-Cómo Dios usó la adopción contra mi pecado oculto-
Por Jeremy Askins
Yo nací y crecí en el sur de los Estados Unidos, el “Sur” como muchos lo llaman. Las raíces que tengo en Tennessee están profundamente arraigadas en mí. Creo firmemente que el té dulce y helado de mi abuela se servirá en el cielo con el almuerzo de los domingos. Y todavía me gusta la misma música country que escuchaba en la vieja radio de mi bisabuela.
Un pecado oculto.
Aunque me duele, no puedo negar que el racismo fue parte de mi niñez en el “Sur”. No era un racismo violento como el de las décadas de los cincuenta o sesenta sino un racismo oculto. No me escandalizaba si alguien de otra raza bebía de la misma fuente de agua que yo. Es más, todos íbamos a la misma escuela, jugábamos en los mismos equipos deportivos y todo parecía normal y pacífico.
Era cuando estábamos en casa, con los nuestros, que salía a relucir el residuo del racismo de muchos años. Y peor aún era el lugar donde defendíamos nuestras posturas racistas y prejuiciosas: en la misma iglesia. En las reuniones de negocios de la iglesia discutíamos cómo debíamos proteger a nuestras familias e iglesias para no mezclarnos o para no llegar a ser “mix”, como comúnmente se dice en inglés.
Pero, a pesar de eso, orábamos por los perdidos en otros países y teníamos estudios bíblicos en barrios de una población que mayormente era afro-americana e incluso apoyábamos la misión hispana en nuestro barrio. No teníamos ningún problema con ir a ellos, pero no queríamos que ellos vinieran a nosotros.
Todo esto era un pecado oculto que yo no veía claramente en ese entonces, pero que aceptaba voluntariamente a pesar de que era tan evidente como el sol que nos ilumina. ¡Es tan increíble pensar que en ese tiempo yo no viera nada malo en esto!
No más ellos y nosotros.
Cuando comencé a asistir al seminario comprendí que en la familia de Dios no había “ellos” y “nosotros”. El plan de Dios es adoptar a personas de “todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5.9). Él nos creó, a cada uno de nosotros, con diferencias y similitudes. En su Reino hay personas de todos las culturas, nacionalidades y colores de piel. La esposa del Cordero no es solo blanca, negra o marrón, tampoco tiene un solo acento ni una sola nacionalidad.
Las diferencias culturales no implican que una u otra forma de hacer las cosas sean malas o buenas, solo que son diferentes. Estas nos deben animar a aprender de otros y fortalecer la iglesia de Dios.
Comienza conmigo.
Mi nueva forma de pensar se empezó a reflejar en la forma en que vivía mi vida. Y aunque tuve muchos conflictos con mis familiares, mi esposa y yo decidimos adoptar dos niños de Etiopía.
Poco a poco comencé a ver cómo muchos se quedaban mirando a mis hijos negros y a mí. El prejuicio me atacaba una vez más cuando alguien me preguntaba: “¿Por qué adoptaste niños negros?” Y los recuerdos de mi pasado racista me perseguían cuando alguien decía “Yo no soy racista, pero…”
El prejuicio y el racismo de otros me irritaban profundamente y me llevaron a comprender que los mismos argumentos sin sentido que los llevaban a ellos a hacer eso, eran los que también habían morado en mi vida. Ahora no podía enojarme solo con mis familiares que todavía usaban palabras despectivas al referirse a personas de otras razas y nacionalidades o con aquellos que prejuzgaban a mis hijos en el supermercado, sino que además debía pararme sinceramente frente al espejo y finalmente lidiar con mi corazón y no dejar que los residuos del odio empañaran mi vida.
El cambio.
Fue a través de la adopción de mis hijos que Dios transformó por completo mis pensamientos sobre el racismo. Y también está cambiando la actitud de muchos de mis familiares a través de estos dos hermosos niños negros de un país lejano que ahora comparten su apellido, su familia y su país.
Esta es la misma historia que Jesús está contando alrededor del mundo. Al seguir construyendo Su Iglesia, Jesús llama hijos e hijas a personas de diferentes colores, nacionalidades y tamaños. Jesús ama completa y eternamente a todos en la tierra.
Mi oración es que cada cristiano reconozca esta verdad y que no solo sean palabras vacías, sino que sean una realidad y cambien su forma de vida y la forma en que tratan a otros. Sé que Él puede cambiarlo, porque cambió a un racista como yo.