Aixa de López
Lloré al ver la belleza que no había solicitado. No la engendré ni la busqué. Pero vino a mí porque Él la envió. Lo vi deleitándose en mí, lo vi con ojos llenos de amor. Me vio y me sacó a bailar mientras seguía dirigiendo la orquesta con una bella melodía. Lo rechacé y, de todos modos, me amó. Siguió dirigiendo el vals, como si me importara.
Al principio, sonaba como cualquier cosa, pero era como si, con cada nota, se me fueran abriendo los oídos y fuera escuchando que me amaba en cada tonada. Y, sentada allí, en el salón al que había entrado sin sentir, lo vi realmente por primera vez. Vi el color de sus ojos y la sonrisa que me invadió el alma; vi los colores como nunca antes, y las lámparas que colgaban jamás tuvieron mayor destello.
Mi corazón comenzó a latir y mi cabeza empezó a seguir el ritmo. Mientras me conmovía, me aterraba pensar en cuántas veces lo había rechazado y me había burlado. Me vi vestida andrajosa en esta gala a la que me habían llevado. Lloré de dolor y lloré de amor. ¿Quién puede amar así? Pero, mientras sonaba su canción, me extendió su mano poderosa, que no parecía de director de orquesta, sino de carpintero, y me rodeó como un papá hace con su hija de quince años, y me hizo bailar.
Y lloramos Él y yo, porque me tenía. Al fin, me tenía. Y, mientras yo confiaba en su paso, empecé a sentir como si la melodía no fuera nueva y la hubiera sabido desde siempre; empecé a recordarla… y comprendí que no hay vida afuera de Sus brazos y que nací para este vals. Entendí que no se llega aquí por voluntad propia, sino solo por Su amor. Volteé y vi a miles de otras «quinceañeras» a mi alrededor, conmovidas por ese mismo amor.
Ninguna vino porque quiso. El Padre las trajo para demostrar que lo suyo es amar y redimir, traer al baile a las que menos pensamos que lo queremos pero que más lo necesitamos. Y, desde ese día, confío y lo veo. Oigo y creo. Lloro y bailo. Eso fue lo que hizo con el pequeño Israel, un pueblo escogido para demostrar el poder de un Dios vivo, temible y tierno, que salva… un pueblo que ha sido expandido por amor, a través de Jesucristo Su Hijo. “El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso sino el más Insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza.” (Deuteronomio 7:7-8)
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