Dámaris Carbaugh
Si sigues a Jesucristo, la opción de morir tocará a tu puerta y deberás responder ante Dios si eliges perder tu vida o salvarla. No importa cuál sea tu carrera o tus sueños. Perder la vida o salvarla no parece una decisión que debamos tomarla nosotros.
Hemos sido salvados de la condenación, de la separación eterna de Dios, de la muerte eterna. Y es por GRACIA. La gracia es recibir lo que no merecemos. Cuando nos dimos cuenta de que éramos pecadores y de que necesitábamos un Salvador, creímos en Jesús y Él nos salvó. ¿Por qué? Porque Dios decidió favorecernos con Su gracia. No hicimos nada que nos diera derecho a salvarnos por nuestras propias obras.
La bondad de Dios nos salvó: el Padre envió a Su Hijo Jesús a vivir entre nosotros para enseñarnos las demandas del Reino de los Cielos, cumpliéndolas en su propia vida. Pero también vino para redimir al ser humano pagando el precio determinado por Dios. A causa del pecado merecíamos la muerte.
Jesús vino a tomar nuestro lugar. Fue perfectamente justo, sin pecado (algo que ninguno de nosotros podría haber sido jamás) –hizo las veces del cordero sin mancha que se ofrecía como sacrificio en el Antiguo Testamento para perdón de pecados– y murió en la cruz, cumpliendo la demanda de justicia delante del Padre: Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1 Pedro 3:18).
La muerte de Cristo logró nuestra salvación. Las buenas obras nunca serían suficientes para cumplir la demanda divina de justicia perfecta. Dar a los pobres, atender al huérfano o visitar al preso no son boletos para entrar al cielo, no nos llevan a Dios, sino que son el resultado de haber creído y confiado en el único camino de salvación: Jesucristo.
Dios se acercó a nosotros, enviando a Su Hijo quien, por gracia, vivió entre nosotros y, por gracia, murió para que vivamos según los principios revolucionarios del Reino de los Cielos, haciendo buenas obras.
Yo no trabajé, no hice nada por mi salvación. ¿Quién es el que trabaja? Jesús, somos Su hechura. El trabajo de Cristo nos salva. Y Él todavía está obrando en nosotros. No ha terminado. La Biblia dice que Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer (Filipenses 2:13).
Cuando hacemos buenas obras, no trabajamos, Dios trabaja. Fuimos creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, lo que significa que cuando somos salvos, comenzamos a hacer buenas obras porque Dios está obrando en nosotros.
En mí no habita cosa buena, pero cuando recibo a Jesús, Su Espíritu viene a vivir en mí y vivifica mi espíritu. Su poder da vida a mi espíritu que estaba muerto, separado de Dios. Esto es nacer de nuevo.
Un fragmento del libro Adiós a mí (B&H Español)