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[El Dios que se hizo siervo]

Dámaris Carbaugh

“Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús Se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11).

Cuando hablamos de éxito, muchos piensan en ascender, escalar posiciones o títulos, ganar más dinero, prestigio o poder… Pero esta escalera al éxito no conduce hacia arriba sino hacia abajo. Es una escalera por la que se desciende. ¿Te suena extraño? Los valores del Reino suelen ser extraños, contrarios a la lógica humana. Amar al enemigo, perdonar setenta veces siete o mostrar la otra mejilla a quien nos abofetea no es normal, es revolucionario.

Jesús lo hizo. Acompañémoslo imaginariamente, uno a uno de los peldaños que lo condujeron hasta la muerte. ¿Para qué? Es una escalera que debemos descender también si queremos imitarlo, si en verdad somos Sus seguidores.

El pasaje comienza con un mandato: Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús. Para entender cuál es la actitud que se nos exige, hagamos de tripas corazón y ubiquémonos en el peldaño más alto para iniciar el descenso, aunque nos tiemblen las piernas o sintamos el vértigo de lo incierto.

Primer peldaño: Igual a Dios

Jesús existe eternamente: Padre, Hijo y Espíritu Santo; “Dios en tres Personas, bendita Trinidad”, como dice el himno. Los Tres con igual gloria, igual autoridad, el mismo poder. Jesús siempre ha estado con el Padre, Él fue la fuerza que originó la creación. La Biblia dice que… en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles… (Colosenses 1:16).

Comparte la misma grandeza del Padre, el Dios que ni los cielos de los cielos pueden contener, el que se reviste de luz y dispone Sus mansiones sobre las aguas, ¡el que se transporta sobre las alas del viento! Jesús estaba en ese peldaño de gloria, pero, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse…. Recibe el mandato del Padre de cumplir el plan de salvación, de dar a conocerse a los seres humanos, de renunciar a Sus privilegios… Y no se aferra.

Segundo peldaño: Siervo

Jesús no se agarró con uñas y dientes a Su trono, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo. Me gusta imaginar esta escena así: los ángeles preparan a Jesús para Su importante misión. Dos arcángeles lo visten con ropas brillantes, un querubín le acomoda la capa, otro le alcanza el cetro y dos serafines le ponen Su más preciosa corona.

Pero Jesús, entendiendo la naturaleza de Su llamado, se desviste de Su capa, deja el cetro y la corona bajo el trono del Padre, se quita aun la túnica y dice: “Iré a donde me envíes. Me privo de toda gloria, rindo Mi poder y voluntad. Dejo Mi autoridad y me someto a la Tuya. Soy Tu siervo”.

Jesús se determina a obedecer, aunque eso significara pasar de un estado de absoluta seguridad, comunión, gozo, paz… a otro de inmensa vulnerabilidad. Al despojarse de Sí mismo, se volvería dependiente, indefenso, necesitado. Conocería el dolor en todas Sus formas, pero se abandona por completo a la voluntad de Su Padre.

Un fragmento del libro Adiós a mí (B&H Español)

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