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Hebreos 4:16

Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. —NTV

Nuestra amiga, Arlene, se enfermó de leucemia cuando era adolescente. Después de intensos e insoportables tratamientos, al fin estuvo en remisión por un tiempo. Entonces, se inscribió con una organización que procuraba cumplir los deseos de niños con enfermedades terminales. Su ilusión era conocer a la realeza inglesa.

Después de unos meses, le informaron que ya estaban listos los boletos para que ella y su familia fueran a Inglaterra para unos días de ensueño. Luego, de último momento, llegó la sorpresa. A pesar de las predicciones, ¡irían a platicar con el príncipe Carlos! Prepararon sus mejores ropas para la gran ocasión. Al llegar al país, recibieron instrucciones sobre la etiqueta en el Palacio de Buckingham, y aprendieron a hacer las reverencias apropiadas y a guardar su distancia.

Si aquí en la Tierra existen tantos requisitos para entrar en la presencia de la realeza, ¡imagina lo impensable de poder estar como meros seres humanos ante Dios mismo! Los andrajos del pecado nos avergonzarían y no seríamos aceptos ante Su trono. Solo porque Jesucristo tomó nuestra suciedad sobre Él en la cruz y nos vistió de ropajes reales de justicia, recibimos la invitación inmerecida de entrar a Su palacio. ¡Qué bendición! ¿Has entrado al palacio del Rey?

Del trono santo alrededor niñitos mil están.

ANNE SHEPHERD

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