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Por: Emma J. Marín 

Da instrucción al sabio, y será aún más sabio, enseña al justo, y aumentará su saber. El principio de la sabiduría es el temor del Señor, Y el conocimiento del Santo es inteligencia.  

Proverbios 9:9-10 

Mi padre fue un hombre que dedicó toda su vida a la docencia. Su ejemplo y pasión fue lo que me motivó a mí, y también a mis hermanos, a seguir ese mismo camino. Recuerdo que, cuando era niña, me inspiraba la manera en que mi padre enseñaba. Él amaba profundamente su labor como profesor y director. Siempre me sentí orgullosa de ver el fruto y el impacto que causó en cientos de estudiantes. 

Desde que comencé mis estudios universitarios, veía en mí un reflejo de aquello que mi padre me había legado. Al mismo tiempo, comenzaba a vislumbrar lo hermoso y perfecto del diseño de mi Padre celestial para mi vida. La vocación de ser maestra me llevó a conocer y valorar aún más el don de la enseñanza. Hoy deseo compartir contigo algunos pasajes bíblicos que han moldeado mi comprensión sobre lo que significa enseñar. 

¿Qué nos enseña Dios sobre la docencia? 

Primero, Dios es la fuente principal del carácter que debe tener un buen maestro. La Biblia nos dice en el Salmo 32:8, «Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos». 

En este versículo, Dios revela que está presente en el proceso de enseñanza, y promete que aprenderemos porque Él mismo nos enseña el camino. Su carácter nos enseña cómo ser un verdadero maestro, a ser pacientes, cercanos y comprometidos con el crecimiento de otros. Además, como un buen Maestro, Dios nos ha dado una herramienta mediante la cual podemos seguir aprendiendo: Su Palabra. 

En 2 Timoteo 3:16 leemos que, «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia». Por eso, si deseas que el Espíritu Santo instruya tu alma, tu respuesta ante la Palabra de Dios debe ser leerla, estudiarla y memorizarla. Estas prácticas deben formar parte constante de tu vida para que sigas creciendo.  

Como maestra de preescolar, he visto que la repetición es un instrumento muy eficaz. Por ejemplo, me asombra ver cómo, gracias a la repetición, mis alumnos aprenden el alfabeto. Y más adelante comienzan a reconocer sonidos, sílabas, y eventualmente, pueden leer. Esa capacidad de leer les permitirá, si Dios lo permite, leer por sí mismos la Biblia. Del mismo modo, tú puedes hoy leer tu Biblia y recibir la instrucción de Dios para tu vida, porque seguramente hubo en tu camino un buen maestro que con dedicación, se esforzó en enseñarte. 

Segundo, en Cristo tenemos el ejemplo perfecto de un buen Maestro, uno que enseñaba con autoridad y que usaba la Escritura como fundamento. Por ejemplo, en el evangelio de Marcos vemos a Jesús enseñando constantemente y en diversos lugares, como la sinagoga, «Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Y se admiraban de su enseñanza porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mar.1:21-22). También Jesús enseñaba en casa (Mar. 2:1-2), a la orilla del mar (Mar. 2:13) y desde una barca (Mar. 4:1). Muchas de Sus enseñanzas eran sobre temas profundos como: el perdón de Dios hacia Sus hijos, el reino de los cielos, el amor al prójimo y el amor del Padre. 

Mi oración es que el Señor me pueda hacer más como Cristo al enseñar con humildad y simplicidad, incluso sobre temas complejos. En esta etapa de mi vida, como madre de niños pequeños, es crucial para mí enseñarles y discipularlos en todo momento. Simplemente, aprovechando lo cotidiano para guiarlos hacia Cristo, respondiendo a sus preguntas espontáneas como «Mamá, ¿por qué está lloviendo?», mediando en sus discusiones entre hermanos, enseñándoles la importancia del orden o explicándoles por qué comemos alimentos saludables. En cada una de estas situaciones podemos ser más como Cristo. Nosotras podemos enseñar en todo tiempo y lugar, con el propósito de instruir con la Palabra de Dios, dejando una herencia eterna (Prov. 22:6). 

Tercero, si deseas ser una buena maestra, la Biblia nos enseña que, como mujeres, debemos ser «maestras del bien», como lo señala Tito 2:3-5, «Las ancianas, asimismo, sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada». Este pasaje me recuerda que Dios desea que enseñemos el bien a nuestras hermanas en la fe. En mi vida, un ejemplo constante ha sido mi propia madre, cuya piedad me ha enseñado más de lo que las palabras pueden expresar. 

Te animo a conectarte con hermanas mayores en la fe que vivan de forma piadosa y de las que puedas aprender. A veces subestimamos a las mujeres mayores, creyendo que, por no dominar ciertos temas teológicos, no pueden enseñarnos nada. Pero la Palabra de Dios nos exhorta a crecer en áreas muy prácticas también. Por eso, busca en tu iglesia local mujeres sabias que puedan darte un buen consejo, enseñarte una nueva receta o mostrarte formas eficaces de organizar tu hogar. Todo esto es parte de ser equipada para toda buena obra. Como dice Lucas 6:40: «El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro». Llegará el día en que tú también enseñarás a otras mujeres y valorarás todo lo que aprendiste de aquellas que caminaron antes que tú. 

Finalmente, somos portadoras de la imagen de Dios y de Su diseño al ser maestras del bien para buenas obras. Él nos diseñó para crecer, aprender y enseñar a otros. Si tú eres maestra de profesión, adora a Dios por el don que Él te ha dado. Esa capacidad de enseñar proviene directamente de Él, para Su gloria y gozo eterno. 

Recuerda: eres una maestra del bien. Ya sea en un salón de clases, en tu iglesia local, en tu hogar o con tus hijos; directa o indirectamente, siempre estamos enseñando algo. Que ese «algo» siempre refleje a Cristo. 

Recomendación para la lectora: 

  • Discipulado profundo. Por: J.T. English 
  • Charlie y el preescolar pródigo. Por: Ginger M. Blomberg 
  • Teología del corazón. Por: Tony Segar 
  • El ministerio de mujeres: Para bendecir la iglesia local. Por: Catherine Scheraldi de Núñez 

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