Sarah Jerez
Nos gusta sentirnos capaces y hacer lo que nos resulta fácil. Pero Dios nos está llamando a abrazar una misión más grande que nosotras mismas, que jamás podríamos llevar a cabo solas.
Aprovecho para resaltar la importancia de ejercer la maternidad en comunidad, con un conjunto de mujeres sabias —solteras, esposas, madres, abuelas— que abrazaron el llamado de Dios y Su diseño para la mujer que nos puedan apoyar, animar y exhortar en el camino (Tito 2:3-8; Heb. 10:24-25).
La influencia que ejercen sobre nosotras las personas con quienes nos relacionamos es muy fuerte. Dios nos manda a pertenecer a una comunidad de creyentes que juntos puedan crecer en el amor y conocimiento de Cristo (Ef. 4:15-16). La maternidad puede ser una senda muy solitaria y es importante no aislarnos.
Necesitamos a nuestro alrededor mujeres con el mismo sentir con quienes podamos orar, buscar consejo, compartir luchas y experiencias, y estudiar la Palabra. Desde que nació mi primera hija he pertenecido a grupos de madres que me sirvieron de refrigerio y estímulo. Si no tienes uno, quizás puedes empezar con dos o tres madres más y orar o estudiar un libro juntas. También puedes buscar a una mujer mayor que ya ha pasado la etapa de crianza que pueda aconsejarte.
Las mujeres solteras pueden ofrecer de su tiempo para cuidar a los pequeños de una madre cansada, sirviéndole de apoyo, y al mismo tiempo pueden invertir una en la vida de la otra. También ella podría servir en la escuela dominical o en el cuidado de niños de su iglesia. Es importante que nuestros hijos vean que somos parte de una comunidad de discípulos de Cristo que juntos lo siguen, viviendo las mismas convicciones y valores, dando apoyo así a nuestra misión en casa.
No pretendamos llevar a cabo la encomienda de levantar una generación para Cristo con nuestras fuerzas. El mundo está obsesionado con encontrar cómo ser madres perfectas y cómo criar perfectamente. Pero la madre cristiana puede descansar en la realidad de que solo hay Uno perfecto y que Él vivió y murió por ella.
Busca al Señor intencionalmente. Medita en Su Palabra. Recurre primero a la oración. Que toda la información e ideas del mundo no te carguen y te desenfoquen de la misión.
Muchas veces fallaremos delante de Dios y de nuestros hijos y debemos tomar esos momentos como oportunidades para modelar nuestra dependencia en Cristo y buscar Su perdón. Muchas veces, después de una mala noche con una niña enferma o un recién nacido hambriento, sentiremos que no podemos abrir los ojos, mucho menos sobrevivir el día.
Descansemos en Él. Cuídalos, que Él cuidará de ti. Como pastor apacentará su rebaño, en su brazo recogerá los corderos, y en su seno los llevará; guiará con cuidado a las recién paridas (Isa. 40:11). Todo lo puedes en Cristo que te fortalece (Fil. 4:13).
Al final de todo, nuestra identidad no descansa en ser madres. No busquemos nuestro valor en nuestros hijos ni en nuestro desempeño como madres. No son el centro de nuestras vidas. Nuestra identidad no descansa en nuestra asignación. Cristo no solo es suficiente para la maternidad, sino también para satisfacer tu alma. Tu identidad no se encuentra en tu rol como madre, ni tu plenitud en tus hijos. ¡Solo Cristo nos da sentido, propósito y satisfacción eterna! Él es nuestra única esperanza. Él es el objetivo y el fin de tu vida y de tu maternidad.
Un fragmento del libro Mujer verdadera (B&H Español)