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Cathy Scheraldi de Núñez

«Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer
túnicas de pieles, y los vistió»
(GÉN. 3:21).

Justo con la caída, Dios, en Su misericordia, anunció al hombre que, aunque sus acciones dañaron la tierra creada en perfección y sería maldita por el pecado, mandaría a alguien que dominaría a aquel príncipe que esclavizaría a todos. Muchos piensan que nuestro Dios cambió Su plan, pero la realidad es que un Dios soberano, omnisciente y perfecto no puede cambiar y Él demostró Su plan al sacrificar a un animal para cubrir la desnudez de Adán y Eva. Desde antes de la fundación del mundo Él sabía lo que iba a pasar y por eso eligió a Su pueblo antes de la caída (Ef. 2:10). Él, que es Todopoderoso y tiene el control soberano, dejó pasar lo que planeó y permitió desde el principio, porque sin la caída del hombre no habría existido la necesidad de la salvación.

Fue Dios mismo quien sacrificó el primer animal para cubrir los pecados del hombre, pero el sacrificio de Jesucristo no los cubriría, sino que los quitaría. Esta persona que dominaría al príncipe de las tinieblas es el mismo Jesucristo. ¡El único que ha vivido una vida perfecta y capaz de aplacar la ira de Dios! Aunque hay cosas de este lado de la gloria que nunca entenderemos por tener mentes finitas, sin embargo, especulamos que, de no ser por todo lo que acontece en esta tierra, no podríamos entender la profundidad de la maldad en nuestros corazones, ni la profundidad del amor y la sabiduría del Señor si viviéramos en un mundo donde todo es siempre perfecto.

Todo tiene un propósito. Aquel que creó todo y orquesta todo ofreció venir a la tierra para vivir la vida que era imposible para nosotros con el propósito de quebrar la pena y el poder del pecado. «Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, […] se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, […] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:5‑8). Su muerte y resurrección pagaron nuestra deuda y Su justicia fue transferida hacia nosotros; ¡un intercambio glorioso (Ef. 1:4)!

Y si eso no fue suficiente, al aceptarlo como Salvador y Señor, el Espíritu Santo viene a morar en nuestro corazón y nos cambia de ser esclavizados al pecado a ser siervos («esclavos» en griego) de Cristo. En vez de tener un amo que vino para matar y destruir, tenemos un amo que vino para darnos vida en abundancia (Juan 10:10). Un amo que nos amó tanto que dejó Su gloria para caminar entre pecadores y fue rechazado, humillado, torturado y dio Su vida como el animal sacrificado en Génesis para que tú y yo entráramos en la gloria. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Aquel que rindió todo por nosotros, ¿no merece que vivamos para Él? ¡Claro que sí! Pero para hacer esto se requiere obediencia a Su Palabra, dejar el viejo yo y vestirse del nuevo, morir a uno mismo y a nuestros deseos para vivir para Él. Se requiere tener como única meta para nuestras vidas glorificar a aquel que se sacrificó para darnos paso a la gloria.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

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