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Por Jeanine Martínez de Urrea

Una teología correcta es aquella que se hace preguntas. ¿Qué creo sobre Dios? ¿Por qué creo esto? La experiencia es importante. Pero nuestra experiencia generalmente es interpretada a través de un lente que tenemos puesto: puede tener colores, aumento o reducción, y eso afectará cómo la entendemos. Por tanto, algo tan importante y vital como lo es nuestro concepto de Dios, y todo lo que se desprende de este concepto, no puede ser alimentado meramente por nuestra experiencia. Nuestra fe necesita estar informada, ser evaluada y mantenerse examinada por la verdad absoluta de la Palabra de Dios y no de nuestras experiencias, ni de las experiencias de un líder eclesiástico bien intencionado, del cual no sabemos de dónde sacó sus creencias.  

No juguemos al teléfono descompuesto con nuestra fe. Jesús prometió que conoceríamos la verdad y que esta nos haría libres. Esa verdad se encuentra en la Biblia, no en la experiencia. Lamentablemente, la mayoría de los líderes de iglesias han tenido poco o ningún entrenamiento teológico. Se estima que, a nivel mundial, el 85 % de los líderes eclesiásticos nunca ha leído la Biblia completa o no ha tenido entrenamiento teológico. Otros padecen de lo opuesto: mucho entrenamiento teológico, pero poco tiempo con Dios y las personas. Sus afectos no están alineados con la Palabra. No es lo mismo estudiar y hablar acerca de Dios, que estar con Él, sometidos y obedientes a Sus mandamientos, junto con el cuerpo de Cristo. Pero esto también debería llamarnos la atención a nosotras. La Palabra nos exhorta a no gloriarnos en nuestra sabiduría ni en nuestro poder, sino a entender y conocer a Dios (Jer. 9:23-24). 

Por otro lado, otra de las preguntas cruciales que nos hacemos en la vida es, ¿Quién soy? La identidad es uno de los temas más solicitados para conferencias y enseñanzas a mujeres y jóvenes en nuestro contexto. La industria de la autoayuda y contenido motivacional genera una alta demanda de influencers y oradores de carisma. También vemos algunos líderes religiosos cuyo mensaje motivacional para sentirse mejor con uno mismo no se reduce únicamente a simples frases, sino que va acompañado de algún versículo bíblico. La respuesta a la pregunta: «¿quién soy?» es el tema central de un sinnúmero de libros de autoayuda. A pesar de todo esto, vivimos en una de las generaciones más insatisfechas e insaciables.  

En el Edén, Adán y Eva decidieron buscar significado, identidad y propósito fuera de la palabra de su Creador. No les resultó suficiente el habitar en relación perfecta con Él. No somos muy diferentes a ellos. Los libros acerca de la identidad se encuentran entre los más vendidos. Pero mientras más «fluida» o subjetiva es la respuesta cultural a la pregunta de quiénes somos, más confundida está nuestra generación. Continuamente las creyentes se definen como «princesas del Señor» o «guerreras de Dios», así como otros términos similares. El enfoque en uno mismo cada vez es más enfático. Tal como Adán y Eva, la «exploración» del significado en la vida y de la identidad continúa hoy en los lugares equivocados.  

Nuestros antepasados y representantes de lo que hoy es nuestra naturaleza creyeron esta mentira: que necesitaban ser más de lo que eran. Actuaron bajo la premisa de que necesitaban más de lo que Dios ya les había provisto en dirección, propósito e identidad. Esta mentira los llevó a creer la promesa falsa de que «[serían] como Dios» (Gén. 3:5), cegados ante la verdad que el Creador había declarado, que ya eran hechos a Su imagen (1:26-28). Ya eran, en ese sentido, como Dios. No eran igual a Él, pero sí eran hechos a Su imagen. Eso debió́ ser suficiente.  

Nada ha cambiado en cuanto a la naturaleza humana y, aunque cada vez tenemos más hambre de una respuesta que nos satisfaga, solo Dios nuestro creador puede aclarar y definir nuestra identidad. Fuera de Él nunca estaremos parados en tierra firme.  

¿Es posible conocer a Dios?  
He conocido al Señor prácticamente toda mi vida. Desde pequeña tenía muchas preguntas sobre este Ser tan maravilloso que me presentaron y en quien había creído como mi Señor. Para mí, tenía sentido que alguien estuviera a cargo del universo y de mi vida. Entendía que alguien planeara, diera origen y orden a este mundo donde la naturaleza no deja de sorprendernos. Incluso la creatividad humana es impresionante, tanto para lo bueno como para lo malo. No parece tener límites.  

Con los años, inconscientemente me enseñaron que Dios es tan infinito y misterioso que no se puede conocer. Es cierto que no podemos conocerlo completamente, pero Él se reveló porque quiere ser conocido para Su gloria y nuestro bien. Tal vez habría entendido mejor si hubiera aprendido que Él no puede ser conocido en Su totalidad, como el océano entero no puede ser explorado en un solo día.  

Sin embargo, necesitaba saber que Él quiere ser conocido y que ese conocimiento nos lleva a amarlo. Similar a la manera en que dos personas se conocen y se casan. Aunque toda una vida no alcance para conocerse en su totalidad, sí podemos conocer a una persona lo suficiente como para reconocer sus cualidades y carácter, amarla y hacer un compromiso con ella. Así también estudiamos a Dios a través de Su revelación en Cristo (Ef. 3:1-6), el Logos o la Palabra encarnada. Lo conocemos a través de la palabra profética más segura, Su Palabra (1 Ped. 1:19-21), con el objetivo de amarlo.  

Jen Wilkin dice: «No podemos amar lo que no conocemos». Aunque es posible conocer mucho acerca de Dios y no amarlo, no es posible amarlo sin conocerlo (Prov. 9:10). Lo que Dios ha revelado de sí mismo es suficiente para que lo amemos. Pero necesitamos conocerlo primero. Nuestro amor por Él será proporcional a nuestro conocimiento de Él. En Juan 17:26 Jesús ora por Sus discípulos al Padre, diciendo: «Yo les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y Yo en ellos». El amor y el conocimiento van de la mano.


El contenido de este artículo ha sido extraído del libro Doctrina para todas por Jeanine Martínez de Urrea. 

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Jeanine Martínez de Urrea es misionera en Guatemala y sirve con Iglesia Reforma. Es enviada por la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene una Maestría en Artes en Estudios Teológicos y Liderazgo Intercultural por el Seminario Bautista del Sur (SBTS), y una Maestría en Ciencias en Ingeniería Sanitaria y Ambiental (INTEC). Sirvió como misionera transcultural, con enfoque en enseñanza bíblica, entrenamiento misionero y discipulado, en el Sur y el Este de Asia por casi 9 años. Es apasionada por hacer discípulos de Cristo, de todas las naciones, a través de la enseñanza bíblica. Le gusta cocinar, la música, y conocer personas de distintas culturas, apreciando la multiforme gracia. De vez en cuando, recuerda detenerse y oler las flores.

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