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Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad. —RVR1960
MATEO 5:5

Caminando dentro de la catedral de San Pedro en el Vaticano, entre el silencio y la frialdad del mármol, inesperadamente te das cuenta de que está ahí, magnífica y discreta, con toda su majestuosidad y belleza, una de las esculturas más preciadas del mundo.

Uno la observa calladamente, imaginando a Miguel Ángel tallando la perfección de sus rasgos. Casi se siente la piel aterciopelada de una mujer cuyo rostro expresa su nombre: La piedad. En sus brazos yace desfallecido el Varón de Dolores revestido de humildad y mansedumbre. ¿Cómo pudo entregarse a sí mismo? Precisamente, por piedad hacia nosotros.

En contraste, cerca de ahí, en Milán, los mejores diseñadores de la imagen y la moda instruyen a sus modelos: levanta el rostro, camina erguida, con garbo, no bajes la mirada. Nadie piensa en proyectar mansedumbre, sino autosuficiencia, buen porte y elegancia. La Biblia promete una recompensa para premiar la mansedumbre. Es un fruto del Espíritu Santo y está determinada por un control absoluto de nuestras emociones.

Contestar correctamente, no reaccionar de manera agresiva, no devolver mal por mal, es tener mansedumbre. Puedes parecer arrogante sin serlo, pero también aparentar mansedumbre, sin ser una persona mansa. Elige hoy lo más difícil, sentir piedad por quien te agrede. (MG)

Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.

JESÚS


Un devocional de Un año con Dios (B&H en Español)

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