Por María Renné de Cattousse
Tengo recuerdo de los primeros años de colegio cuando la maestra nos pedía un tiempo de reposo. Apoyábamos nuestra cabeza en los brazos sobre el escritorio permaneciendo quietas y en silencio por un corto tiempo, pero en mi apreciación el tiempo parecía extenderse al punto de querer moverme y ver que pasaba alrededor, me preguntaba si para mis compañeras estaba siendo tan difícil como para mí el “hacer nada”.
Se convertía en un desafío permanecer en esa posición y estoy consciente de que en mi vida ha sido un reto aprender a esperar y estar quieta.
Cuando la misericordia de Dios me llevó a tener un encuentro con Su Palabra, encontré un océano que deleita mi alma. Sumergirme en ella es experimentar sosiego. En ella soy exhortada a esperar y estar quieta. Conocer más a Cristo tiene un efecto de aprender a confiar y descansar.
Anhelaba esa paz y quietud, pero quería dar el siguiente paso: vivirla constantemente
Pienso en el Salmo 46:10 Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.
Hace algunos años recibí de mi esposo una pulsera que tiene grabado este versículo porque sabe cuánto anhelo esa quietud. Este pasaje me recuerda la condición en la que debo permanecer, quieta en mi alma, en dependencia a mi Señor recordando que Él es todopoderoso, soberano, verdadero, confiable, eterno, misericordioso, todos sus atributos que lo hacen ser quien es: DIOS.
Después de este pasaje y otros como Isaías 30:15,18; Job 37:14; Salmos 42:5; Salmos 62:5-8; Zacarías 4:6; nada volvió a ser igual para mí, el anhelo de experimentar esa quietud se incrementaba al mismo tiempo que surgían dudas ya que esperar me parecía que era: “hacer nada”(como en el reposo que hacíamos en el colegio).
Cuando experimentamos un encuentro con Él y Su Palabra muchas cosas cambian, pero es Su Espíritu quien nos capacita en una manera diferente de pensar y de vivir. (2 Pedro 1:3-4)
Estar quieta y reconocer que Él es Dios, no significa que tengamos que “hacer nada”, sino comprender que estamos siendo transformadas en mente y corazón. Él es Dios y las cosas que suceden están bajo Su poder y autoridad, obrando para Su propósito.
Confiemos y descansemos orando constantemente. Resistámonos a la necesidad de impulsar las cosas para que sucedan a la manera y tiempo que nosotros queremos. Él es Dios, cedámosle lo que consideramos nuestros derechos de una vida sin tribulación, enfermedad o dificultades, ya sea para nosotras o las personas que amamos.
Él posee el derecho absoluto sobre Su creación. Respondamos a las circunstancias de nuestra vida recordando esta verdad y no queriendo resolverlas en nuestras fuerzas. Tengamos manos abiertas y corazón dispuesto a lo que venga en nuestra vida. Él es un Dios de amor y depender de Él es nuestro mayor bien.
Yo por lo pronto sigo aprendiendo, y quiero seguirlo haciendo, comprendo que esa quietud es lo que necesito para conocerlo mejor y confiar. Entiendo a los salmistas cuando leo que hablaban a su alma, cuestionándola de por qué se turba, reconociendo su frágil condición y animándose a esperar en el Señor y alabarlo; con la esperanza de la salvación que le ha sido otorgada y recordando la bondad de Dios.
Esperar no significa “hacer nada”, ver pasar las circunstancias de manera estoica, o el reloj avanzar y permanecer de una manera pasiva. Por el contrario, es confiar activamente, siendo constante en oración no centrándome en las circunstancias, o en mí sino en el Señor.
Aprender y recordarle a nuestras almas que el Señor cumple Sus promesas produce descanso y quietud para mente y corazón. Podemos descansar porque Dios es absolutamente confiable.
Perseveremos en Su Palabra, que templa nuestras emociones y nos recuerda que todo lo que permite en nuestras vidas tiene un propósito eterno. La quietud nos transforma más a la imagen de Cristo.
Esperar es confiar, y el deseo de hacerlo de una manera obediente. La confianza para esperar en Él nos permite conocerlo mejor, y vivir para Él.
Estamos por terminar el año, dar vuelta al calendario que avanza, no se detiene, pongamos en manos del Señor este anhelo de esperar en Él, permanezcamos quietas, asombradas de Su poder y bondad reconociendo que es Dios.
María Renée de Cattousse, pecadora, salvada por gracia, justificada por la fe en la obra de Cristo, redimida por la misericordia de Dios. Es miembro de la Iglesia Reforma en la ciudad de Guatemala. Esposa de Carlton, mamá de Mario René y Valeria. Odontóloga.