CHRISTINA EDMONDSON
Hablaré de tus estatutos a los reyes
(Sal. 119:46‑48).
y no seré avergonzado,
pues amo tus mandamientos,
y en ellos me regocijo.
Yo amo tus mandamientos,
y hacia ellos elevo mis manos;
¡quiero meditar en tus decretos!
DIOS NOS HABLA
Me encanta hablarles a los bebés recién nacidos y ver sus ojitos grandes y brillantes. Sabemos que el cerebro de un bebé está en continuo aprendizaje para entender un idioma, pero eso no impide que les cantemos y les relatemos historias al interactuar con ellos. A pesar de su estado evolutivo, nos comunicamos con ellos apuntando a lo que llegarán a ser. Lo que decimos ahora es un reflejo de una esperanza que todavía no se ha cumplido. Por esta razón, un buen padre habla con esta esperanza, corrección y guía, incluso cuando el hijo no entiende plenamente. De la misma manera, la Palabra de Dios y sus ecos en nuestra vida son una gracia para nosotros. Me asombra que Dios nos hable incluso cuando está claro que no entenderemos cabalmente. La Palabra de Dios les habla a las personas cuyo desarrollo espiritual suele estar en su infancia. Sin embargo, nuestro Padre celestial condesciende y nos habla con palabras, historias y canciones para que sepamos quién es Dios, entendamos quiénes somos y veamos a nuestro prójimo por lo que es.
Dios nos llama por nuestro nombre, nos comparte destellos de Su voluntad y sostiene en alto un espejo, para que podamos arrepentirnos y resistir el pecado. La Palabra de Dios es la que nos limpia y nos moldea por el Espíritu para que seamos instrumentos del amor ágape, un amor sacrificado y centrado en los demás. Como sal y luz, nos esforzamos para frenar de manera redentora el deterioro de un mundo moribundo y compartir la luz de la gracia frente al pecado, la desigualdad y la injusticia. Dios nos habla a través del testimonio de la creación, pero nos habla en forma redentora en la reverenciada Palabra de Dios «interpretada rectamente». La Palabra de Dios para Sus hijos es como el sonido de un padre amoroso que nos llama desde el nacimiento a medida que crecemos a la imagen de Cristo.
DIOS TE HABLA EN FORMA ESPECÍFICA
Como mujer de color que vive en Estados Unidos, tengo muchas historias donde me sentí invisible o demasiado expuesta. Tal vez te sientas identificada con esto. Sin embargo, encuentro ánimo, paz y un sentido de pertenencia en la verdad de que Dios me habla mediante Su Palabra. Otros tal vez no vean el valor de mi voz ni me consideren digna de escuchar la de ellos, pero no es el caso con Dios. Dios nos habla a través de Su Palabra de maneras que repercuten en la plenitud de lo que somos. Inclina Su oído a las oraciones, los lamentos y los sueños de todos Sus hijos. El Dios divino e incomprensible de toda la creación se ha acercado a nosotras de maneras accesibles para nuestra comprensión cultural y cognitiva.
El Salmo 119 sirve como un himno musical sobre las maravillas de la Palabra de Dios. Considera su adaptabilidad melódica, su rica sabiduría y sus verdades sólidas. El Salmo 119 muestra a Dios, el Padre que todo lo anticipa, que instruye y le permite al salmista amar y obedecer la voluntad y la Palabra de Dios. Aquí podemos vislumbrar apenas lo que nos dice sobre el poder de la Palabra de Dios.
Nos dice cómo los jóvenes pueden perseverar en la santidad… a través de la Palabra de Dios (v. 9).
Nos dice cómo superar el desdén de los calumniadores… a través de la Palabra de Dios (v. 22).
Nos dice cómo cobrar fuerzas cuando estamos cansadas… a través de la Palabra de Dios (v. 28).
Nos dice cómo ver las cosas importantes y concentrarnos en ellas… a través de la Palabra de Dios (v. 37).
Nos dice cómo caminar en libertad… a través de la Palabra de Dios (v. 45).
Nos dice dónde encontrar nuestra verdadera porción solamente en Dios… a través de la Palabra de Dios (v. 57).
Nos dice cómo ver de manera sobria la mano redentora de Dios en medio de nuestras aflicciones y dar gracias igualmente… a través de la Palabra de Dios (v. 71).
Dicho de manera sencilla, el salmista canta sobre la capacidad de Dios para sostener, corregir, dirigir y restaurarlo, y por extensión, muestra lo que Dios hace por aquellos amados en Cristo. La Palabra de Dios te sostiene con la misma seguridad con la que creó este mundo y lo sustenta incluso ahora. Sentirnos conocidas y amadas por alguien que tiene verdadero poder nos da una sensación de seguridad para ser y hablar. Al igual que los hijos terrenales de los reyes, caminamos con la cabeza un poco más alta, al saber que representamos a un reino noble en el cual nuestra ciudadanía no está garantizada por nuestra propia justicia, sino que el Rey de amor la sustenta. Lo que nos lleva a arrepentirnos con humildad, a servir en forma sacrificada y hablar con audacia no es una estrategia de autoayuda, sino un verdadero empoderamiento impulsado por el evangelio.
LOS CRISTIANOS SON LIBRES EN CRISTO PARA PODER HABLAR
El cristiano, bautizado en Cristo, lleno del Espíritu de Dios y llamado de la oscuridad a la luz maravillosa por la voluntad del Padre, ha sido liberado. La libertad es central en la vida cristiana, pero no es como la libertad de la que se habla en una clase de educación cívica en la escuela, o como la que debaten los presentadores partidistas de noticias. Más bien, esta libertad que el Salmo 119 destaca, nos libera para hablar la verdad, amar de manera correcta y obedecer voluntariamente.
Nuestra esclavitud fuera de la mano eficaz de la obra redentora de Cristo nos dejó hostiles ante Dios, buscando derrocar el trono legítimo de Dios, incluso mientras intentábamos abrirnos paso con arrogancia hacia la salvación. Esta esclavitud nos consumía con nuestros propios pensamientos fastidiosos de egolatría, mientras buscábamos ser dioses sobre nuestras vidas y las de los demás, o transformábamos a aquellos con influencia social en nuestros dioses, y anhelábamos su validación. En lugar de la Palabra de Dios, las mentiras del enemigo nos gobernaban y llenaban nuestra mente y nuestro corazón. El evangelio nos lleva de anhelar escuchar palabras de aprobación de los poderosos a anunciarles palabras de verdad. La libertad ganada por Cristo incluye tanto la belleza del descanso como el mandamiento de abrir nuestra boca para proclamar la gracia y la justicia de Dios, las cuales hablan al presente y al futuro eterno.
El cristiano liberado, lleno del poder de las preciosas palabras de Dios, quiere conocer la respuesta a esta gran pregunta del libro de Miqueas: «¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti […]?». El mismo cristiano liberado es conducido por el Espíritu a escuchar la respuesta: «practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios» (Miq. 6:8, LBLA).
Entonces, ¿acaso aquellos que son libres en Cristo deberían preocuparse por los que son esclavos de sistemas y principados de injusticia? Por ejemplo, los ojos santificados ven cómo el pecado de la lujuria alimenta la misoginia, la avaricia y el tráfico humano. El cristiano liberado anhela verse a sí mismo, al prójimo y al enemigo libres para usar todos los dones dados por Dios para proclamar las excelencias de nuestro Señor justo, santo y misericordioso. Si todo el pecado es, en última instancia, sistémico y trascendental y lo ha sido desde el momento de la caída, el cristiano no puede ser tan inflexible y concentrarse solo en resistir los pecados «personales» o privados.
Se podría decir que vemos esto mejor ilustrado en los relatos de la iglesia perseguida y la iglesia de color históricamente esclavizada y subyugada en Estados Unidos. Aun con las cadenas terrenales, las voces y el legado de aquellos cristianos es un ejemplo para nosotras de la resistencia a la herejía de la deshumanización sistémica. Una postura de esta clase de resistencia a toda clase de pecado nos llevará a las esquinas de las calles y a los despachos ovales. Porque, como Dios nos ha llamado por nombre y sigue hablándonos como en un eco profético y santificador, nosotras debemos hablar cuando se nos llama a hacerlo.
Soy descendiente de personas que sufrieron abusos en el tráfico transatlántico de esclavos. Para mí, la libertad no es una idea abstracta ni un ardid para el avance personal. La libertad es más que una promesa de lealtad nacionalista o un intento de obtener un beneficio en los impuestos. En definitiva, la libertad incluye la habilidad de reivindicar plenamente la humanidad que Dios me dio. La Palabra de Dios es la que corrige de manera más contundente las afirmaciones herejes sobre la inferioridad de las mujeres y las personas de ascendencia africana. Los diarios de esclavos africanos que estimaban «la Biblia dentro de la Biblia» —la verdad revelada de la creación de Dios de una raza y de muchos grupos culturales diversos para Su gloria— revelan la verdad indestructible que acalla a los que usan la Escritura desvergonzadamente para enseñorearse sobre sus prójimos. La Palabra de Dios y su verdad silencian las mentiras de los intolerantes y los machistas del pasado y el presente. La Palabra de Dios silencia las dudas dentro de nuestro propio corazón sobre la plenitud de la identidad y los dones que Dios nos dio. La Palabra de Dios nos hace libres de verdad.
HABLAMOS A OTROS
Como miembros del sacerdocio de creyentes (ver 1 Ped. 2:9‑10), podemos interceder a través de la oración y el sacrificio personal a favor de nuestro prójimo. A través de Su acto de amor salvador, Jesús nos mostró que a veces debemos estar preparadas para sacrificar nuestra propia comodidad, nuestros deseos o nuestra voluntad por algo superior. Esto nos señala a la cruz. Como aquellas que reinaremos con Cristo el Rey, ocupamos con humildad el rol de la persona que busca la justicia y la paz incluso ahora. Esto apunta a la resurrección que aseguró nuestra paz y nuestra eternidad. Como personas llenas del Espíritu, profetizamos la Palabra de Dios con humildad y sin restricción al mundo, sin importar cuál sea nuestra condición social o la de nuestro prójimo. Esto habla del regreso de Cristo para reunir a un pueblo de toda tribu, lengua y nación. Los cristianos —aquellos que comparten la unción de Cristo— viven como profetas, sacerdotes y reyes.
El Rey de reyes ha venido a nosotras con el poder de gracia y verdad, y por esto podemos ir a los reyes terrenales con el poder de gracia y verdad. El Salmo 119:46 enfervoriza esta idea.
Hablaré de tus estatutos a los reyes y no seré avergonzado.
El salmista declara que hablará la Palabra de Dios ante los gobernantes. Es cierto que los reyes terrenales son designados según la providencia del Dios soberano, pero también es cierto que el pueblo de Dios es llamado a hablar los «estatutos de Dios» a estos gobernantes. Desde faraones hasta reyes y presidentes, no despreciamos su posición, pero no nos paramos ante ellos con temor ni vergüenza. Nuestro Padre celestial es el verdadero Rey, y eso nos lleva a ver a los hombres de manera adecuada, sin importar cuál sea su condición social. Además, anhelamos que ellos también tengan la libertad de amar correctamente y obedecer voluntariamente al Dios que tiene todo poder.
Esta verdad es de particular importancia para aquellos que suelen ser silenciados por las voces de la duda, tanto en su interior como en el exterior. Todos los creyentes hablan los estatutos de Dios como un testimonio de que Dios nos ha hablado a través de Su Palabra.
Con reverencia, tenemos que elevar nuestra voz temblorosa para enderezar los caminos torcidos. El versículo 46 nos señala que, si estamos en Cristo, no seremos avergonzadas. Cristo no solo llevó sobre sí nuestro pecado en la cruz, sino también nuestra vergüenza.
Imagina qué dirías sobre la gloria de Dios si vivieras sin vergüenza ni temor.
En la cruz, Cristo nos transformó en Su misión justa, y de este lado de la gloria nosotras, las redimidas del Señor, cumplimos la Gran Comisión —ir y hacer discípulos a todas las naciones— mediante la presencia y el poder del Espíritu (Mat. 28:18‑20).
Los reyes y los gobernantes suelen intimidarnos y dejarnos con una sensación de temor y frustración. La Escritura y la historia mundial muestran diversos retratos de reyes, jueces y gobernantes que cumplen la función de guerreros, coordinadores, reformadores y ejecutores de justicia y venganza. Poseen un poder posicional y recursos que nos impactan de manera directa. Pueden poner en riesgo nuestra reputación, nuestro cuerpo y nuestra vida. Parecería natural temer y sobreestimar a los gobernantes. Sin embargo, somos las personas mejor equipadas para correr el riesgo de hablar los estatutos de Dios incluso ante los líderes más endurecidos.
En el Salmo 119, las manos, el corazón y la mente del salmista son formados por la Palabra de Dios. ¿Imaginas cómo sería que la Palabra de Dios formara todo lo que eres para Su gloria y por tu bien? Esta transformación por la Palabra tiene repercusiones prácticas para nosotras cuando hablamos a aquellos en posiciones de poder sobre la santa voluntad de Dios. La Palabra de Dios nos humilla y nos deja en evidencia. Esto nos ayuda a actuar con cuidado y atempera los deseos que tenemos de «denunciar la verdad ante el poder», lo cual solo sirve para darnos a conocer y usar el nombre de Dios en vano. Debemos proclamar la voluntad y las palabras de Jesús a Su manera. El Salmo 119:46‑48 nos recuerda la libertad de proclamar públicamente aquello que es bueno a la parte más alta y más baja de la jerarquía social (v. 46), de aferrarnos al deleite interior y sustentador que produce la Palabra (v. 47) y de responder a la Palabra de Dios en nuestra vida con una obediencia en la práctica (v. 48).
Alabado sea Dios por hablarnos y equiparnos para hablar de Él a los demás.
Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)