Aileen Pagán de Salcedo
Una iglesia sana es aquella que cumple con el requerimiento bíblico de instruir a sus ovejas en la verdad no alterada del Evangelio, promoviendo entre estas un pensamiento bíblico, reflejado en vidas cambiadas por el poder de la Palabra de Dios y el obrar del Espíritu Santo. Además de proveer de un espacio donde alabar y adorar a Dios, y tener koinonía entre los hermanos.
Aparte de estas condiciones básicas, existen iglesias a las que a Dios le ha placido bendecirlas con múltiples ministerios que le permiten tener un mayor alcance, tanto hacia dentro de la congregación (ministerio de consejería, por ejemplo), como también hacia la comunidad (ministerio de labor social, ministerio de evangelización, etc.).
Bien nos dice Efesios 4:11-13 “Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
El ministerio de mujeres es una de estas bendiciones extras que Dios ha dado a algunas iglesias. Es bueno enfatizar que para una iglesia ser considerada como buena y sana, no es necesario que tenga un ministerio de mujeres, pues aun sin tener un ministerio formal de mujeres, esta puede y debe llenar las necesidades de sus ovejas mujeres de formas muy variadas.
No obstante, reconocemos que el ministerio de mujeres, así como los muchos otros ministerios que puedan componer una iglesia, la ayudan a ir más allá: a poder abarcar, de manera más específica y personal, las necesidades de los diferentes grupos de personas que componen la iglesia.
En el caso particular del ministerio de mujeres, el cual estaremos tratando aquí, es bueno establecer que este debe tener como prioridad ofrecer un espacio que promueva la unidad, el crecimiento y el entrenamiento bíblico de las más jóvenes por parte de las mayores y/o más maduras en la fe (Tito 2:3-5). Es decir, tratar de dar respuesta, siempre desde un ángulo bíblico y a la vez práctico, a las diferentes preguntas y retos que enfrenta la mujer en su día a día.
En diferentes partes y de diferentes formas, a lo largo del Nuevo Testamento vemos cómo se exhorta a la mujer a conducirse piadosamente. Y este énfasis específico implica la necesidad de que las mujeres puedan unirse y alentarse unas a otras, primariamente a través de la instrucción, oración y aplicación de la Palabra de Dios a sus vidas.
Un ministerio de mujeres efectivo promueve una generación de mujeres que estudien la Palabra y que la transmitan a la siguiente generación. Ciertamente las mujeres deben ser enseñadas por sus pastores, mas también les es de gran beneficio cuando una mujer puede transmitir a otra principios bíblicos aplicados a los retos y situaciones diarias, propios a la mujer en el desempeño de su rol.
Si bien estas interacciones entre las hermanas pueden darse desde un aula de la escuela dominical, compartiendo un café o simplemente al reunirse a orar, es de mucho beneficio cuando esta iniciativa de instruir a las mujeres de la iglesia a pensar y priorizar sus vidas bíblicamente se da dentro de un contexto con mayor estructura y organización. En donde todas las mujeres organicen sus esfuerzos con una misma misión, visión y metas.
Por otro lado, como señalamos en un artículo anterior, por diseño de Dios, está comprobado que la mujer es más relacional y el disponer de un espacio como el que se supone que provea el ministerio de mujeres, le resultará de gran estímulo y favorecerá su integración en la iglesia (particularmente en iglesias grandes). La iglesia completa se beneficia cuando puede ofrecer actividades que promuevan la unidad de las mujeres de su iglesia porque “cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía” (Salmo 133:1).
Algo más que puede hacer el ministerio de mujeres en una iglesia es promover la femineidad bíblica. A través del compartir de meditaciones, reflexiones, testimonios y otras actividades, el ministerio de mujeres debe ayudar a difundir el diseño de Dios para Sus hijas, en sus diferentes roles y etapas.
Nuestra apariencia, etapa de vida y llamados como mujeres pueden ser diferentes; sin embargo, como hijas de Dios tenemos un mismo propósito y un mismo orden de vida. Un buen ministerio de mujeres debe procurar movilizar a sus miembros a mostrarse empatía, compresión e integración como hermanas que somos en Cristo. ¡A fin de cuentas, estamos todas unidas en el Señor, en quien tenemos una meta de vida en común que es traerle toda la gloria a Él!
El principio detrás de un ministerio de mujeres, y en realidad de cualquier ministerio de la iglesia debe ser lo que Efesios 4:15-16 nos enseña “sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor”.
Claro está, haciendo una salvedad muy importante y a la cual nos referimos también en el artículo de esta serie antes citado, el ministerio de mujeres, así como cualquier otro ministerio que tenga la iglesia, debe trabajar de manera unificada, sometida al liderazgo de los pastores como cabeza, y en todo tiempo alineado con la misión y visión de la iglesia. Nunca debe separar a las mujeres de la congregación ¡sino todo lo contrario!
Resumiendo, conforme la teología que lo sustenta, el ministerio de mujeres debe servir para evangelizar, mentorear y capacitar a las mujeres de todas las edades de la iglesia a dominar la Palabra y a vivir según esta.
Y en última instancia, al cumplir con esto, la iglesia -como un solo cuerpo que es- será impactada, pues se traducirá en mayor involucramiento de las hermanas en las iniciativas de la iglesia.
Aileen Pagán de Salcedo Cristiana por más de 25 años. Casada con Gregory Salcedo por 19 años, con quien ha tenido 3 hijos de 14 y 10 años. Estudió Psicología, luego hizo diplomado en Consejería y Maestría en Terapia Familiar. Es egresada del Instituto Integridad & Sabiduría. Es miembro fundador y diaconisa en la Iglesia Bautista Internacional donde ha servido en diferentes funciones, en el cuerpo de consejeros, en el equipo de liderazgo del Ministerio Ezer y dirigiendo grupos de parejas y consejería prematrimonial junto a su esposo.