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Por Liliana Llambés

Isaías 42:1-4 (LBLA)
He aquí mi Siervo, a quien yo sostengo,
mi escogido, en quien mi alma se complace.
He puesto mi Espíritu sobre Él;
Él traerá justicia a las naciones.
No clamará ni alzará su voz,
ni hará oír su voz en la calle.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará el pabilo mortecino;
con fidelidad traerá justicia.
No se desanimará ni desfallecerá
hasta que haya establecido en la tierra la justicia,
y su ley esperarán las costas.

La Biblia está llena de promesas, especialmente promesas de Dios para nosotros, pero la promesa que encontramos en esta porción de la Escritura es para Cristo. Es una promesa de quién es Cristo y lo que Él hará.

En primer lugar, se refiere a Cristo como el siervo de Dios, una promesa que se cumplió a cabalidad. Cristo mismo dijo que Él no vino a ser servido sino a servir (Marcos 10:45). Su vida de servicio es un ejemplo para todos nosotros. Además, Dios dice que Él lo sostiene y eso sucedió en todo momento durante el ministerio de Cristo. Su sustento estuvo con Él en la cruz y en la resurrección, demostrando que Él era Su escogido para la obra de redención. Emmanuel, Dios con nosotros se hizo hombre y sufrió muerte de cruz, pero al tercer día resucitó y la tumba quedó vacía venciendo la muerte para siempre.

Que afirmación tan preciosa que Cristo es en quien el Padre está complacido, eso mismo es lo que Él dijo en el bautismo de Cristo, este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia (Mateo 3:17). También nos dice que el Espíritu estaba sobre Él. Si lo vemos a la luz del Nuevo Testamento vemos que esa promesa se cumplió en Lucas 4:18-19 (LBLA) 

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor.

La justicia de Dios se dejó ver y se mantiene por medio de la obra de Cristo a favor de la justificación de pecadoras como yo y como todo aquel que se arrepiente de sus pecados y deposita su fe en Él. 

En el versículo tres vemos unas palabras que se repiten en Mateo 12:20, las cuales son palabras que debemos interpretar correctamente. La fragilidad de una caña que crecía al lado de los ríos se compara con la fragilidad de nosotros como pecadores, sin embargo, nos dice que Cristo no iba a quebrarla, al contrario, ofrece misericordia y gracia para aquel que es débil y tiene pocas fuerzas. Hablando de pocas fuerzas, nos dice que no apagará el pabilo mortecino, esa pequeña llama que podamos tener nunca será apagada, en los momentos difíciles, donde todo se torna oscuro y quizás sin esperanza, Él estará ahí y con fidelidad traerá justicia. Un día, todo cambiará, aunque parezca estar lejos. Ese día llegó cuando Cristo vino y se cumplirá a cabalidad cuando Él regrese.

Finalmente, Isaías escribe por inspiración divina en el versículo cuatro, “No se desanimará ni desfallecerá hasta que se haya establecido en la tierra la justicia, y su ley esperarán las costas.”

La obra que Cristo comenzó, continúa en nosotros y en el mundo, a pesar de la oposición que es evidente cada día. El enemigo, el mundo y nuestra naturaleza pecaminosa se oponen al avance del reino de Cristo, pero tenemos la confianza que Él no desfallecerá.  Estas palabras están declaradas por Dios mismo, habla de su hijo en quien todas las promesas son sí y amén, como queda manifestado “Todas las promesas que ha hecho Dios son “sí” en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos “amén” para la Gloria de Dios.” 2 Corintios 1:20

Además, tenemos la confianza que Cristo establecerá Su justicia en toda la tierra. Llegará el día en que toda rodilla se doblará y todos tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo. El gran Juez justo y soberano nos pedirá cuentas a todos de lo que hayamos hecho, ya sea bueno o malo.

Un día gozaremos de Su presencia, donde el Dios como Cordero santo será alabado por el gran coro celestial compuesto de gente de toda lengua, pueblo, tribu y nación. Él día llegará porque Dios así lo ha dicho en Su Palabra, tenemos un Dios que no ha faltado a ninguna de Sus promesas, todas se han cumplido y las que faltan por cumplirse se cumplirán. Tenemos un Dios que nunca ha mentido y no puede mentir. El salmista lo entendió, él escribe, Salmos 119:163 “Aborrezco y desprecio la mentira, amo tu ley.” Isaías dice; “su ley esperan las costas.” Es la ley que nos deja ver quiénes y cómo somos, no es una ley que nos pone una camisa de fuerza, sino una ley que apunta al Nuevo Pacto en Su gracia, donde Su sangre derramada, reúne a todos los redimidos de la historia para vivir junto a Él donde no habrá llanto ni dolor.

¡Qué gran siervo es este Cristo de la promesa de Isaías, qué maravilloso es Cristo, el que vive y reina para siempre! Al pensar en esta gran promesa y al pensar en Cristo, cómo no regocijarnos, especialmente en estos días cuando celebramos, su nacimiento. Hay un himno que me encanta y quisiera dejarte con en mente; Cuán Grande es Él, mi corazón entona la canción, cuán Grande es Él.

Liliana Llambés, misionera por más de 15 años con la IMB. Su pasión es llevar el mensaje de salvación donde el Señor la envíe y hacer discípulos a mujeres de todas las edades, con el fundamento bíblico de la Palabra de Dios. Miembro de la Iglesia Bautista Ciudad de Gracia en la ciudad de Panamá. Tiene una Maestría en Estudios Teológicos en el Southern Baptist Theological Seminary. Autora del libro 7 disciplinas espirituales para la mujer. Esposa del pastor-misionero, Carlos Llambés, madre de 4 hijos adultos y 9 nietos. Actualmente reside en Panamá en donde junto a su esposo están realizando trabajo misionero. Puedes seguirla en Facebook: @lilyllambes, Instagram: @lilyllambes,Twitter @lilyllambes, su blog liliana.llambes.org

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