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Wendy Bello

«Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según
su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza
viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos»
(1 PED. 1:3).

Era un lunes después del domingo en que celebramos la resurrección de Cristo. Un lunes después de haber estado en lo que podríamos llamar «una cumbre espiritual».

Nuestra iglesia había celebrado un precioso servicio proclamando el acto que marcó la historia para siempre. Pero al llegar el lunes, mi corazón sentía la fuerza de la rutina. Había una montaña de ropa por lavar, una larga lista de cosas por hacer. Otro lunes con las mismas preocupaciones del sábado que todavía no se resolvían, solo que tuvieron un domingo de por medio. El domingo de resurrección. ¿Había algo diferente? En verdad, no. La vida seguía su curso. El problema era de memoria. Estaba olvidando que, después de aquella mañana histórica en Jerusalén, ningún día debería ser «otro más», y la vida, aunque con rutinas, es algo extraordinario… ¡porque la resurrección de Cristo lo cambió todo!

Eso es lo que nos recuerda el apóstol Pedro en su primera carta (1 Ped. 1:3). Si reducimos la resurrección a un gran evento que identifica nuestra fe, pero no vivimos creyendo en la esperanza que ella encierra, y de la que por la misericordia de Dios ahora somos partícipes, entonces sí, aquel lunes o cualquier otro no tienen nada de especial. Si vivimos pensando solo en esta vida, sin recordar que estamos de paso, que somos extranjeros y que todavía no hemos llegado «a casa», realmente nos hemos perdido el quid del asunto. La resurrección es la consumación del plan de Dios. ¡Podemos vivir con esperanza porque la cruz no fue el final! La historia no terminó ahí. ¡Cristo resucitó! La resurrección es victoria. Victoria sobre la muerte. Victoria sobre el pecado. Victoria sobre lo que parecía imposible: volver a tener comunión con Dios para siempre. La resurrección nos recuerda que cuando conocemos a Cristo podemos vivir por el mismo poder que lo levantó de los muertos aquel domingo inigualable, el poder de Dios. La resurrección nos muestra la gracia de Dios que nos trae de muerte a vida, en el sentido espiritual y en el literal. Un día tendremos un cuerpo glorioso como el que Cristo tenía cuando fue llevado al cielo. La resurrección da sentido a nuestra vida porque tenemos una misión: anunciar a otros las buenas nuevas de Cristo que son posibles gracias a Su muerte y resurrección. La resurrección nos recuerda que venga lo que venga, todo es temporal. Ese no es el final porque hemos nacido a una esperanza viva, como escribe Pedro. Esperanza ante el diagnóstico fatídico, o la sentencia de divorcio, la llamada que nunca quisiéramos recibir y para el adiós que no queremos decir. La resurrección es la esperanza de que un día habrá un amanecer diferente, sin más listas de pendientes ni montones de ropa sucia. La resurrección nos recuerda que tenemos otra oportunidad para empezar. Que, así como marcó un nuevo comienzo en la historia del mundo, ha dado un nuevo comienzo a la vida que tenemos en Cristo.

Sí, todavía vendrán lunes u otros días que parecerán comunes y corrientes, llenos de tareas rutinarias; pero cada uno es un regalo para vivir la vida abundante que Cristo hizo posible aquel domingo de resurrección.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

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