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Por Mirna Espinoza

Egoísmo, la misma palabra lo muestra sin temor, se centra en el ego. En el “yo”, en lo que me merezco, en lo que he logrado, en lo que debería tener, en conclusión, todo se trata de mí. Dejando a un lado a los demás, sus necesidades, preferencias y situaciones. 

Nadie quiere ser egoísta, ninguno busca recibir ese adjetivo. Por más que queramos aparentar otra cosa, en nuestra sangre corre con libertad y autoridad el egoísmo.

Dejamos evidencias de este hecho a lo largo de nuestros días y, en ocasiones, ni siquiera nos damos cuenta. Se estableció el egoísmo como una característica humana al ser heredada por nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ellos no consideraron las palabras de su amado Dios, sino que se centraron en un beneficio propio y le dieron una mordida a la evidencia de que el egoísmo, forma parte del corazón humano.

Nadie quiere ser egoísta, pero lastimosamente, todos lo somos. Nadie le enseña a un niño a no compartir su chocolate o enojarse cuando debe dar un regalo que preferiría quedarse. Nadie nos enseña a pensar en nuestro bienestar antes que en el de los demás. Ni tampoco nadie promueve que nuestro interés más grande sea preservarnos a nosotros mismos. Esto algo que ha hecho un nido muy cómodo en nuestros corazones y nos gusta mucho pensar solo en nosotros.

Pero algo maravilloso sucede, un antes y después, se llevó a cabo el acto más desinteresado de toda la historia, de todo lo que existe. Dios, el Rey satisfecho en sí mismo, el Rey que no necesita de nada y de nadie muere y sus gotas de sangre revelan el rojo apasionante y ferviente de Su amor. Un amor que no busca recibir nada a cambio, un corazón que se secó hasta lo último para vernos reunidos con él.

El egoísmo pierde fuerza en nuestros corazones al ver la maravillosa obra de Cristo, porque choca tanto con lo que naturalmente queremos hacer que sacude nuestras bases egoístas y abre las ventanas de nuestros corazones endurecidos. Entra un aire de esperanza de ser más como Él.

No existe una salida fácil para dejar de ser egoístas, porque es ir contra corriente a lo que cómodamente nos arrastra al vacío eterno de nuestro corazón. Pero una mano bondadosa se extiende para mostrarnos que hay algo mejor, y eso se encuentra rindiendo nuestros deseos a Aquel que guarda la mejor vida, una libre de egocentrismo y llena de amor para otros y sobre todo para Él.

Amar a Dios es la cura del egoísmo, amar a Dios es negar deliberadamente nuestros deseos por hacer lo que Él sabe que será mejor. Es una puesta a prueba de una confianza definitiva por las palabras de alguien más, unas palabras que no se dejan llevar por corrientes, sino que están ancladas en la eternidad.

Fija tus ojos en el Señor, al conocer profundamente la obra del evangelio será evidente la cantidad de egoísmo que hay en tu corazón. Porque eso hace la mejor noticia de todas, nos muestra la muerte que nos merecíamos, pero al mismo tiempo despliega la gracia abundante que recibimos sin merecerlo.

No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús (…) 
Filipenses 2:3-5

Mirna Espinoza, guatemalteca con un corazón rebelde que es constantemente corregido por Dios. Salvada por gracia y sin merecerlo. Siempre estudiante y nunca maestra. Sirve al Señor siendo colaboradora para Lifeway Mujeres, en su iglesia local y escribiendo en su blog personal Eufonía, IG: @eufoni.a (para visitarlos solo da clic sobre el nombre del blog y/o sobre nombre de usuario de Instagram)

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