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Por Jeanine Martínez 

Hay una fuerte discusión en la iglesia latinoamericana sobre la obra del Espíritu Santo. Esta discusión forma «tribus» y un «muro de Berlín» entre los creyentes. El muro se levanta entre cesacionistas y continuistas (estos términos teológicos explican si se cree en que los dones milagrosos siguen vigentes el día de hoy o no). Los de trasfondo pentecostal, como en el que me crie, hemos secuestrado y casi patentado al Espíritu Santo. A mi corta edad, yo entendía que los que no veían la obra del Espíritu Santo de la misma forma que yo, no tenían al Espíritu Santo. Pero la realidad es que esto no es verdad. Todo creyente ha sido sellado con el Espíritu de verdad. Cristo dijo que nos enviaría un Consolador (Juan 16:7), y esa promesa fue para todos Sus seguidores. 

En la primaria, asistía a un colegio bautista. Pero yo crecí en una iglesia carismática neopentecostal. Ya te imaginas las discusiones que tenía con mis compañeritos bautistas. A mí me encantaba la Biblia y era muy apasionada en mis opiniones (aún lo sigo siendo). Recuerdo decirles a mis hermanos bautistas en mi adolescencia: «Es que nosotros los pentecostales sí tenemos al Espíritu Santo y ustedes no». A mis trece años, estaba llena de opiniones, juicios y prejuicios. Si somos sinceras, todas de alguna manera lo estamos.  

Pasé 20 años en una iglesia neopentecostal, neocarismática, y desde hace 18 años me congrego en una iglesia bautista. A lo largo de este tiempo, he podido ver un amplio espectro de creencias acerca del Espíritu Santo y también he podido oír la Palabra para llegar a mis propias conclusiones. Tengo amigos y amados hermanos en ambos extremos de estas creencias. Con todo, lo que queremos ver es qué dice la Palabra acerca del Espíritu Santo. 

Somos uno en el Espíritu 
La Escritura enfatiza que el Espíritu une a la iglesia. La unidad en el Espíritu es una característica indivisible de los cristianos, queramos abrazarla o no. Dios, a través del Espíritu, siempre ha reunido a aquellos que Él identifica como Suyos (Isa. 34:16; Ef. 4:1‑3). Los apóstoles testificaron que el Señor no hizo diferencia entre los creyentes gentiles y judíos, sino que a todos les dio por igual al Espíritu Santo (Hech. 15:8; 1 Cor. 12:4). Hay unidad aun en medio de la diversidad. Y esto es un tema serio y relevante para Dios. ¿Cómo es posible que estemos divididos por discutir sobre la persona que nos ha hecho uno? 

El malentendido es consecuencia de un problema más profundo: una mala comprensión de la persona del Espíritu Santo. El Espíritu es muchísimo más que los milagros o dones. Él es la tercera persona de la Trinidad. Él coexiste eternamente en Su naturaleza trinitaria porque es Dios. 

Al Espíritu Santo generalmente lo encontramos con «apellido». Por ejemplo, el Espíritu «de verdad», el Espíritu «de Dios», el Espíritu «Santo» o, cuando se refiere solo al «Espíritu», está en contexto con otra persona de la Trinidad. En Su mismo nombre, vemos que es un espíritu; es decir, no tiene forma corpórea. El bautismo de Jesús es una excepción única, pues dice que «descendió en forma de paloma» (Luc. 3:22). El «apellido» Santo, por su repetición, nos apunta al único atributo enfatizado con el que Dios se identifica: «Santo, Santo, Santo» (Isa. 6:3; Apoc. 4:8).  

Los creyentes en Latinoamérica deberíamos arrepentirnos de minimizar la identidad de la tercera persona de la Trinidad únicamente a lo que hace. Eso se convierte en utilitarismo. Cuando hacemos eso, valoramos al Espíritu Santo por lo que hace y no por quien Él es. Reducimos nuestra relación con Dios el Espíritu a Su obra, más que a Su persona. 

Muchas reducimos la persona del Espíritu a alguien similar a un Santa Claus, quien está regalando dones a quienes se lo pidan. ¡Pero el Espíritu Santo es más que un dador de poder! Los discípulos recibirían poder para predicar el evangelio, pero no sería lo único que el Espíritu Santo sería para ellos. Eso es solo una parte de Su obra y Su carácter. Él no es nuestro entrenador personal, a quien le damos órdenes o a quien accedemos cuando queremos poder. Dios no está para ser nuestro animador, sino nuestro Dios. Nosotros servimos a Dios, nosotros estamos a Su servicio y voluntad, no al revés.


El contenido de este artículo ha sido extraído del libro Doctrina para todas por Jeanine Martínez de Urrea. 

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Jeanine Martínez de Urrea es misionera en Guatemala y sirve con Iglesia Reforma. Es enviada por la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene una Maestría en Artes en Estudios Teológicos y Liderazgo Intercultural por el Seminario Bautista del Sur (SBTS), y una Maestría en Ciencias en Ingeniería Sanitaria y Ambiental (INTEC). Sirvió como misionera transcultural, con enfoque en enseñanza bíblica, entrenamiento misionero y discipulado, en el Sur y el Este de Asia por casi 9 años. Es apasionada por hacer discípulos de Cristo, de todas las naciones, a través de la enseñanza bíblica. Le gusta cocinar, la música, y conocer personas de distintas culturas, apreciando la multiforme gracia. De vez en cuando, recuerda detenerse y oler las flores.

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