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Por Wendy Bello

Es cierto que muchas veces la vida parece un viernes oscuro, como aquel de hace más de dos mil años. Para algunas personas, la oscuridad viene en forma de lágrimas de remordimiento, como pasó con Pedro. El peso de sus palabras le aplastaba y la amargura le nublaba la vista. Para otros, el viernes llega cuando las consecuencias de sus acciones no se hacen esperar y terminan en manos de la justicia humana, como los dos ladrones que colgaban en una cruz junto a Jesús. Aun en otros casos el viernes llega cuando miramos a nuestro alrededor consternadas y desesperanzadas, como las mujeres que habían acompañado a Cristo durante Su ministerio y no podían dar crédito a lo que sus ojos contemplaban: el Señor colgaba de un madero y sus vidas, aparentemente, habían perdido todo el rumbo.  

Cuando cada una de estas personas vivió aquel viernes, estaban justamente así, convencidas de que nada cambiaría, que la oscuridad en sus vidas había llegado para quedarse sin posibilidad de ser traspasada por un rayo de esperanza. No habían entendido que el viernes oscuro, el más oscuro de todos, era parte de un plan. 

En muchos lugares hoy se celebra el llamado «Viernes Santo». En mi rincón de la ciudad el cielo está gris y llueve. La mañana es mucho más oscura que de costumbre. ¡Cuánto mayor debe haber sido la oscuridad de aquel viernes cuando el Hijo de Dios exclamó desde Su cruz: «Consumado es»!  

Isaías 53, una de las más grandes profecías mesiánicas, dice en el versículo 11: «Y a causa de lo que sufrió, mi siervo justo hará posible que muchos sean contados entre los justos, porque él cargará con todos los pecados de ellos» (NTV). 

El aparente final de aquel viernes fue nuestro definitivo principio. La cruz puso punto final a nuestra vida de esclavitud. La cruz marcó el inicio de la libertad. La cruz nos quitó el veredicto de culpabilidad que por siglos cargamos y nos estampó en letras rojas y grandes, letras de sangre, el mejor sello de todos: PERDONADOS. La cruz hizo que nunca más fuera necesario ofrecer sacrificios para saciar la sed de justicia de Dios. Mira lo que dice la carta a los hebreos: «…somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre» (10:10, NVI). 

Quizás cuando comenzaron a llamarle santo a este viernes, la idea era otra. Pero me gusta pensar en este día como el que dio inicio a que pudiéramos llegar a ser santos delante de Dios, y de ese modo, poder estar en Su presencia. 

Aquel día hizo posible que, aunque tú y yo volvamos a luchar con el pecado, repitamos los errores que tanto daño hicieron en algún momento, digamos palabras fuera de lugar, nos dejemos vencer por la ira o sucumbamos ante la fuerza del desaliento… tenemos perdón, tenemos oportunidad de empezar de nuevo, porque Jesús murió en la cruz y la marca de Su sangre en nosotros es imborrable. Ahora somos santos, no porque no pequemos, sino porque hubo un sacrificio perfecto hecho a nuestro favor que nos cubre de gracia. Tenemos en Cristo «el mediador de un nuevo pacto, a fin de que habiendo tenido lugar una muerte para la redención de las transgresiones que se cometieron bajo el primer pacto, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna» (Heb. 9:15, NBLA).  

No creo que alguna vez podamos entender por completo la profundidad de la cruz y todo lo que significó. Nuestras mentes finitas son incapaces de procesar semejante sacrificio y mucho menos entender esa medida de amor y obediencia completa.  

La cruz fue el principio, no el final. La cruz ya está vacía. Si Cristo todavía estuviera colgado allí, entonces el sacrificio sería constante e interminable. Pero el sacrificio fue hecho una vez y para siempre.  La cruz donde Cristo entregó Su vida fue el principio que necesitábamos para poder cruzar al otro lado. Por eso el velo se rasgó. Ya no necesitamos intermediarios, el puente quedó establecido, es Cristo, y los que creen en Su sacrificio pueden llegar a Dios. 

La cruz hizo posible el retorno hacia el plan original. El reloj eterno de Dios marcó la historia aquel viernes cuando el cielo se oscureció. Y sus manecillas siguen marcando los minutos y segundos hasta que por fin veamos el final grandioso: el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo reinando para siempre. La oscuridad del viernes de la crucifixión desaparecerá porque el Cordero será luz para siempre.   

No celebramos a un Cristo muerto, no hablamos de final, este viernes no estamos de luto. Podemos celebrar con corazón agradecido un sacrificio de amor con dimensiones inmensurables que nos trajo verdadera vida. Jesús murió un viernes para resucitar y darnos un domingo de esperanza; y también un lunes, un martes, un miércoles, ¡una vida de esperanza! Podemos recordar hoy, y en esos días difíciles que aunque el viernes sea oscuro, ¡el domingo viene!  


Wendy Bello es escritora y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la Palabra de Dios. Escribe para múltiples plataformas y es autora de varios libros, entre ellos el estudio bíblico “Decisiones que transforman.” Ha estado casada por más de 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook, Twitter y en su Blog.

2 Comments

  • Francia dice:

    Gracias Dios por ese domingo lleno de luz dirección Esperanza. Hoy celebramos hacer parte de ese remanente escogido por ti y si aunque no comprendamos la dimensión de ese amor y obediencia pedimos a ti dirección para algún día llegar a la plenitud de ese amor en Cristo Jesús..una rendición completa en ti.

  • Rosalina Sanchez dice:

    Gracias JESUS !!

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