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Tú y yo habitamos un mundo que es, al mismo tiempo, maravilloso y desgarrador. La vida está llena de dichas —carcajadas con amigos, atardeceres espectaculares, abrazos de bebés, el aroma de los libros— y de aflicciones —relaciones fracturadas, billeteras vacías, niños enfermos, sueños rotos. La Biblia nos explica que Dios creó un mundo desbordante de potencial, colocando a los seres humanos como responsables de administrar la creación en Su nombre. Pero lo hemos hecho mal. El pecado lo ha arruinado todo y ahora vivimos en un mundo que gime en espera de ser restaurado. Nosotros también esperamos la promesa de un Salvador que regresará a poner todas las cosas en su lugar. Pero por ahora, en medio de todas las cosas bellas de la vida, hay dolor, confusión y decepción. Hemos perdido, nos sentimos perdidas y no tenemos ganas de nada. 

La aflicción que experimentamos debería llevarnos a poner la mirada en nuestra única esperanza eterna. Debería llevarnos a reconocer que las cosas no marchan como deberían y alegrarnos de que Dios esté llevando a cabo su plan para llevarnos a disfrutar de la vida eterna en Su presencia. Como escribió C. S. Lewis, el dolor «reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo» (“El problema del dolor” – C.S. Lewis, pág. 57).  En la aflicción deberíamos recordar como Dios es nuestro Padre amoroso que nos consuela, que nos está formando cada vez más para ser como su Hijo y que obra todas las cosas para nuestro bien. En el dolor, tenemos la oportunidad de poner la mirada en el Señor, ser asombrados por Su mano poderosa, y decir junto a Job «de oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). Desafortunadamente, con demasiada frecuencia, en el dolor nuestra mirada se desvía hacia otro lado: el teléfono. 

Y es que, en la pantalla, las penas se olvidan. Un momento. Pero ese momento es suficiente para hacernos desear más y más; queremos que todo esté bien, y si las cosas no pueden estar bien, queremos que al menos parezca que están bien. Un minuto se convierte en dos y luego, sin avisar, en noventa o 360. Los días pasan delante del móvil mientras tratamos de ignorar la aflicción, durmiendo el dolor y olvidándonos del Dios que quiere mostrarse a nosotros a través de esos momentos duros. Es un alivio poder permanecer entretenidas y pretender que no pasa nada. Pero la paz no dura porque no es paz verdadera. Fuimos hechas para algo mejor que simplemente esperar hasta que el dolor se vaya mientras nos distraemos. Fuimos hechas para ser abrazadas y fortalecidas por el Dios que nos ama, no para ser entumecidas por el brillo de una pantalla. 

Jesús nos dice, «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat. 11:28). Dios nos ofrece su Palabra para confrontar las mentiras del mundo, nos escucha en oración mientras exponemos los temores más oscuros de nuestro corazón, y nos rodea de los miembros de Su cuerpo —la iglesia— para sostenernos en el camino de la fe. Es a través de esos medios de gracia que el Señor sana nuestras heridas y abre nuestros ojos para contemplar Su belleza incluso en los momentos más difíciles de la vida.  

El enemigo de nuestras almas se alegra de que desperdiciemos nuestra vida delante de la pantalla. Él se deleita de que los perdidos sigan extraviados en un mar de entretenimiento en lugar de examinar sus corazones para arrepentirse y confiar en Cristo para salvación. Él se deleita en que los que ya hemos creído permanezcamos estancados en nuestro caminar cristiano, sin correr al Señor cada día en la dificultad, sin buscar Su rostro por estar distraídos en la vanidad del mundo digital. Él no se deleita en ver que aquellos que sufrimos nos ahoguemos más y más en la miseria en lugar de correr a buscar el oportuno socorro de nuestro Señor. 

Hoy, apaga el teléfono y vuélvete a Dios. Escucha su voz, eleva tu corazón a Él, deja que te abrace la comunidad de Su iglesia. No te pierdas de las muchas bendiciones que el Señor tiene para ti aun en medio de la aflicción, todo por vivir distraída a la luz de un brillo que no satisface. 


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