Por Bredka Llanes de Bernardo
Se cuenta la historia de que Napoleón Bonaparte pregunto a Madame Campan, ¿Qué es lo que más necesita Francia? Ella respondió “Madres de familia” ¡Qué declaración!
Es una verdad no solo para la Francia de aquel momento, es una realidad para cada nación de este mundo caído.
Y no porque las madres seamos las salvadoras del mundo, NO, ¡Ya tenemos un Salvador! Y es precisamente por la obra de ese hermoso Salvador que debemos expandir su reino. Es porque hemos conocido el perdón de pecados que queremos que nuestros más amados corran a la misma cruz, y se postren a los pies del Único y Verdadero, del que es, era y siempre será. El que da propósito y gozo eterno.
La salvación de nuestros hijos es el mayor deseo de cualquier padre cristiano. ¿Qué más podemos desear para ellos? ¿Salud? ¿Educación? ¿Éxito? ¿Una vida emocional y familiar estable? La mejor vida en este mundo jamás justificará una eternidad sin Dios. Aunque es lo mejor que podemos desear, NO DEPENDE DE NOSOTRAS. No son nuestros métodos, nuestras reglas, nuestra dedicación a ellos lo que los convencerá de su pecado y necesidad de salvación, es solo el Espíritu Santo.
El poder de la influencia….
Dios en Su plan y diseño perfecto, dotó a la mujer con habilidades intrínsecas que la hacen un personaje de influencia en la vida humana. De ahí la recomendación a Napoleón.
Nuestros hijos aprendieron a hablar y caminar solo imitándonos. Mientras tu hacías tu vida normal, ellos estaban aprendiendo. Somos por diseño imitadores. De ahí las muchas instrucciones bíblicas de imitar a Cristo y a los que imitan a Cristo.
“Hagan como yo, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos, Imítenme a mí, como yo imitó a Cristo”
I Corintios 11:1
De la misma manera que mientras tú caminabas, comías y hablabas sin proponerte enseñarle algo a tu bebé, al vivir tu vida, le estás enseñando a tus hijos a como vivir la suya. La forma en que hablas, reaccionas, amas, pasas tu tiempo, trabajas, sirves, educas, perdonas y pides perdón habla más de tu verdadero temor de Dios de lo que confiesas con tu boca. El temor de Dios se enseña mientras vivimos.
“ Y habitó en Bet-el y les enseñó como habían de temer a Jehová”
2 Reyes 17:28
Cuando estemos ejerciendo nuestra maternidad debemos recordar, que es a nuestro Padre Celestial a quien debemos modelar. Recuerda cómo es Dios contigo e imítalo.
Dios es un padre amoroso, fiel, justo que corrige y disciplina, pero nutre, y da gracia sin igual. ¿Qué declaran de Dios tus acciones? ¿Estás imitando al Padre Eterno? ¿Estás modelando el temor de Dios?
Ser padres tiene que ver con entrenamiento, de la misma manera que Dios nos entrena para crecer y ser como Cristo. No tenemos la capacidad de salvar a nuestros hijos, no somos la gracia salvadora pero tenemos la obligación de imitar esa gracia y facilitar la atmósfera para esta salvación. Requiere tiempo, humildad y una total dependencia de Dios.
Nuestros hijos son flechas que saldrán algún día de nuestra aljaba.
“Como flechas en las manos del guerrero son los hijos de la juventud. Dichosos los que llenan su aljaba con esta clase de flechas”
Salmo 127:4,5
Las flechas se preparan, se alistan, se apuntan para su propósito. No se atesoran. O se llenan de adornos que las hagan pesadas para su fin. Las mejores flechas son las que dan en el blanco. Queremos que sean flechas que cumplan su propósito eterno.
Lee, cree y vive la Palabra…
No se puede imitar lo que no se conoce. No hay énfasis suficiente para decir que debemos ser mujeres de la Palabra. Debemos estar en ella, leerla y meditarla. No podemos dejar que otras labores de nuestra maternidad nos mantengan alejadas de la fuente de vida y de sabiduría. Es la Palabra la que nos capacitará y enfocará. La que nos muestra el carácter de Aquel a quien debemos imitar.
La fe viene por oír y el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17), debemos exponer a nuestros hijos a las Escrituras, debemos llevar cada evento de la vida a la luz de la Biblia. Debemos aprovechar los momentos ordinarios para apuntar verdades eternas. Debes compartir el evangelio con toda claridad y respaldarlo con tu vida. Para llevar a tus hijos a la Palabra, debes estar anclada ella.
Ora por tus hijos…
Una de las mujeres que más me impresiona en su obra misionera fue Mónica la madre de San Agustín. Su oración constante y sin descanso.
“Pero tú Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma, porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que lloran las madres en los funerales de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y escuchaste su clamor. Ella oraba por mi en todas partes y tú oíste su plegaria.”
Confesiones de San Agustín Capítulo X
Quizá tus hijos ya no estén en casa, pero Dios está en todo lugar y puedes clamar a Él. No te canses de orar. Tienes un Padre eterno que te escucha y ama a tus hijos más que tú. Y si tus hijos son pequeños y están en casa, no te canses de orar. La obra en sus almas depende del Padre de misericordia, orar de manera constante e intencional por ellos, revela tu dependencia y convicción de que no se trata de ti.
Vive con gozo constante tu maternidad, sabiendo que cada labor no es en vano. Dedica cada obra a la gloria de Dios. Cambia pañales para la gloria de Dios, da papillas para la gloria de Dios, lee cuentos para la gloria de Dios, ve al parque para la gloria de Dios, escucha sus aventuras para la gloria de Dios, ríete de sus chistes para la gloria de Dios, corrige para la gloria de Dios, muestra el pecado para la gloria de Dios, explica matemáticas para la gloria de Dios, escoge Universidad para la gloria de Dios, ora por su cónyuge para la gloria de Dios, deja que salgan de tu hogar para la gloria de Dios.
Mientras sirvas a tus hijos considera el propósito eterno, ayuda a que desarrollen un corazón suave y enseñable, modela con tu ejemplo aférrate a la Palabra y ora sin cesar. Celebra este privilegio de ser madre, no es un derecho, es un llamado con un fin eterno.
Bredka , es una esposa y mamá ordinaria que vive asombrada por la gracia de Dios. Le apasiona leer, estudiar, meditar y enseñar la Biblia. Radica en la Ciudad de México y junto con su familia son miembros de la Iglesia Semilla de Mostaza, Santa Mónica. Colabora como editora para este blog.
Que lindo mensaje y q sabiduria