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Hace algunos años me di cuenta de una lucha que surgía en mi corazón y se manifestaba en desconfianza, impaciencia e incredulidad. Esta batalla era entre amar y adorar al único Dios verdadero presentado en las Escrituras y adorar a aquel que confeccioné en mi comodidad a partir de retazos de la Biblia, experiencias emocionales y orgullo. En días tristes, o después de pecar, acudía a este falso salvador con la idea de que si le obedecía y hacía las cosas de manera correcta entonces Él me amaría y perdonaría, de lo contrario, me abandonaría en mi miseria como pago por mi desobediencia. Este falso salvador demandaba muchas obras morales y se fortalecía cuando no oraba, leía la Biblia o servía en mi iglesia. Ese falso salvador era la culpa de mi legalismo y la falsa enseñanza.

El Cristo verdadero

Cuando por gracia, conocí el evangelio de Cristo, el verdadero Salvador me liberó de la adoración a un dios de paja, producto de mi mente, que simplemente era un disfraz de mi propio estándar de moralidad. A través de la lectura de la vida, muerte y resurrección de Cristo, las Escrituras me revelaron la tergiversada caricatura que tenía de mi Salvador y el engaño de mi corazón que le atribuía cualidades humanas y falibles como excusa para no confiar en Él, sino en mis obras. Al leer una y otra vez las advertencias de Dios a Israel y pensar que Él era como los hombres (Núm. 23:19, Sal.50:21), el Espíritu Santo plantó en mí un fuerte anhelo por conocer al Cristo verdadero (Fil. 2:13)  que dejó su estado de gloria por el polvo de este mundo, su trono en el cielo por un humilde pesebre y su perfecta comunión eternal por una cruz (Fil. 2:1-11). Poco a poco todas mis suposiciones y temores de un salvador airado y severo fueron reemplazadas por convicciones bíblicas acerca de su Persona atadas a la Palabra, y aprendí que no se puede amar lo que uno no conoce.

Quiero compartirte tres puntos para conocer y amar al verdadero y poderoso Jesús de la Biblia, quien derrota a cualquier salvador funcional que se levantaa en nuestro corazón.

Lo conocemos a partir de Su carácter

El “salvador” que mi mente fabricó era cambiante, pero se derrumbó cuando leí que Jesús se describe a sí mismo como “manso y humilde” (Mat. 11:29). En palabras de Dane Ortlund «Jesús no se irrita fácilmente. No es duro, no reacciona ni se exaspera fácilmente. Es la persona más comprensiva del universo. La postura más natural para Él no es señalar con el dedo sino tener los brazos abiertos». Esto no quiere decir que Cristo sea débil o no sienta ira por la injusticia sino todo lo contrario, Su santidad y perfección se expresan en el poder que tiene para ser manso y humilde, al mismo tiempo que es justo y temible; ser compasivo y lleno de gracia y al mismo tiempo poderoso e inmutable.

Lo conocemos a partir de Sus relaciones

Su carácter se manifiesta estupendamente dentro en los Evangelios, donde tenemos el testimonio de muchas personas que caminaron, escucharon, comieron, conversaron, conocieron y amaron a Cristo. Rebecca McLaughlin en su libro «Jesús visto a través de los ojos de las mujeres», explica cómo sus primeras discípulas fueron capturadas por el amor de Cristo al ser reconocidas dentro de una sociedad que hacía de menos su valor y su rol. McLaughlin afirma que las relaciones e interacciones con estas mujeres son un fiel testimonio de la misión que vino a cumplir en este mundo al sanar sus heridas, suplir sus necesidades, confrontar su desobediencia, perdonar sus pecados, adoptarlas como hijas,  recoger sus cuerpos rotos, consolarlas en el duelo y restaurar sus vidas (Is. 53:1-7).

Lo conocemos a partir de Su misión

El Dios eterno, el Creador perfecto y la Luz verdadera vino a nuestro mundo de tinieblas para tomar nuestro lugar y enfrentar el horror del juicio divino sobre la cruz con el fin de tener comunión con nosotros y darnos vida eterna (Jn. 1:14-16). El ser humano no tiene ningún mérito en esta obra, solamente ser el receptor de la gracia. La misión de Cristo fue darse a conocer como el Mediador entre Dios y los hombres, y es la respuesta de Dios al pecado que nos acusaba y la muerte que de Él nos separaba. Su vida declaró que nada podemos hacer fuera de Él (Jn. 15:5) y Su sacrificio canceló toda nuestra culpa (Col. 2:14).

Lo que puedes hacer

Si no conocemos Su carácter, Sus relaciones y Su misión, entonces crearemos un falso “salvador”, un ídolo que esté de acuerdo a nuestra idea de moralidad y salvación. Para no caer en esta tentación puedes hacer cinco cosas:

  1. Comienza a leer tu Biblia. Busca en sus páginas los encuentros que Cristo tuvo con mujeres de su época y observa los indicadores de su esencia y misión.
  2. Ora para que el Espíritu Santo te muestre las maneras específicas en las que has sido indiferente para conocer y amar a Cristo.
  3. Ora por el deseo de leer, meditar, estudiar y experimentar a Cristo en cada momento de tu día.
  4. Si no te congregas en una iglesia, hazlo. La comunidad de creyentes es esencial para nuestro crecimiento y una respuesta de que entendemos el evangelio.
  5. Busca recursos que te ayuden a mantener tu mente en la Palabra, puede ser la Biblia hablada, podcast, libros, estudios, canciones, recordatorios en papel, wallpapers para tu celular, un diario, etc., y úsalos entre tus actividades diarias, mientras viajas o durante un break de tu trabajo, cuando vayas a dormir o al lavar los platos.

Al perseverar en conocer a Cristo cada día, comprobaremos Su supremacía y suficiencia para otorgar justificación y salvación aún en nuestro hueco más profundo. Aún cuando ídolos o percepciones erróneas de dioses funcionales nos tienten para poner nuestra seguridad en ellos, debemos recordar esta verdad que no cambia: Cristo es el inmutable hogar de nuestro errante corazón, todo lo demás pasará.

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