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Por Mirna Espinoza

¿Qué sentía? Miedo a ser juzgada, regañada, atacada. Miedo a sentir que estaba siendo mala cristiana, que no confiaba en Dios. Miedo a exponer mi corazón y que fuera tomado como irrelevante o sin verdadero peso para sentirme tan angustiada como lo estaba. Miedos en cantidades exorbitantes que ni yo misma conocía hasta el momento previo a sacarlo todo. 

La verdad es que traía este tema atorado en el corazón de ya hace unos meses, creando regaños automáticos en mi cabeza de por qué no debía pensar así y sobre todo por qué una persona cristiana no debía sentirse así. Con todas las respuestas en mi cabeza “es el plan de Dios y no el tuyo” “su voluntad es perfecta no la tuya” oraciones a Dios como: “entiendo que esto es para mi bien aunque pareciera algo malo”. Constantes oraciones, que sí eran necesarias definitivamente, pero algo en mí se estaba ahogando sin tener un salvavidas para salir a flote y yo misma estaba perdiendo credibilidad de mis propias palabras.

Después de la lucha interna todo se resbaló y ya no pude más. Por fin hablé. Y ¿qué pasó? Me sentí escuchada, amada, comprendida, cada palabra que dije fue atendida con atención, y con mucha cautela las palabras que salieron de su boca no fueron de experiencias personales acaparadoras sino enfocadas a darle el peso que mi dolor necesitaba. No me sentía exagerada hablando de un tema que aparentemente lo era, sobre todo ante la sociedad. Sentí que mi pesar era su pesar también y la imprudencia de querer resaltar su propio dolor nunca sucedió, aunque conozco dolores profundos que ella pasa que pudieron haber absorbido el centro de la conversación y voltearse a ella completamente, pero no fue así.

Al tocar el tema supe que venían, las lágrimas que siempre intento esconder, pero que en esta ocasión no pude detener, esperando recibir las mismas palabras que yo misma me había repetido. Y la verdad es que recibí palabras similares a lo que mi mente ya conoce, pero algo fue diferente. Algo salió de mí y ya no entró, la carga ahora es compartida y nunca más volveré a cargarla sola. No fue un salvavidas el que cayó en el agua en la que me ahogaba, fue ella la que saltó para nadar conmigo en mi mar de emociones y sentimientos dolorosos. 

Mi amiga que me escuchaba en el sillón de su sala, me mostró  lo que es la iglesia: la iglesia es estar, no menospreciar mi dolor, amar, no juzgar, no llevar la conversación para sí misma, ser consiente que no entiende mi dolor (aunque se parezca al de ella) y lo más importante señalar a Cristo. Ella me señaló a Cristo sin dudarlo, sabía que no podía señalarse a ella misma porque esto no tendría sentido ni un impacto profundo ni eterno, sus palabras no fueron “yo sé lo que estás pasando” sino “El Señor conoce exactamente el dolor que estás atravesando”.

Iglesia no es brindar un gran espectáculo, no es llenar bancas en los servicios, no es trabajar sin detenerse, no es dar un servicio espectacular, no es un edificio. La iglesia son los corazones rescatados, redimidos,  que a veces estan partidos, felices, enojados, frustrados, ansiosos, desesperados, enamorados o solitarios que necesitan ser amados, que necesitan ser conducidos a la esperanza eterna. La iglesia es caminar en conjunto hacia Jesús, quien verdaderamente conoce lo más profundo, Él sí nos entiende. La iglesia es compartir las cargas y sentir verdaderamente el dolor que otros sienten por el amor que Él puso en nuestros corazones, ese amor que nos une para siempre. 

Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Gálatas 6:2

Iglesia, y no le hablo a las paredes, iglesia, despertemos. Es tiempo de quitar la mirada del hacer y ver a Quien ya hizo todo. Amemos y prestemos atención porque  Jesús hablaba de uno a uno y veía los corazones, no nos olvidemos que esa es la iglesia. La que no se señala a sí misma sino la que señala a su maestro, a su líder, a su salvador, a Cristo Jesús. 

Jesús vio el corazón de la mujer del pozo (Juan 4) conocía sus faltas, sus errores, sus pecados, pero nunca la vio con ojos de juicio, la vio con ojos de amor. Jesús también habló con el joven rico (Marcos 10) le trató con amor, le mostró en donde estaba su corazón y  dónde debía estar. Trató con compasión a Marta (Lucas 10) viendo su corazón afanoso que buscaba servirle cuando la mejor parte era estar con Él. Y así muchos ejemplos de gracia y de corrección. Recordatorios tangibles de la esperanza que debemos tener sin importar la circunstancias.

Quiero ser así, quiero ser como mi amiga que fue imitadora de Cristo, quiero seguir los pasos de Cristo, quiero ser la iglesia verdadera que se levanta no para escalar por sí sola y ser mejor individualmente, sino que se levanta para extender una mano para abrazar y consolar.

Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. 1 Juan 4:7-8

Mirna Espinoza, una joven soltera. Sirve al Señor en la ciudad de Guatemala con jóvenes y niños. Busca que a través de sus escritos se toquen temas en los cuales muchos puedan sentirse comprendidos y sobre todo que conozcan más del amor, gracia y misericordia del Señor.

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