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Por Jeanine Martínez de Urrea

Dios le revela al ser humano lo que considera que el ser humano necesita saber acerca de Él. Esto parece obvio, pero no lo es. Dios se revela a través de Su creación y también de manera especial a través de Su Palabra. Cuando vemos la creación, el cuerpo humano o el universo, vemos que detrás de tan impresionante diseño existe un diseñador. Sobrenaturalmente, Dios se ha revelado. Tanto Su palabra, plan, persona y voluntad se nos han dado a través de la historia en un período de unos 1500 años por autores que, inspirados por el Espíritu Santo, escribieron las palabras de Dios. La revelación y el cumplimiento evidente se revelan en la persona de Jesús, Su vida, hechos, palabras, muerte, resurrección, glorificación y promesa de regreso. 

De la misma manera que un niño crece en conocimiento de sus padres, pero sus padres lo conocen mejor a él mismo, de esa manera Dios se revela progresivamente a la raza humana. El clímax de la revelación de Dios es Cristo. El ser humano no necesita conocer más de Dios que lo que ha sido revelado en la vida, obra, muerte, resurrección y glorificación de Cristo. Dios se revela no para satisfacer la curiosidad o para que algunas personas se sientan más especiales que otras. Dios se revela para que le demos gloria, no para que nos gloriemos en ese conocimiento. Si la revelación de Dios te hace sentirte superior a tus hermanos, esa revelación difícilmente es de Dios.  

Dios existe como suficiente en sí mismo. El ser humano no altera lo que Dios hace o determina hacer. No puede reaccionar, porque Él no responde a emociones como los humanos. Dios es estable, siempre es el mismo. El ser humano no tiene la capacidad de afectar Su juicio como si Dios no supiera lo que pensamos o hacemos previamente. Esto es conocido en la teología como aseidad de Dios. Muchos teólogos tienen distintas posiciones al respecto. Por un lado, algunos dicen que Dios carece de cualquier tipo de emoción y todo lo que vemos en lenguaje humano en la Biblia está expresado así para nuestro entendimiento de Dios, pero no describe a la perfección Su ser porque no hay forma humana de hacerlo.  

Por otro lado, otros presentan a un Dios tan emocional como el ser humano creado a Su imagen. Sin embargo, no podemos tomarnos como referencia, pues para empezar nuestras emociones tienen la capacidad de ser pecaminosas, como generalmente lo son. Nuestras emociones son reactivas, y aunque parcialmente pueden reflejarlo, cuidemos de no «humanizar» a Dios a costa de Su deidad. Aun Cristo no experimentó emociones humanas de manera pecaminosa como lo hacemos nosotros.  

Él existe. Dios ha hecho Su existencia evidente al ser humano en todas las generaciones. Por lo menos los primeros 1000 años de existencia de la humanidad tenían como testigos a nuestros primeros padres: Adán y Eva. Por cientos de años subsiguientes, los hijos y nietos de Adán y Eva, como lo revelan las genealogías que vemos en Génesis, tenían las palabras e historias de los testigos oculares de Dios, de cómo habitó con el hombre en comunión en el jardín. Nuestra experiencia con Dios no determina quién es ni cómo es Él. Lo que otros nos han dicho acerca de Dios y lo que hemos conocido de Dios no deben determinar lo que sabemos de Dios. Lo más sólido es creer lo que Él ha dicho en Sus propias palabras, en Su revelación escrita y en la creación. Aunque tengamos maestros y líderes que nos enseñan a conocer a Dios, es nuestra responsabilidad y deber filtrar todo a través de las Escrituras.  

No solo los ateos tienen un hambre insaciable de pruebas de la existencia de Dios. Muchos creyentes anhelamos un milagro más, una revelación especial más, como si esto fuera lo que necesitamos para creer más y crecer en fe. La narrativa bíblica nos demuestra lo contrario. El hombre no necesita más evidencia de Dios. Para el pueblo de Israel en el desierto no fue suficiente la columna de nube y la columna de fuego, la presencia de Dios en el tabernáculo. No existe fe verdadera, ni bíblica, sin obediencia. Creer sin responder con fe, desde la perspectiva bíblica, no es creer, es solo una mentira. ¡Ánimo! tus luchas no son extrañas, son muy humanas. Dios nos capacita a través de Su Espíritu Santo para que en nuestro caminar crezcamos cada día a la imagen de Su Hijo. Lee Juan 12:37-48 y ora para que el Señor cada día aclare, afirme y te haga más obediente en tu caminar de fe.  


El contenido de este artículo ha sido extraído del libro Doctrina para todas por Jeanine Martínez de Urrea. 

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Jeanine Martínez de Urrea es misionera en Guatemala y sirve con Iglesia Reforma. Es enviada por la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene una Maestría en Artes en Estudios Teológicos y Liderazgo Intercultural por el Seminario Bautista del Sur (SBTS), y una Maestría en Ciencias en Ingeniería Sanitaria y Ambiental (INTEC). Sirvió como misionera transcultural, con enfoque en enseñanza bíblica, entrenamiento misionero y discipulado, en el Sur y el Este de Asia por casi 9 años. Es apasionada por hacer discípulos de Cristo, de todas las naciones, a través de la enseñanza bíblica. Le gusta cocinar, la música, y conocer personas de distintas culturas, apreciando la multiforme gracia. De vez en cuando, recuerda detenerse y oler las flores.

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