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Iglesia

No dejando de congregarse

September 8, 2021 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Mayra Beltrán de Ortiz

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca. 
Hebreos 10:25

Desde principios del 2020, la iglesia alrededor del mundo ha enfrentado un reto: La pandemia COVID19.

En sus inicios esta pandemia propició que las iglesias fueran cerradas por meses junto con muchos otros lugares para evitar el contagio de un virus desconocido y altamente contagioso. Había mucho temor e inseguridad en todas partes y por consiguiente dentro del pueblo de Dios.

La mayoría de las iglesias optaron por transmitir los servicios de manera virtual a través de las plataformas disponibles. Esto produjo entre los feligreses una especie de “comodidad” ya que podían ver los servicios desde cualquier área de sus hogares y desde cualquier dispositivo móvil con acceso a internet y muchos hasta desde sus camas.

Pasado unos meses, llegó el momento en que se abrieron las iglesias, se flexibilizaron las medidas restrictivas y se creó un protocolo muy específico en cuanto al número de personas que se podían reunir, la distancia entre unos y otros al sentarse, uso de mascarillas obligatorio, y el uso de desinfectantes para las manos a la entrada a los templos.

La asistencia poco a poco fue aumentando, pero muchos se quedaron con la opción de no asistir a la iglesia de manera presencial y optaron por quedarse viendo los cultos de manera virtual, algunos con razones válidas, otros con malas excusas.

La palabra “excusa” me trae a la memoria algo que mi padre siempre nos decía: “desde que se inventaron las excusas, nadie queda mal.”  Definitivamente este período COVID 19 es perfecto para aplicar muchas de las excusas que ponemos para no congregarnos.

Es bueno diferenciar lo que son las excusas de lo que son razones. Una razón es lo que ofrecemos cuando no estamos en capacidad de hacer algo, mientras que una excusa es lo que ofrecemos cuando no queremos hacer algo y lo evadimos. En este sentido la mayoría de las personas transforman las excusas en razones para calmar la conciencia por no asistir a la iglesia.

Es bueno que podamos ir a la Palabra de Dios y ver qué nos dice sobre congregarnos.  Recuerdo algo que dijo el Pastor Miguel Núñez: “una vez que vivimos en una sociedad con una cosmovisión postmoderna que promueve un hombre individualista y egocéntrico, que ve las relaciones sociales, como intercambios de información más que conexiones con calidad humana”. El Pastor Núñez sigue diciendo que este tipo de pensamiento individualista se ha hecho presente en la iglesia de Dios, llevando a muchos a creer que no hace falta congregarse para ser cristiano.

Definitivamente nunca debemos tomar los mandatos de la Palabra de Dios a la ligera, y Hebreos 10:25 es uno, que desafortunadamente muchos cristianos frecuentemente pasan por alto.

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca. Hebreos 10:25

La Biblia va más allá al llamar a la Iglesia la “Novia de Cristo’.’ Si amamos a Jesús, también vamos a amar las cosas que Él ama, y Él ama a su Novia.  La Iglesia es así de importante para Dios, por lo que debe ser así de importante para nosotras.

Es bueno recordar que Dios no nos llamó a congregarnos y adorarlo para cargarnos, sino para bendecirnos. Asistir a la iglesia es una de las mayores bendiciones en nuestras vidas y en la vida de nuestra familia. Hay además algo bíblicamente poderoso sobre congregarse con otros creyentes a adorar. Jesús dijo, Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18:20). Así que no solamente Él vive en nosotros por Su Espíritu, sino que está en medio de nosotros cuando nos reunimos para adorarlo.   

Como dice el pastor y escritor cristiano Burk Parson, “no vamos a la iglesia,  nosotros somos la iglesia y vamos a adorar.”

Entendemos que este período de pandemia, provoca que algunos hermanos por razones válidas necesiten de no congregarse en ocasiones, pero no es el caso de la gran mayoría que se ha acomodado con malas excusas para no hacerlo. Algunas de las excusas más frecuentes a través de los años que encontramos para no congregarnos son: “Este es mi tiempo de familia”, “Es mi único día libre”, De niña me obligaban a ir”, “Hay demasiado hipócritas en la iglesia”, “No necesito ir a la iglesia para adorar a Dios”.

Como dijimos anteriormente, el Señor nos ha ordenado no dejar de congregarnos. La ausencia en congregarnos afecta nuestro estado espiritual. Jesús diseñó el cristianismo y el progreso de nuestro discipulado centrado en congregarnos. Estar con la iglesia es espiritualmente bueno para nosotras. No congregarnos físicamente con la iglesia nos hace daño espiritualmente.

En conclusión, el mandato bíblico de congregarnos no es difícil (1 Juan 5:3). El Señor nos ha llamado y nos ha separado para sí para que seamos un pueblo apartado, santo, unido, y que congregados en Su nombre le demos alabanza y adoración. No permitamos que las malas excusas nos impidan asistir a la iglesia y crecer espiritualmente. Que podamos vivir como el rey David cuando expresa en el Salmo 84:10 que mejor es estar un día en Tus atrios, que mil fuera de ellos.

Mayra Beltrán de Ortiz, decidida a honrar el diseño de Dios para la mujer. Esposa de Federico Ortiz hace 45 años, madre de José Alberto y Erika y abuela de Noé, Renata y Jaime Alberto. Graduada del Instituto Integridad & Sabiduría. Miembro y diaconisa de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde es parte del Cuerpo de Consejeros y es Encargada del Ministerio de Mujeres EZER.

¿Cómo se ve una verdadera iglesia?

September 1, 2021 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Liliana González de Benítez

Una de las mayores bendiciones que he recibido del Señor es mi iglesia local. No ceso de dar gracias a Dios por mis hermanos en la fe, recordando a cada uno en mis oraciones diarias. Especialmente, oro para que el amor que nos profesamos los unos por los otros crezca día tras día (Jn. 13:35).

La razón por la que aprecio tanto a mi congregación es porque cuando comencé a dar mis primeros pasos en el evangelio, me reunía en una iglesia divisiva y competitiva. No había amor entre los hermanos. Envanecidos por los dones y las posiciones de liderazgo —como en la iglesia de Corinto— cada uno buscaba su propio beneficio, en vez de hacer avanzar el plan de Dios para Su iglesia. 

En la era de la iglesia primitiva, fue necesario que Pablo hiciera una súplica a la unidad: Les ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos se pongan de acuerdo, y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. (1 Corintios 1:10)

Cualquier persona o grupo que quebranta la unidad de los creyentes en el vínculo de la paz, ataca directamente a Jesucristo y Su iglesia (Apocalipsis 2:9). Por eso es muy importante que desde el púlpito se predique la sana doctrina. Las falsas enseñanzas desmembran el cuerpo de Cristo. Todo mensaje que promueve la rivalidad, el egoísmo y la vanagloria proviene del maligno. 

El propósito de Dios para la iglesia es que todos sus miembros vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados. Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. (Efesios 4:1-3)

Así como una familia está unida por lazos de parentesco, a la iglesia la une un vínculo supremamente mayor: la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo. Por consiguiente, una iglesia dividida es una contradicción al evangelio. Cristo mismo, antes de ir a la cruz, oró por la unidad de Su Iglesia: Padre, no ruego solo por estos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en Mí y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste. (Juan 17:21)

Jesús rogó al Padre para que Su Iglesia se amara, así como Él la amó, y se entregó a sí mismo por ella. Y enfatizó que ese amor inmolado, fiel e inmutable es la cualidad que distingue a los creyentes verdaderos: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros. (Juan 13:35) 

Cuán dichosa me siento de pertenecer a una iglesia amorosa. Hace poco, mi esposo, mi hija y yo, estuvimos muy decaídos por los efectos secundarios de la vacuna contra el COVID-19, y un generoso matrimonio de nuestra iglesia preparó un delicioso almuerzo para nosotros. Nos sentimos tan amados y acompañados. Especialmente, porque somos extranjeros y nuestros hermanos en Cristo son la única familia que tenemos en el país donde nos encontramos.  

En nuestra congregación no nos amamos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1 Juan 3:18). La gente puede ver el amor sincero de hermanos que nos tenemos (1 Pedro 1:22), porque somos cartas vivientes de Cristo, vistas y leídas por todos los hombres (2 Corintios 3:2). Como en cualquier familia (¡y nuestra iglesia no es la excepción!) surge una que otra diferencia entre los hermanos, pero siempre prevalece el amor.  

Para promover la unidad nos hemos despojado del individualismo y nos ocupamos diligentemente los unos de los otros. Nosotros nos conocemos, nos relacionamos, compartimos penas y alegrías, oramos juntos y nos ayudamos mutuamente a llevar nuestras cargas, cumpliendo así la ley de Cristo (Gálatas 6:2). Esta entrañable unidad se la debemos a nuestro pastor, quien nos instruye diligentemente en la sana doctrina y nos enseña con su ejemplo amoroso a poner en práctica el evangelio.

Miren cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía. Es como el óleo precioso sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, que desciende hasta el borde de sus vestiduras. Es como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sión; porque allí mandó el Señor la bendición, la vida para siempre. (Salmos 133)

Liliana González de Benítez es escritora y columnista cristiana. Su mayor gozo es proclamar la Palabra de Dios. Dirige el estudio bíblico de las mujeres en su iglesia y es autora del libro Dolorosa Bendición. Nacida en Venezuela. Vive en los Estados Unidos con su esposo y su hija. Puedes seguirla en sus redes sociales: Facebook, Instagram y en su blog.

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