Por Mirna Espinoza
Rápido, rápido va todo. Como un viaje largo en carretera con un niño preguntando ¿Cuándo vamos a llegar? Parece que nunca terminará y de repente llegamos a nuestro destino.
Un chiste bien contado causa sensación, risas provoca pero pronto pasan y uno nuevo aparece. Una deliciosa comida abundante y en unos instantes solo quedan los cubiertos sobre el plato, las libras ganadas y los sabores en nuestros recuerdos. Un viaje que disfrutamos, un atardecer, una nevada, la arena o el sol, pero ya en tu casa estás pensando en lo que sucedió.
Todo esto pasa ya no volverá, por más que intentemos ya quedó en el ayer. Por más que disfrutemos, por más que anhelemos no podemos regresar al pasado o hacer que un buen bocado dure para siempre o que un momento sea eterno. Es pasajero, puede ser bueno, puede ser malo, pero pronto terminará.
¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. Santiago 4:13-14
Debemos recordarlo así, no con tristeza ni melancolía, sino con mucha alegría. Aunque todo pasa rápido, y son futuros recuerdos, en realidad son pincelazos de lo que pronto será eterno. Las risas en una cena familiar, el abrazo en el funeral, la porción de pastel, los ojos atentos ante una amiga triste, el primer paso, la primera palabra, el último paso, la última palabra. Todo se acaba, pero no se acaba nunca.
¿Cómo puede ser esto? Porque estas pinceladas hablan de lo que nunca tendrá fin. Estas pinceladas microscópicas hablan de una obra de arte interminable. La Tierra, dentro del universo, es un punto casi invisible, nuestra vida comparada con la vida eterna y abundante que tenemos es casi inexistente.
¿En dónde están mis ojos? ¿Están en el suspiro que es la vida, que se desvanece? ¿Está en el vivir hoy porque vida solo hay una? ¿Está en el disfrutar algo para una satisfacción fugaz? ¿O está en considerar y sacrificar pequeñas cosas para disfrutar lo que verdaderamente tiene peso eterno?
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Mateo 6:19-20
Jesús, al venir al mundo sabía lo efímero de todo. Vio que vendría y se iría pronto. Sabía que sufriría más que nadie, pero también vislumbraba la gloria venidera que le esperaba. Era Dios mismo quien decidió hacerse vulnerable, mas no finito, sino infinito e insuperable. Jesús no puso sus ojos en un buen momento, en satisfacción a través de comida, en probar su valentía ni en buscar gloria pasajera. Su esperanza no era un pan o un aplauso, su esperanza era su Padre que controlaba todo. Su esperanza estaba en que Él conocía el plan, Él era el creador del plan, Él era el plan.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Juan 1:1-4
La vida es mucho más que los años que pasan. La vida no son las metas que alcanzo, ni el positivismo que le inyecto. La vida no es viajar, comprar o tener dinero. La vida no es envejecer y tener familia. La vida no es que todos me quieran. Todo esto desaparecerá.
La vida, no es algo que nos pasa, la vida es una persona. Una persona que vino a vivir como nadie ha vivido jamás. Cada uno de los pasos que dio los hizo con exactitud y perfección. Cada palabra que dijo estaba inundada de sabiduría y amor. Cada pensamiento que rozó su mente era de bien, las miradas que daba eran de compasión y consuelo. Su vida fue de servicio, hasta el último aliento. Sirvió y lo sigue haciendo hasta hoy. Eso es vivir. Y esta vida perfecta vivió para morir. Morir por una causa perdida, una causa por la que nadie daba nada, pero que Él amaba. Murió por amor de quienes no lo amaban. La vida misma murió para darnos vida a Su lado para siempre.
Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14:6
Así como Jesús no dudó de su plan y vio lo eterno, nosotras ahora tenemos la certeza de lo que sucedió y tenemos asegurado un futuro perfecto. Un futuro que nos garantiza esperanza eterna. Aunque el “aquí ya ahora” parezca atractivo, siempre recordemos que el hoy ya pasó mañana. Vivamos pensando en el futuro que nos fue comprado. Anhelemos estar con Aquel que pagó todo por nosotras. El que no nos escogió por nuestra capacidad o buenas obras, sino por amor y para su gloria. Seguir a quien dio todo siendo Él mismo TODO, eso es vivir. Eso es la vida. Jesús es la vida.
Mirna Espinoza, una joven soltera. Sirve al Señor en la ciudad de Guatemala con jóvenes y niños. Busca que a través de sus escritos se toquen temas en los cuales muchos puedan sentirse comprendidos y sobre todo que conozcan más del amor, gracia y misericordia del Señor.