Por Mayra Beltrán de Ortiz
«Que la paz de Cristo reine en sus corazones, a la cual en verdad fueron llamados en un solo cuerpo; y sean agradecidos». (Col. 3:15, NBLA)
Las pérdidas forman parte de la vida y todos las sufrimos en algún momento. La pérdida puede ser de una persona amada, una relación, un trabajo, un embarazo o hasta de una mascota que hemos amado por años. Otras experiencias de pérdida pueden ser la partida de nuestros hijos del hogar, infertilidad o una separación de nuestros amigos, familiares y hasta de un estilo de vida. A mayor importancia tenga la pérdida, de mayor intensidad es posible que sea el dolor y la pena.
Cuando sufrimos una pérdida reaccionamos de maneras diferentes. El dolor que esto nos causa puede afectar cada parte de nuestra vida: nuestras emociones, pensamientos y comportamientos, convicciones, salud física, nuestro sentido de identidad y nuestras relaciones con otros. Experimentamos todo tipo de emociones y mostramos síntomas diferentes cuando estamos en duelo. El dolor y la pena pueden dejarte sintiéndote triste, enojada, ansiosa, abrumada, aislada y hasta irritable.
Es importante saber que el dolor y la pena son una respuesta natural a la pérdida. Una pérdida puede disparar todo tipo de ansiedades y sentimientos de inseguridad de manera que de repente el mundo no parece un lugar seguro. Esto puede combinarse con síntomas físicos tal como cansancio, dolores o hasta la incapacidad para ingerir alimentos.
Hablar de gratitud ante la pérdida puede sonar incongruente, pero cuando vamos a la Palabra de Dios encontramos en 1 Tesalonicenses 5:18 que Él nos dice que demos gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios para nosotros en Cristo Jesús. En ese mismo libro Él nos recuerda ante el dolor de la pérdida de un ser amado, «Pero no queremos, hermanos, que ignoren acerca de los que duermen, para que no se entristezcan como lo hacen los demás que no tienen esperanza» (1 Tes. 4:13). No importa lo que esté ocurriendo en nuestras vidas, Dios quiere que vivamos con el poder de Cristo en nosotros. Es ese poder que nos separa del resto de las personas y nos da las fuerzas para enfrentar nuestras circunstancias, incluyendo las pérdidas.
Han pasado ya diez años desde que mi madre falleció. Estoy convencida que ha sido el momento de mayor dolor en toda mi vida. Ella llegó de visita desde Puerto Rico a pasar Navidad conmigo y mi familia en República Dominicana y a esperar la llegada de mi primer nieto, quien a su vez sería su primer bisnieto. Tenía muchos planes para ella, ya que esta visita sería más larga que de costumbre y llena de momentos significativos. El día de su llegada almorzamos todos juntos y partimos, ella y yo, a un spa que había reservado como una sorpresa para agradarla. La gran sorpresa fue que al día siguiente cuando fui a llevarle el café a la cama la encontré sin vida. ¿Cómo puede ocurrir algo así? Mi madre a pesar de sus años era una mujer sana, activa, con genes europeos fuertes. Ella era la pega que mantenía a la familia unida y perderla de esa manera sorpresiva era casi imposible para mí de creer.
Recuerdo haber cuestionado a Dios y Su respuesta fue consolarme, recordándome que yo le pedía siempre en mis oraciones que ella no sufriera antes de morir porque al ser tan activa e independiente, sabía sería difícil para ella depender de otros, además de que vivía en otro país. Él me mostró que respondió a esa oración. Ante esa convicción que Dios puso en mi corazón solo pude llenarme de un sentimiento de gratitud hacia Él.
Los recuerdos de mi madre son muchos y frecuentes y no puedo negar que me embarga una gran pena cuando esto ocurre y siempre le pido al Señor de inmediato que me llene de paz y consuelo. Su respuesta para mí siempre es: Gratitud. Tengo la opción de quedarme en el año 2012, el año cuando ella murió, o me puedo llenar de sentimientos de gratitud por la vida que ella tuvo mientras vivió aquí en la tierra. El sentimiento de pena ha cambiado por uno de gratitud por quien era mi mamá y los recuerdos que pudimos atesorar durante su tiempo aquí en la tierra. Es una manera de honrar su vida, y a pesar de que no pudo llegar a conocer a sus bisnietos, le doy gracias a Dios porque sí pudo atesorar memorias imborrables con los nietos a quienes amó de una manera muy especial.
No tenerla aquí en la tierra aún duele, pero definitivamente dedicar tiempo a recordar todos los detalles y momentos con ella por los que tengo que dar gracias, me trae una nueva perspectiva. A partir de esta experiencia, estoy convencida de que podemos encontrar gratitud en nuestro dolor. Nunca será de la noche a la mañana y no es un concepto de «talla única» que funciona para todos igual, pero puedo asegurar que es posible encontrar paz y consuelo de una manera diferente a través de la gratitud.
«No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús». (Fil. 4:6-7, NVI)
Mayra Beltrán de Ortiz, decidida a honrar el diseño de Dios para la mujer. Esposa de Federico Ortiz hace 45 años, madre de José Alberto y Erika y abuela de Noé, Renata y Jaime Alberto. Graduada del Instituto Integridad & Sabiduría. Miembro y diaconisa de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde es parte del Cuerpo de Consejeros y es Encargada del Ministerio de Mujeres EZER.