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[…y confronta tu vida]

Miguel Núñez

Dios, por amor, quiso restaurar con el hombre la relación que se había perdido. Pero había una deuda de pecado pendiente que solamente alguien que no tuviera pecado podía pagar. Toda deuda o delito debe ser pagado de forma que el pago sea congruente con la violación cometida. Si se echa a perder un carro, ese daño no puede pagarse con una bicicleta porque el pago no sería congruente con lo dañado. Lo que Adán había arruinado era la obra de Dios, un hombre perfecto.

Por lo tanto, solo otro hombre perfecto y que cumpliera a cabalidad con Su ley podía restaurar lo arruinado. Jesús vino al mundo y asumió como suyos los pecados del hombre. En 2 Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él».

En la cruz derramó Su sangre por nuestros pecados y la deuda quedó saldada. «Consumado es», dijo en la cruz. En el griego, la palabra es tetelestai que era un término comercial que se usaba cuando una deuda quedaba pagada por completo.

Cuando Cristo dijo tetelestai, ¿qué fue realmente lo que terminó o qué fue realmente lo que Él había terminado? Porque aún estamos en este mundo sometidos a las consecuencias del pecado.

Con esta palabra Cristo nos dejaba ver que la enemistad entre Dios y el hombre había terminado. Lo que había mantenido al hombre y a Dios separados había llegado a su fin porque, por un lado, Jesús había satisfecho todos los requisitos de la ley de Dios y, por otro lado, la deuda que el hombre tenía con Dios había sido saldada.

El hombre pasó de enemigo a ser amigo de Dios (Rom. 5:10). A esto llamamos reconciliación. La reconciliación se hace posible por medio de la cruz (Col. 2:13-14) y, por consiguiente, Dios ya no tiene nada contra nosotros (Rom. 8:1).

Como la deuda quedó saldada, nuestras obras no pueden contribuir en nada a nuestra salvación por dos razones:

  1. Cristo ya pagó todo cuanto había que pagar.
  2. Si mis obras contribuyeran a mi salvación, harían insuficiente el sacrificio de Cristo. Las obras deben ser una evidencia de mi salvación, y no un requisito para obtener la salvación.

Juan 1:29 llama a Jesús: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Así es llamado Jesús en el Nuevo Testamento porque a eso vino. Durante el período del Antiguo Testamento Dios había dispuesto que el hombre sacrificara corderos sin defectos físicos y derramara Su sangre para el perdón de sus pecados, como una forma de preparar el camino para la venida de Su Hijo, el cordero perfecto. Solo Él, por haber vivido una vida sin pecado, podía satisfacer la justicia de Dios.

Los corderos sacrificados en el Antiguo Testamento solo cubrían temporalmente los pecados del hombre, pero no podían limpiar su conciencia como establece Hebreos 10:11-12, y por esta razón se hizo necesaria la venida de Jesús, quien murió en nuestro lugar como expresa este pasaje:

«Y ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Él, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, SE SENTÓ A LA DIESTRA DE DIOS» (Heb. 10:11-12).

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