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ELODIE QUETANT

¿Alguna vez perdiste la confianza en Dios? Yo sí. Sentí como si un globo se desinflara rápidamente en mi pecho. Mientras intentaba con desesperación encontrar algún pasaje bíblico en mi mente que me diera esperanza, el nivel de aire de mi fe se agotaba y de repente fue demasiado tarde… mi corazón decidió culpar a Dios. Nunca antes me había pasado esto. Incluso en medio de las peores circunstancias de la vida, había tenido fe en que Dios me veía y me escuchaba.

Esta vez no.

Muchas veces escuché a otros que habían caído en este pozo y de alguna manera sabía que no saldría ilesa el día en que la incredulidad viniera a buscarme. Sin embargo, mi fe en el cuidado de Dios no se desvaneció en medio de las ruinas de uno de mis sueños joviales, como siempre había imaginado. No. Decidió abandonarme en medio de una noche invernal, mientras miraba a mi madre calcular mentalmente cuánto tiempo tenía antes de que le quitaran el auto.

Y como una madre que intenta agarrar a su hijito antes de que se dispare corriendo, yo me aferré a los últimos vestigios de mi fe y balbuceé una palabra de ánimo. «Todo estará bien, mamá; tan solo ora». No estaba del todo convencida de que la oración ayudaría, pero razoné que sería más fácil sobrevivir a mi propia desconfianza que a la de mi mamá.

Ser criada por una madre soltera tiene sus desafíos. A menudo, es una crianza caracterizada por faltas: falta de comida, falta de ropa. Y esta era tan solo otra instancia de no tener lo suficiente. Recién cuando fui a caminar un poco, recordé las palabras de mi precioso Señor: «No se preocupen por su vida» (Mat. 6:25). Este recordatorio fue como un bálsamo para una herida. A continuación, los versículos 31‑32 vinieron a mi rescate: «Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” […] el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». Esto me recordó que Dios sí me ve y tiene en cuenta todas mis necesidades. Esta palabra me reconfortó y avivó mi fe durante meses.

SU MANO FUERTE

Recuerdo esa vez en mi vida cuando leí las palabras del salmista en el Salmo 119:49:

Acuérdate de la palabra que diste a este siervo tuyo, palabra con la que me infundiste esperanza.

La esperanza firme de David estaba en aquello que Dios le aseguraba. Como Dios mismo era el que prometía, David podía proclamar con audacia: Tú lo dijiste, Señor. Ahora, acuérdate de mí. Si Dios lo había dicho, entonces estaba garantizado.

En los momentos en que nos sentimos invisibles, podemos contrarrestar esos sentimientos volátiles que nos dicen que no importamos con la verdad de que Dios jamás nos dejará ni nos abandonará (Heb. 13:5). Cuando las desilusiones de la vida nos agobian, podemos recordar que Dios es el que levanta nuestra cabeza (Sal. 3:3). Cuando sentimos que vamos por la vida solas, podemos saber que Dios es quien nos ayuda (Isa. 41:10).

Dios también nos da esperanza en Su Palabra. Sabe que podemos contar con Él, y con amor amarra nuestro corazón a Sus promesas.

La esperanza frustrada aflige al corazón (Prov. 13:12), pero el Señor renueva nuestra esperanza y la cumple con gracia. Elige alguna promesa de Dios y aférrate a ella con todo tu ser, sabiendo que, a medida que lo hagas, Sus manos fortalecerán las tuyas.

La Palabra reconfortante de Dios no solo produce esperanza, sino que también trae vida. Considera Isaías 55:10‑11:

Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven allá sin regar antes la tierra y hacerla fecundar y germinar para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así es también la palabra que sale de mi boca.

La Palabra de Dios riega, sustenta y revive nuestro corazón. Es lo único que sacia nuestra sed. Sus promesas nos hacen crecer y hasta impregnan a los que nos rodean, si se los permitimos. Ah, ¡cuántas bendiciones nos perdemos cuando no estamos en comunión habitual con nuestro Dios!

El consuelo de David en su aflicción era justamente este: la Palabra de Dios, la cual revive lo que está muerto. Las promesas del Señor probaron ser ciertas para un muchacho que huía de un rey sediento de poder (1 Sam. 21–31). ¿Puede nuestro corazón permanecer endurecido hacia el mismo Dios que llama a los cielos y la tierra a permanecer unidos (Isa. 48:13)? ¿Puede nuestra alma permanecer ansiosa cuando Cristo, que murió por nosotras, nos manda a no tener miedo y creer nada más (Mar. 5:36)?

RECUERDA, RECUERDA

Como si nuestras burlas interiores y caprichos infantiles no fueran lo suficientemente malos, a los cristianos los sermonean de muchos lados. Los intelectuales pretenciosos teorizan para probar que nuestro Dios es falso. Los autodenominados gurús «espirituales» nos instan a confiar en nosotras mismas, en el dinero o en algún dios falso que hace promesas falsas y después no cumple ninguna. Nuestros propios familiares tal vez argumenten que el cristianismo es algo arcaico. Sin embargo, hemos probado y visto que el Señor es bueno (Sal. 34:8). Sabemos que solo Cristo tiene palabras de vida eterna (Juan 6:68). Así que no permitas que las burlas te lleven a desviarte del camino angosto. Si tropezamos, tropecemos para adelante. Si nos detenemos un momento, que sea en medio de una comunidad amorosa que nos anime a seguir avanzando.

En medio de las burlas del mundo y de nuestro clamor por respuestas, que podamos tener la misma determinación que el salmista en el Salmo 119:51: no alejarnos de lo que sabemos que es verdad, la Palabra de Dios. Elisabeth Elliot declaró una vez: «La fe no elimina las preguntas. Pero sí sabe adónde llevarlas». Que se pueda decir eso de nosotras.

Sé que Dios permite ciertas cosas en nuestras vidas para que aprendamos, crezcamos en sabiduría y nos parezcamos más y más a Cristo. Sin embargo, en esos momentos, quisiera tener las respuestas a la mano. Razono que podría aprender una lección profunda o descubrir una dulce verdad de Dios al observar el sufrimiento de otra persona. ¿Por qué debo hacerme amiga de las dificultades?

¿Por qué nos preocupamos antes de confiar? Porque no llevamos la Palabra de Dios en nuestro corazón tanto como deberíamos. En el versículo 52, el salmista exclama: «Me acuerdo, Señor, de tus juicios de antaño, y encuentro consuelo en ellos». Aquí es donde podemos hallar consuelo; pero este consuelo se nos escapa si no recordamos las obras del Señor. El Señor es grandioso (Sal. 104:1), pero esta es una verdad que los israelitas olvidaron mientras estaban en el desierto (y a lo largo de su historia). No se acordaron de que Dios había abierto el Mar Rojo para que ellos cruzaran, mientras se quejaban por la falta de carne en el desierto. Vieron cómo los cuerpos de los egipcios, sus antiguos opresores, llegaban flotando a la costa… y aun así, siguieron quejándose por el estado del agua que tenían para beber. Al ver esto, me asombro y sacudo la cabeza. Y después, hago lo mismo. ¿Me quejaré también por el pan, cuando Dios me ha dado toda bendición espiritual en Cristo (Ef. 1:3)? Es un camino peligroso porque la falta de memoria pronto le da paso a la falta de fe. Thomas Watson, predicador y autor, dijo una vez: «Si la Palabra no permanece en la memoria, no puede prosperar». Recordemos que Dios estuvo presente cuando lo necesitábamos, y volverá a estar.

FURIA Y CANCIONES

A veces, olvidar la Palabra de Dios viene seguido de un abandono de la Palabra. Y un gran mal viene de aquellos que desprecian los mandamientos de Dios. En el versículo 53, vemos la respuesta de David a esto: la furia.

Nosotras también podemos sentir un enojo justo ante los malvados. Debería horrorizarnos lo que hacen los que abandonan la Palabra de Dios. Pero a veces, no es así. Tal vez sea el roce constante con el mal que ha enfriado nuestro odio justo del pecado contra Dios. Si tu alma no se lamenta habitualmente por el pecado que te rodea y que está en ti, detente a considerar la luz y la santidad del Dios todopoderoso. El mal que nos rodea es descarado. La maldad de los que desprecian los caminos de Dios es vil. El pecado desenfrenado y sus efectos se repiten en ciclos en los programas de noticias de nuestra época. Si vas por la calle, puedes ver la depravación de la humanidad a plena luz. Y eso debería movernos a la furia.

Sabemos que este mundo no mejorará con el tiempo, y esto me angustia. Los juicios y las obras malvadas del mundo, así como las idas y venidas de mi corazón rebelde, son más evidencia de que este no es mi hogar. Espero el regreso de Cristo con toda el alma, más que los centinelas a la mañana. No hay nada que calme mi malestar en estos momentos de angustia como una canción en mi alma. David se refiere exactamente a esta sensación y este malestar en el versículo 54: «Tus decretos han sido mis cánticos en el lugar de mi destierro».

Me recuerda lo que dijo Frederick Douglass de las canciones de los esclavos:

Eran tonadas fuertes, largas y profundas; exhalaban la oración y la queja de almas que hervían en la angustia más amarga. Cada tonada era un testimonio contra la esclavitud y una oración a Dios pidiendo libertad de las cadenas.

Douglass continúa:

Los esclavos cantan más cuando más infelices se encuentran. Las canciones del esclavo representan las angustias de su corazón; y les producen alivio, tal como un corazón dolido se alivia con las lágrimas.

(Relato de la vida de Frederick Douglass, un esclavo estadounidense, págs. 11‑12).

Hay circunstancias en la vida donde la única opción para atravesarlas es cantar. Eleva tu voz y canta… permite que tu adoración y petición a Dios suban a medida que entonas tu melodía. Muchas veces, canto None Like You [Nadie como tú], junto con Marvin Sapp. Medito en la obra de Cristo en la cruz con The Blood Medley [Varios sobre la sangre] de Tamela Mann. Cuando Lord, Remember Me [Señor, acuérdate de mí], de Sam Cooke & The Soul Stirrers suena a todo volumen en mis bocinas, siento ese clamor en mi corazón. Recordarme la fidelidad de Dios y aliviar mis cargas con el canto puede «endulza[r] las tribulaciones del peregrinaje», como dijo una vez el teólogo Franz Delitzsch.

UN NOMBRE EN LA NOCHE

En el versículo 55, David le dice a Dios: «Señor, por la noche evoco tu nombre; ¡quiero cumplir tu ley!». ¿Qué significa evocar el «nombre» de Dios? El nombre de Dios es Su carácter, Su esencia, Sus atributos… Su mismo ser. No se trata solo de un nombre. Cuando consideramos Éxodo 33 y 34, entendemos mejor lo que David dice aquí. En Éxodo 33:18, Moisés dijo: «Déjame verte en todo tu esplendor», lo cual es, literalmente, el peso pleno o la esencia de Dios. El Señor le respondió: «Voy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a conocer mi nombre». Dios proclamó Su nombre porque eso era lo que revelaba Su carácter y Su gloria. Dijo: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable» (Ex. 34:6‑7).

Recordar el nombre del Señor como hace David en el Salmo 119:55 implica meditar en la esencia misma de Dios y disfrutarla, la cual Éxodo 34 señala que es la misericordia, la gracia, la paciencia, el amor, la fidelidad, el perdón y la justicia de Dios. Después del ajetreo del día, mientras yacía en su cama, David recordaba todas estas cosas sobre su Dios. Contemplaba la misericordia, la gracia y la compasión del Señor para con él. Tal vez David reflexionaba en la paciencia de Dios con él a pesar de su pecado (2 Sam. 11) y consideraba cómo el Señor había permanecido fiel cuando él no lo había hecho.

En lugar de preocuparte y hacer cálculos mientras estás acostada, permite que el peso de la esencia de Dios te reconforte hasta dormirte, y te anime a la justicia. Su gloria reconforta tu corazón al ir conquistando tus temores. Además, saber que Dios es bueno, justo, veraz y fiel nos infunde ánimo para cumplir Su Palabra.

En última instancia, esta es una de las mayores bendiciones: obedecer la Palabra de Dios. En el Salmo 119:56, David declara: «Estas bendiciones tuve porque guardé tus mandamientos» (RVR1960). Su carácter, Sus obras y Su misericordia nos impulsan a ir por Sus caminos, y allí encontramos bendición. Este deseo no es obra nuestra. Es un regalo de gracia que viene de arriba.

CONFÍA EN LA PALABRA

A mi madre no le quitaron el auto… aquella vez. Los barrancos profundos de la vida me han enseñado que haría bien en recordar la Palabra de mi Señor. Lo único sabio y vivificante (aunque a veces sea difícil) que puedo hacer es correr a mi Dios, mi roca y mi amparo (Sal. 18:2). En momentos buenos y malos, Su Palabra es la fuente de la vida. Refresca mi alma y reconforta mi corazón mejor que cualquier cosa que el mundo pueda ofrecer.

Inquietarme tan solo me lleva a pecar (Sal. 37:8). La preocupación no nos aporta ningún beneficio. La discrepancia entre nuestra confianza en Dios durante los momentos buenos y los malos debería hacernos doler el corazón. Es fácil confiar en Dios cuando podemos pagar el alquiler, pero hay un consuelo maravilloso y profundo cuando te falta dinero y puedes ver la provisión de Dios, a menudo de maneras sorprendentes, con tus propios ojos. Dios siempre nos da Su presencia, y eso siempre es suficiente. Amada, descansa en la verdad de que Dios es quien dice que es.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

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