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por Harriet Michael

“¡Ya no doy más con este niño!”, exclamé en el teléfono. 

¿Alguna vez ha dicho esas palabras? Dios me ha bendecido con cuatro hijos, así que tristemente, muchas veces he tenido la oportunidad de decir esas palabras y sentirme así. En algunas de esas ocasiones tenía una buena razón para sentirme exasperada con mi hijo.

Tres de mis hijos son mayores y el cuarto ya casi es un adulto. Pero en esos años criando niños, se tomaron turnos en ser pródigos. Algunos se apartaron, más que otros, a un país distante, pero todos lo hicieron una o dos veces. 

Recuerdo un momento en particular en que exclamé esas palabras por teléfono a una amiga cercana. Ese día estaba más que irritada por las acciones de uno de mis hijos. Estaba lista a darme por vencida o enojarme seriamente con él. Así que hice lo que siempre hago cuando necesito desahogarme, llamé a Susan, mi amiga cercana. Me quejé durante más de diez minutos. Le dije todas las maneras en que mi hijo se había pasado de los límites y había desafiado las reglas que mi esposo y yo teníamos fijadas. Le comenté todo lo que tenía en mi corazón, confesándole lo enojada que estaba y también mi desilusión, dolor y temor. Mi amiga me escuchó con toda paciencia, dejándome que me descargara por completo. Pero después me recordó, una vez más, por qué ella es la persona a quien acudo cuando necesito decir algo y ganar una perspectiva diferente. 

Susan me dijo muy sabiamente, “Yo sé lo que quieres decir, mi hijo también lo hace. Él cruza los límites que le marcamos, al punto de casi desafiarnos a que lo disciplinemos. Pero cuando me canso y estoy lista para darle su merecido, siempre me viene un pensamiento a la mente”. Yo estaba muy atenta y escuchaba con ansiedad al otro lado del teléfono. Susan respiró profundo y continuó, “no puedo dejar de pensar que tengo opciones en cuanto a cómo responder a mi hijo. Puedo responder de acuerdo a lo que se merece y sería totalmente justo. O puedo responder de acuerdo a la relación que tengo con él. Es mi hijo y yo soy su madre. Nada puede cambiar eso. No importa lo que él o yo hagamos, existe esa relación. Y después pienso en lo mucho que me alegra que Dios responda a mi pecado de acuerdo a su relación conmigo en lugar de hacerlo de acuerdo a lo que merezco. No me malinterpretes, yo disciplino a nuestro hijo, pero le hago entender que lo amo y que me alegra que sea mi hijo”. 

¡Qué Padre Celestial tan amoroso y atento tenemos! Reclamamos la verdad “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7). Él nos ha adoptado como hijos e hijas y nos ha hecho herederos de su reino. Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. 

Harriet Michael es una escritora independiente de Louisville, KY. Se crió en África, por ser hija de misioneros. Harriet tiene cuatro hijos y un nieto.

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