Por Tim Keller
¿Cómo podrá suceder esto —le preguntó María al ángel—, puesto que soy virgen?
Lucas 1:34
Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador… Lucas 1:47
La fe de María se produce en etapas. La fe cristiana requiere el compromiso de toda nuestra vida. Sin embargo, pocos pasan de no estar comprometidos a un compromiso total con una sola pincelada. ¿Cómo es el proceso? Puede ser muy diferente de una persona a la otra.
Es peligroso estandarizar la experiencia cristiana. John Bunyan, autor de El progreso del peregrino, pasó casi un año y medio en un estado de gran agonía y depresión antes de salir adelante y recibir la gracia y el amor de Dios. Por otra parte, la primera vez que el carcelero de Filipos oyó el evangelio, se le iluminó la mente como con un relámpago, aceptó a Dios por completo y fue bautizado de inmediato (Hech. 16:22-40). Nos equivocamos si señalamos a Bunyan e insistimos en que los verdaderos cristianos solo pueden venir a Cristo a través de un largo período de lucha y agonía. Y nos equivocamos también si señalamos conversiones repentinas y radicales como la del carcelero y luego preguntamos: «¿Sabes exactamente el día y el minuto en que te convertiste a Cristo?». Me gusta que María esté en el medio —ni como Bunyan, ni como el carcelero— y, por lo tanto, nos muestra que la conversión y la aceptación llegan en diferentes velocidades a cada persona. No podemos marcar una norma de cuándo y cómo debería suceder. Sin embargo, al mirar el proceso de María, podemos aprender mucho para nuestros propios procesos.
Su primera reacción fue una incredulidad medida. La primera vez que oyó el mensaje del evangelio, exclamó: «¿Cómo podrá suceder esto?» (Luc. 1:34). Es una forma educada de decir: «¡Esto es una locura total, imposible!». Si has oído el mensaje cristiano y en algún punto no lo has encontrado increíble, no estoy seguro de que lo hayas captado de verdad. Sé que existe una diferencia entre los que se criaron en hogares cristianos y aquellos que no tuvieron ningún trasfondo parecido. Tal vez el cristianismo nunca te resultó desconocido. Pero, si nunca te has detenido a mirar el evangelio y lo has encontrado ridículo, imposible, inconcebible, no creo que de verdad lo hayas entendido. A María le costó creerlo. No obstante, su reacción fue medida. No abandonó la conversación. Pidió más información.
Su segundo paso es una simple aceptación. Dice: «Aquí tienes a la sierva del Señor […]. Que él haga conmigo como me has dicho». No dice: «¡Ahora lo veo tan claro! ¡Ya entendí!», ni tampoco: «Me encanta este plan y me entusiasma formar parte de él». Lo que está diciendo es: «Para mí no tiene sentido, pero seguiré adelante». Este puede ser un espacio muy importante donde permanecer, al menos por un tiempo. Algunos no se acercarán a Jesús en absoluto a menos que todo les cierre: racional, emocional y personalmente. Para ellos, existe el gozo exultante en Dios o nada en absoluto. Pero, algunas veces, solo puedes hacer lo mismo que María: simplemente someterte y confiar a pesar de los temores y las reservas. Esto te da el punto de apoyo para avanzar.
Hace algunos años, hablé con una mujer que concurría a la iglesia en forma habitual, a pesar de que no la habían criado en el cristianismo, ni tampoco había ido antes a una iglesia. Cuando le pregunté dónde estaba respecto a su fe, respondió algo así: «Solía pensar que el cristianismo era ridículo, pero ya no es así. En realidad, he llegado a entender que las alternativas son aun menos creíbles y no tengo ninguna buena razón para aceptarlas. Sin embargo, todavía no lo siento y me asusta pensar qué significa esto. Pero aun así, aquí estoy. Quiero esto. Simplemente no sé cómo recibirlo». Así fue como María siguió adelante.
Finalmente, vemos que, con el tiempo, llega a ejercer fe desde el corazón. Recién cuando visita a su prima Elisabet, embarazada de Juan el Bautista, llega a entender plenamente. Elisabet, mediante el poder del Espíritu Santo, percibe que María lleva en su vientre al niño mesiánico (vv. 41-45). El conocimiento y la perspectiva de Elisabet confirman lo que el ángel había dicho y esto le da a María una confianza y una fe más profundas. Ahora estalla en alabanza que, como ella dice, ha envuelto todo su corazón: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija» (vv. 46-47). Además, conecta todo lo que le está sucediendo con las promesas de la Biblia a lo largo de los siglos (vv. 50-55). Ahora, no somete meramente su voluntad, sino que entrega su corazón con gozo. Al final, la fe siempre va más allá del consentimiento mental y del deber, e involucra todo tu ser: mente, voluntad y emociones.
¿Por qué la fe requiere esta clase de tiempo y sigue tantos caminos diferentes? Porque la verdadera fe no es algo que simplemente decides ejercer por ti mismo. No es un proceso sobre el cual tienes control. […] Tenemos profundos prejuicios en contra de la idea de no tener el control completo de nuestras vidas. Por nuestra cuenta, somos incapaces de creer simplemente en Jesús. A través de los años, nunca he conocido a una persona que haya llegado a la fe simplemente por la decisión de desarrollarla y luego haya llevado a cabo el plan. No; Dios tiene que abrir nuestros corazones y ayudarnos a vencer nuestros prejuicios y nuestras negaciones. Una de las características de la verdadera fe cristiana, entonces, es la noción de que existe alguna clase de poder exterior que pone su dedo sobre ti, viene a ti y trata contigo. Te muestra las cosas que te resultan increíbles, te ayuda a ver que es verdad y luego, te permite regocijarte y entregarte. Aquel que te hizo en un comienzo te hace otra vez (Tito 3:4-7). A menos que Él venga y se revele a nosotros, como lo hizo con María, nunca podremos encontrarlo.
Publicado originalmente en el libro La navidad oculta del propio autor.