• Skip to content
  • Skip to secondary menu
  • Skip to primary sidebar

Lifeway Mujeres

Lifeway Mujeres

  • Inicio
  • Estudios Bíblicos
  • Libros
  • Biblias
  • ARTÍCULOS
  • AUTORAS
    • Aixa de López
    • Cathy de Nuñez
    • Patricia Namnún
    • Wendy Bello
    • Karla de Fernández
    • Dámaris Carbaugh
    • Liliana Llambés
  • Podcast

Lifeway Mujeres.

NUESTRA ÚNICA ESPERANZA

March 27, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

«Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni
permitirás que tu santo vea corrupción»
(SAL.16:10).

Este salmo es uno de los tres salmos mesiánicos de David, donde expresa su confianza en el Señor. David está pidiendo protección. Podemos suponer que fue escrito en tiempos de dificultad, probablemente cuando huía del rey Saúl. A pesar de ello, no tiene un sabor de queja, sino de gratitud y regocijo en el Señor, confiando en que solamente Yahweh puede protegerlo y proveer lo que necesita. Él rehúsa adorar otros dioses porque, aunque la vida es difícil para los creyentes, es más difícil para aquellos que no adoran a Yahweh porque no tienen Su protección y esto aumentará sus aflicciones.

David sabía que, aunque no sería fácil, era mejor vivir para Dios que para sí mismo. Él experimentó muchas dificultades porque se mantuvo fiel a Dios, sin embargo, siempre podía confiar en la presencia y protección de Dios aun en estos tiempos. Y él entendía que la única forma de tener esta seguridad y gozo era viviendo con el Señor puesto continuamente delante de él, confirmando lo que dijo en el versículo 2 del mismo salmo: «Ningún bien tengo fuera de ti». Aunque David vivió 1000 años antes de la llegada de Cristo, su alma entendía lo que Cristo dijo en Juan 15:5: «Separados de mí nada podéis hacer». También reconoció que su descanso final no sería en el infierno, sino en el cielo porque, si Dios lo bendijo y lo mantuvo durante la vida terrenal, también Él lo bendeciría en la vida venidera.

Luego en el versículo 10 leemos que Dios no permitirá a Su Santo ver corrupción. Esto es una obvia referencia a que el Mesías, Jesucristo, ¡resucitará para que Su cuerpo no vea corrupción! Me llama la atención que «Santo» está en mayúscula [LBLA]refiriéndose al Santo y no a los santos.

Pedro también entendió esto porque en su primer sermón, justo después del día de Pentecostés en Jerusalén, cuando 3000 almas fueron añadidas, citó este versículo refiriéndose a Jesús (Hech. 2). Pedro mencionó cómo David, siendo profeta y sabiendo que Dios le había jurado sentar a uno de sus descendientes en su trono, miró hacia el futuro y habló de la resurrección de Cristo. David no podía estar hablando de sí mismo porque su cuerpo sí vio corrupción y Pedro les recordó que el sepulcro de David todavía existía.

Entonces ¿qué significado tiene esta información para nosotros hoy? ¡Nuestro Redentor vive! Él es quien está sentado a la diestra de Dios y quien también sigue intercediendo por nosotros (Rom. 8:34). Aquel que resucitó de la muerte es quien ganó la victoria para la salvación de todos. Podemos estar seguros de la bendición después de la muerte porque «si hemos sido unidos a él en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección» (Rom. 6:5). Entonces, de la misma manera que estimuló a David, nos estimula a permanecer en Él porque ¡Él es nuestra única esperanza!


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

AFERRARSE AL SALVADOR EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO

March 24, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

DENNAE PIERRE

Hace unos años, mi familia recibió a tres mujeres haitianas y a sus hijos de una iglesia en nuestro vecindario. Estas mujeres y sus hijos habían llegado a Estados Unidos apenas el día anterior, cruzando desde Guatemala por la frontera de Arizona. Habían perdido todo en el terremoto en Haití en 2010, y después de pasar seis años en un campamento para refugiados en Guatemala, su familia en Estados Unidos ahorró lo suficiente como para traerlos al país.

En la frontera de Arizona, pidieron estado de asilo, les pusieron tobilleras y los trajeron a una iglesia mientras esperaban que un ómnibus los llevara a Nueva York para quedarse con su familia. Allí, esperarían su turno con el tribunal, donde se decidiría si se les deportaría o si se les otorgaría asilo. Nuestra familia los hospedó varios días antes de que siguieran rumbo al norte.

Las mujeres nos hablaron de su largo viaje por el bosque y el desierto. Una lloraba mientras abrazaba más fuerte a su hijita, sentada en su falda, y nos dijo que su viaje había empezado junto con su esposo y la hermana melliza de la pequeña que tenía en brazos. Nos contó cómo, en el transcurso de un día, quedaron separados en el bosque. Ella y una de las mellizas llegaron a la ciudad próxima. Su esposo y la otra hija jamás llegaron.

Al tiempo, se enteró de que su esposo y la otra hija habían sido atrapados y detenidos, y se les enviaría de regreso al campamento para refugiados en Guatemala. Mientras se secaba las lágrimas, nos transmitió su deseo desesperado de que la hija que había quedado atrás no creyera que su madre había elegido a su hermana para llevarla a un lugar seguro en vez de a ella. Hizo una pausa… y luego prorrumpió en lamento y alabanza al Señor porque su esposo y su otra hija estaban vivos y juntos, aunque los extrañara terriblemente. Las otras mujeres lloraron y alabaron a Dios con ella.

Estaban sentadas alrededor de nuestra mesa con el cuerpo agotado, los pies hinchados, un futuro incierto y bebés que lloraban. En poco tiempo de estar con ellas, pudimos percibir su anhelo de un futuro lleno de promesa, pero también el peso aplastante de saber que lo más probable era que su deseo no se cumpliera y que terminaran deportándolas. En las historias de estas mujeres, pude ver esperanza, dolor, gozo y angustia, y mi fe se fortaleció al ver su confianza en que Dios seguía estando a su lado.

Mis hijos se quedaron sentados escuchando a nuestras invitadas. Apenas una generación atrás, la familia de mi esposo estaba en Haití y mi propia madre, en Honduras. Somos una familia de inmigrantes, y estas queridas hermanas señalaron a mis hijos y dijeron que nuestra familia representa lo que ellas anhelan para sus hijos en el futuro.

CUANDO IRRUMPE LA LUZ DE DIOS

Cuando llegues a la sección de caf en el Salmo 119, y empieces a meditar en los versículos 81‑88, aborda este pasaje teniendo en mente la escena que describí alrededor de nuestra mesa. En una situación similar a mi fin de semana con estas hermanas de Haití, este salmo te invita a dar testimonio del dolor y las angustias de otros. Está pensado para despertar en ti imágenes e historias de tu propio dolor, de los sufrimientos de aquellos a los que amas y las luchas que amenazan con aplastar a tus vecinos, tanto en tu propia ciudad como en todo el mundo. Siempre que llegamos a estos momentos donde vemos la luz de Dios irrumpir en las tinieblas de la dificultad, la angustia y la muerte, pisamos terreno santo.

UN ANHELO DE SALVACIÓN

Con ansia espero que me salves; ¡he puesto mi esperanza en tu palabra! Mis ojos se consumen esperando tu promesa, y digo: «¿Cuándo vendrás a consolarme?». Aunque soy un viejo inútil y olvidado, no me he olvidado de tus leyes (vv. 81‑83, DHH).

La enfermedad, la muerte, la violencia, la pérdida, el dolor, la traición, la injusticia y la opresión no es lo único que nos aplasta y nos abruma. El sufrimiento se experimenta de manera mucho más profunda debido al deseo humano de alivio de estas cosas que nos aplastan. El anhelo de salvación es profundo dentro de cada uno de nuestros huesos. Es este anhelo de rescate lo que causa la puntada más aguda de dolor en medio del sufrimiento.

Los individuos y las comunidades enteras no pueden evitar luchar contra el peso del sufrimiento. Si no lo hacemos, es un peso que nos aplasta y termina por extinguir nuestra vida, porque sin esperanza tan solo existimos, no vivimos. No obstante, empujar contra estos pesos nos debilita los brazos y desgasta nuestro corazón. Si tan solo supiéramos cuánto durará esta carga, tal vez podríamos perseverar y no cejar, pero el sufrimiento nos resulta insoportable cuando no parece haber final a la vista. Sin embargo, de manera paradójica, el sufrimiento puede amplificarse extrañamente ante la posibilidad del consuelo y el rescate.

Entonces, el salmista comienza esta estrofa declarando que su alma espera «con ansia» la salvación. Otros traducen el versículo 81 con expresiones más fuertes:

«Esperando tu salvación se me va la vida» (NVI).
«Desfallece mi alma por tu salvación» (RVR1960).
«La vida se me escapa, la vista se me nubla, esperando
que cumplas tu promesa de venir a salvarme» (TLA).
«Siento que me muero esperando tu salvación» (RVC).

El salmista se siente como un odre al humo; está seco, se siente inútil y sin nada para ofrecer. Casi que podemos oír la desesperación y la desesperanza, pero él sigue adelante a pesar del dolor porque espera en la Palabra de Dios. Hace mucho que siente que su sufrimiento lo dejará agotado y sin nada más para dar, pero sigue aferrado a la Palabra de Dios y espera a que su Dios lo reconforte.

La transformación sucede cuando permanecemos en Dios incluso mientras permanecemos en el sufrimiento. ¿Cuán a menudo nos encontramos con el sufrimiento y queremos evitarlo? Empezamos a buscar nuestros propios caminos de salvación. Nos adormecemos o nos distraemos e intentamos con desesperación encontrar una estrategia de salida. Nos ofrecemos unos a otros frases trilladas comunes entre los cristianos, pero minimizamos, ignoramos o desestimamos lo que sucede. En cambio, cuando nos damos cuenta de que debemos permanecer en nuestro sufrimiento y de que por ahora no hay escape, perdemos la esperanza en la salvación de Dios. El cinismo se instala y el dolor se transforma en nuestra nueva identidad. El salmista no comete ninguno de estos errores. No huye del sufrimiento ni pierde de vista a Dios. Sigue esperando, aun si debe esforzar la vista mientras espera que Dios lo rescate.

¿Cómo permanecemos cerca de Dios a través del sufrimiento? El salmista nos muestra la manera: a través de la oración y la Palabra. Mientras clama a Su Dios vivo, se amarra a la Palabra de Dios; y mientras espera que Él lo salve, la oración mantiene sus dedos firmemente aferrados a la soga que lo sostiene. Se aferra a la Palabra de Dios, agotado, sabiendo que el Dios vivo es quien sostiene el otro lado de esa soga y que este Dios lo librará, porque Su carácter se lo exige.

Dios es un Dios que se metió en medio del dolor, el sufrimiento y la tribulación de Su pueblo y los sacó de la esclavitud para incluirlos en Su propia familia. Dios es un Dios que los formó y los bendijo y que seguirá liberándolos porque ese es el Dios que es. Dios es un Dios cuyos estatutos revelan Su carácter: el carácter de un Dios que tiene un largo historial de actuar con justicia, pureza, gracia y misericordia para con Su pueblo. Como lo sabe, el salmista se aferra al Señor y clama a Él mientras aguarda con esperanza.

LOS POZOS MIENTRAS ESPERAMOS

En los versículos 84‑87, el salmista revela la profundidad de su sufrimiento. Los insolentes lo persiguen y lo rodean, por poco lo «borran de la tierra». Conoce íntimamente la opresión —lo que se siente al estar rodeado de arrogantes y lo que significa sentirse aplastado por la maldad—, y la angustia y la vergüenza lo han hundido.

Cuanto más sufrimos, más pozos encubiertos encontraremos. Al vagar por el desierto del sufrimiento durante un tiempo prolongado, empezamos a tener calor y a sentirnos agotados y desgastados. Nos sentimos solos y anhelamos desesperadamente una salida.

Algunos pozos los cavamos nosotras mismas, al tomar buenas dádivas de la creación de Dios y distorsionarlas para transformarlas en un medio para nuestra salvación. Estos pozos de idolatría proporcionan un alivio temporal, mientras que nos llevan a la muerte. Sin embargo, algunas encuentran sufrimiento en medio de sistemas y poderes que han cavado pozos. Los débiles, los cansados y los que tienen pocos recursos, que a menudo están escondidos de los demás, terminan siendo tragados por estos peligros. Exhaustos, desgastados y solos, estos transeúntes se encuentran atrapados al fondo de un pozo, esperando.

Un milenio después de que se escribiera este salmo, Jesús llegaría a estos pozos y declararía a las prostitutas, a los cobradores de impuestos, a los poseídos por demonios y a los pobres atrapados allí que el reino de Dios estaba entre ellos y que Él sería la salida de esos pozos. Muchos habían pasado junto a estos marginados y habían visto que estaban atascados en un pozo. La mayoría de sus vecinos creían que esta gente merecía estar ahí; muchos se habían acostumbrado tanto a pasar junto a ellos que empezaron a ignorar directamente su existencia. Algunos más amables les arrojaban un par de monedas y seguían su rumbo, mientras que los más crueles les escupían y maldecían. Pero nadie se había ofrecido a levantarlos y a volver a poner sus pies sobre terreno firme. No es ninguna sorpresa que, cuando Jesús llegó, los vio y les ofreció bondad y salvación, ellos se sentaran a Sus pies y los lavaran con lágrimas y besos (Luc. 7:36‑50).

La buena noticia que Jesús declaró al pararse sobre esos pozos, y anunciar que el reino había llegado, era que ya no era necesario que estas personas siguieran atrapadas en los pozos de destrucción y desesperación. Ya no tendrían que vagar por el desierto, débiles y solos, intentando no caer. ¡Había llegado la salvación! Jesús no había venido simplemente a extender la mano con amabilidad dentro del pozo, para ofrecerles a aquellos que todavía tuvieran algo de fuerza una salida, sino que Él mismo había entrado a los pozos de la humanidad. Descendió hasta el fondo. Reiría, lloraría, dormiría y descansaría entre amigos. Sanaría, restauraría y renovaría. Moriría en la cruz y entraría al más profundo de todos los pozos, y tres días más tarde volvería a levantarse, liberando a los cautivos y llenando los pozos con un nuevo reino que ofrece salvación solo en Cristo.

El Dios al que adora el salmista es el Dios que creó los cielos y la tierra. Es el mismo Dios que llamó a Abraham, a Isaac y a Jacob, y que los bendijo para que fueran de bendición. Es el mismo Dios que libró a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y que los transformó en una gran nación. El salmista confía en el Dios que estableció un reino en Israel y que prometió una salvación que llegaría a los confines de la tierra y a las profundidades más insondables. Lo que sostiene la esperanza del salmista en medio del sufrimiento solo puede encontrarse más atrás, en las muchas obras maravillosas del Dios que ha probado Su fidelidad una y otra vez, y también más adelante, en la esperanza de la sanidad, la restauración y la renovación que vendrán cuando este Dios fiel lo libere a él y a todo su pueblo. Y hoy, podemos decir lo mismo.

AFÉRRATE A SU ABRAZO

No hay mejor versículo para cerrar nuestra meditación sobre este pasaje que el último de la estrofa caf: «Por tu gran amor, dame vida y cumpliré tus estatutos» (v. 88). Otra traducción declara: «Dame vida, de acuerdo con tu amor, y cumpliré los mandatos de tus labios» (DHH). Hay un sufrimiento que nos aplasta y nos despoja. Hay sistemas y pesos de opresión que nos abruman y amenazan con extinguir la esperanza. Hay relaciones que parecen estar más allá de la restauración. Hay dolores y pérdidas que dejan cicatrices en nuestro corazón y nuestras vidas. Para mezclar mis metáforas, hay una oscuridad opresiva que parece devastar nuestras ciudades como un huracán que va dejando una estela de destrucción. A menudo, miramos todo este sufrimiento y nos abruma nuestra impotencia, debilidad y soledad.

Sin embargo, podemos soltar las herramientas que usamos para abrir nuestros propios caminos a la salvación y aferrarnos en cambio al abrazo del Dios cuyo «gran amor» lleva sobre Su propio cuerpo cada cicatriz, herida y golpe que nos ha tocado recibir. Esta hermosa verdad, manifestada en nuestras vidas de innumerables maneras, es la que nos llena de esperanza y de gozo. Y es suficiente para andar guiados por los testimonios de Dios, aun mientras sufrimos y esperamos, porque en estos testimonios es donde nuestra esperanza es restaurada.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

La verdad del feminismo

March 22, 2023 By lifewaymujeres 1 Comment

Por María Renée Pappa de Cattousse 

«Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto».  
Romanos 12:2 

¿Has estado en alguna reunión platicando muy a gusto, pasando un buen momento y de repente, al verte en un espejo notas un resto de comida justo en el medio de tus dientes? ¡Vaya momento donde te sonrojas contigo misma! No habría manera de notarlo, sino por tu imagen reflejada la cual te mostró ese «pequeño inconveniente». 

Hay diversas maneras en las que podríamos abordar este tema sobre el feminismo. De manera histórica, legalista, señalando todo lo negativo o positivo que ha desencadenado dicho movimiento, pero como cristianas intentemos poner nuestras ideas en orden. 

¿Qué es el feminismo? 

Es un movimiento político, cultural y social que pide para la mujer el reconocimiento de las mismas capacidades y derechos del hombre (Diccionario Oxford languages). 

¿Cuándo inició? 

No existe una fecha específica, pero encontramos a lo largo de la historia mujeres que levantaron su voz desafiando las convicciones de su época y cuestionando el rol que tenían en la sociedad. Es a mediados del siglo XIX cuando de una manera organizada se une un grupo de mujeres haciéndose escuchar para reclamar derechos que se les negaban, entre ellos el derecho al voto, la propiedad, liderazgo ocupacional y la educación. 

De esta manera iniciaron las llamadas olas del feminismo, siendo su crecimiento de una manera muy rápida, haciéndose cada vez más popular, sumándose mujeres de diferentes etnias y clases sociales. Actualmente las mujeres en la mayoría de los países podemos acercarnos a votar, hay mayor acceso a la educación, podemos tener propiedades. Muchas mujeres han logrado puestos en trabajos que eran inimaginables, aunque no podemos negar que a muchas mujeres en esta época se les ha negado estos derechos. 

De olas a un tsunami 

Es hermoso disfrutar el vaivén de las olas en la playa, pero no puedo imaginar lo que experimentan personas al ver acercarse olas de gran tamaño que atentan con su seguridad y sus vidas. De repente el caos es evidente, las olas dejan de disfrutarse, invadiendo un espacio que no les corresponde, arrasando y destruyendo cuanto hay a su alrededor. Un tsunami trae desolación. 

En el feminismo olas crecientes y peligrosas han surgido. Una ola avanza y crece dejando pequeña a la anterior, tristemente se ha desviado el enfoque. No solamente se plantean necesidades, el tono de voz en aumento ha dado paso a irrumpir en discursos políticos, huelgas de hambre y una serie de distorsiones de las ideas iniciales de velar por los derechos de la mujer. 

Actualmente nos encontramos en la cuarta ola del feminismo, su crecimiento se ha extendido de forma global. Se ha dado paso a manifestaciones donde se denuncia acoso sexual y violencia. Ha aumentado considerablemente el número de participantes, pero los métodos hablan porque muchas de las mujeres exponen su cuerpo, destruyen lugares, manchan monumentos dejando mujeres heridas, en su mayoría policías. Se defiende la libre opción sexual, el derecho al aborto y son masas defendiendo una ideología que algunas no conocen a fondo y donde el vandalismo, la rivalidad y competencia saltan a la vista. 

¿Será esta la manera adecuada de hacerse escuchar? 

La verdad de Dios versus la del mundo. 

  • Dios a lo que creó llamó bueno, pero es hermoso leer que al crear al hombre y la mujer dijo que era bueno en gran manera (Gén. 1:1-31). 
  • Estableció los diferentes roles para el hombre y la mujer, creando a ambos a Su imagen y semejanza, los creó en igualdad de valor y dignidad. Llamándolos a armonía, unidad y complemento. 

Como cristianas es un privilegio tener la Palabra de Dios para vivir nuestra vida, no como ventaja de conocimiento, sino como la luz que alumbra nuestra oscuridad y da brújula a nuestro caminar. En ella encontramos la verdad, la que no puede ser cambiada. Cuidémonos de ingerir pequeñas dosis de verdades distorsionadas creyendo mentiras sutiles que nos conforman a este mundo.  

Romanos 1:25-32 nos enseña cómo al cambiar la verdad de Dios por la mentira cuando servimos a doctrinas creadas por los humanos que se centran en exaltar a las criaturas en lugar del creador hay consecuencias profundas y dolorosas.  

Las olas del feminismo van creciendo de tal manera, como las del tsunami, invadiendo más allá de los límites que deberían. Se ha dejado de velar por las mujeres y se ha levantado una guerra de poder y de enemistad contra el hombre, dejando totalmente a un lado la voluntad de Dios. Las consecuencias: dolor, inseguridad, caos, violencia, incertidumbre, rivalidad y destrucción. 

Vuelvo a hacer la pregunta: ¿Será esta la manera adecuada de hacerse escuchar? 

Soy madre de una joven de 16 años y siento una profunda responsabilidad por la manera con que abordamos este tema versus el enfoque que el mundo da. Mi anhelo es que mi hija permita que la Palabra de Dios dé luz y sabiduría a su entendimiento. 

Si me hubieras preguntado hace algún tiempo sobre el feminismo mi respuesta inmediata hubiera sido recalcar cuantas cosas negativas y condenatorias vinieran a mi mente, siendo pronta para juzgar. Pero ese espejo (la Palabra de Dios) que logra ver lo más profundo de mi corazón me mostró la cantidad de veces que tomé decisiones en mi vida que, aunque nunca pertenecí a un grupo feminista, correspondía a lo que este movimiento defiende. Mi corazón estaba enfocado en «mis derechos», la supuesta verdad que había construido a mi conveniencia, la tendencia a criticar y a generalizar los errores del género masculino. 

¡Gracias a Dios que transforma nuestra vana manera de pensar y de vivir! ¡Gloria a Dios que disipa nuestras tinieblas y nos muestra Su luz admirable! Su gracia llega para quedarse y ayudarnos día a día a enfocarnos en Su verdad. 

La caída de Génesis 3 trajo muchas consecuencias, muerte, dolor, enfermedad, rivalidad y contienda. Pero Dios rico en misericordia y gracia nos ha dado a Jesucristo nuestro Salvador pagando el precio con Su hermosa sangre, para redimirnos, transformar nuestras mentes y mostrarnos que Él es la verdad, el camino y la vida. Nosotras podemos estar como Eva frente a un fruto que a la vista nos parece bueno, pero tengamos cuidado con nuestro corazón y nuestras intenciones, evitemos ser prontas para juzgar o estar de acuerdo con maneras de pensar que no son conforme a la voluntad de Dios. 

Como cristianas, ¿cómo podemos responder? 

Mujeres, oremos por las que aún no conocen de este Redentor, deseando que les sea revelado el amor de Dios. Tomemos conciencia como madres, hermanas, tías y amigas para compartir la verdad de Dios por encima de la verdad del mundo, no de una manera controversial sino con compasión y firmes creyentes de una verdad con una trascendencia eterna. Cuántos errores históricamente se han cometido y permitieron que la mirada de las personas esté puesta en las cosas terrenales. 

  • Pongamos la mirada en el Señor, porque vendrá y hará las cosas nuevas y perfectas. 
  • Anhelemos la verdad para quienes aún no conocen y puedan venir al Señor en arrepentimiento y perseverar en la fe.  
  • Que podamos, como mujeres cristianas, modelar una feminidad bíblica para dar testimonio de Dios en nosotras.

María Renée de Cattousse, pecadora, salvada por gracia, justificada por la fe en la obra de Cristo, redimida por la misericordia de Dios. Es miembro de la Iglesia Reforma en la ciudad de Guatemala. Esposa de Carlton, mamá de Mario René y Valeria. Odontóloga.

EL DIOS SOBRE TODOS LOS DIOSES

March 20, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Cathy Scheraldi de Núñez

«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la
sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza
mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré»
(SAL. 91 :1‑2).

En estos dos primeros versículos del salmo encontramos cuatro nombres diferentes dados a Dios. El primero es el «Altísimo» o «Elyon» en hebreo. Esta palabra se refiere al monarca supremo, aquel que está por encima de todo; implica majestad, preeminencia y soberanía. Es el rey que reina sobre todos los otros reyes; por supuesto, el único rey que puede reinar sobre todo es Jesucristo. Esto trae a mi mente Apocalipsis 19:16, donde describe a Jesús en Su retorno: «Y en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». Este es el mismo nombre utilizado en Génesis 14:18, refiriéndose a Melquisedec, rey de Salem, el sacerdote del Dios Altísimo. Y cuando leemos en Hebreos 7:2‑3 observamos la relación con Cristo; él era «rey de paz, sin padre, sin madre, sin genealogía, no teniendo principio de días ni fin de vida, siendo hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote a perpetuidad». El Salmo 110:4 también hace referencia a Cristo: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». ¿Cuáles son las similitudes entre ellos? En primer lugar, Melquisedec y Jesús fueron sacerdotes, pero no del linaje de los levitas. Además, él era rey de Salem, que significa «paz» y Jesús es el Príncipe de paz que un día restaurará la paz en la tierra. Por último, el nombre Melquisedec significa «mi rey es justo» y Jesús es nuestra justicia porque la compró en la cruz.

El segundo nombre para Dios es el «Omnipotente», o «Shaddai». Es un Dios que es más poderoso de lo que pudiéramos imaginar y es capaz de llenar todas nuestras necesidades. Es Jesús a quien el Padre ha puesto todo en sujeción bajo Sus pies (1 Cor. 15:27) y en quien proveerá para todas nuestras necesidades, conforme a Sus riquezas en gloria (Fil. 4:19).

El tercer nombre que encontramos es «Jehová» y este es el nombre personal que le fue dado a Moisés en Éxodo 3 en la zarza ardiente: «Yahvéh». Este es El Dios con quien podemos relacionarnos. Él no es solamente el Todopoderoso y creador de todo, sino que es alguien con quien podemos tener una relación íntima y profunda, quien se hizo hombre y vino para buscarnos. Por eso Jesús dijo a Sus discípulos en Juan 15 que somos Sus amigos y Pablo nos dice que somos hijos y coherederos con Cristo (Rom. 8:16‑17).

El cuarto nombre «Dios», o «Elohim», significa: «el creador» y es la misma palabra utilizada en Génesis 1:1. Y ¿quién es el creador? Jesucristo (Col. 1:16).

Lo que sigue a esta descripción en el salmo son todas las dificultades de las que Jesús nos salva: del lazo del cazador, de la pestilencia mortal, del terror de la noche, de la flecha que vuela, de la pestilencia que anda en tinieblas, de la destrucción, de miles de muertes alrededor, etc. El salmista termina exaltando a Dios porque Su amor nos librará.

Debido a que Jesucristo es amor, podemos amarlo a Él porque Él nos amó primero. ¡Ámalo entonces con todo tu corazón, alma, fuerza y mente (Luc. 10:27)!


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA INTIMIDAD DE CONOCER A DIOS Y CONOCERSE A UNA MISMA

March 17, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

NATASHA SISTRUNK ROBINSON

Como cristianas, estamos acostumbradas a pensar y a hablar de cuestiones espirituales. Animamos a los demás a orar y creemos que Dios habla a través de Su Palabra. Cantamos salmos, himnos y cantos espirituales. Hablamos del reino del ahora y el más allá y, aguardamos con gran esperanza y anticipación el glorioso regreso de Jesús. Sin embargo, hay una verdad que solemos olvidar o descuidar: Dios nos hizo personas físicas y con cuerpos.

Parte de entender la verdad bíblica de que los seres humanos fueron hechos a imagen de Dios es abrazar todo nuestro ser: cuerpo, mente y alma. Fuimos creadas para reflejar la gloria, la belleza y la bondad de Dios. Dios valora todo: las curvas de nuestro cabello, la forma de nuestro cuerpo y el tono de nuestra piel. A pesar de las mentiras históricas, los mitos, los constructos y estereotipos sobre nuestras tribus de personas, somos humanas. Cada una de nosotras tiene valor para Él, y las que confiamos en Cristo somos una parte integral del cuerpo de Dios.

EL CUERPO DE DIOS

Cuando los humanos, creados a imagen de Dios, deciden que sus cuerpos les pertenecen, llegan a la conclusión de que pueden hacer lo que les plazca con ellos. Además, les cuesta mucho entender la presencia espiritual y las prioridades de Dios en sus vidas físicas diarias. No pueden responder con seguridad las respuestas sobre su identidad ni sobre el propósito de su vida en la tierra.

Sin embargo, en esta estrofa del Salmo 119, el salmista se dirige a Dios y le dice: «Con tus manos me creaste, me diste forma» (v. 73). Los creyentes del Antiguo Testamento entendían a Dios como un espíritu. Pero uno podía encontrarse de manera muy íntima con este espíritu. Cuando Moisés quería una garantía de la presencia del Señor y de Su favor, le pidió que se le revelara. Entonces, Dios le dijo: «no podrás ver mi rostro [… pero] cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado» (Ex. 33:20‑22). No siempre podemos entender la gloria, pero ver el rostro de un ser amado y ser cubiertas por la seguridad de una mano, eso sí lo entendemos claramente.

Por eso los escritores de la Biblia suelen usar metáforas —tomar algo que entendemos (como el cuerpo físico) y compararlo con algo que no comprendemos (la nueva familia espiritual de aquellos que pertenecen a Cristo)— para revelar las verdades misteriosas de Dios a nosotras. Al escribir sobre la familia del pueblo de Dios, el apóstol Pablo se refiere a la iglesia como «el cuerpo»:

… aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros,
y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un
solo cuerpo… (1 Cor. 12:12).

Estas imágenes nos ayudan a empezar a captar las verdades misteriosas de Dios, el cual «es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Juan 4:24).

Dios trata con nosotras de esta manera no solo para representar a Su mundo, sino también en cuanto a Sus acciones a lo largo de la historia. El Padre envió físicamente a Su Hijo divino en la forma de carne humana para que habitara en medio de nosotras: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (Mat. 1:23). Desde el nacimiento y en Su vida en la tierra, Jesús fue la presencia física de Dios entre los humanos y hoy sigue viviendo en Su cuerpo glorificado y ha enviado a Su Espíritu para redimir todos nuestros espacios rotos.

Nuestro valor físico como portadoras de la imagen de Dios desde el principio mismo se afirma con las palabras: «Con tus manos me creaste, me diste forma» (Sal. 119:73). No es la única vez en que los Salmos hablan de esta verdad. En el Salmo 139, leemos: «Señor, tú me examinas, tú me conoces. […] Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre» (vv. 1,13). De la misma manera, el profeta Jeremías escribió que la palabra de Dios vino a él y dijo: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones» (Jer. 1:5).

Y ahora Jesús —Dios el Hijo— ha ofrecido Su cuerpo físico para salvarnos, y el Espíritu Santo ha obrado para proveernos una vida eterna y nueva. Él obra para darnos una nueva forma en lo espiritual y un día nos transformará físicamente… no a la imagen del pecaminoso Adán, sino a la imagen sin mancha de Cristo. Esta es la redención del pueblo de Dios… del «cuerpo» de Cristo.

¿Quién es Dios? Dios es el que crea. Es el que nos modela y nos reconcilia. ¿Quién soy yo? Soy una persona creada y reformada por las manos de Dios, y como fui reconciliada con Él, toda mi vida —mi mente, mi cuerpo y mi alma— tiene un propósito. Para poder entender el propósito de mi vida, primero debo mirar a Dios.

LA PALABRA DE DIOS

Para mirar a Dios es necesario mirar Su Palabra. «Dame entendimiento para aprender tus mandamientos» (v. 73b). Esta estrofa hace referencia a la Palabra de Dios de varias maneras: Sus mandamientos (v. 73), Sus juicios justos (v. 75), Su ley (v. 77), Sus preceptos (v. 78), Sus estatutos (v. 79) y decretos (v. 80). Cada una de estas expresiones testifica la verdad sobre quién es Dios y sobre cómo anhela que lo conozcamos. No necesitamos tan solo conocer la verdad y los hechos sobre Dios; eso es educación. Necesitamos una conexión personal e íntima; eso es relación.

¿Qué significa entender a Dios y aprender Sus mandamientos en este cuerpo, con esta piel, con este cabello que nos transmitieron nuestros padres, desde esta región, en esta tribu, con esta lengua y en este momento de la historia? Proclamar esa verdad es mi testimonio personal sobre Dios. Porque Él ha determinado el período que nos tocó y los límites de nuestra morada, para que otros puedan buscarlo, sentirlo y encontrarlo, porque no está demasiado lejos de ninguno de nosotros (Hech. 17:26‑28). Como la mujer samaritana junto al pozo, para bien o para mal, cada una de nosotras debe proclamar su verdad individual sobre sí misma y sobre Dios: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?» (Juan 4:29). ¡Las manos de Dios me formaron, y esa es una buena noticia para mi alma! La verdad y el poder de nuestros testimonios pueden traer un avivamiento y redención. Pueden hacer que las personas entreguen sus vidas por Jesús.

Que tu testimonio personal y tu deseo de acercarte para entender y conocer los mandamientos del Señor lleven a muchas almas a Cristo. Declaremos sobre Dios:

Los que te honran se regocijan al verme, porque he puesto mi esperanza en tu palabra (v. 74).

Roguemos al Señor:

Que se reconcilien conmigo los que te temen, los que conocen tus estatutos (v. 79).

Las personas nos observan para ver lo que creemos y cómo responderemos a los desafíos de la vida. La Palabra de Dios me da seguridad frente a lo que la cultura y los demás dicen sobre mi identidad. Particularmente como mujeres de color, solemos recibir mensajes de que somos «demasiado» o de que no somos «suficiente». Como mujer de color, a veces me perciben como demasiado ruidosa, demasiado agresiva o demasiado enojada. Nuestro cuerpo físico está bajo un escrutinio permanente: somos demasiado oscuras, demasiado curvilíneas o demasiado delgadas; o nuestro peinado es demasiado grande si se compara con el estándar social. La verdad de que Dios me hizo y le pertenezco me da la seguridad para sentirme conocida, amada, valorada y sin temor. «¡Te alabo [Señor] porque soy una creación admirable!» (Sal. 139:14a). Los que temen a Dios me verán a través de Sus ojos, se regocijarán y me darán el honor que merezco, porque «la mujer que teme al Señor es digna de alabanza» (Prov. 31:30).

Por eso el salmista escribe: «Sean avergonzados los insolentes que sin motivo me maltratan; yo, por mi parte, meditaré en tus preceptos» (Sal. 119:78). La percepción de aquellos que no conocen ni aman a Dios no tienen demasiada importancia en mi vida ni en la tuya. La gente habla, chismea y calumnia (por desgracia, incluso dentro de la iglesia). Frente a estos ataques a nuestra humanidad y femineidad, debemos obedecer a Dios y mantener una conducta honorable, para que, «aunque [los incrédulos] los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación» (1 Ped. 2:12).

LA JUSTICIA DE DIOS

Señor, yo sé que tus juicios son justos, y que con justa razón me afliges. Que sea tu gran amor mi consuelo, conforme a la promesa que hiciste a tu siervo (vv. 75‑76).

Una característica que sabemos y proclamamos sobre Dios es Su justicia a lo largo de la historia. Él no muestra parcialidad. Decide y hace lo correcto. Es la naturaleza de Su ser. Su Palabra nos ayuda a entender qué es lo correcto y también nos forma en justicia.

La disciplina y la corrección del Señor suele no gustarnos. La sentimos como una aflicción. Lo llamamos Padre, y como cualquier buen padre, Él nos trata como a los hijos que ama, que quiere proteger y que desea ver crecer en madurez y responsabilidad.

El escritor de Hebreos nos informa:

Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo (Heb. 12:5‑6).

En Su fidelidad, Dios anhela hacernos justas.

Si verdaderamente queremos conocer el deseo del Padre por nosotras, entonces debemos mirar a Su Hijo Jesús (Juan 8:19; 14:7). Si queremos volvernos justas, debemos ser formadas de acuerdo al carácter y la semejanza de Cristo. En esencia, el único propósito de nuestra vida en la tierra es parecernos cada vez más a Jesús. Su sacrificio revela divinamente el amor del Padre por nosotras y Su gracia activa nuestro proceso de santificación, manifestando Su plan de redención y nuestra transformación espiritual. La santificación no solo nos hace más santas, sino que también aclara nuestro propósito:

Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó (Rom. 8:29‑30).

Esta es una promesa para nosotras.

La verdad y la promesa de la Palabra de Dios es que no vuelve a Él vacía. Dios quiere que nuestra predestinación se revele a través de nuestro llamado y nuestra justificación, lo cual resulta en gloria para nosotras y para Él.

La Palabra de Dios es verdadera. Así como Su Palabra es inagotable, Su amor es inagotable y Su misericordia permanece para siempre.

LA MISERICORDIA DE DIOS

Que venga tu compasión a darme vida, porque en tu ley me regocijo (v. 77).

En Su gran misericordia, Dios no nos trata como nuestros pecados ameritan:

Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente. Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro (Sal. 103:11‑14).

No somos perfectas. Somos un pueblo imperfecto que sirve a un Dios perfecto. Así es como conocemos y vivimos la verdad: por la gracia de Dios y a través de la obra transformadora del Espíritu Santo, podemos entender a Dios, crecer en el conocimiento de Su Palabra y exponer los caminos de Jesús. A medida que nos deleitamos en Su ley, podemos hacer lo correcto según los estándares de Dios. Mientras caminamos según Sus estatutos, podemos aceptar y proclamar lo que somos como portadoras de Su imagen, que fueron redimidas por la sangre preciosa del Cordero. Podemos madurar en nuestra fe y crecer en nuestro carácter para fomentar el bienestar de los demás. Así mantenemos nuestro corazón intachable para glorificar a Dios y traer honor a nosotras y a nuestra gente.

Cuando acudimos a Su Palabra, también podemos recordar la hermosa intención de Dios al crear nuestro cuerpo físico. Cuando vemos nuestro cuerpo físico desde la perspectiva divina, podemos decir, como el salmista: «Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación» (Sal. 139:15‑16a). ¿Puedes vislumbrar la intimidad, el cuidado y el interés que Dios mostró en ti y en mí al crearnos? Tus ojos, tu nariz, tu piel, tus caderas, tu personalidad, incluso tu cabello, todo glorifica a Dios. El hermoso misterio de entretejer todo lo que te transforma en lo que eres —en tu creación, en tu quebranto, en tu redención, en tu adopción a Su familia— es bueno, hermana. Sí que es bueno.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

No somos la Mujer Maravilla

March 15, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Por Karla de Fernández

Hace más de cuatro décadas nos sentábamos en la sala de mi hogar mis padres, mis hermanos y yo a ver un capítulo semanal de la serie de televisión: La mujer maravilla estelarizada por una hermosa mujer llamada Lynda Carter.  

Mi papá, que era charro, tenía muchas cuerdas o sogas charras a las que yo tenía acceso para poder jugar imitando a la mujer maravilla. Yo quería ser cómo la Mujer Maravilla, quería ser la heroína de la historia, quería ayudar a las personas en problemas, quería que hubiera justicia y se reconociera mi labor. También tenía un avión invisible.  

Después de cuarenta años me doy cuenta de que hay una cantidad enorme de mujeres que buscan —quizá sin darse cuenta— ser la Mujer Maravilla para otras mujeres. Mujeres que en su día a día buscan ser la heroína de su historia y de la historia de otras mujeres también.  

Mujeres maravilla 

Quizá hayas escuchado el viejo adagio que dice: «Entre mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño». Es una verdad a medias, las mujeres sí podemos hacernos daño unas a otras. Entre mujeres sí podemos despedazarnos y hacer que otra mujer sufra ya se de manera física, emocional, laboral, sexual o económicamente.  

Las mujeres podemos dañarnos más de lo que nos gusta admitir. Entonces, no somos la Mujer Maravilla. Aunque debo reconocer también que son muchas las mujeres que se han levantado como la Mujer Maravilla buscando que se haga justicia a como dé lugar, mujeres que con las mejores intenciones buscan cambiar la vida de otros, mujeres que con el corazón en la mano desean que las mujeres sean amadas, valoradas, escuchadas, protegidas. Lo sé, he estado en esa lucha también.  

 Y, mira, podemos pensar que estamos haciendo las cosas bien al buscar el bienestar de los demás porque a eso se nos ha llamado, pero quizá hemos perdido de vista que nosotras no somos las heroínas, no somos el personaje principal de la historia, no somos las que ejecutarán justicia y tampoco somos las que tenemos la última palabra. No somos la Mujer Maravilla.  

Es verdad que fuimos creadas para vivir en comunidad, pero con la rebelión y el pecado en nuestros corazones todas las relaciones se han visto dañadas. No obstante, es una verdad que, por medio de Cristo se nos ha llamado a la reconciliación con otros seres humanos y a pensar en los demás primero —un mensaje que va contra la narrativa de esta generación que nos dice que primero pensemos en nosotros y después, al último, en los demás —.  

Reflexionemos en esto un momento: muchas voces se escuchan en el firmamento virtual y real diciéndonos que nosotras somos capaces de hacer que todo lo que está roto, malo, fracturado y corrompido en el mundo —específicamente contra la mujer— nosotras podemos cambiarlo porque tenemos la capacidad y autoridad de remediarlo. 

Aunque sabemos que eso no es posible, hemos comprado la idea de que quizá esas voces tengan razón. Pero es un espejismo que cada vez es más lejano. Es suficiente con que abramos los ojos y miremos nuestro entorno, la vida de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo o que miremos cualquier red social para darnos cuenta de que no hemos remediado nada. Algún día nos daremos cuenta de la realidad, así como al crecer supe que no podía ser la Mujer Maravilla a la que jugaba de niña. 

El pecado sigue siendo pecado, las relaciones se siguen rompiendo, las mujeres siguen siendo lastimadas por otras mujeres y por hombres también; podemos ver que el mal no solo no ha terminado, sino que sigue aumentando con el paso del tiempo. La justicia nunca ha estado en nuestras manos, nunca se nos ha dado la potestad de liberar a nadie de sus pecados, jamás hemos tenido el sartén por el mango, aunque lo creamos u otros nos lo hagan creer.  

No somos la Mujer Maravilla 

Es probable que aún en los círculos cristianos hayas escuchado decir que somos maravillosas, capaces de hacer cuanto queramos porque somos el pináculo de la creación. Es probable también que junto a esos mensajes te hayan recitado el versículo del Salmo 139:14 que dice: 

Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he
sido hecho; Maravillosas son Tus obras, 
Y mi alma lo sabe muy bien. 

Sin embargo, ese salmo no fue escrito para empoderarnos o levantarnos la autoestima ni tampoco para hacernos sentir poderosas. Si lo leemos en todo su contexto es una alabanza y adoración al Dios que nos creó de manera maravillosa; es decir, la forma en cómo nos creó, la forma en cómo conoce y gobierna Su creación. Se trata de Él. El héroe de la historia, de nuestra historia es Él. 

Muchos podrán decirnos hasta el cansancio de lo que somos capaces de hacer y lograr en pro de las mujeres y de la humanidad entera, y quizá lo hagamos con la mejor de las intenciones, pero si Cristo y Su obra en la cruz no está al centro de nuestra vida seguramente nos levantaremos como la heroína de la historia. Buscaremos que nuestro mensaje sea más fuerte que el mensaje de Cristo y que nuestro nombre sea más conocido que Su Nombre.  

Hemos de mirar con más atención la obra de Cristo en la cruz del Calvario y maravillarnos de Él antes de querer mirar nuestras obras y lo que podemos hacer. Hemos de aprender a maravillarnos de Cristo, más de lo que nos maravillamos de nuestras capacidades, elocuencia y aptitudes. 

No somos la Mujer Maravilla y eso está bien. Tenemos un Dios maravilloso, glorioso y bueno que no solo nos ha dado hambre y sed de justicia, sino que también nos dio la saciedad a esa hambre y sed por medio del único justo. El único que sí puede cambiar la vida, los corazones, las injusticias y el único que pudo librarnos de la esclavitud del pecado para que entonces, en el día postrero, todo sea como debió haber sido, este es: Cristo.  

Jesús les dijo: «¿Nunca leyeron en las Escrituras: 
“LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS CONSTRUCTORES, 
ESA, EN PIEDRA ANGULAR SE HA CONVERTIDO; 
ESTO FUE HECHO DE PARTE DEL SEÑOR, 
Y ES MARAVILLOSO A NUESTROS OJOS”? 
Mateo 21:42

Karla de Fernández está casada con Jorge Carlos y es madre de Daniel, Santiago y Matías. Radican en Querétaro, México y son miembros de iglesia SOMA Querétaro. Karla ama discipular a sus hijos, es defensora del hogar y de la suficiencia de las Escrituras para dignificar el rol de la mujer en el hogar, como esposa, madre y hacedora de discípulos. Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.

JESÚS DIJO A LOS DOCE…

March 13, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Carlos Llambés

«Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»
(JUAN 6:66‑69).

Aunque la mayoría de los que estamos en el ministerio, ya sea pastoreando o sirviendo en el campo misionero, tratamos de explicar el evangelio y discipular a los que el Señor nos da, siempre hay algunos que caen a través de las grietas. Con esto me refiero a las personas que se aprendieron el discurso cristiano, se bautizaron y hasta supuestamente decidieron seguir a Cristo y después de un tiempo en los caminos del Señor, se apartan de ellos. La única conclusión lógica es, como nos enseña 1 Juan 2:19: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros». Eso causa dolor y a veces desánimo, pero las palabras de Jesús en los versículos de hoy nos deben servir de aliento. Si Él, siendo Dios con nosotros, tuvo que experimentar situaciones así, nosotros debemos estar preparados para soportar las mismas.

Jesús acaba de explicar detalladamente lo que significaba seguirlo y el resultado fue que muchos de Sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él. Jesús no compromete la verdad para acomodarla al antojo de Su audiencia. Ese es un buen ejemplo que debemos seguir. Debemos decir las cosas conforme a lo que encontramos en la Palabra, sin añadir ni quitar nada. La gente necesita saber la verdad. Recientemente un joven pastor amigo me dijo que un «experto en misiones» le comentó que debía anunciar que iban a tener «misa» en su iglesia, donde él es pastor bautista, para atraer a los católicos. Me quede frío ante tal locura y por supuesto le aconsejé que no lo hiciera.

En el pasaje, muchos de los discípulos se fueron y Jesús hace la siguiente pregunta a los que quedaron: «¿Acaso queréis vosotros iros también?». Jesús no está tratando de atraer multitudes con un mensaje liviano, el mensaje es pesado y el que se quiera ir, puede irse.

Al pensar en el afán que tienen algunos por los números, recuerdo la conversión de Charles H. Spurgeon, quien entró en una pequeña iglesia donde había pocos congregados, y allí la gracia del Señor lo alcanzó.

La respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús fue la siguiente: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Hablando por los doce, Simón Pedro dio una maravillosa declaración de fe: reconoció a Jesús como Señor; reconoció a Jesús como la alternativa preferida, a pesar de las dificultades; reconoció el valor de las cosas espirituales, más que los deseos materiales y terrenales de los que se alejaron (palabras de vida eterna); y reconoció a Jesús como Mesías (el Cristo, Hijo del Dios viviente).

No tenemos que dar un mensaje liviano, como una sopita aguada y sin sustancia. Mantén tu proclamación anclada en la verdad del evangelio bíblico, aunque algunos te abandonen.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD Y LAS INVERSIONES QUE HACEMOS

March 10, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

MILTINNIE YIH

SALMO 119:65‑72

Esta parte del Salmo 119 sigue nuestro desarrollo como hijas de Dios a medida que aprendemos a confiar en la Palabra y a seguirla más de cerca, a pesar de los fracasos, las aflicciones y la oposición.

Nuestra identidad es algo complejo. Al principio, buscaba identidad y significado en mis raíces chinas, pero encontraba más aislamiento, porque no era lo suficientemente china y jamás podría serlo. Después, puse mi esperanza en el sueño americano y acumulé logros que me dieran trascendencia, pero esto tan solo llevó a más y más escaleras agotadoras para subir. Ninguna de estas cosas satisfacía los anhelos más profundos de mi alma… hasta que encontré al Señor y recibí mi llamado más profundo como hija de Dios. Su Palabra ha sido mi guía confiable a medida que la pongo en práctica en mi vida, y mi esperanza eterna sigue creciendo hasta el día en que mi fe se transformará en vista y pueda ver a mi mayor tesoro: al Señor Jesús.

¿MI CORAZÓN O SU PALABRA?

¿Qué es necesario para que podamos decirle al Señor: «Tú, Señor, tratas bien a tu siervo» (v. 65)? No significa que tan solo haya permitido que a Sus hijos les sucedan cosas que nosotras llamaríamos «buenas». En cambio, más allá de lo que pueda sucedernos, Dios puede hacer que todo obre para nuestro bien, al edificar nuestro carácter y aumentar nuestro amor por Él. El profundo consuelo que hallamos en Romanos 8:28 nos garantiza que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito».

Por lo tanto, incluso los peores desastres pueden ser beneficiosos porque pueden acercarnos más a Dios, mientras que las mejores «bendiciones» pueden carecer de valor si no nos conducen a conocerlo y amarlo más. Pase lo que pase, los que aman a Dios no pueden perder porque se benefician de circunstancias buenas o malas, al fortalecerse cada vez más en medio de las pruebas.

Al principio en nuestro matrimonio, cuando no conocíamos al Señor y solo dependíamos el uno del otro para satisfacer nuestras necesidades de amor, aceptación, seguridad, propósito y trascendencia, mi esposo y yo nos sentíamos constantemente frustrados por nuestras insuficiencias y fracasos a la hora de hacer feliz al otro y de encontrar nuestra propia felicidad. En cambio, nos reclamábamos constantemente por las expectativas que no cumplíamos. No solo nos desilusionábamos mutuamente una y otra vez, sino que yo también me desilusionaba a mí misma. Me di cuenta de que era débil e incapaz de hacer lo correcto, incluso si hubiera sabido qué era lo correcto. Estaba hastiada de mí misma y quería despedirme como dios de mi vida. Ansiaba con desesperación a Aquel que era más poderoso y mejor que yo. Y en medio de esa oscuridad fría y lúgubre de mi vida, algunos amigos hablaron vida. Una pareja cristiana, June y David Otis, llegaron como un fuego cálido y refulgente que nos atrajo al Salvador. Nos llevaron inmediatamente a la Palabra, y yo aprendí a confiar en lo que Dios revelaba sobre sí en ella.

He aprendido a no confiar tanto en mi corazón como en la Palabra de Dios, la cual necesito obedecer incluso cuando no necesariamente esté de acuerdo con lo que dice. La señal de la verdadera obediencia no es obedecer cuando estás de acuerdo y sientes deseos de hacerlo, sino obedecer a pesar de no estar de acuerdo con determinado mandamiento o cuando resulta difícil. En Getsemaní, Jesús pidió: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42).

En la práctica, esto es lo que significa «[creer] en [Sus] mandamientos» (Sal. 119:66). No alcanza tan solo con saberlos o entenderlos, ni siquiera estar de acuerdo con ellos; creemos en los mandamientos de Dios al obedecerlos. Pero la obediencia no se trata de apuntalar nuestra voluntad y arremeter firmemente hacia delante con toda nuestra fuerza, lo cual solo sería una obediencia en la carne. La obediencia en el Espíritu es «la respuesta de amor de un alma que fue liberada por la gracia salvadora de Dios». Eso no es necesariamente algo fácil (Jesús sudó gotas como de sangre al obedecer) y tan solo se logra al confiar en el Espíritu que habita en nosotras, en lugar de en nuestras propias fuerzas.

DE «CÁMBIALO» A «CÁMBIAME»

Como nueva creyente, empecé a confiar en el Señor respecto de mi situación y mis circunstancias. Su Palabra me guio más allá de mis propios instintos y razonamientos. Recuerdo cómo, después de escuchar mis quejas sobre mi matrimonio, una amiga cristiana me preguntó si alguna vez había intentado someterme a mi esposo. Me impactó leer 1 Pedro 3:1‑2: «Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que, si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al observar su conducta íntegra y respetuosa». Lo último que quería era ser una esposa sumisa; lo que en realidad deseaba era un esposo sumiso.

Aunque mis primeras oraciones fervientes a Dios fueron: «¡Señor, cámbialo!», por fin me di cuenta de que tal vez me iría mejor si oraba pidiendo: «¡Señor, cámbiame!». Los problemas en nuestro matrimonio nos llevaron a Cristo, pero mi matrimonio también me enseñó a confiar en Dios más allá de mi entendimiento limitado, aun si Su Palabra me enseñaba a hacer lo opuesto de lo que yo quería.

La pregunta fundamental era: ¿Confío en que los mandamientos de Dios son buenos para mí?

Cuando empecé a enseñar a estudiantes de bajos recursos en una escuela secundaria al sur de San Francisco, solía preguntarles a mis alumnos: «¿Para qué les voy a enseñar a ser más inteligentes si no se vuelven también más buenos o mejores? No quiero enseñarles a ser tan solo criminales más inteligentes». El conocimiento sin bondad es un barco más rápido sin timón. Pero ¿qué es la bondad? ¿Quién determina realmente lo que es bueno y lo que es malo?

En general, lo establecen los poderes que gobiernan, ya sea el jefe de una tribu, los dictadores al mando o los funcionarios representativos elegidos. Las culturas determinan lo que es bueno según sus valores: el placer (hedonismo), la utilidad (pragmatismo), la eficacia, la belleza, la riqueza, la facilidad, la familia, la libertad, etc.; y sus leyes se basan en su sistema de valores. La Biblia declara que Dios, el Ser todopoderoso que creó todo de la nada, fue el primero en evaluar algo como «bueno», al otorgarle ese veredicto a Su creación siete veces (Gén. 1), y la séptima vez dijo que era «muy bueno» (v. 31).

La creación era muy buena porque su Creador es infinitamente bueno. El salmista lo sabe, y nosotras también deberíamos: «Tú eres bueno, y haces el bien» (Sal. 119:68). Dios define lo que es bueno. Él creó el árbol del conocimiento del bien y el mal y dio el primer mandamiento: no comer de él. Sin embargo, Adán y Eva comieron (Gén. 3:6). Antes de sufrir, se descarriaron (Sal. 119:67). Un aspecto del juicio de Dios fue señalar la seriedad de lo que habían hecho: afligirlos con la realidad de lo que habían elegido —una vida apartados de Él—, para que clamaran a Él, regresaran a Él y obedecieran Su Palabra. El Señor aflige a Su pueblo con el mismo propósito ahora: para llamarnos a volver a conocer lo que es bueno y a hacer lo bueno, al regresar a lo que es bueno: a Él.

CUANDO NO ESTOY DE ACUERDO…

Al prohibirles a Adán y a Eva que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:17), Dios se reservó el derecho de determinar lo que es bueno y lo que es malo. Cuando ellos comieron del fruto, intentaron desplazar a Dios como el que determinaba la moralidad. Me parezco a ellos… quiero sentarme a juzgar lo que Dios llama bueno o malo. Es tan tentador (porque es muy común) juzgar los mandamientos de Dios a través del lente de las sensibilidades y los valores culturales actuales que, por ejemplo, la mayoría de los mandamientos del Nuevo Testamento dirigidos a las mujeres se ignoran, se reinterpretan o se denuncian, y los pasajes sobre el sexo y el matrimonio se consideran inapropiados para esta época.

El mundo dice que las cosas han cambiado desde los tiempos bíblicos. Ahora, las mujeres son educadas, emancipadas y empoderadas. ¿Acaso la Biblia no se usa para mantener subyugadas a las mujeres? ¿Cuál de estas cosas es verdad y cuál es mentira? Todavía podemos escuchar las preguntas en siseo: «¿Es verdad que Dios dijo? ¿No querrá decir Dios…? ¿Realmente Dios hará eso?».

Y debemos decidir si obedeceremos o no Su Palabra. Cuando no estoy de acuerdo con los mandamientos de Dios, ¿intentaré manipular o negarlos? ¿Estoy dispuesta a distorsionar la Escritura para salirme con la mía? Los mandamientos de Dios que parecen ilógicos, irrazonables e inconvenientesson los más fáciles de invalidar, pero, por supuesto, cuando lo hago, revelo mi propio corazón rebelde, el cual Dios pone a la misma altura que el pecado de adivinación e idolatría (1 Sam. 15:23).

Jesús dijo: «El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:17). Un mandamiento es como un medicamento recetado. No sabré si es eficaz a menos que lo tome. La bondad de un mandamiento tan solo se determina una vez que se acata, no antes. Este es el camino de la fe, el cual supone compromiso antes que conocimiento.

Así fue que llegué a permitirme considerar lo que antes me parecía impensable: ¿Qué tendría que hacer para someterme a mi esposo? Además de no hacer lo que yo quería, tendría que creer que Dios es más grande que cualquier error que mi esposo pueda cometer. Y aunque detestaba la idea de ser probada en eso, sabía que Dios es mucho más grande.

Resultó ser que Dios no solo es más grande, sino también más grandioso, y me enseñó a tener fe en Él mientras observaba cómo mi esposo crecía en el Señor mediante errores grandes y pequeños, y mientras miraba cómo el Señor nos acompañaba a través de las consecuencias difíciles que terminaron siendo para nuestro bien. Por gracia, he vivido lo suficiente como para ver ese bien empezar a manifestarse en nuestro año número 48 de casados y sé que la promesa de que «todas las cosas […] ayudan a bien» (Rom. 8:28, RVR1960) continuará en esta vida; en la mía y la de mi esposo, y en las vidas de mis familiares y amigos. A diferencia de un evangelio de la prosperidad, esta clase de evangelio «de la adversidad» tiene recompensas que se extienden lejos a la eternidad, donde todas las cosas serán reveladas.

Aunque los «insolentes» se deleitan en la vasta insensibilidad de sus corazones, su alma se consume (Sal. 119:69‑70). Cuando el mundo me presenta oposición, es una oportunidad para aprender a tocar para una audiencia de Uno. Al nutrir mi alma con la Palabra de Dios, la fortalezco, tal como Pedro nos instruye: «deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecer en su salvación» (1 Ped. 2:2). Me empapo profundamente de la Palabra al estudiarla, meditar en ella y memorizarla. Me deleito en ella al obedecerla, aplicarla y practicarla.

UN CORAZÓN EXPANDIDO

Entonces, incluso aprendemos a decir: «Me hizo bien haber sido afligido» (Sal. 119:71). En general, tratamos de evitar el dolor a toda costa a menos que haya algo más valioso para nosotras que estar libres de dolor. Soportamos el dolor de la práctica para volvernos una buena pianista o deportista, o el dolor del parto para dar a luz a un bebé. Sacrificarse es entregar algo que amas por algo que amas aún más. Si nuestro verdadero deseo es agradar a Dios al aprender Sus estatutos, podemos soportar con paciencia la aflicción y confiar en la bondad de Dios. Nuestro sacrificio es un corazón obediente.

La aflicción nos enseña. La aflicción de nuestros primeros años de matrimonio nos humilló, nos llevó a tocar fondo y nos preparó para una nueva vida que Cristo Jesús nos ofrecía. Más adelante, cuando mi primer hijo resultó ser autista y con discapacidades intelectuales, aprendimos a confiar en el Señor para aceptarlo, educarlo y amarlo de verdad, al hacer lo mejor para él. Nos consuela y nos alegra saber que nada llega a la vida de un hijo de Dios sin primero pasar por las manos de nuestro Padre amoroso. Cuando llegaron otra hija y un hijo muy seguidos, el Señor siempre estuvo ahí con gracia y guía, fuera cual fuera la necesidad. Ahora, después de 21 mudanzas por 3 continentes, puedo dar testimonio de la bondad de Dios en las dificultades.

El Salmo 119:32 declara: «Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón» (RVR1960). «Ensanchar» significa hacer espacio; se usa para describir la extensión de tiendas o límites. ¿Dios ensancha nuestro corazón para que obedezcamos o nuestro corazón se ensancha a medida que obedecemos? Me recuerda al momento en que Dios le dijo a Josué, el sucesor de Moisés, que guiara a los israelitas a la tierra prometida, haciendo que los sacerdotes pusieran primero sus pies en el río Jordán antes de que el agua se retirara para permitir que todos cruzaran (Jos. 3:13‑17). Creo que las aguas retroceden a medida que metemos nuestros dedos obedientes y a menudo se mojan antes de que veamos a Dios obrar.

Como una persona introvertida en el crepúsculo de mi vida, descubro que nada ensancha mi corazón más que la hospitalidad. Dios ha llenado nuestro hogar con cientos de personas con las cuales hemos compartido nuestra fe mediante nuestro ministerio de «Hospedaje, Biblia y más» a eruditos internacionales de China. Nos recuerdan nuestras inversiones eternas en las personas y en la Palabra de Dios, nuestros tesoros más grandes. Estas inversiones no siempre son fáciles, pero las inversiones costosas son las que producen las recompensas celestiales más abundantes. Al mirar atrás en mi vida, puedo decir que no fue lo que había planeado, pero por Su gracia, es mucho más de lo que jamás soñé.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

La verdad de los géneros: iguales en valor, diferentes en rol

March 8, 2023 By lifewaymujeres 1 Comment

Por Mayra Beltrán de Ortiz

«Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó».
Génesis 1:27 

Vivimos días de creciente confusión relacionada con el género y los roles dentro de la sociedad. Es frecuente en la actualidad escuchar la pregunta de si el «género» es una construcción social o si el ser masculino, o femenino es un asunto de elección personal e inclusive si hay más de dos géneros. 

No nos debe sorprender que hay grupos de personas que responden que sí a estas tres preguntas. Por otro lado, hay algunos grupos que sustentan que el ser varón o hembra está en la actualidad determinado por la cultura. Podemos sentirnos hombres, mujeres o ni una cosa ni otra. Lo más triste es que estos activistas están transmitiendo este mensaje a los niños a través de la «educación sexual integral». De acuerdo con Sharon James en su reciente libro La ideología de género: ¿Qué deben saber los cristianos?, vivamos donde vivamos en el mundo, a nuestros hijos se les puede presentar una cosmovisión que niegue la verdad que los seres humanos hemos sido creados hombres y mujeres. 

Como mujeres cristianas debemos estar informadas y equipadas con el conocimiento de lo que se está debatiendo. Es imprescindible conozcamos el significado sobre los diferentes términos utilizados, pero sobre todo, qué dice la Biblia sobre todo esto. 

Hombre y mujer por diseño 

La Escritura afirma únicamente dos géneros: varón y hembra. Estos no son una construcción social como algunos defienden, sino que son parte del diseño creado por Dios el cual Él declaró como muy bueno (Gén. 1:26-28; 2:18-24; Mat. 19:4-5; Ef. 5:31). 

Iguales en valor y dignidad 

Cuando Dios creo a los seres humanos, varón y hembra, Él los hizo iguales a Su imagen y semejanza. Les dio igual acceso a Él y llamó a ambos a ser mayordomos de Su creación (Gén. 1:1; 1:26-31). 

El Dr. Wayne Grudem nos dice que desde el inicio Dios nos creó masculino y femenino. «Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gén. 1:27). Hay diferencias grandes entre el hombre y la mujer, pero únicamente juntos conforman la humanidad. La raza humana estaría incompleta sin alguno de los dos. 

La imagen de Dios es lo que separa al hombre – varón y hembra – del resto de la creación: el hombre – varón y hembra – es de más valor que los animales y las cosas. Notemos que ambos, varón y hembra, somos portadores de la imagen de Dios. Tenemos que tratarnos con dignidad el uno al otro y vernos como de igual valor, ya que compartimos el privilegio de ser creados a la imagen de Dios. 

En ningún lugar la Biblia nos dice que los hombres son creados más a la imagen de Dios que las mujeres. La misma Biblia corrige el error del dominio y la superioridad masculina que ha venido como resultado del pecado y se ha visto en todas las culturas a través de los años. 

Diferentes en roles 

Cuando Dios creó dos géneros también instituyó dos roles diferentes para cada uno. El patrón bíblico para el hombre y la mujer es igualdad en valor y al mismo tiempo roles diferentes en la familia, en la iglesia y en la sociedad. Estos son principios complementarios, no contradictorios. 

En el capítulo 2 de Génesis podemos ver un relato más detallado de la creación de ambos seres humanos, que revela diferencias en las funciones y responsabilidades dadas por Dios. El hombre por sí solo no es suficiente; le falta algo y Dios suple esa carencia. Vemos que Eva fue creada después de Adán con el propósito específico de ser la «ayuda idónea» de Adán. El rol de ayuda idónea es un rol honroso, ya que la mujer le puede brindar una ayuda al hombre que éste no puede encontrar en otro ser creado. 

El movimiento feminista debate la igualdad de la mujer, pero las mujeres ya son iguales que los hombres: iguales en creación, iguales en pecado, iguales en merecer el infierno, iguales en gracia, iguales en gloria, iguales en valor, iguales en importancia, iguales en significado. Las mujeres no pueden ser hechas iguales por ningún movimiento; su igualdad puede únicamente ser reconocida. Sin embargo, su igualdad no significa que su rol en cada esfera es enteramente el mismo que el hombre. 

El mensaje de la Escritura es que el hombre y la mujer son iguales. El mensaje de la Escritura es también que el hombre y la mujer son distintos, con diferentes roles y responsabilidades. El gran error de hoy en día es insistir que la igualdad en valor significa igualdad en rol. La teoría de género tan esparcida en el mundo entero es una mentira. El ser masculino o femenino no es independiente del sexo biológico de una persona al nacer. Debemos aferrarnos a la verdad de Dios y por tal razón, tenemos que informarnos bien para poder defender esa verdad con gracia y con bondad hacia los demás.

Mayra Beltrán de Ortiz, Decidida a honrar el diseño de Dios para la mujer. Esposa de Federico Ortiz desde el 1977, madre de 2 y abuela de 3. Graduada del Instituto Integridad & Sabiduría. Miembro y diaconisa de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde es parte del Cuerpo de Consejeros y es Coordinadora del ministerio de mujeres EZER. 

GLORIOSO NOMBRE

March 6, 2023 By lifewaymujeres 1 Comment

Pedro Pared

«¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre
en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos»
(SAL. 8:1).

El salmista reconoce la gloria del nombre del Señor. El Dios al cual adoramos es creador, sustentador, redentor, salvador y Señor de este mundo. ¡Jehová es un Dios único! Pero lo más impresionante de nuestro Dios es que está junto a nosotros, siempre está cercano y nos ama con amor eterno. En la angustia o en la hora de la prueba está a nuestro lado y nos consuela con Su poder y amor. En la alegría nos permite disfrutar de un gozo que solo Él puede darnos.

Cuando atravesamos la prueba, la enfermedad y el sufrimiento, Él está junto a nosotros, nos sostiene con el poder de Su diestra y nos permite escuchar Su voz de Padre amoroso. Hemos sentido Su presencia como una realidad en nuestras vidas y Su consuelo nos ha levantado. Nuestro Señor acompaña a Sus hijos en el tiempo de la prueba, en medio de la duda los llena de confianza y seguridad y en los tiempos de alegría se goza con ellos.

Él convierte el llanto en alegría y la derrota en victoria. Miremos al cielo para ver Su gloria, poder y cuidado del ser humano y reconozcamos Su grandeza, Su poder y Su amor. Ese Dios poderoso, creador del cielo y de la tierra, es nuestro amante Padre celestial a quien debemos alabar y adorar en cada momento de nuestra vida. Contemplemos el firmamento para comprender la pequeñez humana ante la grandeza del Señor y exclamemos con el salmista: «Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra».

Proclamemos el glorioso nombre del Señor y alabemos Su persona.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

Next Page »

Primary Sidebar

Nos alegra saber que estás aquí. En este blog encontrarás artículos, devocionales y notas interesantes para tu vida. También podrás conocer de nuestros Estudios Bíblicos, Libros y Biblias. Pero, mayormente, encontrarás una comunidad de mujeres que quieren conocer a Dios y Su Palabra, y vivir de manera diferente gracias a Él.

Conoce más acerca de nosotras ►
Síguenos en FB 
Síguenos en Instagram 
Suscríbete a nuestro canal de YouTube 

RECIBE INFORMACIÓN Y NUESTRO PLAN DE ORACIÓN FAMILIAR

¿Lista para ser parte de nosotras y recibir cada mes nuestro Plan de oración familiar? Ingresa tu correo electrónico y haz click en «Inscribirse». Es así de fácil.

Puedes adquirir estos recursos en tu librería cristiana favorita: ESTADOS UNIDOS AMÉRICA LATINA

CATEGORÍAS

LO MÁS LEÍDO

  • CREADA PARA SER FUERTE
  • Creada para ser confiada (Pr 31:25)
  • Ya no siento amor por mi pareja.
  • QUE TU HIJO NO SEA “EL MUCHACHO CONSENTIDO”
  • ¿Qué es el ministerio para las mujeres y por qué es necesario?
Eventos Button Image

Copyright © 2023 · Lifeway Christian Resources All Rights Reserved

Cleantalk Pixel