Por Wendy Bello
Dice la Real Academia de la Lengua Española que expectativa es la esperanza de realizar o conseguir algo. Todos vivimos con expectativas, todos buscamos esperanza.
Uno de los buenos recuerdos de la cuarentena serán las largas conversaciones, sin apuro, sin presión, con tiempo para escuchar y ser escuchados. Eso se ha repetido muchas veces en nuestra casa. ¡Y cuánto lo apreciamos! Nuestros hijos ya son adolescentes, y eso lo cambia todo. Los temas que ahora podemos platicar, los diferentes ángulos, las preguntas, son muy distintos a cuando eran pequeños. De modo que, aunque la adolescencia tiene sus propios desafíos, también es una hermosa etapa, llena de oportunidades para invertir en la vida de nuestros hijos.
Una noche, antes de dormir, tuvimos una de esas conversaciones. Supongo que un tanto abrumados por las noticias, la incertidumbre, la poca interacción social en términos normales, nuestros hijos nos compartían su sentir. Nos dijeron cosas como estas: ¿Qué espera a nuestra generación? ¿Y si esto no se acaba nunca? ¿Cómo vamos a vivir de ahora en adelante, siempre con una mascarilla? ¿Y qué será de la escuela en el nuevo curso? ¡Es como si no hubiera esperanza! Ahí estaba la clave, era un problema de esperanza lo que estaba dando vueltas en sus mentes y corazones. Y sobre ese tema giró el diálogo.
Verás, los seres humanos necesitamos la esperanza. Nuestros corazones fueron hechos para ella y cuando la perdemos, se nos enferma el alma. El asunto es que, cuando no conocemos a Cristo, e incluso a veces luego de conocerlo, nuestra naturaleza caída nos lleva a poner la esperanza en cosas efímeras como las posesiones o los logros personales, en seres humanos que, como nosotros, están limitados en lo que pueden hacer u ofrecer, en sistemas políticos y programas sociales. Poner la esperanza en cualquiera de estos nos llevará siempre por el mismo camino, esperanza fallida.
Si le preguntamos a un diccionario de español, encontraremos definiciones de esperanza como esta: «Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea». No sé si te percataste, pero algo de esa declaración reafirma lo que veníamos diciendo, nos dice que es un estado de ánimo, y un estado de ánimo es algo voluble, inconstante. De modo que hoy puedo tener esperanza y mañana no. Me imagino que estarás de acuerdo conmigo en que así es como la mayoría de la gente ve la esperanza. Es algo que sienten en un momento cuando el objeto de su esperanza parece posible o real. ¿Algunos ejemplos? Una persona puede decir que tiene esperanza de mejorar económicamente porque le fue muy bien en una entrevista de trabajo. Otra persona quizá diga que tiene esperanza en que el tratamiento médico funcione y recobre la salud. Una joven tiene esperanza de conocer a su futuro esposo en esa cita que se acerca, y así por fin vivirá su propia historia de «felices para siempre». Podríamos seguir añadiendo, pero creo que el punto está claro. No es que haya nada de malo o pecaminoso en el deseo de mejorar económicamente, o de recobrar la salud o casarse. El problema está en que esas cosas nos provocan un estado de ánimo, una esperanza, que tiene fecha de expiración.
Entonces, ¿qué es la esperanza realmente? Cuando estamos en Cristo, la definición de esperanza luce muy diferente. No está en algo, sino en alguien. Está en Dios, en su carácter. Veamos cómo nos describe la esperanza el Diccionario Bíblico Ilustrado Holman: «… es la confianza en que lo que Dios hizo por nosotros en el pasado garantiza nuestra participación en lo que hará en el futuro». ¿Te das cuenta? No es un estado de ánimo, ni algo que siento circunstancialmente, porque no depende de mí. La esperanza descansa en quién es Dios. Tener esperanza es saber que Dios cumplirá lo que ha prometido y que Su Palabra no cambia. Esperanza es lo que ocurrió hace muchos años una noche estrellada, en un pueblito insignificante llamado Belén, precisamente como cumplimiento de una promesa. El profeta Isaías lo había anunciado varios siglos antes, y Mateo nos lo recuerda al escribir su Evangelio: «Y EN SU NOMBRE LAS NACIONES PONDRÁN SU ESPERANZA» (12:21). Esperanza es Jesús. Él es el cumplimiento de todas las promesas (2 Cor. 1:20) que alimentan nuestra esperanza. Y nuestra esperanza es viva, porque Cristo resucitó. No esperamos en una posibilidad, esperamos en la realidad de la resurrección: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1 Ped. 1:3).
En nuestro paso por este mundo enfrentaremos diferentes situaciones que parecerán ladrones de esperanza, y por eso es tan bueno recordar que un corazón nuevo, el corazón que nace a la vida que Cristo nos da, es un corazón que puede tener esperanza más allá de las circunstancias que le rodean.
Querida lectora, no sabemos qué nos aguarda el 2021. No pongamos expectativas en nada ni nadie más, porque saldremos desilusionadas. La mejor vida no es ahora. La mejor vida será en otro momento y lugar, aquello a lo que llamamos nueva creación, cuando todo volverá a ser perfecto porque el pecado no existirá más. Mientras estemos aquí tendremos que seguir luchando con el dolor, con las decepciones, con la enfermedad, con la tristeza, con la injusticia, con la traición, con la muerte. La mejor vida no es ahora, pero tu corazón y el mío pueden vivir con esperanza, hoy y siempre, gracias a la obra preciosa y única de Cristo en la cruz.
(Parte de este artículo fue tomada del libro Un corazón nuevo, publicado por B&H Español / Lifeway Mujeres, ya en pre-venta.)
Wendy Bello es escritora y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la Palabra de Dios. Escribe para múltiples plataformas y es autora de varios libros, entre ellos el estudio bíblico “Decisiones que transforman.” Ha estado casada por más de 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook, Twitter y en su Blog.