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Por María Renée de Cattousse 

Se acercaba el tiempo de la celebración de la Pascua y en el monte Calvario se presenció la crucifixión de tres hombres. Dos de ellos ladrones, el tercero: Cristo, quien siendo Dios se hizo hombre y vivió una vida perfecta sin pecado. Por elección propia y en obediencia al Padre decidió dar Su vida para que nosotros no recibamos la muerte que merecemos. Su intervención a nuestro favor por el perdón de nuestra rebelión fue Su sangre derramada, el pago de nuestra reconciliación. 

Eligió humillación y burla, despojándose de lo que le pertenecía: el trono y la gloria en todo esplendor. Los testigos estaban divididos, algunos experimentaban profundo dolor, lágrimas y desconsuelo; otros pensaban que la justicia había sido consumada, para ellos había terminado el peligro de quien expuso la hipocresía de sus corazones que perseguían poder y control. 

 El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día.  (Mar. 9:31, comp. Mat. 16:21; Mar. 8:31; Luc. 9:21-22 ) 

Jesús había enseñado a Sus discípulos exactamente lo que sucedería, no sin proveerles también consuelo:   

  • Les dio la esperanza de que estarían juntos de nuevo, Él se iría pero les prepararía una morada celestial.  
  • Los animó a permanecer y perseverar, dándoles esperanza al hacerles saber que no iba a dejarlos solos sino que enviaría Su Espíritu a morar dentro de ellos. (Juan 14:17) 

Ante la cruz habían olvidado Sus palabras, sólo se centraban en lo que sus ojos miraban: el final había llegado. ¿Qué podían hacer? El dolor impidió que recordaran la promesa de la resurrección. 

Tres días después, la gloria y el poder de Dios se manifestó.   

María Magdalena, la primera a quien el Señor permite que lo vea resucitado, junto con otras mujeres, se presentaron con especias aromáticas en el sepulcro. No había nada más que pudieran hacer, pero hicieron lo que pudieron, se presentaron para ungir el cuerpo del Señor siguiendo la costumbre judía. ¡Sorpresa, encontraron la tumba vacía! Maravilladas anunciaron a los discípulos la noticia de Cristo resucitado. Ese mismo día el Señor se apareció a varios de Sus discípulos que se encontraban reunidos, mostrándoles las heridas de Sus manos y costado. Durante 40 días el Señor se presentó repetidas veces a Sus discípulos. (Hechos 1:3) 

La promesa fue cumplida, el Señor Jesucristo resucitó.    

¡Cristo resucitó y cumplió Su promesa! Se les presentó, comió con ellos y los comisionó enviándolos a compartir el mensaje de salvación a muchos más para la expansión del evangelio. (Mat. 28:18-20; Juan 20:21; Hech. 1:8) ¿Puedes imaginar cómo los discípulos se sintieron? Fueron impactados de tal manera que respondieron con gozo entregando su vida al servicio que les fue encomendado, compartiendo el mensaje de salvación eterna. 

 La mejor parte de una promesa es su cumplimiento.  

Que podamos como cristianas confiar y ser sostenidas en fe y esperanza por nuestro Dios que cumple promesas. Recordemos que Jesús es el Mesías prometido. Su resurrección fue la victoria sobre el pecado y la muerte. La reconciliación de nuestra relación con Dios, únicamente por Su intervención perfecta y eterna. 

Que podamos en este tiempo regocijarnos en la promesa cumplida de la resurrección, confiando en la fidelidad del Señor que cumple Sus promesas. Recordemos que dijo que volvería por los suyos y lo hará, esta es la promesa por cumplir. ¡Esperemos ese día con esperanza compartiendo con otros el mensaje de las buenas nuevas de salvación! 

María Renée de Cattousse, pecadora, salvada por gracia, justificada por la fe en la obra de Cristo, redimida por la misericordia de Dios. Es miembro de la Iglesia Reforma en la ciudad de Guatemala. Esposa de Carlton, mamá de Mario René y Valeria. Odontóloga.

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