[El regalo Supremo de Dios]
Aixa de López
Si lo que quiero es que Dios me conceda lo que mi corazón limitado desea, entonces no estoy entendiendo que Su propósito va más allá de lo que puede hacerme sentir contenta por ahora. Hay una correlación clara entre seguir nuestros deseos y la insatisfacción (y hasta el enojo).
Deleitarnos incluye guardar silencio, esperar confiadamente, y no necesariamente para que Dios nos dé lo que deseamos, sino gozando porque lo que más necesitamos es que Él alinee nuestros deseos a Sus deleites, sabiendo que heredaremos la tierra. ¿Quién quiere otra cosa después de conocer esa verdad?
Es que la prueba de que Él es nuestro Papá es que buscamos Su mirada más que Su mano. Su presencia más que Sus regalos. A medida que caminamos con Él, nos deleita Su compañía y Su ritmo al caminar, más que adónde nos lleva… La maravilla es… ¡que nos lleva hacia Él! ¡Él será nuestro hogar permanente! Orar es practicar anticipadamente lo que anhelamos hacer por siempre: disfrutar de responder al gran amor que nos ha mostrado el Padre.
Yo solo quiero que me dé o me quite lo que sea necesario para atesorarlo a Él como el mayor deleite de mi vida. Jesús no es el medio para conseguir lo que mi corazón caído desea. Él es nuestra meta y todas las cosas sirven para que veamos que Él es todo. Deseo quererlo más que a cualquier otra persona o cosa. Eso pido. Quererlo.
Si lo que pedimos es tenerlo a Él, jamás nos vamos a quedar sin recibirlo. Por eso, yo no voy a desear que te conceda nada sin antes pedir que tu mayor petición sea Él. Ese es el deseo de un corazón que fue traído a la vida por el electrochoque de la gracia, en una cruz donde un Rey que no era de este mundo murió pidiendo que nos perdonaran. Jesús. Mi Pan del cielo que sacia mi hambre eterna. Mi regalo incorruptible.
El tesoro que ya tengo, pero que me espera; porque después de salir de la tumba, nunca más puede morir; y aquel que, con certeza, disfrutaré para siempre.
Como dicen los niños: «El dueño de la pelota manda». Lo maravilloso del asunto es que este Dueño es el más amoroso y bueno que jamás haya existido o existirá. Es paciente y no nos ha dado lo que merecemos (la muerte), sino exactamente lo opuesto: gracia en Su único Hijo.
«Así que acerquémonos confiadamente al trono de su gracia» (Hebreos 4:16), y sepamos que «confiadamente» no es con aires de superioridad o sintiéndonos merecedores de Su atención o respuestas. No nos acerquemos con demandas sino con humilde súplica, con cercanía cálida y con alegría de que lo mejor ya nos ha sido dado.
Presentemos cada necesidad y deseo al Señor, porque es bueno y es el que más se preocupa por darnos lo que necesitamos y, a medida avancemos en conocerlo en la Palabra, nuestras oraciones se tratarán más de lo que tiene un peso eterno y menos de lo que se va a terminar algún día.
Un fragmento del libro Lágrimas valientes (B&H Español)
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