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Por  Karla de Fernández

Durante mucho tiempo fui una mamá ausente. Presente en cuerpo, pero totalmente ausente de mi hogar y de mis hijos. Me mimetizaba con la computadora, con el libro que estu- viera leyendo o simplemente con lo que estuviera haciendo o pensando. 

Debo confesar que en muchísimas ocasiones usé los estudios bíblicos en línea, blogs y videos cristianos para ausentarme emocionalmente de mi hogar. Eran una oportunidad para huir de la rutina diaria. Pasaba horas en el celular y me olvidaba por completo de mis hijos, aunque ellos estuvieran sentados a mi lado. Me excusaba diciendo que no tenía nada de malo porque estaba buscando a Dios. Pero en mi interior sabía que no era correcto, de hecho, luchaba siempre con esa actitud, me arrepentía y planeaba que ya no sería así, mientras lloraba amargamente en las escaleras de mi hogar cuando mis hijos estaban en la escuela. 

Pero por la tarde, cuando los gritos y las rabietas de los niños alteraban mi zona de confort, cuando salía al corredor y me encontraba con una montaña de ropa que lavar, pañales sucios que cambiar por décima vez, tareas escolares con niños que no ponen atención por querer salir a jugar, citatorios al colegio y a eso agrégale que, aunque mi esposo trabajaba diez horas al día, la economía del hogar no iba nada bien, así que terminaba explotando en gritos y llanto. 

Ahora me doy cuenta de que yo era una olla a presión quedándose poco a poco sin agua y me rodeaban unas mini ollitas a presión sonando todas juntas. Su ruido ensordecedor decía algo así como: «¡Mami, mami, mami, mami!». No podía huir a ningún lado físicamente, entonces mi escape rápido lo encontraba en internet y las redes sociales. «No molesten a mami que está muuuuy ocupada». ¡Ah! La presión era tanta que no sabía cómo controlarla, prefería evadirlo todo. Mi problema en realidad no era lo externo sino la necesidad que mi alma tenía de Dios y no sabía cómo reconectarme con Él. ¿Te ha pasado que quieres hacer todo y terminas haciendo nada y sumamente frustrada? Bueno, así estaba yo, y aunque oraba y tenía devocionales diarios, me sentía vacía. Necesitaba de Dios con desesperación. Puedo decir que entendía un poco el sentir del Salmista cuando exclama: 

«Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas». Salmos 63:1 

Me sentía seca, tenía un oasis de agua fresca frente a mí todas las mañanas al abrir mi Biblia. Sin embargo, no llegaba a satisfacer mi sed. Era obvio que esa sequedad estaba afectándome en mi relación con mis niños porque me ausentaba, aunque los tuviera en mis piernas o hasta cuando estaba amamantando a mi bebé. 

… quizás sea la depresión post parto. 

… tal vez es porque no salgo. 

… ¿será que necesito salir con amigas?

Pero no necesitaba eso, no quería eso. Quería conectarme con Dios y eso me tenía mal. Estaba en un desierto, pero no me daba cuenta de que a ese desierto me estaba llevando a mis hijos. Hay veces en que no es intencional el ser mamás ausentes, pero lastimosamente, en la mayoría de los casos, es así. Nos ausentamos pensando en nosotras mismas, sin importarnos mucho los que están a nuestro alrededor, en especial, nuestros hijos. 

Debo recordar que cada día se trata de morir a uno mismo y vivir para agradar a Dios, buscar Su reino y no construir nuestro reinito personal. En mi búsqueda desesperada de Dios, cometí el error de olvidarme de mis hijos. No estaba pensando correctamente en cuanto al evangelio. Quería estar bien con Dios, aunque descuidando el llamado que tengo como mujer que Él creó, como esposa y como mamá que me ha permitido ser. Estaba lejos de hacer Su voluntad y solo buscaba a Dios por razones egoístas, aunque en mi interior lo anhelaba y mi alma le necesitaba, solo lo buscaba para sentirme bien conmigo misma. Para ausentarme de mis responsabilidades y no para hacer Su voluntad, porque era claro que no la estaba haciendo. 

«Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». Mateo 6:33, lbla

Estamos de paso en esta tierra, somos peregrinos, este no es nuestro hogar. No perdamos un tiempo que no volverá. Vivamos aprovechando bien el tiempo con nuestro esposo, con nuestros hijos y con las personas que están a nuestro alrededor, mostrándoles la gracia de Dios, sabiendo que esta es la antesala de la eternidad, esa es nuestra meta, nuestra morada final.

Este es un fragmento del libro Hogar bajo Su gracia. Si deseas nutrirte más en este tema puedes adquirir el libro visitando la pestaña de LIBROS en nuestro blog: www.lifewaymujeres.com. <—

Karla de Fernández. Nacida en México, es hija y sierva de Dios por gracia, esposa y madre como privilegio. Tiene su blog desde donde comparte con las mujeres su pasión por la Palabra de Dios. Es la coordinadora de Iniciativas para mujeres Soldados de Jesucristo y dirige el podcast “Mujeres en Su Palabra.” Es la autora del libro “Hogar bajo Su gracia.” Puedes seguirla en BlogFacebook y Twitter.

One Comment

  • María José dice:

    Hermoso artículo!! También pasé por eso pero por la gracia de Dios aprendí que mi llamado es buscar ser como Jesús quien se negó a sí mismo para darnos vida, así también tengo un glorioso llamado como madre de amar a mis hijos de manera sacrificial tal como mi Señor lo hizo conmigo.♥️

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