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Por María Renée Pappa de Cattousse

Todo inició en el Edén

«A la vida de Adán y Eva no le faltaba nada; tenían todas las razones para estar perfectamente contentos. Sin embargo, cuando la serpiente le sugirió a Eva que había algo que ella no tenía, algo que necesitaba para ser feliz (la sabiduría que obtendría al comer del árbol prohibido y la experiencia deliciosa de probar su fruto), Eva permitió que la perspectiva de la serpiente le diera forma a la de ella. En vez de contentarse con todas las cosas buenas que había recibido y que la rodeaban, Eva empezó a ver un lugar vacío en su vida, en su dieta, en su conocimiento y experiencia. Su deseo de algo más, algo distinto que la provisión de Dios, junto con sus crecientes dudas sobre la bondad del Señor, la llevaron a buscar algo que pensó que la haría feliz y la satisfaría.
Ah, cómo se le debe haber vuelto amargo aquel bocado en el estómago a medida que caía en la cuenta de la realidad de lo que había hecho».

Después de leer estas líneas en el libro Mejor que el Edén de Nancy Guthrie, el repasar esta porción en mi mente, me ha llevado a pensar en nuestra insuficiencia y reacción humana a necesitar algo más, siempre hay algo más. Adán y Eva tenían lo suficiente, mucho más que eso, tenían lo mejor, la presencia de Dios constante, eso no bastó; hubo algo más que sedujo su corazón. Te recomiendo este libro.

Somos insuficientes

Sé autosuficiente, una invitación que escuchamos muchas veces, pero esa voz también viene de nuestro interior. ¡Tener la capacidad de arreglárnoslas por nosotras mismas! ¿Por qué no intentarlo? La idea es tan seductora cómo quizás para Eva fue comer del fruto prohibido.

De pronto, nos vemos en la necesidad de tomar decisiones, resolver asuntos, cubrir necesidades. Luchamos con nuestras fuerzas «motivándonos» con un: ¡Sí se puede!
Algunas veces parece que lo logramos (espejismos) y la sensación de autosuficiencia se convierte en gasolina para dejar que de manera desmedida confiemos en nosotras mismas ¿verdad? El resultado, arrogancia y orgullo. Cuando nos enfrentamos a la realidad y vemos el límite de nuestras capacidades, entonces enfrentamos insatisfacción, afanes interminables, frustración.

¿Alguna vez imaginaste vivir una pandemia? Hace tres años fuimos informados que estábamos por atravesar una. Independientemente de que nuestra reacción fuera incredulidad o miedo extremo, algo fue evidente: nuestra insuficiencia. No podíamos resolver el problema o impedir que la enfermedad tocara la puerta de nuestros hogares.

El mundo entero estaba expectante, vulnerable, paralizado, pendientes de las medidas de protección recomendadas. Restricciones en horarios, reuniones, dolor, enfermedad angustia y muerte eran las noticias diarias. Incapaces de entender lo que estaba pasando, mucho menos de ser parte de la solución.

Iniciamos con un vistazo en el Edén (pudimos ver la insuficiencia de Eva en estar satisfecha con lo que tenía), luego la pandemia (el mundo entero vulnerable, incapaz de poder impedir que los casos de contagios aumentaran). Reduzcamos el perímetro de nuestra visión y basta un vistazo a un día en nuestra vida cotidiana. Veamos quizás la maternidad, salud, nuestras relaciones interpersonales, trabajo, estudios. ¿Acaso podemos lograr siempre que nuestros planes se lleven a cabo tal como lo tenemos pensado? Necesitamos reconocer nuestra insuficiencia, ¿cómo? Reconociendo nuestros límites pero dando oportunidad a entender que hay algo más.

Dios es suficiente

Yo soy el Señor, Dios de toda la humanidad. ¿Hay algo imposible para mí? (Jer. 32:27 NVI).
¡Esto es suficiencia! Sólo Dios tiene autoridad para decir que no existe algo que no Él pueda hacer. Solamente Él puede respaldar Sus palabras con fidelidad y poder absoluto.

En el Huerto del Edén no había algo que hiciera falta, la mayor provisión: Dios mismo.
El trago amargo se había experimentado, vino la caída, Eva no confió en lo que su Creador dijo que era bueno para ellos. Dios interviene ofreciendo Su plan redentor para restablecer lo que la creación rompió (Gén. 3:15). Muchos creyeron y esperaron en esa promesa. Nosotros podemos ver hacia atrás y maravillarnos de su cumplimiento en Cristo con Su venida, muerte y resurrección. Él es suficiente, lo fue y lo será.

Resulta fácil hacer conjeturas sobre Eva por no confiar en Dios y comer del fruto prohibido. Nosotros tampoco confiamos cuando respondemos insatisfechos a lo que nos ha dado o ha permitido, obramos de manera independiente a lo que ha dicho que nos es bueno. Comemos el fruto prohibido de la autosuficiencia, haciendo según nos parece.

Hemos sido diseñados para estar arraigados en Él y disfrutar de Su presencia, pero ponemos oído a otros ofrecimientos que nos alejan de Su voluntad.

Respecto a nuestra insuficiencia y la suficiencia de Dios hay un tema de trascendencia para los creyentes: la salvación que Dios otorga por gracia. Es necesario que conozcamos las Escrituras porque ellas nos revelan el carácter y los atributos de Dios, nos muestra que de Él es la salvación.

Creer para nuestra salvación, entender que no nos salvamos a nosotros mismos ni podemos salvar a quienes amamos resulta ser una batalla mental y espiritual. Gracias a Dios por Su Palabra que nos enseña y transforma nuestra manera de pensar. Nos hace saber que en ningún lugar hay salvación fuera de la obra de Dios en Cristo (Sal. 62:1; Hech. 2:21; 4:12; Heb. 9:28; 2 Tim. 1:9; Ef. 2:4-10).

¡Que nuestra insuficiencia lejos de producirnos sabor amargo nos haga ver la realidad de nuestra condición, permitiéndonos confiar en Aquel que es suficiente para llamarnos, salvarnos, sostenernos y transformarnos. Experimentando nuestra alma el dulce sabor de Su presencia, cada día en cada circunstancia!


María Renée de Cattousse, pecadora, salvada por gracia, justificada por la fe en la obra de Cristo, redimida por la misericordia de Dios. Es miembro de la Iglesia Reforma en la ciudad de Guatemala. Esposa de Carlton, mamá de Mario René y Valeria. Odontóloga.

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