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[Ser discípulo de Jesús es una invitación a morir]

Dámaris Carbaugh

¿Qué significa eso de perder la vida o salvarla? Si ya he sido salvada por fe, ¿por qué debo considerar nuevamente preservar mi vida o perderla? Jesús hizo una extraña invitación a Sus seguidores que nos da luz al respecto:

“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará” (Lucas 9:23,24).

Esta es una invitación a convertirse en discípulo de Jesús. Es una invitación a morir. Sí, solamente quien tiene vida puede morir. Niégate a ti misma, toma tu cruz cada día. Si eliges salvar tu vida, la perderás, pero si eliges perder tu vida por causa de Jesús, la salvarás.

Muchas personas que conocimos el Evangelio desde la niñez y crecimos dentro de la iglesia, no entendimos esta invitación de Jesús. Vivimos años cómodamente, sin mayores renuncias ni complicaciones, un evangelio light que se ajustaba a la idea mundana de complacernos a nosotros mismos por sobre todas las cosas. Creíamos que ser cristianos era ser salvos, tener salud, bendición, prosperidad y jamás sufrir.

Nos contentamos con los sermones dominicales y descuidamos por completo la lectura diaria de la Palabra de Dios. Nos dejamos hipnotizar por los cantos de alabanza que nos prometían bienestar, victoria y gozo sin costos reales. No tuvimos oídos para oír la invitación de Jesús.

Él pide a quienes deciden seguirle, negarse a sí mismos y tomar su cruz cada día. Jesús tomó Su cruz el día en que fue crucificado. Se negó a Sí mismo en el huerto de Getsemaní cuando pidió al Padre librarlo del terrible sufrimiento que se aproximaba, pero finalmente rogó: No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lucas 22:42). Y murió. Jesús no pide nada que Él mismo no haya hecho. Nos advirtió que el discípulo no sería mayor que su Señor. Exige a Sus seguidores imitarlo.

¿Pero cómo morimos de manera práctica? De la misma forma que fuimos salvados: por GRACIA. Así como necesitamos del favor de Dios, Su provisión milagrosa de un justo que muriera por los injustos para nuestra salvación, así también para nuestra nueva vida en Cristo necesitamos de la gracia, la provisión milagrosa de Dios para poder negarnos a nosotros mismos cada día –morir a nuestra carne, crucificar al viejo yo– y actuar según los valores transformadores del Reino: necesitamos el regalo del Espíritu Santo. Gracia para ser salvos y gracia para morir.

Un fragmento del libro Adiós a mí (B&H Español)

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