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Por Karla de Fernández

Es el segundo año nuevo que celebramos desde que la pandemia por Covid-19 nos confinó a nuestros hogares. El tiempo no se detiene, eso lo sabemos, pero pareciera que desde que empezó esta crisis sanitaria, el tiempo ha seguido de largo sin darle mucha importancia a las fechas de celebración. Es como si de pronto quien determinara lo que sucede en el mundo es un virus. 

El inicio

Quizá recuerdes que el primer mes de la cuarentena todo era amabilidad y parecía que un milagro de talla mundial había sucedido porque había empatía por doquier, se respiraba unión y amor al prójimo. 

Parecía que la crítica, el chisme, el rencor y la falta de amor por fin había desaparecido de la noche a la mañana. Un pequeño virus había logrado en cuestión de días lo que marchas, encuestas, lágrimas y hasta una guerra mediática no habían logrado en los últimos años.  

Era común ver a través de la internet o en televisión a hombres y mujeres de todas las edades cantando desde sus balcones, se enviaban mensajes de ánimo de todas partes del mundo donde el Covid-19 estaba declarando la guerra y, eso nos enchinaba la piel a quienes los veíamos a distancia. 

El Hashtag: “#VolveremosaAbrazarnos” era tendencia en las redes sociales, lo leíamos y compartíamos muchas veces con lágrimas rodando por nuestras mejillas. Pero pasaba el tiempo, el estrés aumentaba, el encierro comenzaba a cobrar la factura y comenzaba a ser una pesadilla en los matrimonios, en las familias, en los vecindarios, en el mundo. 

Crecía el encierro y con él, el enfado, la amargura, el temor, la incertidumbre y el miedo a morir; o peor aún, a vivir sin estar seguros si contaríamos con la estabilidad a la que estábamos acostumbrados. 

El tiempo seguía su curso y la gentileza iba desapareciendo. El “milagro en la sociedad” por el virus, fue momentáneo. La fraternidad, el cuidado de otros, el compartir lo básico, lo mínimo con otros, desaparecía lentamente.

¿Por qué ese cambio tan repentino? ¿Por qué lo que antes generaba empatía después era molesto? Porque el humano es malo, egoísta, orgulloso; esa es la realidad de la naturaleza caída. Puede sobrevivir ayudando a otros hasta que no se sienta amenazado, y es normal, ese instinto de supervivencia. Pero es al sentirse así, amenazado, que entonces comenzará a actuar contrario a lo que hacía antes. 

Ahora se siente amenazado, con temor, vulnerable, y su deseo es sobrevivir. Ha dejado de ver la necesidad de otros y comienza a verse a sí mismo. Ahora es esclavo de otros y de sus propios pensamientos. No se ha dado cuenta de que poco a poco su paz se extinguirá y comenzará a defenderse, a odiar y lamentar ayudar a otros, sus lágrimas de dolor por la situación, ahora son lágrimas de desesperación. 

Mientras tanto, la vida sigue. El reloj no se detiene, pasan días, semanas y la vida sigue su curso. “El Covid-19 ha sacado lo mejor de nosotros”, leía cuando recién comenzaba la cuarentena. Hoy, es fecha que no he leído un solo estado de Facebook que diga: “El Covid-19 ha sacado lo peor de mí”. Tampoco uno que diga: “¡Caray! Siempre me creí buena persona, pero gracias al encierro por el Covid-19, me he dado cuenta de lo malo que puedo llegar a ser”.  

Con malo no me refiero a necesariamente asesinar, robar, lastimar a un indefenso, sino a algo tan común que ya no lo catalogamos como maldad y es: pensar únicamente en nosotros mismos. Porque siendo honestas, la inmensa mayoría de las personas hacemos el bien cuando estamos bien, cuando no, lo hacemos dudando, a regañadientes o definitivamente, no hacemos el bien. 

¿Por qué? Quizá es que en ese instinto de supervivencia hemos dejado que el orgullo nos supere, nos centramos solo en nosotros, nos deja de doler el de al lado o nos cegamos a la realidad para no sentir compasión, para que eso no nos lleve a ayudar. Nos sentimos en control.

Lo mejor que nos puede pasar y que no es muy grato, es conocer la maldad que hay en nosotros. Saber que, aunque nos esforcemos y busquemos hacer el bien todo el tiempo y de manera perfecta siguiendo listas y reglas al pie de la letra, no lo lograremos. 

Para que eso pudiera pasar, nuestro corazón y naturaleza debiera ser renovada, destruida y vuelta a ser hecha nueva. ¿Algo así como entrar por segunda vez en el vientre de nuestra madre, y nacer? (Juan 3:4). No, un nuevo nacimiento desde el Espíritu. Porque sí, estamos muertos en vida, hasta que el único y capaz de resucitar a los muertos se presenta delante nuestro, es que viviremos.  Lo que pasó, ya pasó.

Lo que pasó, ya pasó

Lo que pasó, ya pasó. Este encierro nos ha dejado ver que no tenemos el control de nada, que no podemos cambiar por nosotras mismas, necesitamos que nuestro corazón sea transformado por el bien nuestro y el de la humanidad que tanto decimos amar. 

Lo que pasó, ya pasó; pero aún necesitamos a Cristo, lo necesitamos con urgencia para arrepentirnos de nuestros pecados y confiar en Él, en Su perdón y creer en esa salvación para nuestra alma. 

Lo que pasó, ya pasó; pero con Cristo será solo el comienzo de una nueva vida, de cada día poco a poco ir dejando malos hábitos, actitudes, pecados. Un proceso que durará toda la vida y que irá creciendo, y para nuestro bien con el paso del tiempo irá mejorando. 

Lo que pasó, ya pasó; el Covid-19 logró de manera momentánea un cambio, no obstante, Cristo lo perfeccionará y durará por toda la eternidad. Poco a poco lo bueno de Cristo lo iremos reflejando, no por nosotras mismas, ni por quien seamos, sino por quien es Él; por el amor que nos tiene, porque Cristo nos da vida nueva, nos transforma y nos acompaña día a día. 

Lo que pasó, ya pasó; podemos vivir en paz, sin miedo al futuro, sonriendo a pesar de las adversidades, confiando en la bondad de Dios. Podemos vivir con esa paz y esperanza para ser luz, un faro que alumbra a Cristo en una sociedad que camina en tinieblas, a tientas, con miedo y sin esperanza.  

Lo que el Covid-19 no logró, como el amor al prójimo, morir a uno mismo, ser pacientes, ver por las necesidades del otro antes que las nuestras, compadecernos y ser bondadosos, Cristo lo perfeccionó. 

Todos los términos de la tierra se acordarán y se volverán al Señor, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de Ti. Porque del Señor es el reino, Y Él gobierna las naciones. Todos los grandes de la tierra comerán y adorarán; Se postrarán ante Él todos los que descienden al polvo, Aun aquel que no puede conservar viva su alma. La posteridad le servirá; Esto se dirá del Señor hasta la generación venidera. Vendrán y anunciarán Su justicia; A un pueblo por nacer, anunciarán que Él ha hecho esto. (Salmos 22:27-31 NBLA). 

Lo que pasó, ya pasó; iniciamos un año nuevo recordando que Dios gobierna, Cristo Reina; solo a Él sea la gloria por siempre y para siempre.

Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en BlogFacebook y Twitter.

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