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Por Liliana de Benítez

Julia nació una fresca tarde de marzo. Cuando el doctor la puso en mi regazo conté los deditos de sus manos. Tres años más tarde, ella aprendió a contar del uno al diez usando sus deditos. Enumeraba todo a su alrededor, inclusive aquellas cosas a las que yo no les prestaba mucha atención: las rosas del jardín, las velas del pastel y sus pasos al caminar.  

El registro contable de mi hija me hizo notar mi ingratitud, pues todas las cosas que disfrutamos —y pasamos por alto— vienen de la mano de Dios. Cuando el salmista meditó en las bondades del Dador exclamó, «Muchas son, SEÑOR, Dios mío, las maravillas que tú has hecho, y muchos tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo; si los anunciara, y hablara de ellos, no podrían ser enumerados» (Sal. 40:5, NBLA).  

Los diez dedos de nuestras manos no son suficientes para sumar las misericordias del Señor. Si quisiéramos contarlas, serían más que la arena. Sin embargo, Dios lleva la cuenta exacta de cada una de nuestras lágrimas (Sal. 56:8), «aun los cabellos de [nuestras] cabeza están todos contados…» (Luc. 12:7).  

Enseña a tus hijos a contar Sus dádivas y agradecer al Dador 

Dios ama contar y quiere que nosotros también contemos. Cuando Abram rogó por un hijo, «El Señor lo llevó fuera, y le dijo: “Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Y Abram creyó en el Señor, y Él se lo reconoció por justicia» (Gén. 15:5-6).  

Nuestros niños y jóvenes pueden aprender a agradecer y a confiar en el Señor si les enseñamos a enumerar Sus dádivas. Ellos deben saber que sus padres, hermanos, abuelos, maestros, amigos, mascotas, juguetes y hasta el rico helado de chocolate, son regalos que provienen de Dios (Sant. 1:17).  

Dios es la fuente de donde brotan todas las cosas. Él es quien nos da la vida, la salud, los talentos y las habilidades. Nuestra acción de gracias debe comenzar y terminar en Dios. Una vida centrada en el Señor produce frutos de alabanza. 

Enseña a tus hijos que Cristo es la mejor Dádiva que concede el Dador 

Los regalos son geniales, y a nuestros hijos les encanta recibirlos, pero ninguno de ellos se compara con la maravillosa gracia de conocer al único Dios verdadero, y a Su Hijo Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29; 17:3).  

El apóstol Pablo le dijo a Timoteo, quien había aprendido las Sagradas Escrituras desde la niñez, que vendrían tiempos difíciles donde las familias se dividirían debido a, «hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos…» (2 Tim. 3:2, énfasis añadido).  

La destrucción de muchos hogares es la ingratitud. Los padres ingratos crían hijos egoístas que buscan su propio beneficio (Prov. 18.1). Para evitar que nuestros hijos se rebelen contra toda justicia y se vuelvan orgullosos y desagradecidos, debemos enseñarles que el regalo más valioso que pueden recibir es el perdón de sus pecados a través de Cristo. Por eso necesitan estar expuestos día y noche a la Palabra de Dios; solo así podrán recibir la fe que salva.  

Enseña a tus hijos a amar más al Dador que a Sus dádivas 

Nuestros hijos aprenden de lo que les decimos, pero más de lo que nos ven hacer. De nada sirve que les hablemos de las riquezas inescrutables de Cristo y de Su gracia inmerecida si no nos ven obedecer Sus mandamientos y hacer lo que a Él le agrada. Ellos necesitan observar dentro de su propia casa lo que significa ser un verdadero cristiano. Si la Biblia ordena que nos regocijemos siempre, entonces nuestros hijos deben vernos contentas en el Señor en cualquier circunstancia (Fil. 4:4). Así se darán cuenta que nuestro gozo no proviene de la abundancia de bienes o de una vida libre de problemas, sino de Cristo.  

Cuando el joven rico preguntó al Maestro, «¿qué haré para heredar la vida eterna? […] Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y me sigues”. Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes» (Mar. 10:17; 21-22, NBLA). ¿Estarían tus hijos dispuestos a vender todos sus bienes materiales para obtener los tesoros celestiales? De eso trata el evangelio, de que tú y yo vivamos en obediencia a la Palabra de Dios, de manera que nuestros niños y jóvenes puedan mirar a Jesús como el tesoro escondido por el que estarían felizmente dispuestos a vender todo lo que poseen para seguirlo. 

Jesucristo es el tesoro de Dios para los creyentes.  
Él es tanto la Dádiva como el Dador.


Liliana González de Benítez es periodista y escritora cristiana. Su mayor gozo es proclamar la Palabra de Dios. Dirige el estudio bíblico de las mujeres en su iglesia y es autora del libro Dolorosa Bendición. Nacida en Venezuela. Vive en los Estados Unidos con su esposo y su hija. Puedes seguirla en sus redes sociales: FacebookInstagram y en su blog.

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