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Madres que reflejan el Evangelio

Sarah Jerez

Para entender nuestro papel en la redención, hay que volver al principio. Como mujeres, fuimos creadas para ser ayuda y dadoras de vida. Es interesante notar que justo después de la caída Adán le pone nombre a su mujer: Y el hombre le puso por nombre Eva a su mujer, porque ella era la madre de todos los vivientes (Gén. 3:20).

Aun en este mundo caído, ahora plagado de pecado, dolor y muerte, la mujer es llamada «Eva», que en hebreo significa «vida», y es llamada «madre de todos los vivientes». De ella vendría vida —toda una simiente—. Dios diseñó a la mujer para llevar a cabo esta misión de concebir y levantar una nueva generación. Con el pecado vino la promesa de redención (Gén. 3:15).

Aunque el pecado corrompió la maternidad, a través de ella Dios obraría redención. Por la gracia multiforme de Dios, la misma mujer que pecó tendría la oportunidad de participar en la redención de la humanidad. Dice Pablo a su discípulo Timoteo: Porque Adán fue creado primero, después Eva. Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia (1 Tim. 2:13-15, énfasis añadido). Este pasaje resulta confuso para algunas mujeres.

Pablo les da instrucciones a los hombres y las mujeres de la iglesia de Éfeso en la que Timoteo era pastor y les explica el papel de cada uno dentro de la congregación. Pablo no estaba diciendo que la mujer se ganaría la salvación a través de la maternidad. John Piper explica:

 

  • “[…] los dolores de la maternidad —incluso si duran toda una vida— no son la palabra final de Dios para las mujeres. Dios tiene la intención de salvar a la mujer. Tiene la intención de que sean «coherederas» junto al hombre de la gracia de la vida (1 Ped. 3:7). Así como el hombre debe ocuparse en su salvación bajo la maldición de las futilidades y miserias de su trabajo (Gén. 3:18-19), millones de mujeres deben encontrar su salvación bajo los dolores y las miserias de la maternidad. El camino de la salvación es el mismo para ella como para todos los santos: «continuar en la fe, amor y santidad, con dominio propio» […] Jesucristo es el Salvador que se hizo maldición por nosotros (Gál. 3:13). El aguijón de la maldición se ha eliminado. No nos puede condenar más. La fe en Él es el vínculo con el Salvador. El amor, la santidad y el dominio propio son los frutos de esta fe.”

 

En Cristo, la maldición se convirtió en bendición. El evangelio le trae esperanza a la mujer. Lo que para ella era maldición se convertiría en canal de salvación. Por tanto, la maternidad es un megáfono para el evangelio (Tito 2:5,11-14) por lo que expresa y por lo que hace en y a través de nosotras.

Por medio de la fiel labor de una madre, la Palabra de Cristo es proclamada y el valor de Su sacrificio es exaltado. A medida que vivimos nuestro diseño adornamos la doctrina de nuestro Señor Jesucristo (Tito 2:10).

A través de la maternidad, participamos en la redención de todas las cosas mientras levantamos una generación consagrada a Dios y apasionada por Cristo. Su labor [de la madre] en nutrir hijos en el temor del Señor es su participación privilegiada en la obra de Dios de unir todas las cosas en Jesús (Ef. 1:10).

No solo es la maternidad un medio de redención de la próxima generación, sino que también es un medio de Dios para la redención y renovación de la misma madre. La misión de la maternidad sirve para nuestra consagración al Señor.

Nosotras mismas somos guardadas de la tentación y purificadas mientras nos enfocamos en la misión que Dios nos encomendó. Mientras seguimos el ejemplo del amor sacrificial de Cristo y obedecemos Sus mandamientos, Él nos va transformando más y más a Su imagen y semejanza (2 Cor. 3:18).

Un fragmento del libro Mujer verdadera (B&H Español)

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