Mateo Bixby
«Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; Cuando
se levantan sus ondas, tú las sosiegas»
(SAL. 89:9).
En nuestro mundo existen pocas cosas tan temibles como el mar. Es un lugar caótico, con grandes monstruos marítimos aún desconocidos. Ante el embravecido mar, aun los enormes portaviones parecen juguetes, arrastrados de un lado a otro por el poder devastador de las anárquicas olas. El «salmo del marinero» (Sal. 107) describe cómo la pericia de los expertos marineros no es suficiente para enfrentarse al encrespado mar. Si hay algo que es humanamente imposible de controlar, es el mar.
En la Biblia, las tormentas a menudo representan las aflicciones de la vida. El Salmo 42:7 lamenta que «…todas tus ondas y tus olas se han precipitado sobre mí».
Así parece nuestra vida con frecuencia: un embravecido mar cuyas destructivas olas rompen sobre nuestras vidas, arrastrándonos de lado a lado sin propósito ni esquema que los dirija.
Sin embargo, el salmista Etán nos recuerda que, sobre este incontrolable, caótico y destructivo mar, el Señor gobierna. Ni una ola es aleatoria porque Dios las dirige. Ninguna tormenta sale de Su control porque Él es soberano. En cualquier momento, si Él lo desea, apacigua las aguas en un instante. ¡Así de poderoso es nuestro Dios! En medio de la tormenta, podemos descansar en Su soberanía.
Aunque son gloriosas verdades de por sí, este pasaje nos recuerda varias escenas de la vida de Jesús. En Marcos 4, una tempestad alcanzó la barca en la que iban los discípulos con Jesús durmiendo. A pesar de ser expertos pescadores, su pericia era inútil ante el enfurecido mar. Cuando clamaron a Jesús, reprendió el viento y «todo quedó completamente tranquilo» (Mar. 4:39). En Mateo 14, el embravecido mar de Galilea zarandeaba la barca de los discípulos. En medio del incontrolable caos, Jesús vino caminando majestuosamente sobre las aguas. Al subirse a la barca, detuvo el viento y se hizo la paz.
El Salmo 89 nos sugiere ciertas conclusiones, pues aclara quién es el que apacigua el mar embravecido: es el Señor, el Dios Todopoderoso (v. 8; ver también vv. 1, 5‑6).
Que Jesús pudiera apaciguar los vientos revela Su identidad: Jesús es el Señor, uno en esencia con el Padre, segunda persona de la Trinidad. Esta es la conclusión a la que llegaron los discípulos. ¿Recuerdas sus reacciones? En Marcos 4:41 se preguntaron: «… ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?». En Mateo 14:33, los discípulos lo adoraron y dijeron: «… Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios». Este salmo nos recuerda que la anhelada restauración de la dinastía davídica (v. 49) se realizaría cuando el Hijo de Dios se encarnara como el Hijo de David.
Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)