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Por Liliana Llambés

Hace alrededor de 28 años que me arrepentí de mis pecados y reconocí a Cristo como mi Señor y Salvador, fui bautizada y comencé a ser discipulada en una iglesia local. Fui creciendo espiritualmente junto a mi esposo, para aquel tiempo ya éramos padres de cuatro hijos. Los años pasaron y nuestros dones y talentos fueron confirmados por nuestra iglesia, los cuales pusimos al servicio del Señor en el contexto de la iglesia.  Evangelizábamos y hacíamos discípulos en nuestra comunidad. Mientras servía en el ministerio de misiones, en la oración y proyectos a corto y largo plazo, el Señor comenzó a trabajar en mi corazón un llamado a ser misionera en otro país. Mi fervor crecía, pero mi esposo todavía no había sido llamado. Oré por espacio de cuatro años por el corazón de mi esposo y el Señor en Su soberana voluntad también lo llamó. Partimos hacia un pueblo en República Dominicana donde hacía falta obreros para la iglesia. Así partimos con nuestros tres últimos hijos de 9, 7 y 5 años, en el año 2003. Salimos con la bendición y confirmación de nuestra iglesia, vendimos nuestra casa, carros y partimos de Miami al hermoso Bonao. 

Podemos ver a través de la Palabra del Señor como Dios le ha encargado a todo creyente el ser embajador de Cristo llevando el ministerio de reconciliación. Sin embargo, esta orden no necesariamente hace al creyente un misionero. Aunque todos somos llamados a anunciar las verdades del Señor como nos dice Pedro por inspiración divina, «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 Ped. 2:9 NBLA), a la luz de las experiencias misioneras que encontramos en el Nuevo Testamento podemos concluir que no todos somos llamados a ser misioneros. 

¿Qué es un misionero? 

Para responder a esta pregunta, necesitamos ir al conocimiento histórico del término. La raíz de la palabra misionero es «mismo», que viene del latín «mitto», que significa enviar. En griego es «apostello» lo cual significa un embajador que es enviado con un mensaje. Como embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20) todos hemos de vivir como luz y sal, pero aquellos que somos llamados por el Señor a las misiones en el contexto de nuestra iglesia local, lo hacemos para desempeñar una labor en particular. El término misionero ha sido escogido para aquellos que han sido llamados a vivir en otro país, a cruzar fronteras culturales, contextuales y de una cosmovisión diferente a la nuestra, para predicar el evangelio, hacer discípulos y participar en la tarea de la plantación de iglesias. 

«Pero Él me dijo: “Ve porque te voy a enviar lejos, a los gentiles”». (Hech. 22:21 NBLA) En la Palabra podemos ver el ejemplo del ministerio específico al que fueron llamados Pablo y Bernabé. Eso no ha cambiado ya que la tarea sigue siendo la misma. Ellos fueron llamados desde su iglesia local, «En la iglesia que estaba en Antioquia había profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Niger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: “Aparten a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”. Entonces, después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron». (Hech. 13:1-4 NBLA) 

¿Cuál es la tarea de un misionero? 

Pablo y Bernabé tenían un buen entendimiento de lo que verdaderamente es la Gran Comisión. Ellos fueron enviados en asignaciones particulares y se deja ver que fueron a lugares no alcanzados, a evangelizar, hacer discípulos, plantar iglesias, entrenar los lideres locales, dónde después partían a otros lugares a comenzar de nuevo. Pablo era un pastor misionero itinerante que estaba comprometido con hacer discípulos y comenzar iglesias donde no las había. Como enviado, él tenía una misión específica que correspondía con lo que el Señor había establecido, «Pero ahora, no quedando ya más lugares para mí en estas regiones». (Rom. 15:23a) 

Así mismo como podemos ver a Pablo y a Bernabé, las mujeres también somos llamadas a ir a otro país a llevar las buenas nuevas de salvación y ser usadas por Dios para la obra en ese lugar. El Señor en Su gracia me ha permitido llevar el evangelio a mujeres, discipular y comenzar junto a mi esposo iglesias en las cuales Él ha agregado hombres que han sido salvos. Y se ha constituido la iglesia preparando hombres y mujeres para el liderazgo y luego partiendo nosotros a otro lugar. 

Es importante tener en cuenta que vivir en el extranjero no te hace un misionero. El misionero es llamado por Dios para una tarea que corresponde con la Gran Comisión. No obstante, sí puedes ser una mujer de oración, que asiste a una mujer misionera o un equipo misionero de alguna manera. 

Consejos si estás siendo llamada a las misiones: 

  1. Disciplinas espirituales 

La manera en que podemos escuchar la voluntad del Señor en nuestras vidas es cuando vivimos las disciplinas espirituales en la meditación de la Palabra y la oración. Al igual que en ser parte de una iglesia local donde estás siendo discipulada y estás usando tus dones y talentos confirmados por los hermanos. «Y Aquel que escudriña loa corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque. Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios». (Rom. 8:27 NBLA) 

2. Iglesia local 

El llamado misionero viene desde el contexto de la iglesia local que es tu centro de entrenamiento, crecimiento, servicio y confirmación de tu llamado. Pablo y Bernabé fueron llamados fue desde el contexto de la iglesia local y servían en ella, como vimos en Hechos 13. Es muy importante comprender que, aunque he sido llamada a las misiones, mi primer rol es ser esposa y madre, viviendo cada etapa de la vida sirviendo con mis dones y talentos en el campo misionero en obediencia. 

Que nuestra oración en cada iglesia local y como creyente sea que el Señor envíe obreros a las cosechas que están listas y que las personas llamadas sean movidas a la obediencia y apoyados por su iglesia local. «Entonces dijo a Sus discípulos: “La cosecha es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha». (Mat. 9:37-38 LBLA)

Liliana Llambés, misionera por más de 15 años con la IMB. Su pasión es llevar el mensaje de salvación donde el Señor la envíe y hacer discípulos a mujeres de todas las edades, con el fundamento bíblico de la Palabra de Dios. Miembro de la Iglesia Bautista Ciudad de Gracia en la ciudad de Panamá. Tiene una Maestría en Estudios Teológicos en el Southern Baptist Theological Seminary. Autora del libro 7 disciplinas espirituales para la mujer. Esposa del pastor-misionero, Carlos Llambés, madre de 4 hijos adultos y 9 nietos. Actualmente reside en Panamá en donde junto a su esposo están realizando trabajo misionero. Puedes seguirla en Facebook: @lilyllambes, Instagram: @lilyllambes,Twitter @lilyllambes, su blog liliana.llambes.org

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