Por Wendy Bello
Gratis. Esa palabra produce normalmente dos reacciones: entusiasmo y sospecha. La primera porque ¿a quién no le gusta recibir algo gratis? La segunda, porque por lo general pensamos: ¿cuál es la trampa? En mi país usaban un refrán que decía: «Regalado se murió hace rato»; eso es lo que casi siempre pensamos cuando nos dicen que algo es gratis. ¡No es posible, seguro hay condiciones! ¿Algunas letras chiquitas que no hemos leído tal vez?
Sin embargo, cuando se trata de Dios, todo es diferente. En Efesios 2, Pablo nos presenta una verdad teológica tanto profunda como sencilla, y a menudo difícil de asimilar para muchos, incluso sin darse cuenta. ¿A qué me refiero? …a la salvación. Mira lo que dicen estos versículos:
«Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (vv. 8-9).
Ese pasaje revolucionó la vida de Martín Lutero, y luego se convirtió en una de las famosas Solas de la Reforma. La salvación es por gracia, es un regalo. A ti y a mí no nos cuesta nada. ¡Todo le costó a Dios! Se nos otorga sin méritos, no podemos ganárnosla. Esa es la verdad profunda y sencilla de este pasaje. Para Dios nuestra fecha de nacimiento verdadera es el día en recibimos este regalo porque antes de eso, ¡estábamos muertas! (vv. 4 y 6). Ahora vivimos, ¡solo por gracia!
Cuando nuestros hijos eran más pequeños, mi esposo y yo quisimos explicarles los conceptos de gracia y misericordia de manera tal que pudieran comprenderlo según su edad. Esto fue lo que les dijimos: «Misericordia es cuando no recibimos el castigo que realmente merecemos. Gracia es cuando recibimos algo que no merecemos». Créeme que los niños captan muy bien la idea de estos dos conceptos, sobre todo cuando lo mostramos al relacionarnos con ellos en la vida cotidiana. ¡Y lo mismo hace Dios con nosotras!
Todo esto parece muy elemental, pero con los años me he dado cuenta de que muchas veces tratamos nuestra relación con Dios como una especie de canje feudal: yo le doy para que Él me dé algo a cambio. ¡Y por la ventana sale volando la gracia! El amor de Dios y Su salvación son completamente incondicionales e independientes de nuestro comportamiento, mucho menos nuestras obras. Nadie puede ganarse el favor de Dios. Mira el versículo 9, ahora en otra versión:
“La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” (NTV, énfasis de la autora).
Tenemos que entender de una vez y por todas que Dios no nos pide nada a cambio, porque no tenemos nada que ofrecer: «Todos nosotros somos como el inmundo, Y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas. Todos nos marchitamos como una hoja, y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran» (Isaías 64:6). ¡Ni siquiera lo que parece bueno es de valor delante de Dios! Querer ofrecer algo a Dios a cambio de la salvación es querer ponerle un precio a la muerte de Cristo en la cruz, y eso, mi querida lectora, es imposible de pagar. De modo que tenemos que llegar delante de Dios, conscientes de que estamos allí por gracia. Estamos bajo un nuevo pacto que no requiere sacrificios anuales por nuestros pecados, como los que ofrecían los israelitas, porque la deuda fue pagada y saldada por la sangre preciosa de Cristo, el Cordero perfecto. Este es el pacto de la gracia, preparado desde el principio, cuando el pecado entró al mundo y quedamos separados de Dios para siempre.
¿Sabes cuál es la otra cara de esa moneda? Por haber recibido la gracia de Dios ahora podemos servirle en las obras que Él preparó desde el principio, como indica el versículo 10 de este mismo capítulo: «Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». No hacemos obras para ganarnos la salvación sino porque somos salvas, para la gloria de Dios, como una muestra de gratitud al Dador de la salvación y un producto de nuestra fe en Él.
La gracia es también esperanza para el día a día. Cuando volvemos a pecar, cuando sentimos que somos insuficientes y nos parece que la vida cristiana es una misión imposible, ¿qué nos dice el Señor? ¡Qué su gracia es suficiente! (2 Corintios 12:9) Nuestros pecados, debilidades e imperfecciones son un recordatorio constante de que necesitamos de la gracia de Dios, así como el cuerpo necesita del aire.
Amiga lectora, abraza la gracia de Dios, aférrate a ella, vive en ella. Recuerda que a esta nueva familia llegamos no porque nosotras hiciéramos nada digno, ni porque lo mereciéramos. Él así lo decidió, nos escogió y nos salvó, solo por gracia. Ahora vivimos, libres al fin. Sola gratia.
Wendy Bello es escritora y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la palabra de Dios. Escribe para múltiples plataformas y es autora del estudio bíblico “Decisiones que transforman” y “Una Mujer Sabia”. Ha estado casada por 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook y Twitter.