Pasaje devocional: Gálatas 3:21-25
De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Gálatas 3:24
Algunas veces las personas tienen dificultad en alcanzar una meta o propósito. Hay maestros y conferencistas que ofrecen una información abundante, que son excelentes oradores, pero al exponer el contenido de su conferencia o clase no llegan a ningún objetivo que ayude al oyente a descubrir cómo alcanzar la salvación o como edificar sus vidas de acuerdo a la voluntad de Dios para ellos.
No ocurre esto con el propósito de la ley de Dios. Su meta está definida, tiene un solo objetivo y es llevar a la persona a un encuentro con Cristo.
No hay palabra más clara para entender el propósito de la ley de Dios que la que utiliza el apóstol Pablo en el pasaje bíblico de hoy cuando dice: “la ley ha sido nuestro ayo”.
Ayo era la persona cuya labor consistía en cuidar de los niños y disciplinarlos cuando fuera necesario. Su principal responsabilidad se basaba en dirigir a esos niños que estaban a su cuidado hacia la persona que tenía a su cargo enseñarlos. El ayo cuidaba que no se desviaran en el camino hasta que no estuvieran seguros al lado del maestro. Una vez que el ayo hacía su trabajo de guía, su misión estaba cumplida.
Así mismo ocurre con la ley de Dios. Su propósito es señalar el camino hacia Cristo al mismo tiempo que revela la perfección de Dios y la pequeñez de los seres humanos ante Él. La ley hace que reconozcamos lo que es pecado y genera en nosotros la necesidad de arrepentirnos ante Dios. La ley de Dios es perfecta, pero no puede dar salvación ni hacer perfectas a las personas aunque estas se esfuercen al máximo por lograrlo.
La ley de Dios es clara, permite que podamos vernos realmente como somos. Su misión es guiar a todos hacia la salvación que Dios ofrece. La ley de Dios nos enseña también la necesidad de ser rescatados y la necesidad de un Redentor. Al llegar a este encuentro con Cristo, ya no se necesita la ley, su papel de ayo ha terminado.
Dele gracias a Dios por permitir que podamos llegar ante el trono de su Gracia.
Un devocional deRevista Quietud