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[Un hombre como ningún otro, humillado como ningún otro]

Dámaris Carbaugh

Cuando hablamos de éxito, muchos piensan en ascender, escalar posiciones o títulos, ganar más dinero, prestigio o poder… Pero esta escalera al éxito no conduce hacia arriba sino hacia abajo. Es una escalera por la que se desciende. ¿Te suena extraño? Los valores del Reino suelen ser extraños, contrarios a la lógica humana. Amar al enemigo, perdonar setenta veces siete o mostrar la otra mejilla a quien nos abofetea no es normal, es revolucionario.

Jesús lo hizo. Acompañémoslo imaginariamente, uno a uno de los peldaños que lo condujeron hasta la muerte. ¿Para qué? Es una escalera que debemos descender también si queremos imitarlo, si en verdad somos Sus seguidores.

Tercer peldaño: Hombre

Jesús desciende un poco más haciéndose semejante a los hombres. Ya que estaba vacío de Sí mismo y resuelto a servir, nace como un bebé humano. El Dios que era Espíritu infinito se hace carne. Se vuelve un cuerpo –con ojos, cabello, manos y pies– finito. Conoce la sed, el frío, el hambre. Jesús no anda por la tierra pavoneándose como Dios, camina como un hombre.

Todo un Dios hecho todo un hombre. Es semejante a uno de nosotros, se diferencia tan solo porque no lleva la simiente del pecado que heredamos del primer Adán. Dice la Biblia que Jesús es el segundo Adán porque vino a reparar el daño que causó el primero. Vino a pelear Sus batallas y a vencer en un cuerpo humano.

Saboreó exactamente lo que nosotros experimentamos, fue tentado en todo. Jesús se hizo cercano. Recubierto de gloria hubiese sido inalcanzable, pero vestido de piel, llega al mismo lugar donde nos encontramos.

Cuarto peldaño: Humillación

Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo… No solo que, siendo Dios, se rebaja voluntariamente a la condición de hombre, sino que elije ser el más humilde de los hombres. Su nacimiento asombra por la ausencia total de brillo. Sus padres terrenales son gente común del pueblo, Su “debut” en el mundo ocurre en un pesebre, un sitio maloliente, habitado por animales. Sus primeras visitas son pastores, considerados ladrones, salteadores de caminos.

Más tarde elige a doce discípulos que no tenían altos cargos ni instrucción, la mayoría pescadores y, para colmo, se rebaja hasta lavarles los pies. No tuvo ninguna posesión material, dicen que ni siquiera tenía dónde recostar Su cabeza. No impresionó a nadie. Su círculo eran los necesitados, leprosos, endemoniados, prostitutas y pecadores.

Era rechazado con los rechazados. Hablaba con mujeres –en Su época, algo mal visto–, se sentaba en el último lugar de la mesa. Aun así, habló de un Reino, del que era el Rey. Un Reino hecho para los humildes, donde el mayor era el servidor de todos.

Un fragmento del libro Adiós a mí (B&H Español)

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