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Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y, como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero. —NVI

GÁLATAS 4:7

Jerry tuvo una infancia dolorosa. Su madre murió cuando era pequeño y fue a vivir con quien aparentemente era su progenitor. Era maltratado y, tras una discusión, Jerry supo que ese hombre no era su padre. Rodando de casa en casa, terminó viviendo en la calle, pero quería saber quién lo había engendrado. Reuniendo pistas, llegó a la empresa donde trabajó su madre veintiocho años atrás.

El dueño había sido Alfred Winkler, quien murió sin herederos. Por coincidencia, su segundo nombre era Alfred. Los abogados de la compañía tomaron el caso de Jerry y, haciéndose la prueba de ADN, resultó que era hijo del difunto millonario. De un día para otro, la vida de Jerry cambió. Finalmente sabía quién era su padre, y él era su heredero.

¿Por qué ese magnate nunca reconoció a su hijo? No sabemos, pero parece que esta historia se contrapone a la nuestra: Dios nos ha reconocido como hijas y herederas. ¿Herederas de qué?

¡De Él mismo! Teniéndolo a Él, tenemos todo: amor, cuidado, cosas materiales… todo.

¿Vives como pobre, tal como Jerry vivía antes de saber su procedencia? ¿O buscas el rostro de Jesús, nuestra herencia, cada día? (YF)

Señor, solo tú eres mi herencia. Tú proteges todo lo que me pertenece.

DAVID

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