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AYANNA THOMAS MATHIS

En el Antiguo Testamento, hay una guerra constante a lo largo de la historia de la nación de Israel y es similar a nuestra lucha cotidiana.

Dios decidió amar a este pueblo, pero no debido a su tamaño ni a su poder (Deut. 7:7). No los amó gracias a su fidelidad ni a su autosuficiencia. Los escogió porque los amaba (Deut. 7:8). Y cuando Dios llamó al pueblo de Israel a seguirlo, dejó instrucciones y guía claras. Les dio Sus leyes y estatutos como una guía vertical que siempre los llevaría a Él. Los Diez Mandamientos debían servir como medios de gracia; señalarían al corazón de Dios para mantener a Su pueblo cerca de Él, mediante su obediencia y la necesidad de depender de Él al confiar en Sus planes de usar a sus líderes para ayudarlos. Estas leyes también servirían de guía horizontal que se transformaría en un testimonio ante aquellos que los rodeaban de cómo el Dios de Israel instaba a Su pueblo a caminar bien en Su mundo.

Dios deseaba que el pueblo de Israel considerara Sus leyes como algo bueno, diseñadas para mantenerlos a salvo del peligro pero también para mostrar a Dios como la mejor opción cuando se enfrentaran a muchas otras. La postura de su corazón era importante y sus corazones eran la sede de la batalla con el pecado que lucharía por sus afectos. Esta batalla solo podía ganarse si caminaban cuidadosamente con su Dios. Al aferrarse a Él, amar Sus caminos, andar por el sendero que había escogido para ellos y dejar de poner la mirada en cosas sin valor (Sal. 119:37), hallarían la verdadera victoria.

Hay una guerra visible en toda la historia de los israelitas y es una que nosotras conocemos demasiado bien. Es una batalla que no se pierde tanto al quebrantar un mandamiento de Dios, sino que más bien somos vencidas cuando nuestro corazón no se reorienta constantemente a contemplar a Dios y comprometer nuestra vida a Él. Es una batalla que se pierde cuando no vemos a Dios —y por lo tanto, a Sus leyes— como algo bueno.

Cuando separamos el amor de Dios de Sus leyes, nos transformamos en un pueblo que percibe los límites divinos como castigo, Sus restricciones amorosas como cadenas que esclavizan y Su Palabra como algo negociable.

No sé cómo será en tu caso, pero yo soy propensa a esto todos los días. Cuando la ansiedad se apodera de mí y soy culpable de exaltar las palpitaciones de mi corazón y mi pérdida de control por encima de Dios, reutilizo mi corazón como una herramienta de rebelión contra mi Dios. Cada lucha para crear mi propia realidad, cada pelea egoísta con un ser querido, cada momento de tentación de poner en pausa la negación a uno mismo es un momento de rebelión, pero también es una oportunidad de buscar el antídoto en la Palabra de Dios.

No es un antídoto que necesites buscar en las profundidades de la selva amazónica. Tampoco hace falta que hagas una introspección a las partes «más profundas» de ti misma para poder acceder a él. En cambio, lo encontramos de manera elocuente y permanente en el capítulo más largo de la Biblia: el Salmo 119.

En los versículos 33‑40, el salmista demuestra que un corazón que está aferrado a la Palabra de Dios conduce a un discípulo perseverante, a la experiencia de obediencia y deleite, a una vida de acción, a una actitud de temer correctamente a Dios y a un anhelo de Sus preceptos.

EL DISCÍPULO PERSEVERANTE
En el versículo 33, el salmista pide que el Señor le enseñe el camino de Sus decretos, para poder cumplirlos hasta el final. Aquí se expresa algo hermosísimo sobre la Palabra de Dios. Un conocimiento correcto de Dios no solo nos atrae a una mayor intimidad con Él, sino que también nos ayuda a perseverar a pesar de nuestras dificultades. Y, por cierto, es imposible lograrlo por nuestra cuenta. El salmista reconoce esto y mira primero verticalmente a Aquel que puede darle el poder a Su pueblo para que aplique a la perfección Sus instrucciones a sus vidas. Cuando buscamos la guía de Dios, reconocemos que Sus caminos son justos y que necesitamos Su perspectiva.

Este versículo es un bálsamo para el alma: calma los temores, aquieta el corazón y nos desafía a mirar a Aquel que nos da todo lo que necesitamos, no al cambiar nuestras circunstancias sino al entregarse a sí mismo. No importa si el problema es que el peinado que viste hacer a algún gurú en YouTube no te quedó como esperabas para tu importante entrevista, o si se trata de tu experiencia de sufrimiento de alguna enfermedad autoinmune que ha tenido un impacto devastador en tu vida; la Palabra de Dios siempre nos recuerda que Él tiene la habilidad de llevar a Su pueblo hasta el final, sin importar cuán difícil sea el camino.

UNA EXPERIENCIA DE OBEDIENCIA Y DELEITE
Hay épocas en las que la Palabra de Dios puede parecernos bastante insípida. Tal vez las cuentas a pagar exceden tu ingreso, o hubo más explosiones de popó que pañales que te quedan para el resto de la semana y, francamente, no te queda margen para meterte en la Palabra. Cuando llegan estos trayectos difíciles en la vida, obedecer a Dios y deleitarse en Él puede resultarte antinatural, aun si hace años que caminas a Su lado.

¿Cómo puedes cumplir la ley de Dios con todo tu corazón y deleitarte en caminar según Sus mandamientos, como hace el salmista (vv. 34‑35)?

Tienes que pedir. Cuando estás atrapada en medio de tu día e intentas abrirte paso entre los problemas y las circunstancias de la vida, tienes dos opciones. Puedes intentar racionalizar el porqué y el cómo de las cosas según tu propia sabiduría, o puedes pedirle a nuestro Dios un entendimiento que lleve a la santidad. La mejor parte es que Él siempre nos responde en el segundo caso porque, como nos recuerda el salmista, Su Palabra es verdad. Él nos llevará a honrarlo y a cumplir Su ley, y ayudará a nuestra mente a meditar con constancia en Sus verdades.

Lo hermoso de nuestro Dios es que nunca tendremos que preocuparnos porque nos diga que «no» a cuestiones que ya ha dicho que desea que hagamos o que seamos. Dios honrará nuestra humildad al expresar que necesitamos Su gracia. Desea que nos parezcamos cada vez más a Él, y así, nos dará abundante misericordia para ejercitar esos músculos espirituales a medida que navegamos por la vida. Nuestros caminos están pavimentados con la gracia de Dios. Llevan la marca de Su carácter. Nos guía y usa nuestra humilde obediencia para llevarnos a disfrutar de Él. Al igual que el salmista, podemos pedir que Él nos guíe según Sus mandamientos, para que podamos deleitarnos en ellos.

Podemos tener pañales limitados y cuentas apiladas, pero el Dios del cielo está listo para guiarnos según Su Palabra y nos permite deleitarnos en Él en toda época de la vida. Sencillamente, tienes que pedir.

UNA VIDA DE ACCIÓN
A veces, parece que todo compite por mi atención. Las interminables listas de cosas para hacer que deseo completar antes de que termine el día. Los episodios más recientes que me esperan en mi cuenta de Netflix. La pila de libros que quiero leer. A veces, hay tantas cosas que parecen más atractivas que leer mi Biblia.

Lo bueno es que el salmista no duda en reconocer la realidad de las limitaciones, el deseo de ir en pos de cosas sin valor y la tentación de intentar obtener una ganancia egoísta. Por eso, le pide al Señor que incline su corazón a los testimonios de Dios. Sabe que existe la tentación de ir en pos de sus propios deseos, los cuales pueden llevarlo a búsquedas egoístas. Por lo tanto, pide que sus ojos se aparten de las cosas vanas y que reciba vida en los caminos del Señor.

Hermanas, hay tantas cosas buenas y que honran a Dios en las que podemos invertir nuestro tiempo. Las listas de cosas para hacer, Netflix y las pilas de libros lindos no son cuestiones inherentemente pecaminosas. Dios proporciona la libertad de disfrutar de las cosas que tenemos aquí en la tierra. Sin embargo, no tenemos que sacrificar nuestra dependencia y nuestra búsqueda del Señor en el día para ir en pos de estas cosas.

El poder de conocer a Dios a través de Su Palabra vuelve a saltar a la vista en la vida de este creyente en los versículos 36‑37. Cuando la Palabra de Dios entra en nosotras mediante un estudio dedicado y un compromiso con la aplicación correcta, el Espíritu nos ayuda a ver nuestros puntos ciegos y a dar los pasos necesarios para quitarlos. Solo la Palabra de Dios puede revelar que tenemos un problema de perder el tiempo en las redes sociales, que de otra manera negaríamos. Solo la Palabra de Dios puede hacer retroceder nuestro pecado para estimularnos a las buenas obras que Dios nos llama a hacer en Cristo por el poder del Espíritu Santo.

Solo la Palabra de Dios puede «apartar» nuestros ojos de las cosas que carecen de valor al compararlas con la fuente de agua vivificante de Jesucristo.

UNA ACTITUD CORRECTA DEL TEMOR DE DIOS

El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento (Prov. 9:10).

En Twitter, el conocido artista musical Kanye West compartió lo que el temor de Dios significaba para él y por qué no está de acuerdo con el término o concepto. En su breve explicación, comunicó su visión de que el temor de Dios es «una mentalidad anticuada que se usaba para controlar a las personas», y argumentó que si Dios es amor y el amor es lo opuesto del temor, entonces no tiene sentido temer a Dios.

Bueno, Proverbios 9:10 nos dice que el principio de la sabiduría es ciertamente el temor del Señor. Nuestro salmista le pide a Dios: «Confirma tu promesa a este siervo, como lo has hecho con los que te temen» (Sal. 119:38). Este temor no quiere decir que tengamos miedo de Dios y del daño que puede llegar a causarnos. Es un temor que ve a Dios como bueno pero también como Padre y Creador que inspira reverencia, el cual actúa con poder a favor de sí mismo y de aquellos a los que ama, para el bien de ellos y para Su gloria. Un correcto temor de Dios no tiene nada que ver con una mentalidad anticuada. Un correcto temor de Dios nos lleva a amar y reverenciar a Dios, el cual es bueno y justo. Si afirmamos ser sabias pero no reverenciamos a Aquel del cual provienen la sabiduría y el conocimiento, nos estamos engañando.

Descansar y permanecer en la Palabra de Dios produce un temor correcto que proviene de una inclinación relacional, en lugar de una impersonal. Cuando conocemos íntimamente al Dios de la Biblia y Sus promesas para nosotras, nuestra experiencia con Él no será como la que tenemos con un primo lejano al cual nunca conocimos pero de quien hemos escuchado hablar mucho. Será una experiencia en la que confiamos, permanecemos y creemos en la persona que Dios nos ha revelado que es: Aquel que nos ama de manera incansable y que nos mantiene cerca.

Sin embargo, no se detiene allí. El salmista reconoce que hay y habrá momentos en los cuales la gente infiel lo influya a ver lo que Dios ha decretado bueno y justo como algo malo. Le aterra el oprobio (v. 39), no solo por parte del Señor, sino también de quienes lo rodean (vv. 22,42,51).

¿Acaso esto no nos habla a nosotras hoy? No es fácil caminar con Dios. Hay muchas tentaciones a nuestro alrededor para ver la vida fuera de Cristo como la más deseable; por cierto, la única meritoria. Nosotras también debemos caminar con la bondad de las reglas de Dios fijas en nuestra mente, a medida que transitamos por el mundo en el que vivimos pero al cual no pertenecemos (Juan 17:16).

UN ANHELO DE LOS PRECEPTOS DE DIOS
Al llegar al final de esta estrofa, vemos que el salmista declara que anhela los preceptos de Dios (v. 40). Pero ¿qué son los preceptos de Dios? ¿Y por qué deberíamos anhelarlos?

Los preceptos de Dios son sencillamente Sus mandamientos autorizados. El salmista considera que los planes soberanos de Dios son más deseables que cualquier otro resultado que podría idear para sí. Es sumamente importante que observemos esto. En respuesta a años de supresión de los derechos de la mujer, hoy en día hay muchos movimientos que impulsan a las mujeres a hacer cualquier cosa que su corazón desee Aunque no tiene nada de malo que las mujeres quieran aventurarse en cuestiones que no solían estar disponibles para ellas en el pasado, es importante que nuestros deseos se apoyen en la autoridad de la Palabra de Dios. No queremos terminar corriendo detrás de todo viento de oportunidad y anhelar el éxito de nuestras empresas más que la obediencia a los preceptos de Dios.

Buscar primero el reino de Dios y Su justicia siempre producirá una obra y un compromiso vivificantes. Cuando nuestro corazón anhela los preceptos de Dios, nuestros negocios, hogares, familias, carreras, nuestra soltería y nuestro matrimonio —todo lo que nos venga a la mano para hacer— florecerá, en el sentido de que se usará para nuestro bien, para el bien del pueblo de Dios y para la gloria de Su Hijo.

Entonces, que el latido de nuestro corazón siempre refleje al Dios de la Biblia, el cual tiene el poder de enseñarnos el camino de Sus estatutos, inclinar nuestro corazón a Sus testimonios y permitirnos ver todas Sus reglas como algo bueno. Señor, que estas palabras siempre estén en nuestros labios al caminar por esta vida, sabiendo que solo Tú puedes guiarnos por tu Espíritu, mediante tu Palabra. Amén.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

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