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Mostrando el evangelio a quienes más nos observan

Sarah Jerez

Todos los días, con nuestras acciones y palabras, tenemos oportunidad de mostrarles la belleza y gloria de Jesucristo a nuestros hijos. Hasta el acto más pequeño puede sembrar en sus corazones amor por Dios y deseo de vivir para Cristo.

Queremos proclamar a Cristo, amonestando y enseñando a nuestros hijos con toda sabiduría, a fin de poder presentarlos perfectos en Cristo (Col. 1:28-29). Como la abuela y la madre de Timoteo lo instruyeron en la Escritura y en la fe (2 Tim. 1:5; 3:14-15), así queremos ser usadas por Dios para extender el reino de Cristo en la Tierra.

Por consiguiente, Dios nos llamó a abrazar una vida de servicio. Como vimos al principio, Dios nos diseñó para ser ezer, «ayuda». Somos, por naturaleza, colaboradoras y ayudantes. Para una madre, las necesidades que demandan «nuestra ayuda» pueden ser interminables.

La maternidad es un llamado a vivir una vida desprendida, de servicio a los demás, empezando por nuestro esposo e hijos. La labor de una madre es seguir el camino de nuestro Maestro y Salvador, de rendición y humillación por amor al otro, con miras a que sus hijos lleguen a recibir la vida eterna (Juan 13:13-15; Fil. 2:3-8). Nuestra vida no dará fruto eterno si no morimos a nosotras mismas y vivimos para otros (Juan 12:24-25; Rom. 12:1).

Frecuentemente, tenemos la tentación de escapar de las demandas diarias del hogar. Sin embargo, no quisiéramos mirar hacia atrás luego y darnos cuenta de que no estuvimos tan presente en sus vidas como hubiésemos querido. Debemos amar sin límites, dar hasta gastarnos, cuidar a los pequeños y débiles.

En la mayoría de los casos, no es a través de los grandes movimientos y actos que la causa de Cristo avanza, sino a través de vidas de entrega total. A veces no nos damos cuenta de cuán importantes son esas pequeñas cosas que hacemos. ¿Sabías que cada vez que limpias a tu niño, muestras el corazón del Salvador que vino a limpiarnos de nuestra suciedad? Cada vez que le das de beber y de comer, Cristo lo ve y te espera una recompensa (Mat. 10:42; 18:5; 25:42-45).

Cada vez que te quedas hasta tarde sosteniendo conversaciones difíciles con tu hijo adolescente, muestras el cuidado del Pastor de nuestras almas que nos guía en Su verdad. Le das gloria a tu Salvador y haces el evangelio brillar frente a los ojos de tus hijos.

Nuestra vida cuenta para el reino cada vez que nos entregamos completamente. La única vida que vale la pena vivir es una vida desprendida.

Un fragmento del libro Mujer verdadera (B&H Español)

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