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Karla de Fernández

No somos la Mujer Maravilla

March 15, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Hace más de cuatro décadas nos sentábamos en la sala de mi hogar mis padres, mis hermanos y yo a ver un capítulo semanal de la serie de televisión: La mujer maravilla estelarizada por una hermosa mujer llamada Lynda Carter.  

Mi papá, que era charro, tenía muchas cuerdas o sogas charras a las que yo tenía acceso para poder jugar imitando a la mujer maravilla. Yo quería ser cómo la Mujer Maravilla, quería ser la heroína de la historia, quería ayudar a las personas en problemas, quería que hubiera justicia y se reconociera mi labor. También tenía un avión invisible.  

Después de cuarenta años me doy cuenta de que hay una cantidad enorme de mujeres que buscan —quizá sin darse cuenta— ser la Mujer Maravilla para otras mujeres. Mujeres que en su día a día buscan ser la heroína de su historia y de la historia de otras mujeres también.  

Mujeres maravilla 

Quizá hayas escuchado el viejo adagio que dice: «Entre mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño». Es una verdad a medias, las mujeres sí podemos hacernos daño unas a otras. Entre mujeres sí podemos despedazarnos y hacer que otra mujer sufra ya se de manera física, emocional, laboral, sexual o económicamente.  

Las mujeres podemos dañarnos más de lo que nos gusta admitir. Entonces, no somos la Mujer Maravilla. Aunque debo reconocer también que son muchas las mujeres que se han levantado como la Mujer Maravilla buscando que se haga justicia a como dé lugar, mujeres que con las mejores intenciones buscan cambiar la vida de otros, mujeres que con el corazón en la mano desean que las mujeres sean amadas, valoradas, escuchadas, protegidas. Lo sé, he estado en esa lucha también.  

 Y, mira, podemos pensar que estamos haciendo las cosas bien al buscar el bienestar de los demás porque a eso se nos ha llamado, pero quizá hemos perdido de vista que nosotras no somos las heroínas, no somos el personaje principal de la historia, no somos las que ejecutarán justicia y tampoco somos las que tenemos la última palabra. No somos la Mujer Maravilla.  

Es verdad que fuimos creadas para vivir en comunidad, pero con la rebelión y el pecado en nuestros corazones todas las relaciones se han visto dañadas. No obstante, es una verdad que, por medio de Cristo se nos ha llamado a la reconciliación con otros seres humanos y a pensar en los demás primero —un mensaje que va contra la narrativa de esta generación que nos dice que primero pensemos en nosotros y después, al último, en los demás —.  

Reflexionemos en esto un momento: muchas voces se escuchan en el firmamento virtual y real diciéndonos que nosotras somos capaces de hacer que todo lo que está roto, malo, fracturado y corrompido en el mundo —específicamente contra la mujer— nosotras podemos cambiarlo porque tenemos la capacidad y autoridad de remediarlo. 

Aunque sabemos que eso no es posible, hemos comprado la idea de que quizá esas voces tengan razón. Pero es un espejismo que cada vez es más lejano. Es suficiente con que abramos los ojos y miremos nuestro entorno, la vida de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo o que miremos cualquier red social para darnos cuenta de que no hemos remediado nada. Algún día nos daremos cuenta de la realidad, así como al crecer supe que no podía ser la Mujer Maravilla a la que jugaba de niña. 

El pecado sigue siendo pecado, las relaciones se siguen rompiendo, las mujeres siguen siendo lastimadas por otras mujeres y por hombres también; podemos ver que el mal no solo no ha terminado, sino que sigue aumentando con el paso del tiempo. La justicia nunca ha estado en nuestras manos, nunca se nos ha dado la potestad de liberar a nadie de sus pecados, jamás hemos tenido el sartén por el mango, aunque lo creamos u otros nos lo hagan creer.  

No somos la Mujer Maravilla 

Es probable que aún en los círculos cristianos hayas escuchado decir que somos maravillosas, capaces de hacer cuanto queramos porque somos el pináculo de la creación. Es probable también que junto a esos mensajes te hayan recitado el versículo del Salmo 139:14 que dice: 

Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he
sido hecho; Maravillosas son Tus obras, 
Y mi alma lo sabe muy bien. 

Sin embargo, ese salmo no fue escrito para empoderarnos o levantarnos la autoestima ni tampoco para hacernos sentir poderosas. Si lo leemos en todo su contexto es una alabanza y adoración al Dios que nos creó de manera maravillosa; es decir, la forma en cómo nos creó, la forma en cómo conoce y gobierna Su creación. Se trata de Él. El héroe de la historia, de nuestra historia es Él. 

Muchos podrán decirnos hasta el cansancio de lo que somos capaces de hacer y lograr en pro de las mujeres y de la humanidad entera, y quizá lo hagamos con la mejor de las intenciones, pero si Cristo y Su obra en la cruz no está al centro de nuestra vida seguramente nos levantaremos como la heroína de la historia. Buscaremos que nuestro mensaje sea más fuerte que el mensaje de Cristo y que nuestro nombre sea más conocido que Su Nombre.  

Hemos de mirar con más atención la obra de Cristo en la cruz del Calvario y maravillarnos de Él antes de querer mirar nuestras obras y lo que podemos hacer. Hemos de aprender a maravillarnos de Cristo, más de lo que nos maravillamos de nuestras capacidades, elocuencia y aptitudes. 

No somos la Mujer Maravilla y eso está bien. Tenemos un Dios maravilloso, glorioso y bueno que no solo nos ha dado hambre y sed de justicia, sino que también nos dio la saciedad a esa hambre y sed por medio del único justo. El único que sí puede cambiar la vida, los corazones, las injusticias y el único que pudo librarnos de la esclavitud del pecado para que entonces, en el día postrero, todo sea como debió haber sido, este es: Cristo.  

Jesús les dijo: «¿Nunca leyeron en las Escrituras: 
“LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS CONSTRUCTORES, 
ESA, EN PIEDRA ANGULAR SE HA CONVERTIDO; 
ESTO FUE HECHO DE PARTE DEL SEÑOR, 
Y ES MARAVILLOSO A NUESTROS OJOS”? 
Mateo 21:42

Karla de Fernández está casada con Jorge Carlos y es madre de Daniel, Santiago y Matías. Radican en Querétaro, México y son miembros de iglesia SOMA Querétaro. Karla ama discipular a sus hijos, es defensora del hogar y de la suficiencia de las Escrituras para dignificar el rol de la mujer en el hogar, como esposa, madre y hacedora de discípulos. Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Dios lo dijo

December 24, 2022 By lifewaymujeres 1 Comment

Por Karla de Fernández

Leer la Palabra de Dios sabiendo que fue Él quien la inspiró cambia por completo nuestra forma de leerla y vivirla (2 Tim. 3:16). Leerla es como si escucháramos Su voz dándonos ánimo, aliento, instrucción; es Él diciéndonos lo que debemos hacer a la luz de quienes somos en Él por medio de Cristo. 

Para nosotros puede ser más sencillo seguir Su Palabra porque en ella vemos que tiene poder para cambiar y transformar corazones (Sal. 19). Es a través de sus letras que conocemos al Dios trino, Sus planes y el cumplimiento de Sus promesas. Es a través de Su Palabra que conocemos lo que Dios quiere de nosotros y que todo ayuda a nuestro bien. Si Dios lo dijo, entonces es algo bueno; si Dios lo dijo, entonces así es o así será. No obstante, no todos los que escuchan la voz de Dios creen en ella.  

Pide señal 

Hace mucho, mucho tiempo hubo un rey malvado en Judá llamado Acaz, este rey adoraba a otros dioses y había sacrificado a su hijo al dios Moloc (2 Rey. 16:1-4). Fue un rey que guiaba al pueblo de Judá basado en su propia sabiduría y sin tomar en cuenta a Dios, un rey que estaba atemorizado porque enemigos vendrían a buscar terminar con él y con el pueblo. A este rey malvado Dios le habló por medio del profeta Isaías lo siguiente:  

El Señor habló de nuevo a Acaz: «Pide para ti una señal del Señor tu Dios que sea tan profunda como el Seol o tan alta como el cielo». Pero Acaz respondió: «No pediré, ni tentaré al Señor» (Isa. 7:10-12) 

Imagina a Acaz atemorizado, sin fe, sin confianza en Dios, quizá con la seguridad de que nada podría cambiar su situación y sin ayuda de nadie más por ser malvado. Y de pronto, el Dios de los ejércitos le habla por medio del profeta de ese tiempo para animar su corazón y sembrar confianza en Dios al demandar una señal para él, y Acaz se niega a obedecer. 

¿Por qué negarse a pedir una señal a Dios? Quizá tenía en mente las palabras de Dios cuando Él dijo: «No pondrán a prueba al Señor su Dios» (Deut. 6:16). ¡Pero era Dios quien le estaba hablando! Dios le estaba dando la oportunidad de pedir una señal para saber si triunfaría, si Él actuaría a su favor. Pero no respondió a las palabras de Dios. 

Al parecer estaba desconfiando de lo que Dios dijo, como si Dios estuviera tendiéndole una trampa. Esto me hace pensar en las veces que solemos actuar de la misma manera que Acaz, escuchamos a Dios a través de Su Palabra y dudamos en responder de la manera que Él nos está diciendo.  

¿Por qué razón? ¿Por qué dudaríamos de Dios? Si sabemos que Dios es santo, sabemos que Él no puede pecar, y si no puede pecar, entonces Sus palabras son confiables. Dios no nos ha dejado Su Palabra llena de trucos o artimañas que si no damos la respuesta correcta entonces estaremos reprobados y nos fulminará con un rayo al instante. Dios nos ha dejado Su Palabra para que, entre otras tantas cosas, estemos seguros de que Él habla verdad.  

Acaz se negó a pedir la señal que el mismo Dios le permitía tener, pero Dios entonces habló al pueblo, a los que podrían perecer también. Él les dijo por medio del profeta:  

«Oigan ahora, casa de David: ¿Les parece poco cansar a los hombres, que también cansarán a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo les dará esta señal: Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Isa. 7:13-14). 

Esta profecía, esta señal, tendría lugar mucho más allá del tiempo y reinado de Acaz. ¡Algo maravilloso estaba anunciando! Esta profecía estaba anticipando el nacimiento del Mesías (Mat. 1:23), estaba afirmando la promesa que se hizo en el Edén (Gén. 3:15). Dios les estaba anunciando que un Salvador vendría a rescatarlos, mas no de sus enemigos terrenales, sino del pecado.  

Dios estaba anunciando la libertad de Su pueblo, del remanente que volvería. Dios estaba diciendo: «¡Cumplo mis promesas, no temas, ten calma, no desmayes! Hay alguien mayor quien vendrá y te rescatará, confía». 

Una promesa de salvación llena de amor que parecía que solo podría hacerse a aquellos que aman, sirven y siguen a Dios perfectamente; de ser así, Acaz y el pueblo no tenían oportunidad de salvación. Malas noticias para todos los que han vivido lejos de Dios durante mucho tiempo. Malas noticias para los pecadores infieles a Dios. 

Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (Ef. 2:4-5); Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16). 

Las buenas noticias de salvación se dan a aquellos que saben que no merecen el perdón. Las buenas noticias de salvación se dieron desde la eternidad y hasta la eternidad para todos aquellos que saben que no son capaces de salvarse a sí mismos. Para aquellos que temen, los que no confían, los que dudan, los que fallan, los que pecan … para aquellos que están rotos y vagan sin rumbo en esta tierra. Para ellos es que la promesa de salvación en Cristo se anunció. 

Aquella profecía, esa promesa de que una virgen concebiría al Salvador trajo la mayor esperanza para un mundo manchado con el pecado. Esa profecía cumplida nos ha alcanzado a nosotros, ¡somos libres! Hemos recibido gracia abundante, gracia de un Padre que cuida a Sus hijos, que cumple Sus promesas. Un padre que nos ama a pesar de lo que somos. Un Padre que envió a Su Hijo unigénito a morir por los pecados de un mundo que le ha dado la espalda. Un Padre que cumplió Su promesa de estar todos los días con nosotros por medio de Cristo.  

Dios lo dijo, Su Palabra es fiel, segura y digna de confianza porque así es Él. Dios lo dijo y lo cumplió. ¡Hosanna al Salvador!

Karla de Fernández nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

¿Cómo es una buena oveja?

October 12, 2022 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Cuando estamos entre creyentes y hablamos de ovejas, la gran mayoría entiende que nos referimos a personas que son parte del pueblo de Dios, los hijos de Dios, pecadores redimidos por la sangre de Jesús. Cristo mismo nos llama ovejas al decir: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Juan 10:27, RVR60). Somos ovejas que siguen al buen pastor, Jesús.  

Seguir a Cristo mientras estemos en esta tierra es más sencillo cuando lo hacemos en compañía de la iglesia que Él mismo edificó. Somos millones de ovejas que pertenecen a un mismo rebaño. De hecho, Dios destinó que muchos nos conociéramos para caminar juntos y acompañarnos mientras crecemos en el conocimiento de Cristo en esta carrera llamada vida. 

Sabiendo que somos ovejas que pertenecen a un rebaño, ¿cómo es que podemos ser mejores ovejas en el contexto de iglesia? Podríamos compartir una lista exhaustiva acerca de cómo luce una buena oveja en la iglesia de acuerdo con las ideas preconcebidas que tenemos, o bien, de acuerdo con lo que conocemos en nuestro contexto inmediato de iglesia. Sin embargo, conforme vamos creciendo en sabiduría y nos vamos pareciendo más a Cristo, más lo reflejaremos a Él quien siempre será el mejor ejemplo al que podemos mirar y buscar alcanzar; incluso como oveja, es decir, como hijos de Dios. Nuestro carácter perfeccionado en Él, nos llevará a reflejar el evangelio que hemos creído y, por ende, seremos buenas ovejas donde quiera que estemos en misión. 

¿Cómo luce una oveja? 

Una oveja pertenece a un rebaño, una familia 

Es un regalo del cielo el pertenecer a una familia tan inmensa. Una familia que fue planeada por Dios y que refleja Su paternidad, pero también la unión entre unos y otros para reflejar Su gloria. Es probable que muchas de nosotras no tengamos un buen concepto de familia por lo que hayamos vivido en nuestros hogares, no obstante, la familia que Dios estableció en un inicio funcionaba de manera perfecta. Fue por causa del pecado que todo se distorsionó en los seres humanos y con todo lo que tenga que ver con ellos. 

Nosotras aún batallamos con la naturaleza pecaminosa que habita en nuestro interior, pero ahora, gracias a Cristo y Su sacrificio, hemos sido redimidas, transformadas y, aunque no reflejamos a la perfección lo que debería haber sido desde un principio, sí —con ayuda del Espíritu Santo— hay destellos de esa transformación que Dios está haciendo en nosotras y será evidente en la forma en la que hacemos familia, con la familia de Dios.  

Pues, así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros (Rom. 12:4-5, LBLA). 

¿Cómo se ve esto en la práctica? Reconoceremos que todos somos miembros los unos de los otros y, que, aunque en el mundo se nos dice que nadie es indispensable para nadie ni para alguna organización, en la familia de Dios todos somos indispensables. Todos nos necesitamos. Todos juntos formamos una familia, o como dice la Palabra de Dios: todos juntos somos un cuerpo. No hay ovejas que caminen solas y sobrevivan. Todas necesitan un rebaño que esté guiado por el buen pastor. 

Una oveja se alimenta y camina con otras 

Vivan en paz los unos con los otros. Les exhortamos, hermanos, a que amonesten a los indisciplinados, animen a los desalentados, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos. Miren que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino que procuren siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos (1 Tes. 5:13b-15, NBLA). 

Esto es más sencillo cuando reconocemos que entre los hijos de Dios, es decir, entre hermanos de la misma familia, está Cristo. Cuando hemos entendido el evangelio y nos sabemos parte de una familia que camina junta en esta tierra —solo por gracia y por un amor que nos unió—, pero que también habitará junta por la eternidad, entonces buscaremos el bien de todos. No por lo que podamos recibir de ellos o por lo bien que se portan con nosotros, sino porque todos somos valiosos, todos tenemos la imagen de Dios plasmada en cada uno de nosotros. 

¿Cómo se ve esto en la práctica? No olvidándonos de los ociosos, recordándoles la mayordomía. A los de poco ánimo les recordaremos el evangelio y su identidad en Cristo. Sostendremos a los débiles, a los que llevan mucho tiempo caminando solos, a los que necesitan saberse amados, a los que están desanimados… Seremos pacientes todos con todos porque todos estamos en un proceso continuo y en diferentes etapas y épocas de nuestras vidas. Mostraremos la paciencia que sabemos que Dios ha tenido con nosotras, todo el tiempo. 

Una oveja glorifica a Dios en todo 

El pastor y teólogo R.C. Sproul enseñó que debemos vivir Coram Deo, es decir: Delante de Dios, bajo la autoridad de Dios y para la gloria de Dios. Pero muchísimos años antes el pastor, teólogo y apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo también nos dejó escrito: «Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1Cor. 10:31, NBLA). Todo cuanto hagamos debe glorificar a Dios; eso incluye lo que hacemos como ovejas. 

¿Cómo se ve esto en la práctica? Todas nosotras deberíamos estar conscientes de que pertenecemos a una familia de pecadores redimidos, que caminamos con otras ovejas que también son parte de un mismo rebaño y que todas estamos siendo perfeccionadas a la imagen de Cristo, un día a la vez.  

Somos parte de una familia, de un rebaño, y el buen pastor cuida de nosotras, pero también nos deja escuchar Su voz, nos guía a Él. Nos muestra cómo debemos vivir reflejándolo a Él y el evangelio que hemos creído en cada etapa de nuestra vida. Cuando vivimos de acuerdo a lo que hemos aprendido y entendido de Él, como ovejas, estaremos glorificando a Dios y, el mundo que nos observa podrá ver al pastor que cuida de Sus ovejas reflejado en nosotras y en las buenas obras en las cuales andamos (Ver Efesios 2:10).  

Al final, como ovejas, podremos decir como el apóstol Pablo dijo a los corintios:  

Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por amor de Jesús. Pues Dios, que dijo: «De las tinieblas resplandecerá la luz», es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo (2Cor. 4:5-6, NBLA). 

Quiera Dios usarnos todos los días mientras recordamos que somos miembros de Su cuerpo, ovejas de Su rebaño, mientras estemos en este lado de la eternidad. Quiera Dios ayudarnos a vivir juntos en armonía para ser luz a aquellos que siguen en la oscuridad. Dios nos ayude.

Karla de Fernández nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Misionera en el vecindario

September 14, 2022 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Hace muchos años acudí a un congreso para jóvenes donde por primera vez escuché acerca de ser misioneros. Allí nos compartieron sobre la bendición de poder ir a lugares lejanos a hablar acerca del evangelio, así como de servir a las comunidades a donde se va. Recuerdo perfecto que esa noche comencé a orar para tener la oportunidad de ser misionera, salir de mi comunidad, hacer discípulos de Cristo y, por supuesto, oraba también por si en algún momento me llegaba a casar, anhelaba que fuera con un misionero. 

Oraba continuamente por eso, pero los meses y años pasaron y jamás salí ni fui enviada a ninguna misión. Ese anhelo de ser misionera se fue apagando con el paso del tiempo, más aún cuando el hombre con el que me casé no tenía intención de salir al mundo a hablar de Cristo. Me convencí de que ser misionera, es decir, salir del lugar de residencia para ir a hablar con otros acerca de Cristo, hacer discípulos y servirles, no era mi llamado. Pero, ¿entonces cómo interpretar Mateo 28:19-20 y Hechos 1:8? ¿Ese llamado no es para todos? 

Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.  

Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. 

Ciertamente hay un llamado a ir a las naciones lejanas para hablar de Cristo. Gloria a Dios por aquellos hombres y mujeres que dejan familias, comunidades y salen de su hogar para viajar cientos o miles de kilómetros para dar a conocer el mensaje de salvación a un mundo que no lo conoce. Hombres y mujeres quienes anuncian que la vida, muerte, resurrección y segunda venida de Cristo nos ha dado una vida nueva en esta tierra, pero también en la eternidad. Cristo nos ha salvado y nos ha hecho Sus testigos en esta tierra, Sus embajadores para anunciar Su nombre (2 Cor. 5:20).    

Sin embargo, ya que es poco probable que todas nosotras vayamos a países lejanos como misioneras, eso no es impedimento para serlo en nuestra comunidad y hacer discípulos de Cristo. Todos los días estamos en misión. ¿Qué significa esto? Todos los cristianos somos o podemos ser misioneros cotidianos en nuestro día a día. Todos los días podemos ser testigos de Cristo y hablar de Su obra en nuestra cotidianidad, en nuestros lugares de trabajo, en la universidad, en los colegios de nuestros hijos, en los parques y, por supuesto, con nuestros vecinos. 

Hablar de estar en misión podría llevarnos a pensar que se trata de subirnos a un autobús, pararnos ante una multitud en un parque para hablar el evangelio y llamar al arrepentimiento. Pero no necesariamente es así. Hablar de estar en misión diaria es un acompañamiento continuo a aquellas personas que, al igual que nosotras, necesitan a Cristo en su día a día, en sus labores diarias. Todos los días necesitamos de Cristo, todos los días necesitamos el evangelio, todos los días necesitamos guardar todo lo que Cristo nos ha mandado. 

El llamado de Cristo a la gran comisión nos indica que debemos hacer discípulos de Él, esto no se logra en una sola ocasión o en un llamado al arrepentimiento y no volvernos a ver. Ciertamente hay un día en específico donde sabemos que Dios nos llamó y nos dio nueva vida en Cristo, pero hacer discípulos de Él, requiere tiempo. Tiempo, paciencia y estar presentes; es decir, estar en misión para hablar y mostrar el evangelio todos los días. 

Misioneras en la comunidad 

Ser misioneras en nuestra comunidad es un regalo del cielo. Tenemos la oportunidad de hablar y modelar el evangelio a aquellos que están cerca de nosotros. Es un regalo del cielo, porque al Dios hacernos parte de Su familia y de Su cuerpo, también nos ha dado el privilegio de conocerlo a Él, conocerlo como Padre, como proveedor, consolador, sanador, sustentador y de muchas otras formas más. Cuando lo conocemos y nos sabemos amadas por Él, por supuesto que anhelaremos darlo a conocer al que vive en una isla desierta al otro lado del mundo, pero también a nuestra vecina que sufre una pérdida.  

Cuando entendemos que ser misioneras es dar a conocer a Cristo, Su obra en la cruz y que el Reino de Dios se ha acercado a nosotros, ya no nos enfocaremos en salir miles de kilómetros, sino en compartir de Él a todos los que —soberana y providencialmente— están cerca de nosotras. Los que comparten el día a día con nosotras, los que nos conocen de cerca y pueden ser testigos de lo que Dios hace en los corazones de las personas que han rendido su vida a Él. 

Tú y yo somos misioneras en nuestras comunidades. Tenemos el privilegio y la oportunidad de hablar de Cristo, pero sobre todo, de vivir de manera tal que aquellos que nos conocen no tengan duda de quién es nuestro Dios, Padre y Señor. Si cada día nos levantamos con la convicción de que podremos apuntar a otros a Cristo a través de nuestras conversaciones mientras esperamos a nuestros hijos que juegan en el parque, a través de nuestro servicio a aquellos que están enfermos, a través de la forma en la que nos dirigimos a los niños de nuestros vecinos, a través de la hospitalidad que brindamos a las mujeres que nos rodean … entenderemos que ser misioneros va más allá de cruzar fronteras.  

A veces solo necesitamos cruzar la calle para dejarle saber a alguien que, «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna». (Juan 3:16) De esa forma podremos ser testigos en nuestros hogares, nuestras comunidades y, si Dios lo permite, hasta los confines de la tierra.  

Después de muchos años me doy cuenta de que las oraciones no tienen fecha de caducidad; nosotras podremos olvidarlas, pero Dios no. Mi esposo y nuestra familia no somos misioneros en un país lejano, pero hemos entendido que estamos en misión diaria, y eso nos ha llevado a amar más a nuestros vecinos, a hacerlos parte de nuestra vida cotidiana y, en la medida de lo posible, ser parte de sus vidas también. Vivimos en misión diaria en nuestra comunidad como familia, pero siempre acompañados de nuestra iglesia local.  

La vida de los creyentes en Cristo debe impactar en el día a día las vidas de los no creyentes; es probable que muchos de ellos no lleguen a una reunión dominical por sí solos, pero qué gran Dios tenemos que nos ha hecho parte de Su iglesia, de Su cuerpo y, a través de él, llevar a otros al conocimiento de Cristo. Dios nos ayude a ser fieles en la misión de que todo el mundo escuche acerca del Cristo que vivió, murió, resucitó y en algún momento volverá.


Karla de Fernández nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

¡Ayuda soy adicta a las redes sociales!

June 22, 2022 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Hola, mi nombre es Karla y tengo una necesidad constante de estar en las redes sociales y generar contenido en línea. Me costó mucho darme cuenta de esa verdad. Es probable que tampoco te hayas percatado que, al igual que yo, tienes una adicción a las redes sociales y a generar contenido en línea.   

Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest, TikTok, YouTube, WhatsApp. ¿En cuál de ellas estás? ¿Qué aplicaciones «ministeriales» tienes instaladas? ¿A cuántos grupos de WhatsApp con contenido evangélico perteneces? ¿Cuántos más en Facebook?  

Somos consumidoras 

Es probable que tengamos una adicción a las páginas con contenido bíblico, podcasts, perfiles en Instagram, videos en YouTube y TikTok, que no es malo en sí mismo. Pero puede ser que estemos invirtiendo mucho tiempo en ellas, más que el tiempo que pasamos directamente en nuestras Biblias, estudiando, orando, conociendo a Dios a través de Su Escritura y compartiendo con quienes nos rodean en casa y en nuestra iglesia local.  

¿En dónde nos estamos alimentando? Si hacemos la comparación entre lo que consumimos en las redes sociales y el tiempo de estudio de la Biblia, solas o en comunidad, ¿dónde hemos invertido más?  

Hablo porque lo he vivido, incluso, muchas veces recomendé ver, leer o escuchar enseñanzas a través de Internet mientras haces alguna otra actividad que no requiera tu total atención; como cuando vas conduciendo tu auto o mientras haces alguna otra labor. Esto no es malo en sí mismo, pero si todas esas actividades han tomado el lugar de nuestro encuentro personal con Dios, en la lectura de la Palabra y la oración, entonces es probable que esas aplicaciones hayan perdido el propósito inicial de acercarnos a Dios.  

Nos volvemos adictas a ellas porque es más sencillo escuchar y recibir de otros todo lo que necesitamos saber acerca de Dios y cómo vivir para Él, que pasar tiempo en oración y descubriendo por nosotras mismas esas joyas ocultas en la Palabra. Todo lo que requiera poco esfuerzo de nuestra parte, será más atractivo.  

Pero también, de una u otra forma podemos ser adictas a generar contenido bíblico en Internet. Quizá tengas un blog, un podcast, un canal de YouTube o simplemente uses tu perfil de Facebook para compartir el evangelio y se ha creado en ti una necesidad de estar compartiendo constantemente. Debemos recordar que, como hijas de Dios, estamos llamadas a ser luz, pero no somos la luz principal, solo somos el reflejo de Aquel que brilla por siempre, este es Jesús (Juan 8:12). Y esta verdad debe ser visible en cada área de nuestras vidas, en todo lugar, eso incluye nuestras redes sociales, lo que generamos y lo que compartimos de otros sitios también.  

Somos seducidas 

Nuestros ojos y nuestro corazón siempre querrán más y más, no se sacian de ver (Ecl. 1:8). Estaremos tentadas a consumir más y generar más contenido también, ganar más seguidores y likes para de esa forma ser más conocidas, seguidas y de una u otra forma, recibir la alabanza de quienes nos siguen.  

Nuestro corazón es engañoso y perverso (Jer. 17:9). Nos puede seducir con la mentira de que, como consumidoras, necesitamos estar en línea el mayor tiempo posible porque podríamos perdernos de alguna publicación importante. Nos puede seducir con la idea de que, siendo generadoras de contenido, somos indispensables porque «tenemos algo qué decir» y, sin darnos cuenta, terminaremos adictas a las redes sociales y a generar más contenido para estar presentes en todo sitio.  

Somos esclavas de aquellos a quienes hemos hecho dependientes de nosotras. Cuando no tengamos nada nuevo que decir, seguiremos publicando cualquier cosa solo para seguir activas, presentes, aunque sea algo hueco para los demás. No somos indispensables. No pasa nada si nos desconectamos de las redes. La vida sigue su curso con o sin nosotras. Nuestros amigos y quienes nos lean no dejarán de vivir porque de pronto ya no hay publicaciones nuestras. De hecho, si hacemos un buen trabajo en apuntarlos a Cristo, ellos buscarán directamente ser alimentados desde la Palabra de Dios más que de nuestro muro de Facebook o de cualquier página, blog o podcast y lo mismo haremos nosotras. 

No somos diosas 

Necesitamos estar conscientes de que todas debemos ir diariamente a la Palabra de Dios, pertenecer a una iglesia local donde se predique fielmente todo el consejo de Dios, donde podamos crecer en comunidad con otros creyentes.  Necesitamos la oración y estar conscientes de que, aunque Dios nos usa para bendecir a otros con lo que compartimos, nosotras no somos el Salvador, ni la Palabra viva, ni tampoco quienes dan discipulado a distancia, eso se vive en el contexto de iglesia local.  

Vivir en las redes y para las redes, es ilusorio, una adicción innecesaria. Una video llamada nunca igualará la conversación cara a cara bebiendo café con otros. Lo mismo sucede al compartir el evangelio, una pantalla no igualará lo glorioso que es estar con gente con quien podamos vivir el evangelio día a día, aunque eso implique vivir en el anonimato virtual la mayor parte del tiempo.  

El testimonio de Cristo obrando en nuestros corazones deberá hablar delante de Dios y de los que nos rodean, no solo delante de las pantallas del smartphone. Nos servimos unos a otros, nos animamos, exhortamos, nos estimulamos al amor y a las buenas obras (Heb. 10:24-25) unos a otros, personalmente. Vivamos dando testimonio del evangelio con quienes nos rodean, incluso si no recibimos palabras de aceptación como lo hacen nuestros seguidores en las redes sociales, incluso si nadie nos da las gracias, incluso si nunca reconocen que hemos podido servirles, incluso si nadie más nos ve. Dios sí está presente.   

Sirvamos a otros por amor y gratitud a Dios, porque somos Sus hijas, lo conocemos y podemos hablar de Él. Sirvamos a otros porque es lo que Cristo nos ha enseñado y porque en todo lo que hagamos para agradarle, Él se llevará la gloria. Vayamos a la cruz, el evangelio es suficiente para quitar nuestra adicción a estar conectadas en las redes sociales todo el tiempo si recordamos que la vida en Cristo se vive fuera de las pantallas, fuera de lo virtual. Reconozcamos que el llamado a compartir de Cristo es con aquellos que tenemos cerca, con los que lloran, con los que podemos servirles desde el corazón y a través de nuestras manos. Escojamos siempre lo mejor. 

Y esto pido en oración: que el amor de ustedes abunde aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento, a fin de que escojan lo mejor, para que sean puros e irreprensibles para el día de Cristo; llenos del fruto de justicia que es por medio de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios. (Fil. 1:9-11 NBLA).  

Una versión de este artículo fue publicado originalmente en Soldados de Jesucristo 

Karla de Fernández nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Un hogar bajo Su gracia – Karla de Fernández

March 6, 2022 By lifewaymujeres Leave a Comment

Lifeway Mujeres, trae para ti una serie de podcast como ningún otro. Serás edificada, enseñada e instruida en la Palabra de Dios. Será un espacio especial que puedes compartir y comentar con tus amigas, escuchar mientras tomas un café, o mientras haces ejercicio. Queremos acompañarte y caminar contigo en tu crecimiento con Dios.

Un hogar bajo Su gracia

La envidia y los celos

August 18, 2021 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por: Karla De Fernández

La envidia y los celos son de esos pecados a los que nos hemos acostumbrado tanto, que puede ser que estén clavados en nuestro corazón sin darnos cuenta.

¿Qué son la envidia y los celos?

Jerry Bridges, en su libro “Pecados respetables”, define la envidia como: “…el dolor que sentimos, y que a veces va acompañado de resentimiento, por las ventajas que otra persona tiene”. Los celos, por el contrario, los define como “intolerancia a la rivalidad”. 

Solemos pensar que la envidia y los celos son sinónimos, sin embargo, a la luz de la Escritura, vemos que no son lo mismo y que no se experimentan siempre por las mismas razones. 

Necesitamos entender cuál es la diferencia entre ambos para identificarlos en nuestra vida. Reconocer la forma en que estamos pecando, para entonces arrepentirnos delante de Dios y acudir al trono de la gracia a recibir dicho perdón a través del gran amor con que Cristo nos salvó.

Permíteme compartirte un par de ejemplos prácticos de ambos casos. Hablemos de los celos; es probable que siendo casada experimentes esa “intolerancia a la rivalidad” en cuanto a una mujer que pareciera que quiere ganar el afecto de tu esposo. Ese tipo de celos, es correcto, porque estás protegiendo la integridad de tu matrimonio y guardando, de cierta manera, la santidad entre marido y mujer.

Los celos pecaminosos, por el contrario, lo podemos ver claramente en las Escrituras en la historia conocida entre el rey Saúl y David, antes de ser nombrado rey.

Las mujeres cantaban mientras tocaban, y decían: «Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles». Entonces Saúl se enfureció, pues este dicho le desagradó, y dijo: «Han atribuido a David diez miles, pero a mí me han atribuido miles. ¿Y qué más le falta sino el reino?». De aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo. 
1 Samuel 18:7-9

Los celos, es decir, la intolerancia a la rivalidad de parte del rey Saúl, estos celos son pecaminosos, al grado de enfurecerse por lo que estaba sucediendo. Él era el rey, gobernaba todo, en ese momento su reino no corría peligro, no perdería la corona porque David no estaba buscando eso. 

Los celos del rey Saúl eran pecaminosos, eran celos combinados con ira porque la popularidad de David había crecido a los ojos de las personas que antes lo admiraban. Las voces de esas personas honraron más a David y eso sacó a relucir los celos pecaminosos que el rey tenía, la intolerancia a la rivalidad que experimentaba. 

El autor Jerry Bridges también dice que “Los celos pecaminosos surgen cuando tememos que alguien se convierta en una persona igual o superior a nosotros”.

La envidia, por otro lado, la experimentamos cuando otras personas tienen lo que nosotras deseamos. Surge desde dentro del corazón (Santiago 4:1-2). Es una creencia que nos hace sentir infelices cuando vemos que otras personas tienen lo que nosotras deseamos, lo que le hemos estado pidiendo a Dios en oración o lo que creemos que nosotras merecemos.

La envidia se manifiesta contra aquellos que tenemos cosas en común y con quienes estamos cercanos. No envidiamos a aquellos que son “inalcanzables” o con quienes se dedican a algo diferente a lo que nosotras desarrollamos y queremos mejorar. 

Tendemos a envidiar a quienes están cercanos a nosotros, a quienes realizan las mismas actividades y puede ser que tengan un mayor reconocimiento que nosotras o mayores oportunidades de sobresalir. Es poco probable que envidiemos a aquellos que están muy por encima de nosotras; por ejemplo: no me siento tentada a envidiar a escritoras como J.K. Rowling, Nancy Pearcey o Jane Austen aunque admiro mucho su trabajo, pero es probable que pueda envidiar a escritoras que están avanzando más que yo y quienes reciben un trato preferencial por parte de quienes a mí me han rechazado.  

Dios es celoso, pero no envidioso

Nuestro Dios es un Dios celoso, la Escritura nos dice: No adorarás a ningún otro dios, ya que el Señor, cuyo nombre es Celoso, es Dios celoso (Éxodo 34:14). Nuestro Dios nos cela con gran celo (Zacarías 8:2), no comparte Su gloria con nadie (Isaías 42:8), está celoso por nuestros afectos, por nuestro amor para con Él, cela nuestra adoración, nuestra dependencia a Él, cela nuestro corazón. 

Dios es celoso, pero sin pecado. Dios es celoso, mas no envidioso. Cuando nuestros corazones engañosos buscan otros dioses, cuando nuestros afectos se inclinan a lo creado más que al Creador, cuando nuestro amor busca amores sustitutos; nuestro Dios responde con celos santos, justos, celos que nos atraen a Él, que protegen lo que le pertenece a Él, no de manera pecaminosa -insisto- sino de manera Santa, como Él es.

Necesitamos a Cristo

Nosotras aún vivimos en este mundo roto y manchado por el pecado, aún estamos en un cuerpo pecaminoso y mortal inclinado a hacer el mal; aún experimentamos celos pecaminosos, envidia hacia los demás porque nuestros corazones están alejados de Aquel en quienes estamos completas, en quien encontramos plenitud: Cristo Jesús.

Necesitamos a Cristo todos los días, todo el tiempo; Él es el único que puede transformar el corazón, el único que limpia nuestros corazones celosos y envidiosos y los transforma en corazones que se alegran con los que se alegran (Romanos 12:15), que ve a los otros como a superiores que a sí mismo y que actúan sin rivalidad, sin egoísmo y sin vanagloria buscando su propio bien (Filipenses 2:3-4).

Cuando nuestros corazones comiencen a experimentar celos, cuando nuestros ojos se desvíen mirando a otros con envidia deseando lo que ellos tienen, recordemos que tenemos a Cristo quien en Su gracia nos perdona nuestros pecados limpiándonos de toda maldad si solo acudimos a Él en busca del perdón (1 Juan 1:9). Volvamos a Él, una y otra vez, Él es suficiente.

Karla De Fernández, nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Cuando amo más a lo creado que al Creador

April 14, 2021 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Desde el inicio, la Biblia enfatiza al Creador antes que a la creación: En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gén.1:1). Así mismo, cuando Él entregó al pueblo Su ley, la Escritura resalta: Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre (Éx. 20:1-2). Es interesante notar que, antes de que Dios procediera a entregar sus Diez palabras (título en hebreo) o Diez mandamientos, le recuerda a Su pueblo Su amor y Su fidelidad. Luego cita el primero de Sus mandamientos relacionado a Su exclusividad como Dios. La razón es manifiesta: Dios desea que Su pueblo entienda que Él es prioridad sobre todas las cosas.*

Podemos pensar que Dios sí es la prioridad en nuestra vida porque somos creyentes. Pero, a lo largo de la Escritura, y de nuestra vida también, podemos notar que la realidad es que Dios no ha sido la prioridad por ciertos períodos de nuestro paso por esta tierra, o bien, no lo ha sido en circunstancias específicas.

Cuando Dios no es nuestra prioridad, entonces alguien más o algo lo será. Prioridad podemos compararla con amar, es decir, si amo a Dios por sobre todo lo demás, Él será mi prioridad. No quiere decir que entonces deberemos dejar de amar todo lo que Él ha creado; lo que quiere decir es que debemos tener un orden correcto de nuestras prioridades y, por consiguiente, nuestro amor. 

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt. 22:37).

Nuestra prioridad es amar a Dios y después su creación; es decir, a nuestro prójimo y aun la creación que en Su gracia común nos ha dado para deleitarnos y reconocer Su gloria en ella. Es necesario recordar que por causa de la caída y del pecado en nosotras, nuestro amor por Dios ha sido manchado, no lo amamos perfectamente; de hecho, nos resistimos a amarlo hasta que Él nos atrae a Él y regenera nuestro corazón. Es ahí donde comienza una restauración de ese amor que no debió cambiar nunca, y por eso es que ahora, concienzudamente es que podemos buscarlo y amarlo cada día, porque somos nuevas criaturas, tenemos un nuevo corazón (2 Co. 5:17).

Un corazón desviado

Como Juan Calvino dijo alguna vez: “Nuestro corazón es una fábrica de ídolos”; cuando dejamos de amar a Dios como deberíamos amarlo, entonces buscaremos algo o alguien más a quien podamos amar, y de quienes podamos obtener seguridad o tranquilidad. Algo o alguien más que nos ofrezca de manera imperfecta y raquítica lo que solo podemos encontrar en Dios. 

Por causa del pecado, nos desviamos en nuestro amor a Dios y comenzamos a amar más a Su creación (Ro. 1:25).  Esto, aunque podría suceder de manera imperceptible, puede ser muy peligroso porque, como lo vemos a lo largo de la historia de la Biblia, podríamos alejarnos de nuestro amor por Dios; y, por consiguiente, dejaremos de adorarle por completo para darle adoración a la creación. 

Tú y yo podemos estar en este momento amando más a la creación que a Dios mismo y quizá no nos hemos dado cuenta. Solemos ignorar las alertas pequeñas porque no tenemos un becerro de oro en nuestro jardín, pero, no solo existen las manifestaciones visibles de amor y adoración a lo creado, puesto que todo comienza desde dentro, desde nuestro corazón, podrá ser invisible a nuestros ojos. 

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de hacer ídolos que nos alejen de la adoración a Dios (Ex. 20:3-5).

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, buscaremos ser amados y aprobados por ellos más que por Dios (Gál. 1:10).

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nos será más difícil dejar las viejas prácticas por temor a ofender a otros. 

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de defender posturas o creencias de nuestros amigos, aun cuando estas contradigan la Palabra de Dios. 

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, corremos el riesgo de mentir para guardar nuestra reputación, olvidando que a Dios le importa más nuestro carácter.

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestro carácter puede ser modificado, más no transformado por el Espíritu Santo.

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestra vida de iglesia se verá afectada, buscaremos cada vez menos tener comunión con aquellos que nos recuerdan que estamos pecando alejándonos de Dios.

Cuando amamos más a lo creado que al Creador, nuestra vida de oración y lectura de la Palabra, irá disminuyendo considerablemente, o pediremos conforme a nuestra voluntad y no la de Dios.

Hay esperanza

Nuestro Dios no nos ha dejado solas, Su Espíritu Santo mora en nosotras y de una u otra forma, si somos Sus hijas, nos atraerá a Él. Nos ha dejado medios de gracia para encontrarnos con Él: Su Palabra donde podemos ver nuestro corazón con más claridad, el consejo y exhortación de nuestros esposos (a quienes estamos casadas), nuestros padres, la iglesia local, hermanas en la fe, la oración. Incluyamos en nuestras oraciones la petición de, “si estoy amando más a lo creado que al Creador, atráeme de vuelta a Ti”.

Pidamos a Dios que nos llame al arrepentimiento para ponernos a cuentas con Él. Pidamos un espíritu humilde y enseñable para que cuando otros nos muestren nuestros errores y nuestra infidelidad a Dios, atendamos el llamado y volvamos a los pies de la cruz. 

El llamado del Señor, como ya hemos dicho, exige entrega total. Eso no significa que debemos perder nuestra personalidad y que tendremos que apartarnos de todo y de todos. Sin embargo, cuando Dios llama, desea que le entreguemos lo que pensamos, lo que creemos y lo que deseamos, es decir, nuestro ser completo. Si estamos convencidos, pidamos al Señor que oriente nuestro corazón a la necesidad de comprometernos.*

*Miguel Núñez con Viola Núñez, La ley de la Libertad, los Diez Mandamientos: aplicaciones para la vida del creyente (Nashville: B&H, 2020) 41 y 48

Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Un corazón agradecido en el trabajo

November 11, 2020 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Hace aproximadamente seis meses que la pandemia por Coronavirus-19 sorprendió de manera abrupta a la población. Países grandes y pequeños se detuvieron de un día a otro para que la población se resguardara en sus hogares para la preservación de su vida. 

Poco sabíamos de ese virus microscópico que detuvo naciones y que paralizó la economía. Empresas detuvieron producción, negocios cerraron, miles, millones de empleos se perdieron alrededor del mundo dejando a las familias con la incertidumbre si podrían sostenerse sin una fuente de ingresos.

Con el paso del tiempo y conociendo más como actúa el virus, los médicos y gobiernos de los diferentes países ante la necesidad de reactivar la economía, han instruido a la población a regresar paulatinamente a los empleos que aún están disponibles y a la apertura de algunos negocios que no presentan mayor riesgo de contagio entre las personas que laboran y las que pudieran acudir a ellos.

Poco a poco regresamos a lo que han llamado nueva normalidad. Una normalidad en la que algunos hemos aprendido a ser más conscientes de nuestra salud, otros han reconocido su necesidad de afianzar su fe en Cristo, otros más en agradecer un día más de vida y lo que con ella venga. 

Este tiempo ha servido también para aprender de contentamiento y de agradecer con intencionalidad por lo que se nos ha permitido vivir, que, aunque no han sido momentos sencillos o agradables, ir a la Palabra nos recuerda que todo lo que nos acontece a los hijos de Dios es para nuestro bien (Ro. 8:28), para que en medio de las pruebas y aflicciones nuestro carácter sea transformado y nos parezcamos más a Cristo.

En medio de la pandemia, o lo que sea que nos ha tocado vivir, nuestro corazón debe estar confiado en que la voluntad de Dios para nosotros es buena, agradable y perfecta. ¿Por qué te digo todo esto? ¿Por qué hago mención de la pandemia y lo que esta trajo? Porque a raíz de ese paro en la economía, un gran número de personas que quedaron sin empleo hoy están laborando en lugares que quizá no es de su agrado, pero por la necesidad del momento, siguen ahí. 

Muchos quizá frustrados, descontentos, desanimados; algunos con un sueldo muy por debajo de lo que sus gastos requieren, otros quizá teniendo maestrías o doctorados se encuentran laborando en un lugar donde no se requiere de estudios. Otros cuantos estarán en un lugar donde no se le reconoce la labor que hace y es un número más en la lista de empleados o quienes tienen una larga jornada laboral y no hay tiempo para nada más que dormir. Todo esto es triste, y muy real.

No quiero parecer simplista o indolente ante estas situaciones, en realidad las hablo desde la experiencia porque he estado en más de una de ellas en el pasado. Sin embargo, con el paso del tiempo y mirando hacia atrás a cada empleo que tuve, puedo ver que la gracia de Dios siempre estuvo allí y es mi oración que puedas no solo recibirla, sino reconocerla y apreciarla también en el lugar donde estás laborando.

En Su gracia estamos todos los hijos de Dios, en el lugar que estamos es por Su gracia y porque soberanamente el Señor así lo ha orquestado. Puede que no sea el lugar que a nuestros ojos sea el mejor, pero a los ojos de Dios, sí lo es.

Si nosotras supiéramos lo que Dios sabe acerca de cómo terminaremos a final de año, quizá viviríamos más contentos, menos preocupados y más agradecidos con Él. Pero, para ser honestas, si supiéramos todo eso, es muy probable que también estaríamos lejos de Dios por la seguridad que el conocer algo nos brinda.

Entonces, como no sabemos cómo terminará ni el año, el mes o el día, necesitamos descansar en que Dios sí lo sabe, y no solo eso, sino en descansar que Él tiene cuidado de nosotras y que Él sigue siendo Dios, sigue estando en Su trono, Él sigue gobernando sobre toda la creación.

Créeme, aunque no sepamos cómo será, sí podemos vivir contentas recordando que Cristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, eso incluye los días y los lugares donde pareciera que no es donde deberíamos estar. 

Menos preocupadas porque siendo hijas de Dios, Él tiene cuidado de nosotras; tenemos un sitio donde laborar y por el cual Dios nos provee para ayudar a sustentar el hogar en el que estamos. Es Dios cuidando de Sus hijas cuando en todo el mundo aún no hay claridad para lo que deparará en cuanto a la economía. 

Más agradecidas, porque de tantos miles y de personas a nuestro alrededor sin un empleo formal, nosotras tenemos uno que Dios ha permitido tengamos. Si cada noche nos tomamos unos minutos para agradecer por las bendiciones diarias nos daremos cuenta de cuán bendecidas hemos sido, de cómo todo lo que tenemos y el lugar donde estamos es solo por Su gracia, para nuestra santificación y finalmente para Su gloria.

Veamos a nuestro alrededor, admiremos lo que Dios ha hecho con nosotras. Mira ese empleo como una oportunidad para crecer en contentamiento, en paciencia para con los que te rodean; mira a tus compañeros de trabajo y quizá te des cuenta de que uno de los motivos por los cuales Dios te tiene ahí es por la gran necesidad que ellos tienen de Dios y tú eres a quien Dios usará para encaminarlos a Su Hijo Jesucristo.

Mira ese lugar cómo una oportunidad de servicio al Señor, de poder orar con otros. Piensa en esto, es probable que ese trabajo no sea el ideal para ti, no es lo que quisieras como para hacer carrera allí, pero en la economía de Dios, nada de lo que hacemos se trata de nosotros, nada es para nuestra gloria, sino para la gloria de Su Nombre. 

Al estar donde estamos, se sigue tratando de Él. No es el empleo ideal para nosotros, pero sí es el ideal para compartir el evangelio, y Dios lo sabe. Que cada empleo que tengamos vayamos con la mentalidad y la oración de que Dios será exaltado, nosotras santificadas y al final, Su gloria será manifiesta. 

Gracias a Dios por esos empleos que nos recuerdan que todo se trata de Él. 

Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre (Col. 3:17).


Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

Me siento seca

June 10, 2020 By lifewaymujeres 3 Comments

Por Karla de Fernández

Había llegado al grado de decir: “Estoy seca Señor, te necesito, me siento morir. Me he dedicado a Tu obra y a enseñar Tu Palabra, pero al mismo tiempo me he alejado de ti. Es como si en ese camino en Tu búsqueda, me extravié y dejé de verte”. 

Quería con todas mis fuerzas regresar, pero no lo hacía. Me llené de enojo, rabia y también de una tristeza que invadía mi alma al saberme seca y lejos. No hilaba una oración, no quería orar, no quería, estaba enojada porque me había descuidado y estando ahora seca, no podía hablar con Él con facilidad. Seguía con el orgullo muy arriba sin reconocer que, en Él, en Su Palabra estaba la respuesta y no en mí ni en mis ganas de buscarlo. Nunca se ha tratado de mí.

Y tengo claro que no pasó de un momento a otro, realmente todo comienza por algo pequeño. Probablemente un día no quise leer mi Biblia, no quise orar, y así de un día se hizo frecuente. El dejar de asistir algunos domingos a la iglesia local por diversas cuestiones que al principio parecían inofensivas, el dejar de orar con mi esposo, darle prioridad a todo, menos a lo realmente importante. Las redes sociales se convirtieron en mi nueva rutina y necesidad al despertarme y acostarme. Yo estaba lejos de Dios por mí misma.

Una pequeña grieta sin resanar en nuestra comunión con Dios puede dar como resultado un caos si no se trata a tiempo.

No todo está perdido

Por el sacrificio de Cristo en la cruz y la gracia constante de Dios, todos los que hemos creído en Él, en Su muerte y resurrección, tenemos acceso al Padre, ese es un regalo inmerecido. Podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia e implorar misericordia. Nunca minimicemos ese gran regalo.

No trivialicemos Su presencia. Es decir, sabemos que Dios siempre está y en lugar de agradecer, gozarnos y estar en comunión con Él lo vamos posponiendo tal como lo haríamos con cualquier persona con quien convivimos mucho y cada vez hablamos menos, cuando debería ser exactamente al revés.

Cuando nos damos cuenta de que estamos lejos de Él, volvamos cuanto antes, toma la Palabra, ora. La obediencia empieza obedeciendo no sintiendo. 

También acudamos con hermanas maduras y firmes en la fe que nos ayuden, que oren con y por nosotras. Somos comunidad y necesitamos de otros a quienes podamos abrir nuestros corazones y rendir cuentas. Si tu esposo es creyente, ve con él, humíllate y reconoce tu necesidad. Pídele que ore por ti. Él es tu compañero de oración para toda la vida. Las oraciones de nuestros esposos por nosotras son una bendición. 

Ahora entiendo las palabras del rey David que narra su hijo Salomón en el Prov. 4:4-9 cuando le dice: 

“y él me enseñaba y me decía: Retenga tu corazón mis palabras, guarda mis mandamientos y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no te olvides ni te apartes de las palabras de mi boca; No la abandones y ella velará sobre ti, ámala y ella te protegerá. Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia. Estímala, y ella te ensalzará; ella te honrará si tú la abrazas; guirnalda de gracia pondrá en tu cabeza, corona de hermosura te entregará”.

Retenga tu corazón mis palabras

Nuestro engañoso corazón se desvía continuamente por lo efímero, por la banalidad; necesitamos todos los días recordarle el evangelio, hablarle a nuestra alma la verdad de Dios. Hemos de recordarle que necesitamos a Cristo, Su Palabra y todo el consejo de Dios para vivir una vida que honre y dé gloria a Dios, una vida centrada en Él.

Guarda mis mandamientos y vivirás

Porque Su Palabra nos vivifica (Sal. 119:25). Es en esos momentos en los que nos sentimos secas, vacías, Su Palabra, la obra de Cristo nos aviva, nos recuerda a quién pertenecemos y cómo podemos volver al manantial de vida. Es tan cierto aquello de que “cuando no sientas ganas de orar, ora más”, y aplica con la Palabra de Dios también.

Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia

Busquémosla y enseñemos a nuestros hijos y a quienes tengamos cerca cómo buscarla y obtenerla. Esa es parte de la instrucción que Dios nos deja a los padres en Deuteronomio 6. Cuando encontramos esa sabiduría de parte de Dios, tenemos una visión diferente de la vida, de la muerte y de nuestro caminar en la tierra, esta vida será para agradar a Dios, glorificarle y gozarnos en Él para siempre.

No te olvides, ni te apartes de las razones de mi boca

Es un llamado un tanto “desesperado” a que su hijo atienda y nunca se aparte de los consejos recibidos de parte de su padre. Yo como madre, puedo entender el deseo de que nuestros hijos nos escuchen y obedezcan porque buscamos lo mejor para ellos ¿y cuántas veces ellos se rebelan a nuestras indicaciones? 

¿Y nosotras? ¿Cómo actuamos con nuestro amado Padre?, nos ha mostrado el camino que debemos seguir porque Él es lo mejor para nosotras y en diversas ocasiones nos alejamos deliberadamente.

Es el rey David hablando a su hijo, aconsejando a que no se apartara del consejo, y sabemos que al final Salomón se apartó. Que no nos suceda lo mismo, aún hay esperanza, le pertenecemos, tengamos presente Su Palabra, Su enseñanza, Su evangelio y oremos porque Él nos fortalezca y permita llegar al final de nuestra carrera, de manera fiel.

Contracultura

La Palabra de Dios nos instruye a adquirir sabiduría en un mundo que nos grita que no necesitamos a Dios. Nos quieren convencer de vivir el momento, de confiar en nuestro corazón y que no existe una verdad absoluta, y que todo es relativo.

Ellos aman lo temporal, lo efímero, sabiduría mundana. Necesitamos la sabiduría que viene de lo alto, la que nos lleva a vivir sabiendo que estamos de paso. Tenemos un Dios que nos escucha, nos ama, nos ve… y con esa verdad actuamos de manera diferente porque Dios rige nuestra vida y anhelamos agradarle (Stg. 3:17-18). Esa sabiduría que nos librará de sentirnos secas porque siempre estaremos bebiendo del agua de vida. Confiamos que cuando haya un momento en que nuestro pie se desvíe, nos regresará una mano amorosa al camino angosto. Y eso es gracia de Dios a sus hijos.

No busquemos lo que le pertenece al mundo y que, al morir, aquí se quedará, busquemos lo celestial, lo que perdurará por la eternidad.

Karla de Fernández, nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

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