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[Guiando a otros con el ejemplo]

Karla de Fernández

Basándonos en el libro del profeta Daniel podemos ver cómo la cultura posmoderna querrá envolver de tal forma la mente, el corazón de nuestros hijos para alejarlos del propósito de Dios.

Daniel, quien era un jovencito cuando fue llevado cautivo a Babilonia, nos deja ver que sus convicciones, los fundamentos de su fe estaban firmes. Él no dudó, siendo joven estaba dispuesto a arriesgarse por defender sus convicciones y su fe, aun cuando los babilonios estaban empecinados en darle una nueva identidad.

El rey les asignó una ración diaria de los manjares del rey y del vino que él bebía, y mandó que los educaran por tres años, al cabo de los cuales entrarían al servicio del rey. Entre estos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. Y el jefe de los oficiales les puso nuevos nombres: a Daniel le puso Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego. (Daniel 1:5-7)

Las familias del antiguo testamento acostumbraban nombrar a sus hijos de acuerdo con alguna característica que los niños tuvieran o en referencia al favor de Dios. Sus nombres originales fueron cambiados como intentando borrar o aniquilar su identidad como pueblo de Dios, su identidad con Dios.

Daniel significa Dios es mi juez, lo cambiaron por Beltsasar, que significa príncipe de Bel. Ananías significa Amado por el Señor, y fue cambiado por Sadrac, que significa iluminado por dios sol. Misael significa ¿Quién es como Dios? lo cambiaron por Mesac, que significa ¿quién como Venus? Azarías significa El Señor es mi ayuda, y fue cambiado a Abed-Nego, que significa siervo de Nego.

Tres jovencitos, descendientes reales, con educación judía, inteligentes, estaban destinados a ser adoctrinados durante 3 años por los babilonios, una cultura sangrienta y pagana.

Su adoctrinamiento incluía 3 aspectos:

  1. Comida especial.
  2. Cambio de nombres.
  3. Educación babilónica.

¿Con qué fin? Con el fin de que estos jóvenes hebreos dejaran atrás a Dios, su confianza en Él y sus enseñanzas hebreas, para entrar de lleno en la corriente babilónica. ¿No es acaso esa misma estrategia la que Satanás usa para adoctrinar al creyente? ¿A nuestros hijos? ¿A nosotras mismas? Él quiere que nos olvidemos de nuestro Dios para ser adoctrinados en el sistema que rige este mundo posmoderno. Busca que nuestra identidad ya no sea en Cristo, sino en la identidad que presenta el mundo y que olvidemos el valor que tenemos en Dios.

Busca que seamos alimentados con lo que el mundo ofrece, cuando Cristo nos dice: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Alimenta nuestra mente y corazón con filosofías, creencias y doctrinas de este mundo, les enseña a nuestros hijos también a que, si todo el mundo lo hace, no debe estar tan mal.

Por eso es por lo que, cada vez es más común en las escuelas donde estudian nuestros hijos el que sean instruidos en los caminos del mundo y les presentan enseñanzas contrarias a los principios de la Palabra de Dios haciéndolas pasar como naturales y normales.

Pero Daniel, este jovencito nos da una gran enseñanza:

Se propuso Daniel en su corazón no contaminarse con los manjares del rey ni con el vino que él bebía, y pidió al jefe de los oficiales que le permitiera no contaminarse. (Daniel 1:8)

A pesar de todo, Daniel dispuso seguir siendo fiel a Dios, a las enseñanzas que muy probablemente recibió de sus padres. Él decide no mancharse y pide no ser contaminado con las raciones del rey, su firmeza, así como la valentía para solicitarlo aún a su corta edad, nos habla de lo bien que fue instruido en cuanto al valor que tenía por ser hijo de Dios, y sin duda, vemos la gracia de Dios en su vida.

Probablemente explicó el porqué estaba solicitándolo, Daniel siguió fiel aun en las pequeñas cosas. Y así debiera ser en nuestra forma de vida y, por ende, en la instrucción a nuestros hijos. Nuestra relación con Dios toca cada área de nuestra vida, no podemos sectorizarla y pensar que algún área, por pequeña que parezca, no necesita depender de Dios o estar en sujeción a Dios.

Nuestro diario vivir es diferente al que teníamos cuando vivíamos lejos de Dios y nuestros hijos también deben recibir ese ejemplo y vivirlo. Y parte de esa nueva manera de vivir debemos modelarla a nuestros hijos todo el tiempo, la instrucción que Dios da en Deuteronomio 6:6-8 nos dice: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos.”

No es únicamente el hablarles específicamente de los versículos bíblicos durante el día, sino de en verdad amar, abrazar el evangelio y que sea real en nosotras para así poder vivirlo todo el tiempo. Vivamos de forma tal que el evangelio sea evidente en nuestra vida diaria y poder vivir para la gloria de Dios, en toda área dentro y fuera de casa.

Cuando eso suceda, entonces modelaremos a nuestros hijos el evangelio, ellos crecerán viendo una congruencia en nuestro modo de vivir, sus bases serán firmes y aunque vengan vientos impetuosos, filosofías, corrientes modernas, creencias contrarias a la Palabra de Dios, esas bases, esos fundamentos que les modelamos estarán en su vida, en su corazón y difícilmente los harán tambalear de su fe.

El ejemplo arrasa, vivamos la vida que glorifique a Dios en lo ordinario y en lo extraordinario.

Karla de Fernández es hija y sierva de Dios por gracia. Esposa y madre. Blogger en www.soymujerdevalor.com desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios, con el fin de saborear y atesorar la belleza del Evangelio en nuestro diario vivir.

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