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestra vida de iglesia se verá afectada, buscaremos cada vez menos tener comunión con aquellos que nos recuerdan que estamos pecando alejándonos de Dios.
Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestra vida de oración y lectura de la Palabra, irá disminuyendo considerablemente, o pediremos conforme a nuestra voluntad y no la de Dios.
Hay esperanza
Nuestro Dios no nos ha dejado solas, Su Espíritu Santo mora en nosotras y de una u otra forma, si somos Sus hijas, nos atraerá a Él. Nos ha dejado medios de gracia para encontrarnos con Él: Su Palabra donde podemos ver nuestro corazón con más claridad, el consejo y exhortación de nuestros esposos (a quienes estamos casadas), nuestros padres, la iglesia local, hermanas en la fe, la oración. Incluyamos en nuestras oraciones la petición de, “si estoy amando más a lo creado que al Creador, atráeme de vuelta a Ti”.
Pidamos a Dios que nos llame al arrepentimiento para ponernos a cuentas con Él. Pidamos un espíritu humilde y enseñable para que cuando otros nos muestren nuestros errores y nuestra infidelidad a Dios, atendamos el llamado y volvamos a los pies de la cruz.
El llamado del Señor, como ya hemos dicho, exige entrega total. Eso no significa que debemos perder nuestra personalidad y que tendremos que apartarnos de todo y de todos. Sin embargo, cuando Dios llama, desea que le entreguemos lo que pensamos, lo que creemos y lo que deseamos, es decir, nuestro ser completo. Si estamos convencidos, pidamos al Señor que oriente nuestro corazón a la necesidad de comprometernos.*
*Miguel Núñez con Viola Núñez, La ley de la Libertad, los Diez Mandamientos: aplicaciones para la vida del creyente (Nashville: B&H, 2020) 41 y 48
Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Un corazón agradecido en el trabajo
Por Karla de Fernández
Hace aproximadamente seis meses que la pandemia por Coronavirus-19 sorprendió de manera abrupta a la población. Países grandes y pequeños se detuvieron de un día a otro para que la población se resguardara en sus hogares para la preservación de su vida.
Poco sabíamos de ese virus microscópico que detuvo naciones y que paralizó la economía. Empresas detuvieron producción, negocios cerraron, miles, millones de empleos se perdieron alrededor del mundo dejando a las familias con la incertidumbre si podrían sostenerse sin una fuente de ingresos.
Con el paso del tiempo y conociendo más como actúa el virus, los médicos y gobiernos de los diferentes países ante la necesidad de reactivar la economía, han instruido a la población a regresar paulatinamente a los empleos que aún están disponibles y a la apertura de algunos negocios que no presentan mayor riesgo de contagio entre las personas que laboran y las que pudieran acudir a ellos.
Poco a poco regresamos a lo que han llamado nueva normalidad. Una normalidad en la que algunos hemos aprendido a ser más conscientes de nuestra salud, otros han reconocido su necesidad de afianzar su fe en Cristo, otros más en agradecer un día más de vida y lo que con ella venga.
Este tiempo ha servido también para aprender de contentamiento y de agradecer con intencionalidad por lo que se nos ha permitido vivir, que, aunque no han sido momentos sencillos o agradables, ir a la Palabra nos recuerda que todo lo que nos acontece a los hijos de Dios es para nuestro bien (Ro. 8:28), para que en medio de las pruebas y aflicciones nuestro carácter sea transformado y nos parezcamos más a Cristo.
En medio de la pandemia, o lo que sea que nos ha tocado vivir, nuestro corazón debe estar confiado en que la voluntad de Dios para nosotros es buena, agradable y perfecta. ¿Por qué te digo todo esto? ¿Por qué hago mención de la pandemia y lo que esta trajo? Porque a raíz de ese paro en la economía, un gran número de personas que quedaron sin empleo hoy están laborando en lugares que quizá no es de su agrado, pero por la necesidad del momento, siguen ahí.
Muchos quizá frustrados, descontentos, desanimados; algunos con un sueldo muy por debajo de lo que sus gastos requieren, otros quizá teniendo maestrías o doctorados se encuentran laborando en un lugar donde no se requiere de estudios. Otros cuantos estarán en un lugar donde no se le reconoce la labor que hace y es un número más en la lista de empleados o quienes tienen una larga jornada laboral y no hay tiempo para nada más que dormir. Todo esto es triste, y muy real.
No quiero parecer simplista o indolente ante estas situaciones, en realidad las hablo desde la experiencia porque he estado en más de una de ellas en el pasado. Sin embargo, con el paso del tiempo y mirando hacia atrás a cada empleo que tuve, puedo ver que la gracia de Dios siempre estuvo allí y es mi oración que puedas no solo recibirla, sino reconocerla y apreciarla también en el lugar donde estás laborando.
En Su gracia estamos todos los hijos de Dios, en el lugar que estamos es por Su gracia y porque soberanamente el Señor así lo ha orquestado. Puede que no sea el lugar que a nuestros ojos sea el mejor, pero a los ojos de Dios, sí lo es.
Si nosotras supiéramos lo que Dios sabe acerca de cómo terminaremos a final de año, quizá viviríamos más contentos, menos preocupados y más agradecidos con Él. Pero, para ser honestas, si supiéramos todo eso, es muy probable que también estaríamos lejos de Dios por la seguridad que el conocer algo nos brinda.
Entonces, como no sabemos cómo terminará ni el año, el mes o el día, necesitamos descansar en que Dios sí lo sabe, y no solo eso, sino en descansar que Él tiene cuidado de nosotras y que Él sigue siendo Dios, sigue estando en Su trono, Él sigue gobernando sobre toda la creación.
Créeme, aunque no sepamos cómo será, sí podemos vivir contentas recordando que Cristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, eso incluye los días y los lugares donde pareciera que no es donde deberíamos estar.
Menos preocupadas porque siendo hijas de Dios, Él tiene cuidado de nosotras; tenemos un sitio donde laborar y por el cual Dios nos provee para ayudar a sustentar el hogar en el que estamos. Es Dios cuidando de Sus hijas cuando en todo el mundo aún no hay claridad para lo que deparará en cuanto a la economía.
Más agradecidas, porque de tantos miles y de personas a nuestro alrededor sin un empleo formal, nosotras tenemos uno que Dios ha permitido tengamos. Si cada noche nos tomamos unos minutos para agradecer por las bendiciones diarias nos daremos cuenta de cuán bendecidas hemos sido, de cómo todo lo que tenemos y el lugar donde estamos es solo por Su gracia, para nuestra santificación y finalmente para Su gloria.
Veamos a nuestro alrededor, admiremos lo que Dios ha hecho con nosotras. Mira ese empleo como una oportunidad para crecer en contentamiento, en paciencia para con los que te rodean; mira a tus compañeros de trabajo y quizá te des cuenta de que uno de los motivos por los cuales Dios te tiene ahí es por la gran necesidad que ellos tienen de Dios y tú eres a quien Dios usará para encaminarlos a Su Hijo Jesucristo.
Mira ese lugar cómo una oportunidad de servicio al Señor, de poder orar con otros. Piensa en esto, es probable que ese trabajo no sea el ideal para ti, no es lo que quisieras como para hacer carrera allí, pero en la economía de Dios, nada de lo que hacemos se trata de nosotros, nada es para nuestra gloria, sino para la gloria de Su Nombre.
Al estar donde estamos, se sigue tratando de Él. No es el empleo ideal para nosotros, pero sí es el ideal para compartir el evangelio, y Dios lo sabe. Que cada empleo que tengamos vayamos con la mentalidad y la oración de que Dios será exaltado, nosotras santificadas y al final, Su gloria será manifiesta.
Gracias a Dios por esos empleos que nos recuerdan que todo se trata de Él.
Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre (Col. 3:17).
Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Me siento seca
Por Karla de Fernández
Había llegado al grado de decir: “Estoy seca Señor, te necesito, me siento morir. Me he dedicado a Tu obra y a enseñar Tu Palabra, pero al mismo tiempo me he alejado de ti. Es como si en ese camino en Tu búsqueda, me extravié y dejé de verte”.
Quería con todas mis fuerzas regresar, pero no lo hacía. Me llené de enojo, rabia y también de una tristeza que invadía mi alma al saberme seca y lejos. No hilaba una oración, no quería orar, no quería, estaba enojada porque me había descuidado y estando ahora seca, no podía hablar con Él con facilidad. Seguía con el orgullo muy arriba sin reconocer que, en Él, en Su Palabra estaba la respuesta y no en mí ni en mis ganas de buscarlo. Nunca se ha tratado de mí.
Y tengo claro que no pasó de un momento a otro, realmente todo comienza por algo pequeño. Probablemente un día no quise leer mi Biblia, no quise orar, y así de un día se hizo frecuente. El dejar de asistir algunos domingos a la iglesia local por diversas cuestiones que al principio parecían inofensivas, el dejar de orar con mi esposo, darle prioridad a todo, menos a lo realmente importante. Las redes sociales se convirtieron en mi nueva rutina y necesidad al despertarme y acostarme. Yo estaba lejos de Dios por mí misma.
Una pequeña grieta sin resanar en nuestra comunión con Dios puede dar como resultado un caos si no se trata a tiempo.
No todo está perdido
Por el sacrificio de Cristo en la cruz y la gracia constante de Dios, todos los que hemos creído en Él, en Su muerte y resurrección, tenemos acceso al Padre, ese es un regalo inmerecido. Podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia e implorar misericordia. Nunca minimicemos ese gran regalo.
No trivialicemos Su presencia. Es decir, sabemos que Dios siempre está y en lugar de agradecer, gozarnos y estar en comunión con Él lo vamos posponiendo tal como lo haríamos con cualquier persona con quien convivimos mucho y cada vez hablamos menos, cuando debería ser exactamente al revés.
Cuando nos damos cuenta de que estamos lejos de Él, volvamos cuanto antes, toma la Palabra, ora. La obediencia empieza obedeciendo no sintiendo.
También acudamos con hermanas maduras y firmes en la fe que nos ayuden, que oren con y por nosotras. Somos comunidad y necesitamos de otros a quienes podamos abrir nuestros corazones y rendir cuentas. Si tu esposo es creyente, ve con él, humíllate y reconoce tu necesidad. Pídele que ore por ti. Él es tu compañero de oración para toda la vida. Las oraciones de nuestros esposos por nosotras son una bendición.
Ahora entiendo las palabras del rey David que narra su hijo Salomón en el Prov. 4:4-9 cuando le dice:
“y él me enseñaba y me decía: Retenga tu corazón mis palabras, guarda mis mandamientos y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no te olvides ni te apartes de las palabras de mi boca; No la abandones y ella velará sobre ti, ámala y ella te protegerá. Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia. Estímala, y ella te ensalzará; ella te honrará si tú la abrazas; guirnalda de gracia pondrá en tu cabeza, corona de hermosura te entregará”.
Retenga tu corazón mis palabras
Nuestro engañoso corazón se desvía continuamente por lo efímero, por la banalidad; necesitamos todos los días recordarle el evangelio, hablarle a nuestra alma la verdad de Dios. Hemos de recordarle que necesitamos a Cristo, Su Palabra y todo el consejo de Dios para vivir una vida que honre y dé gloria a Dios, una vida centrada en Él.
Guarda mis mandamientos y vivirás
Porque Su Palabra nos vivifica (Sal. 119:25). Es en esos momentos en los que nos sentimos secas, vacías, Su Palabra, la obra de Cristo nos aviva, nos recuerda a quién pertenecemos y cómo podemos volver al manantial de vida. Es tan cierto aquello de que “cuando no sientas ganas de orar, ora más”, y aplica con la Palabra de Dios también.
Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia
Busquémosla y enseñemos a nuestros hijos y a quienes tengamos cerca cómo buscarla y obtenerla. Esa es parte de la instrucción que Dios nos deja a los padres en Deuteronomio 6. Cuando encontramos esa sabiduría de parte de Dios, tenemos una visión diferente de la vida, de la muerte y de nuestro caminar en la tierra, esta vida será para agradar a Dios, glorificarle y gozarnos en Él para siempre.
No te olvides, ni te apartes de las razones de mi boca
Es un llamado un tanto “desesperado” a que su hijo atienda y nunca se aparte de los consejos recibidos de parte de su padre. Yo como madre, puedo entender el deseo de que nuestros hijos nos escuchen y obedezcan porque buscamos lo mejor para ellos ¿y cuántas veces ellos se rebelan a nuestras indicaciones?
¿Y nosotras? ¿Cómo actuamos con nuestro amado Padre?, nos ha mostrado el camino que debemos seguir porque Él es lo mejor para nosotras y en diversas ocasiones nos alejamos deliberadamente.
Es el rey David hablando a su hijo, aconsejando a que no se apartara del consejo, y sabemos que al final Salomón se apartó. Que no nos suceda lo mismo, aún hay esperanza, le pertenecemos, tengamos presente Su Palabra, Su enseñanza, Su evangelio y oremos porque Él nos fortalezca y permita llegar al final de nuestra carrera, de manera fiel.
Contracultura
La Palabra de Dios nos instruye a adquirir sabiduría en un mundo que nos grita que no necesitamos a Dios. Nos quieren convencer de vivir el momento, de confiar en nuestro corazón y que no existe una verdad absoluta, y que todo es relativo.
Ellos aman lo temporal, lo efímero, sabiduría mundana. Necesitamos la sabiduría que viene de lo alto, la que nos lleva a vivir sabiendo que estamos de paso. Tenemos un Dios que nos escucha, nos ama, nos ve… y con esa verdad actuamos de manera diferente porque Dios rige nuestra vida y anhelamos agradarle (Stg. 3:17-18). Esa sabiduría que nos librará de sentirnos secas porque siempre estaremos bebiendo del agua de vida. Confiamos que cuando haya un momento en que nuestro pie se desvíe, nos regresará una mano amorosa al camino angosto. Y eso es gracia de Dios a sus hijos.
No busquemos lo que le pertenece al mundo y que, al morir, aquí se quedará, busquemos lo celestial, lo que perdurará por la eternidad.
Karla de Fernández, nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Madres de hijos rebeldes
Por: Karla de Fernández
La historia maternal de la mamá de Sansón es hermosa y también dramática. A ella se le conoce como la esposa de Manoa, la madre de Sansón. (Jueces 13:1-2).
El Señor eligió a la mujer de Manoa como madre del varón que, durante su tiempo, salvaría a Israel del poder de los filisteos. Ese era el propósito divino para su vida aún desde antes de nacer. Ella acababa de recibir una noticia que no esperaba y que ni imaginaba que el Dios de los cielos le revelaría. Ella le contó a su esposo todo lo sucedido (Jueces 13:6-7).
¿Recuerdas la emoción que tuviste cuando supiste que serías madre? Esos latidos más veloces de lo normal, el temblor en las extremidades y esa sensación extraña en el diafragma. ¡Imagina lo que esa mujer experimentó! Estaba recibiendo la noticia de que contra todo pronóstico (pues era estéril) ella sería madre de un niño, y no solo eso, él había sido elegido desde antes de ser concebido para que fuera usado por el Dios Todopoderoso para librar a Su pueblo.
¿Puedes imaginar lo que pasó por la mente y corazón de esa mujer? ¿Cuál habría sido tu reacción? No se registra alguna oración hecha por parte de la esposa de Manoa, pero siendo del pueblo de Israel y habiendo escuchado la Palabra que dice: “él comenzará a salvar a Israel de los filisteos”, era evidente que ellos habían sido elegidos para traer a esta tierra a un varón de Dios.
¿Imaginas las conversaciones que tuvieron durante los meses de gestación? Dios les dijo que su hijo sería un salvador para el pueblo. De seguro ella meditaba mucho en esas cosas y quizás se preguntaba, ¿Será fuerte? ¿Qué hará Dios a través de él? Mientras tanto, la barriga crecía y crecía, y con ella las expectativas y los sueños para el niño. Y eso pasa con nosotras también ¿no es cierto? Cuando estamos en espera de nuestros hijos y leemos la Palabra de Dios y sus promesas, nuestro amor crece y las expectativas también. No conozco una sola madre que en el tiempo de gestación haya pensado en que su hijo sería rebelde o desobediente a sus padres. Es como si olvidáramos por unos meses la condición caída con la que nacemos todos, e imaginamos a nuestros hijos siendo casi perfectos, idealizando para ellos una vida perfecta.
Y el día llegó: Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció, y Jehová lo bendijo (Jueces 13:24). La promesa empezaba a cumplirse y lo que Dios había mencionado empezaba a suceder delante de sus ojos: “Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol” (Jueces 13:25). El niño era un milagro. Qué alegría debieron haber experimentado Manoa y su mujer. Sin embargo, el capítulo 14 corta la respiración con una declaración de Sansón: Yo he visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos; os ruego que me la toméis por mujer (Jueces 14:1-2).
¿Qué pasó? Se suponía que sería el libertador del pueblo, que él lucharía contra los filisteos, no que debía convertirse en uno de ellos. Sus padres le preguntaron: “¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los filisteos incircuncisos? Y Sansón respondió a su padre: Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada.” (Jueces 14:3) Es probable que Manoa y su mujer experimentaron una profunda angustia y ansiedad. ¿Te has visto en una situación similar?
Aunque todo lo que acontezca con nuestros hijos carezca de sentido a nuestros ojos terrenales, aunque a nuestro parecer esas promesas tardan en cumplirse o no parecen llegar nunca, no olvidemos que Dios tiene el control y que Él cumplirá lo prometido y su propósito divino y natural en nuestros hijos. Eso mismo estaban experimentando los padres de Sansón, y por eso leemos, “Mas su padre y su madre no sabían que esto venía de Jehová, porque él buscaba ocasión contra los filisteos; pues en aquel tiempo los filisteos dominaban sobre Israel” (Jueces 14:4).
Nuestros ojos no deben estar en las circunstancias, no debemos dejar de mirar hacia arriba, hacia lo eterno pues es Dios quien de manera providencial actúa en la vida de nuestros hijos para cumplir sus planes y propósitos en ellos y a través de ellos. Aun cuando no entendamos del todo lo que está sucediendo, mantengámonos firmes en nuestra fe, confiando en que “todas las cosas ayudan a bien a quienes aman a Dios, a los que conforme a sus propósitos han sido llamados” (Ro. 8:28, Paráfrasis) y que el que comenzó en nuestros hijos la buena obra, la terminará (Fil 1:6).
Aun cuando pareciera que nuestros hijos están en un lugar que “a nuestros ojos” no es el correcto, no debemos olvidar que si Dios ha prometido algo para ellos, será cumplido a su manera, en su tiempo y de acuerdo a su voluntad. Nuestro deber es seguir adorando y clamando al Señor que tiene control absoluto sobre todas las cosas, incluidos nuestros hijos. Aférrate a las promesas del cuidado y la providencia de Dios aun cuando tus hijos estén errantes, cuando estén en rebelión contra ti y ¡clama por ellos! Que en este tiempo Dios hable a su corazón, que se revele a ellos y les haga saber que separados de Él, nada podrán hacer.
La vida de Sansón no fue sencilla, tuvo un matrimonio fallido, era iracundo, fue promiscuo, débil por las mujeres. Algo que llama mi atención es que, aunque tenía voto nazareo, no tenía comunión con Dios, no se habla de ella como con otros personajes de la Biblia, claro que él sabía y conocía de Dios, pero tenía más debilidad o deseo por las mujeres, que por la presencia de Dios. Todos conocemos lo más conocido de su historia. Se enamoró de Dalila tan perdidamente que le reveló su corazón y el secreto de su fuerza para al final terminar siendo esclavo de los filisteos.
Sansón clama a Dios (Jue. 16:28) y tiró las columnas del templo en el que se encontraban, mató a los filisteos y murió cumpliendo el propósito que Dios tenía para él. No es un final feliz si lo vemos de manera fría. No es lo que una madre espera que le suceda a su hijo cuando Dios le dice que en él se cumplirá su propósito. No es lo que una madre anhela cuando desde niño lo instruye para ser un hombre que ame y honre a Dios.
Es muy probable que si vemos esta historia desde una perspectiva terrenal se nos haga injusto el desenlace al darle la oportunidad a una mujer estéril de concebir a un niño que parecía ser perfecto y al final morir de una manera humillante cuando quizás pudo haberlo hecho de otra forma. Pero en la perspectiva divina, el propósito por el cual nació y creció cumplió con los planes de Dios y salvó a su pueblo.
Como madres tenemos expectativas de nuestros hijos, buscamos siempre darles lo mejor, cubrirlos, protegerlos, amarlos aun cuando su actitud, su conducta y carácter no son lo que pudiéramos desear, pero al final del día, nosotras somos quienes los guían, quienes los instruyen, quienes les daremos identidad, seguridad, formación y quienes lloraremos clamando al Señor día y noche por ellos. Nosotras los instruimos en el temor del Señor y a amarle con todo su corazón. Pero amada amiga, ellos vivirán su propia historia, tendrán sus caídas y sus victorias. Gozarán de las buenas decisiones y sufrirán las consecuencias de las malas, pero, que nada de eso nos aparte la mirada de lo que Dios hará a través de ellos.
La mujer de Manoa fue la elegida para ser madre de Sansón. Tú has sido elegida para ser madre de tus hijos. Más allá de las decisiones de ellos, tú y yo hemos sido llamadas a ser la madre de esos seres humanos que necesitan oración “de por vida”, amor “incondicional” para siempre, oraciones que levanten su vida como probablemente las hacíamos desde antes de que nacieran, tanto o más amor del que teníamos antes de darnos angustias en lugar de alegrías.
Ellos son nuestros hijos, clamemos a Dios por ellos, para que el propósito divino y natural que Dios tiene para cada uno sea cumplido conforme a su voluntad y aprovechemos las oportunidades que se nos presentan para hablarles acerca del evangelio y que ellos puedan fijar su mirada en lo eterno y no en lo terrenal.
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Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Mamás ausentes
Por Karla de Fernández
Durante mucho tiempo fui una mamá ausente. Presente en cuerpo, pero totalmente ausente de mi hogar y de mis hijos. Me mimetizaba con la computadora, con el libro que estu- viera leyendo o simplemente con lo que estuviera haciendo o pensando.
Debo confesar que en muchísimas ocasiones usé los estudios bíblicos en línea, blogs y videos cristianos para ausentarme emocionalmente de mi hogar. Eran una oportunidad para huir de la rutina diaria. Pasaba horas en el celular y me olvidaba por completo de mis hijos, aunque ellos estuvieran sentados a mi lado. Me excusaba diciendo que no tenía nada de malo porque estaba buscando a Dios. Pero en mi interior sabía que no era correcto, de hecho, luchaba siempre con esa actitud, me arrepentía y planeaba que ya no sería así, mientras lloraba amargamente en las escaleras de mi hogar cuando mis hijos estaban en la escuela.
Pero por la tarde, cuando los gritos y las rabietas de los niños alteraban mi zona de confort, cuando salía al corredor y me encontraba con una montaña de ropa que lavar, pañales sucios que cambiar por décima vez, tareas escolares con niños que no ponen atención por querer salir a jugar, citatorios al colegio y a eso agrégale que, aunque mi esposo trabajaba diez horas al día, la economía del hogar no iba nada bien, así que terminaba explotando en gritos y llanto.
Ahora me doy cuenta de que yo era una olla a presión quedándose poco a poco sin agua y me rodeaban unas mini ollitas a presión sonando todas juntas. Su ruido ensordecedor decía algo así como: «¡Mami, mami, mami, mami!». No podía huir a ningún lado físicamente, entonces mi escape rápido lo encontraba en internet y las redes sociales. «No molesten a mami que está muuuuy ocupada». ¡Ah! La presión era tanta que no sabía cómo controlarla, prefería evadirlo todo. Mi problema en realidad no era lo externo sino la necesidad que mi alma tenía de Dios y no sabía cómo reconectarme con Él. ¿Te ha pasado que quieres hacer todo y terminas haciendo nada y sumamente frustrada? Bueno, así estaba yo, y aunque oraba y tenía devocionales diarios, me sentía vacía. Necesitaba de Dios con desesperación. Puedo decir que entendía un poco el sentir del Salmista cuando exclama:
«Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas». Salmos 63:1
Me sentía seca, tenía un oasis de agua fresca frente a mí todas las mañanas al abrir mi Biblia. Sin embargo, no llegaba a satisfacer mi sed. Era obvio que esa sequedad estaba afectándome en mi relación con mis niños porque me ausentaba, aunque los tuviera en mis piernas o hasta cuando estaba amamantando a mi bebé.
… quizás sea la depresión post parto.
… tal vez es porque no salgo.
… ¿será que necesito salir con amigas?
Pero no necesitaba eso, no quería eso. Quería conectarme con Dios y eso me tenía mal. Estaba en un desierto, pero no me daba cuenta de que a ese desierto me estaba llevando a mis hijos. Hay veces en que no es intencional el ser mamás ausentes, pero lastimosamente, en la mayoría de los casos, es así. Nos ausentamos pensando en nosotras mismas, sin importarnos mucho los que están a nuestro alrededor, en especial, nuestros hijos.
Debo recordar que cada día se trata de morir a uno mismo y vivir para agradar a Dios, buscar Su reino y no construir nuestro reinito personal. En mi búsqueda desesperada de Dios, cometí el error de olvidarme de mis hijos. No estaba pensando correctamente en cuanto al evangelio. Quería estar bien con Dios, aunque descuidando el llamado que tengo como mujer que Él creó, como esposa y como mamá que me ha permitido ser. Estaba lejos de hacer Su voluntad y solo buscaba a Dios por razones egoístas, aunque en mi interior lo anhelaba y mi alma le necesitaba, solo lo buscaba para sentirme bien conmigo misma. Para ausentarme de mis responsabilidades y no para hacer Su voluntad, porque era claro que no la estaba haciendo.
«Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». Mateo 6:33, lbla
Estamos de paso en esta tierra, somos peregrinos, este no es nuestro hogar. No perdamos un tiempo que no volverá. Vivamos aprovechando bien el tiempo con nuestro esposo, con nuestros hijos y con las personas que están a nuestro alrededor, mostrándoles la gracia de Dios, sabiendo que esta es la antesala de la eternidad, esa es nuestra meta, nuestra morada final.
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Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Ya no siento amor por mi pareja.
Por Karla de Fernández.
“Ya no siento amor por mi pareja”. Sí, con pena reconozco que esa frase la usé muchísimas veces, no solo cuando hablaba con mis hermanas, sino en mis oraciones también. Realmente estaba convencida de que ya no amaba más al hombre que delante de Dios había prometido amar hasta que la muerte nos separara.
¿Sabes? he conocido a hombres y mujeres que me han expresado que ellos tampoco sienten amor por su pareja. El matrimonio es un reflejo de la unión de Cristo y Su Iglesia, y nuestro matrimonios deben reflejar esa unión, perdón y reconciliación.
Las mujeres podemos ser tentadas a desear vivir en una película romántica. Pero debemos entender que el matrimonio tiene un fin más poderoso, con implicaciones eternas, una herramienta viva de las buenas noticias de Dios a la humanidad.
¿Por qué dejamos de amar?
El pecado, el egoísmo y el orgullo matan el amor. Nos centramos tanto en nosotros mismos (hombres y mujeres), en nuestra felicidad, en recibir atenciones y en ser el centro. Pero si cada uno de nosotros se dedicara a hacer feliz al otro, entonces seríamos felices ambos. Si nutrieramos el corazón y los afectos del otro, permaneceríamos enamorados por toda la vida. Pero, estamos acostumbrados a recibir y nos olvidamos de dar.
El pecado lo arruina todo, tristemente cuando pensamos en el pecado en nuestro matrimonio, no pensamos en el nuestro. Nos enfocamos en todo lo que nuestro cónyugue hace o no hace. Cuán lejos está esto del consejo de Dios. Una y otra vez la Biblia nos invita a escarbar nuestro corazón, analizar nuestros motivos y reconocer la viga en nuestros ojos antes de pretender sacar la paja del ojo ajeno.
Nos sorprendería saber cuantas familias cristianas se sienten atrapadas en esta situación.
Sin embargo, siempre que haya vida, hay esperanza. Siempre que haya uno que esté dispuesto a recuperar el amor, se puede lograr porque contrario a lo que muchos creen, el amor es una decisión y no un sentimiento. Así que siempre es posible volver a amar.
¿Qué hacer?
Lo primero que debemos preguntarnos y responder con total sinceridad es, ¿Cómo está mi relación con Dios? ¿Mi tiempo de oración y lectura de la Biblia es constante?
Recordemos que según esté nuestra relación con Dios así estará nuestra relación con otros, es decir, mientras más cerca estamos de Dios se nos hará más sencillo relacionarnos con quienes nos rodean. Saber que Dios nos ama, nos perdona, nos acepta nos hace más sencillo el amar, perdonar y aceptar a otros. Cuando olvidamos eso, nos será difícil expresarlo o vivirlo.
Con esto no quiero decir que porque hemos dejado de amar a nuestro esposo, también hemos dejado de amar a Dios, no. Pero es probable que hemos olvidado la belleza del amor de Dios para con nosotras, quien nos amó cuando menos lo merecíamos y cuando menos lo esperábamos.
Recuerda
El amor es una decisión, no son sentimientos y emociones. Son acciones que tomamos a favor del bien del otro. Hemos recibido un amor perfecto de parte de Dios que solo por Su gracia y Espíritu podemos dar y reflejar.
“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor. 13:4-7).
Al final del día, amamos porque Dios nos amó primero.
No camines sola
Dios nos llamó a estar en comunidad, pertenecer a una iglesia local es un regalo del cielo. Es ahí donde podemos encontrar mujeres en quien confiar, mayores en la fe, cimentadas en la Palabra que nos acompañen en oración y consejo. No estás sola.
¿Recuerdas Tito 2:4?
“que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos”.
Mujeres con más experiencia, sabiduría y madurez espiritual pueden enseñarte a amar a tu esposo, no pierdas la fe.
No guardes silencio, compartir nuestras cargas y debilidades nos coloca en una posición humilde que nos permite recibir consejo y ayuda. La vida cristiana se vive en comunidad. Somos un cuerpo.
El fundamento es Cristo
Es solo por el amor de Cristo en y por nosotras, que podemos mostrar gracia, compasión, bondad, mansedumbre y humildad hacia nuestro esposo. Debemos ver a Cristo en nuestras circunstancias y crecer en semejanza a Él. Las emociones y sentimientos surgirán como consecuencia de la obediencia. No al revés.
Es muy probable que vivamos con anhelos y deseos que nunca lleguen a cumplirse, pero eso no debe detenernos en dar de gracia lo que de gracia hemos recibido. Ya sea que nuestro esposo responda de manera amorosa o no, sea que él siga con nosotras o nos abandone, Dios bendecirá nuestra obediencia, nuestra fidelidad a Él y al pacto que hicimos.
Decidamos mostrar a nuestras familias que estamos llenas del amor de Jesús. Decidamos ser instrumentos de gracia y amor a nuestro esposo. Amemos como lo prometimos, todos los días hasta que la muerte nos separe. Dios nos dé la fuerza e impulso para cumplir ese glorioso llamado.
No olvides que en Cristo hay esperanza. Él es el fundamento de nuestro matrimonio, nuestra roca fuerte. Siempre es posible volver a amar.
Karla de Fernández, nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.
Florece a Su tiempo.
Por Karla de Fernández.
Hace unas semanas platicaba con una de mis mejores amigas acerca del crecimiento y la madurez en la vida del creyente. Somos como flores, amiga -le dije-, no todos crecemos al mismo ritmo ni absorbemos de la misma manera los nutrientes que nos harán crecer y florecer, cada una florece en su tiempo.
Nos comparamos
Continuamente nos comparamos unas a otras. Quizá estés de acuerdo conmigo que es común leer y escuchar conversaciones de quién ha leído más veces la Biblia, cuántas han hecho el estudio de tal y tal ministerio, cuántas llevan una carpeta devocional, quien ya es una experta en lettering, quién ha leído todos los libros de tal autor o quién es capaz de leer más de un libro al mes.
Si, yo también fui parte de esa revolución en las que Instagram y Pinterest nos hicieron el favor de llenarnos la cabeza y, por supuesto, el corazón también. Mostrando una vida devocional perfecta, una Biblia con anotaciones impecables, un cuaderno devocional en orden intachable. Esto no es malo per se, pero cuando es nuestra meta y lo único que nos importa, es necesario frenar, y cuanto antes mejor, evitando que eso tan hermoso y bueno, se convierta en un ídolo.
Somos como flores
Hay una enorme cantidad de flores, todas diferentes. Tienen el mismo fin: embellecer los campos, mostrar la belleza de Su creador, producir semillas para las plantas de la próxima generación. Cada una de ellas tiene un tiempo específico para germinar, para crecer, para reproducirse y morir. Cada una florece en Su tiempo.
Nuestra vida cristiana es más o menos similar.
Tenemos un tiempo para todo (Ecl. 3), y si lo olvidamos, podemos caer en el error de querer hacer germinar una semilla para que nazca o de darle abono en exceso para que por fin florezca y dé su propio fruto. Todo eso es dañino. No hay como dejar que cada una nazca, crezca y se desarrolle de acuerdo con el plan de Dios.
Nos pasa también, muy a menudo el querer que nuestros hijos maduren más rápido. Son bebés y queremos que caminen, caminan y queremos que lo hagan a nuestro paso, corren y queremos que también hagan sus tareas por sí mismos, son niños y esperamos que se comporten como adolescentes, están en la adolescencia y les pedimos que sean maduros y actúen como un joven de más edad, son adultos y queremos que sepan las cosas que nosotros ya sabemos con algunas décadas más que ellos.
Obligar a madurar no es sano
¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad de querer que todo madure pronto? ¿Por qué no disfrutar el paso a paso de cada uno? ¿Por qué no congratularnos con aquellos que son nuevos en la fe y que recién comienzan su caminar con Dios? ¿Por qué querer que sepan todo lo que quizás ni nosotras sepamos a la perfección?
Con esto no quiero decir que no nos interesemos en que estudien la Palabra de Dios, no. Sino que cada uno tiene un tiempo, un momento para madurar y eso no corresponde a nosotras sino al dulce Espíritu Santo. Nosotras oremos por ellos (y por nosotras también) como Pablo lo hizo por nuestros hermanos en Éfeso:
“Por esta razón también yo, habiendo oído de la fe en el Señor Jesús que hay entre vosotros, y de vuestro amor por todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo mención de vosotros en mis oraciones; pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder, el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo sino también en el venidero”. (Ef. 1:15-21)
Disfruta el proceso
No sé en que fase estes ahora, puede ser que seas una recién nacida en la fe, que estés madurando, o bien, que ya seas un adulto. Dios se complace en cada una de nosotras, en el amor que le tengamos, en como es que vivimos de acuerdo con su voluntad y para Su Gloria. No te afanes en querer crecer a la par de alguien más, solo para estar “in” o cumplir con su agenda y no quedarte atrás; mejor, busca crecer en el conocimiento de Dios para poder vivir la vida de acuerdo con su diseño, para agradarle a Él, para glorificarle a Él.
Conocer a Dios, aplicar y vivir su Palabra es lo que nos debe motivar a estudiar más y más.
No te afanes.
No te compares.
Disfruta el tiempo con Dios y florece a Su tiempo.
En Su Gracia
K A R L A
Karla de Fernández es hija y sierva de Dios por gracia. Esposa y madre. Blogger en www.soymujerdevalor.com desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios, con el fin de saborear y atesorar la belleza del Evangelio en nuestro diario vivir.
¿Maternidad glamorosa?
Por Karla de Fernández
Hace unos días escuché una frase que me gustó muchísimo: “La maternidad es hermosa, mas no glamorosa”, y es tan cierta. Uno se imagina siendo mamá como las modelos que aparecen en las revistas de maternidad; la mamá impecable con tacones de 12 centímetros, peinado de salón, maquillaje impecable con pestañas postizas y el bebé que parece que nunca sufre de cólicos y que duerme toda la noche desde el primer día.
Y en verdad no dudo que existan mujeres así en alguna parte del mundo, pero no es mi caso. De hecho, la maternidad ha sido dolorosa en muchos aspectos y eso no es de sorpresa pues desde el Génesis se nos advirtió:
“A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido,
y él tendrá dominio sobre ti.”
(Génesis 3:16)
Cuando leemos este versículo, solemos pensar que se refiere únicamente al parto, a los dolores por las contracciones y el alumbramiento, pero, la maternidad es dolorosa.
…hay mujeres que sufren por no poder concebir.
…mujeres con embarazos dolorosos, física y emocionalmente.
…embarazos que no llegan a su fin.
…hijos enfermos.
…duele cuando dejan ver su pecado, su rebeldía.
…duele cuando se van de casa para estudiar o para formar su propio hogar.
La maternidad duele, es difícil.
Cuando escucho a madres diciendo que todo ha sido miel sobre hojuelas, pienso que no están siendo totalmente honestas porque en algún momento la maternidad, duele. Y esto no es para desanimar a quienes están por ser mamás, ni para decir que es horrible la maternidad, para nada, es hermoso ese llamado que Dios nos ha otorgado por gracia; pero es bueno aclarar o recordar que eventualmente dolerá.
Romanos 8:28 nos dice que, “todas las cosas ayudan a bien a quienes amamos a Dios” (paráfrasis), y aun esos dolores, malos ratos, esas debilidades nos acercan más a Dios, ¿por qué? porque cuando aprendemos a ver más allá de lo evidente, cuando nuestros ojos están puestos en lo eterno, entonces recién es que empezamos a agradecer las pruebas por las que estamos siendo puestas.
Dios nos ha puesto en un lugar hermoso en la creación para dar a luz hijos naturales, espirituales y de corazón para prepararlos en esta vida de tal manera que ellos conozcan la verdad, amen a Dios y deseen servirle y glorificarle toda su vida, aunque sin duda eso traerá dolor a nuestra vida.
Sufriremos luchas y enfrentaremos pruebas que nos mantendrán de rodillas clamando a Dios por su protección, su sabiduría, la guianza del Espíritu Santo para instruir a nuestros hijos; y aunque con dolor, debemos dar gracias a Dios por darnos hijos e hijas que nos mantienen constantemente buscando Su Rostro en oración. (Salmo 27:8)
Hay algunas debilidades con las que las mujeres madres de familia luchamos o batallamos constantemente porque no somos madres perfectas, ni esposas perfectas. Luchamos con la impaciencia, la irritabilidad, la ira, el no mostrar gracia, la pérdida del gozo en nuestro llamado; y es sencillo darnos cuenta si estamos pasando por eso, tan solo necesitamos estar dispuestas a aceptarlo y recibir ayuda para terminar con todo esto y salir victoriosas un día a la vez. Y digo un día a la vez porque esas luchas no terminarán en este lado de la gloria, pues seguimos en proceso de ser perfeccionadas.
Pero ¿entonces, qué podemos hacer? Hay varias respuestas que pueden funcionarnos de acuerdo con nuestra madurez y sobre todo si estamos dispuestas a ver cambios significativos en nuestra vida. Necesitamos primeramente un espíritu enseñable, es decir, en verdad buscar el consejo de Dios y vivir para glorificarle y agradarle a Él.
Todas esas áreas necesitamos traerlas delante de Dios en oración para recibir ayuda. Aquí unos tips que pueden ayudarnos:
- Busquemos tiempo a solas con Dios.
- Hablemos a nuestra alma el Evangelio.
- Leamos la Palabra, llenémonos de ella.
- Hagamos uso de herramientas para recordar la Palabra, notitas con versículos clave, tarjetas, aplicaciones en el celular.
- Busquemos consejo con nuestro esposo.
- Rindamos cuentas a una mentora o una hermana mayor en la fe.
- Llevar todo pensamiento cautivo al Señor.
- Orar, orar y orar.
- No te quieras autoredimir, es decir, no busques hacerlo todo por ti misma porque terminarás exhausta frustrada y quizás con sentimiento de culpa.
- Recordar la obra de Cristo, Su paciencia, Su amor, Su gracia, Su servicio.
- Recordar que no somos suficientes en nada, en nada.
Dios nos ha dotado de algo maravilloso que es el dominio propio, mira lo que dice:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía,
sino de poder, de amor y de dominio propio.”
(2 Timoteo 1:7)
Este versículo es clave para nosotras que somos más emocionales, la maternidad puede darnos temor también, temor a las aflicciones que vienen con la maternidad, temor a perder “nuestra vida propia” y todo eso es un engaño porque en Cristo hemos sido hechas nuevas; y si en verdad aprendemos a vivir el Evangelio reconoceremos que la vida dura, sobre todo la vida cristiana. No temamos a vivir con aflicciones porque se nos revelará esa gracia de la que habla en 2 Timoteo 1:8-9
Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios, quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad.
Pasaremos aflicciones amada hermana, ya se nos ha advertido en los Evangelios, en Efesios, en Tesalonicenses. No temamos porque por causa del Evangelio sufriremos, pero Cristo Jesús es nuestra esperanza, en quien está anclada nuestra fe. Dios no ha terminado su obra en nosotras, aún estamos en esa carrera en la que nos va perfeccionando.
Recordemos que es un privilegio ser madres naturales, espirituales y del corazón. Como madres somos parte de una cadena, somos un eslabón de generación en generación que está participando en la redención de un pueblo al compartir con nuestros hijos Su Palabra, Su legado, Sus planes para que ellos a su vez lo transfieran a la siguiente generación y así hasta que Cristo vuelva.
Todo lo que vivimos en esta tierra tiene un propósito, cada lucha, cada deseo incumplido, cada aflicción y frustración en nuestra vida tienen un propósito. Somos parte de esa historia que Dios ha trazado, la que Él escribió, somos parte de su propósito eterno y entre esos propósitos se encuentra… Nuestra maternidad. ¡Gloria a Dios por ello!
Karla de Fernández es hija y sierva de Dios por gracia. Esposa y madre. Blogger en www.soymujerdevalor.com desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios, con el fin de saborear y atesorar la belleza del Evangelio en nuestro diario vivir.